Capítulo 37: Plan de escape

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Un guardia entró por la puerta con la vista al frente y paso firme. Dio tres pasos y entonces Ágata le enterró el cuchillo en el cuello hasta la empuñadura. El enano solo fue capaz de proferir un quejido sordo, un simple gorgoteo que se apagó en el mismo momento en el que su cuerpo se desplomó.

La mewmana se agachó y tomó las llaves del cadáver. Luego recuperó su cuchillo y lo limpió con la tela de su víctima.

Empieza la cuenta atrás.

Caminó rápido hasta la celda de Biggon y lo liberó de todas sus ataduras.

—Toma el arma de ese guardia. Yo liberaré al resto —le indicó ella.

—Entendido.

—Y que no se te ocurra salir.

El tipo se alejó sin decir nada, sin darle a Ágata la tranquilidad que necesitaba.

Demasiado tarde para arrepentirse.

Comenzó a abrir las celdas tan rápido como pudo. La primera fue Quelana, luego el resto. Ágata vigiló que nadie intentase irse por su cuenta, o traicionarla. Por el momento todo parecía en orden. Sin dudas, la presencia de la princesa enana debía de estar ayudando.

Casi todos habían sido liberados. No iban mal de tiempo, pero tenían que actuar con precisión.

Se colocó delante de la puerta de la mazmorra. Tenía a Biggon a su derecha y a Quelana, rodeada por sus fieles seguidores, a la izquierda. Y detrás de ellos todos los prisioneros. Los niños y los mayores se encontraban al final. Todos ellos esperando a que abriera la puerta.

Cuando introdujo la llave sintió que las miradas a su espalda se acentuaron, y se sintió más incómoda que cuando estuvo en la dimensión de Kleyn para sanar sus heridas. Pero eso no era lo que más le preocupaba, sino el hecho de encontrarse a alguien al otro lado: algún guardia que, por casualidades de la vida, aquel día decidiera ir antes a la celda, o que esperase a su compañero para hablar con él. Algo que no había ocurrido en ninguna de las ocasiones que investigó los patrones que seguían los carceleros, pero que Ágata sabía que los imprevistos se llaman así por algo.

Giró la llave y la cerradura produjo un ruidoso clic, propio de una puerta de metal. Aferró la mano en el mango de su daga y luego empujó la puerta. Lo hizo rápido. Después del ruido que había hecho el cerrojo, de nada servía querer conservar el factor sorpresa.

Tan pronto como pudo ver el camino de delante, sacó la daga y dio un par de zancadas, lista para atacar a quien fuese que se apareciera delante de ellos. Para su suerte, no había nadie. Como en el resto de días.

—Está despejado —dijo ella—. Tenemos que avanzar rápido.

Quelana asintió y luego se giró al grupo de atrás.

—Vamos, de prisa —le dijo la enana al resto.

Los pasos de todos marcaban un ritmo sonoro del cual Ágata estaba más que segura que cualquiera podría escuchar. Nunca le habían gustado las operaciones que no requerían de la más absoluta discreción, pero, aquella era su mejor opción de escape, con o sin ruido.

—Ahora llegaremos a la parte central. Allí habrá guardias —le dijo Quelana mientras seguía corriendo—. Seguramente habrá guardias. Si podemos soportar un ataque, lo suficiente, podremos entrar a la armería que conecta con esa zona y responder al ataque.

—Ya lo sé —se quejó Ágata—. Es de noche, así que no habrá tantos guardias con los que pelear. Aun así... Biggon, ve tú delante. Dentro de poco te tocará hacer tu parte.

—Perfecto —respondió él. Pese a que Biggon no era capaz de mostrar ningún tipo de expresión facial, a Ágata le dio la sensación de que este sonreía.

Estaban llegando a la puerta que daba a la parte central.

—La puerta está abierta. No te detengas —dijo Ágata.

—No iba a hacerlo.

Ágata apretó el paso para abrirle la puerta a Biggon y que este no tuviera que detenerse, aunque le dio la impresión de que no se habría detenido, aunque estuviera cerrada.

