Al llegar a Hotland, Sans intentó no fijarse en el puesto de perritos calientes que había nada más entrar, pues le recordaba a su amado kétchup, y fue a la velocidad de un esqueleto vago (pues, al fin y al cabo, lo era) hacia el laboratorio de la doctora Alphys.
Llamó a la puerta, y tras unos instantes, fue abierta por Alphys, que lo invitó a entrar.
Rápida, la reptil fue a donde estaba su portátil y cerró las páginas hentai que tenía abiertas para que Sans no pudiera verlas y se apoyó en una mesa intentando mostrar naturalidad.
— ¿Q-qué te trae por aquí? —preguntó.
Por tercera vez en ese día, Sans le explicó su situación a Alphys, con grandes gotas de sudor resbalando por su cráneo. Y justo antes de que ella pudiera decir algo al respecto, añadió:
—y no vayas a decirme que le pida consejo a alguien más, porque te pegaré e iré a apañármelas por mí mismo.
Alphys se reacó la barbilla y pensó. Y siguió pensando cual buena pensadora que pensaba hasta los fines del pensamiento.
Pero, a pesar de las dos horas que se pasó rascándose la barbilla y pensando, acabó derrotada por su propia mente y dijo:
—P-pues no sé cómo ayudarte...
Las pupilas en los ojos de Sans desaparecieron y se dio una palmada en la frente.
— ¿Has probado a hablar con ella?
POOM. Algo en la cabeza del esqueleto estalló, haciéndolo caer hacia atrás. ¡Cómo no lo había pensado, podía hablar con ella!
Le dio las gracias a la lagarta (HAHAHAHA, QUÉ MAL SUENA ESO) y salió del laboratorio.
Pero allí fuera, esperándolo.
—Ola, kerido snas...
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