Vengo a por ti...

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Etihw se levantó algo más feliz de lo normal, con una sonrisa algo boba en la cara. Después de besar a su amado, los dos se habían ido a sus respectivas habitaciones sin dirigirse la palabra, pero aunque la noche había sido larga, ahora podría de nuevo ver a su Diablo.

    Se cambió el pijama por su típico vestido y se peinó el cabello negro azabache, sin poder evitar tararear en voz baja. Se colocó su diadema preferida en la cabeza y se miró en el espejo de su cómoda y sonrió a su reflejo.

    —Perfecta~ —rió, al pensar en ver de nuevo a Kcalb.

    Dio una vuelta sobre sí misma y salió de su cuarto.

    En cambio, Kcalb se levantó con terribles ojeras y dolor de cabeza. Esa noche casi no había podido dormir por los nervios de tener que volver a ver a Etihw al día siguiente. Qué vergüenza...

    Levantó la tapa de su ataúd y se incorporó. Pudo ver que la cama de Wodahs estaba vacía y bien hecha, por lo que él ya se había levantado, seguramente para ir preparando el desayuno. Kcalb bajó de su cama y se dirigió a su estantería de libros. El corazón le latía mucho más rápido de lo normal por los nervios de encontrarse con Etihw. Agarró un libro cualquiera y comenzó a pasar las páginas sin siquiera leerla, como si eso fuera a ayudarle a olvidarse de todo eso.

    Suspiró. ¿Qué estaría haciendo Etihw en ese momento? A lo mejor estaba esperándole en el salón del trono, o a lo mejor estaba en su habitación, en la misma situación que él. ¿Qué debía hacer? De verdad que aún no quería verla, le daba demasiado vergüenza. Pero también era cierto que no podía dejarla plantada...

    Cerró el libro y volvió a recostarse en su ataúd. Mejor sería que durmiera un rato más. Seguro que Etihw lo entendía, ¿verdad? Juntó los párpados y vació su mente...

***

    Etihw miró el plato de pastel que había en la mesa. Lo había hecho Wodahs para ella y para Kcalb, pero aún no lo había probado. Estaba esperando al Diablo... Desde hacía más de media hora.

    "¿Pero qué hace?", pensó tristemente.

    Wodahs apareció junto a ella. La miró y dijo:

    —¿Ocurre algo, señorita Etihw? ¿No piensa comer?

    Etihw sonrió un poco.

    —Espero a Kcalb... —dijo.

    —Es posible que mi hermano no venga, no ha dormido en toda la noche. No dejaba de lanzar suspiros...

    ¿Suspiros? ¿Tal vez... por ella? Oh vaya...

    —Da igual, esperaré un poco más.

    Wodahs miró algo preocupado a Dios. Entonces suspiró y sonrió un poco.

    —Está bien, haga lo que quiera...

    Dicho esto, se fue de la misma forma de la que había llegado.

    Etihw apoyó la cabeza sobre su mano e infló sus mejillas. Wodahs era un gran amigo suyo, y le agradecía que fuera tan bueno con ella, pero por lo menos podría haberse quedado con ella para no dejarla sola. Le echó un vistazo al pastel que éste había preparado, y no pudo reprimir una lágrima. Rápidamente se la limpió.

    —No, no creo que me haya... dejado plantada así. No después de lo que me dijo anoche...

    Cuando Kcalb le dijo que también la quería, un enorme sentimiento de alegría inundó el pecho de Etihw, el cual la impulsó a besarlo al momento. Y él la había correspondido, pero aun así... ¿No iba a volver? ¿La había dejado ahí?

    —Los hombres son idiotas... —gimió Etihw. Esta vez, dejó que las lágrimas resbalaran por sus mejillas— No entiendo porqué me hace esto... Estúpido Kcalb...

    Unos pasos la sobresaltaron. Al pensar que había sido Kcalb, una pequeña sonrisa dibujó su rostro. Se giró a la puerta y se levantó de su trono.

    Pero, para su decepción, en vez del Diablo la puerta la cruzó una ángel rubia, bastante hermosa si se le permite decirlo. Iba vestida enteramente de cuero, e iba con los ojos cerrados.

    —¿Quién eres tú? —preguntó Etihw con el ceño fruncido— ¿Qué haces aquí?

    Ella sonrió de forma algo siniestra y alzó las manos a la altura de su cabeza. En las palmas de éstas aparecieron dos bolas brillantes muy parecidas a dos soles.

    —Soy una simple ángel de otro mundo... —respondió— Y, respecto a la segunda pregunta... Vengo a por ti.

    Ella abrió los ojos mostrando su iris de color naranja y un esplendor inundó la habitación, cegando a la diosa.

    —¿Pero qué...?

    Un ardor brotó de su hombro derecho, Luego del izquierdo. Gritó y se encogió de dolor. Lentamente cerró los ojos y cayó al suelo, desmayándose...



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