Escuchó un par de gritos del otro lado y el inconfundible choque de metales. Biggon soltó un grito de guerra y luego alguien chilló de dolor.

Ágata se metió como pudo entre la multitud de prisioneros y cruzó la puerta con ellos. Apenas puso un pie fuera, salió disparada directa a la armería. La puerta estaba cerrada. Probó a abrirla utilizando varias de las llaves del guardia que había despachado antes, pero ninguna sirvió.

—Mierda. —Buscó el juego de ganzúas que tenía consigo y trató de abrir la cerradura.

—Rápido, haz que suene la alarma —dijo uno de los enanos. No supo quién, pero no había que ser listo para saber que no era aliado.

—Detengan a ese tipo. Sí todos los soldados se enteran de que estamos aquí, será nuestro fin —gritó la mewmana.

—Ya la oyeron —gritó Quelana—. Detengan a ese enano.

La pícara chasqueó la lengua y se apresuró a abrir aquella puerta. Si ocurría lo peor, necesitarían tantas armas como les fuera posible.

La puerta se abrió y Ágata abrió mucho los ojos. Le dio una fuerte patada, se hizo a un lado, y luego tomó tanto aire como pudo.

—Todo el mundo —llamó esta—, tomen un arma.

Todos los presentes se giraron, y después de una fracción de segundo en la que se dieron cuenta de lo que acababa de ocurrir, corrieron hacia la armería.

Ágata abandonó su posición y se fue a comprobar que no se escapase ningún guardia. Biggon estaba luchando contra dos de estos, y un tercero estaba huyendo por un pasillo.

Se llevó una mano a una de las dagas que tenía consigo y la lanzó. La hoja atravesó el pasillo como una centella y le dio al enano cerca del cuello. Este se desplomó en el suelo luego de soltar un grito de agonía.

Otros dos guardias salieron de una puerta a la izquierda y se quedaron congelados dos segundos para procesar lo que estaba ocurriendo.

—¡Una fuga!

Ambos tomaron sus armas y cargaron contra ellos. Muchos de los prisioneros no habían entrado a la armería aún, y se hallaban indefensos ante los enemigos.

Hubo una carga rápida por parte de los recién llegados. Ágata pudo evadirlos, pero estos golpearon contra el resto de enanos. Los prisioneros se defendieron como pudieron, pero era inútil. Los guardias lanzaron el primer golpe usando sus escudos, aturdiendo a aquellos que se encontraban en primera fila, y dejándolos indefensos para el siguiente golpe. Uno de los enanos recibió el tajo de un hacha, la cual se le enterró desde la clavícula hasta la mitad de camino al pecho. Otro fue apuñalado en un costado por una espada. A un tercero le cortaron la cabeza de un solo movimiento. Eso provocó que los que estaban justo en la entrada de la armería comenzaran a gritar y empujarse los unos a los otros para poder entrar.

En tan solo un segundo todo se había vuelto un caos.

La pícara dio un salto y le enterró una daga en el cuello a uno de los enanos. Justo a su derecha, un grol alzó una maza y se preparó para reventarle la cabeza. Tuvo que dejar la hoja enterrada en su oponente y alejarse. Este guardia se ofusco en ella y comenzó a perseguirla.

Mientras tanto, alguno de los que habían entrado a la armería intentaban salir dándole empujones a los que estaban bloqueando la entrada.

—¡Abran paso, joder! —gritó uno de ellos.

—Dejen pasar a los armados para que nos defiendan —gritó Quelana.

Uno de los que estaba más cerca de los guardias tomó la espada que había dejado caer el enano al que Ágata había ejecutado, y trató de atacar. Este golpeó contra el escudo de uno de los guardias, y luego fue rechazado con un embate que lo tiró al suelo. Acto seguido, levantó su hacha y le partió el cráneo de un golpe preciso. Varios de los presentes soltaron un grito de espanto y se alejaron del guardia.

Aquellos que habían conseguido armarse atacaron a los guardias. En un momento la sala se llenó de golpes secos de metales y madera. Los enanos armados comenzaban a animarse, pero estos no eran tan fuertes ni tan hábiles como los guardias.

Biggon parecía manejarse bien, pese a estar a dos contra uno. Sin embargo, parecía tener más complicaciones en comparación a cuando luchó en el coliseo. ¿Sería por la ausencia de su hacha?

Ágata no pudo prestar demasiada atención a la situación, debido al guardia que la estaba cazando. Pese a estar envuelto en una armadura que, a todas luces, debía pesar un quintal, su oponente se movía con inexplicable soltura. Y este hacía girar su maza como si pesara lo mismo que un sonajero.

—Se acabó. No pasarán de aquí —dijo el condenado.

Este alzó su arma y la bola de la maza se envolvió en llamas. Descargó un fuerte golpe que Ágata fue capaz de esquivar sin inconvenientes, pero el golpe provocó un estallido de llamas que se esparcieron desde el punto de impacto. Las armas de sus camaradas absorbieron las llamas que iban dirigidas hacia ellos, pero el resto tomó por sorpresa a muchos enanos que no vieron venir el golpe. Ágata tuvo que saltar para evadir el fuego, y trató de caer encima del grol con sus dagas a punto, pero este fue capaz de bloquear con el escudo, provocando que la mewmana clavara las hojas en la madera.

—Mierda —se quejó esta.

Colocó ambos pies en el escudo y se impulsó hacia atrás de un salto, desencajando sus dagas, y dando un giro hacia atrás en el aire. Antes de caer, vio por el rabillo del ojo algo que no le gustó nada.

Cuando se situó en el suelo dio un rápido vistazo a su izquierda, y confirmó lo que se temía: el enano que se había quedado tirado en el pasillo ya no estaba allí.

—¡Mierda! —repitió, aún más molesta—. Tenemos que salir de aquí ya.

Era muy fácil decirlo, pero solo bastaba con echar un vistazo a sus compañeros para darse cuenta de que eso no sería tan sencillo. El resto de guardias también habían envuelto sus armas en llamas, y ahora les estaba costando más defenderse. De igual forma, más enanos salían de la armería, listos para luchar. Tal vez, si aguantaban un poco, acabarían ganando por la ventaja numérica, pero, en ese momento, tiempo era algo de lo que no iban sobrados.

Desvío la mirada hacia Biggon, este sostenía un forcejeo con uno de los guardias mientras el otro cargaba hacia él.

Sí conseguía librar a Biggon de esos guardias, él podría encargarse del mastodonte que la estaba persiguiendo.

Corrió hacia el grol y le lanzó una de sus dagas. Este se cubrió con el escudo. Ágata aprovechó el momento para usarlo como puente y saltar encima de este.

Biggon vio que el otro enano estaba por atacarlo por un costado, entonces empujó de una patada a aquel con el que forcejeaba y bloqueo el golpe del que venía.

Mientras estaba en el aire, Ágata levantó su daga y cayó encima de ese mismo enano y se la hundió en el cuello.

—Encárgate del grande, yo me ocupo de este —le dijo la pícara antes de que el enano cayera.

—Me parece bien —respondió el esqueleto.

Biggon bloqueó un golpe de la maza del grol. De nuevo, de la maza salieron remanentes llameantes, pero el hacha que llevaba Biggon las absorbía.

Este le dio una patada al grandote, haciendo que retrocediera un par de pasos. Luego se lanzó hacia adelante sin pensarlo, con el hacha hacia arriba. El grol bloqueó el golpe. Hizo ademán de levantarse, pero Biggon volvió a arremeter. La madera crujió bajo el duro tacto del metal, y las piernas del guardia temblaron. Volvió a repetir el golpe, y dio la sensación de que esta vez fue más fuerte que el anterior. Y así varias veces más.

El grol era incapaz de levantarse. Incapaz de responder. Quitar el escudo resultaría en un golpe terrible para él. Y no parecía sentirse confiado de que su armadura fuese a soportarlo.

Por su parte, Ágata había comenzado un baile contra el enano que aún seguía en pie. Sus movimientos eran toscos, pero potentes. No tenía problema en esquivarlos, pero era consciente de que, si recibía uno no se levantaría.

Los enanos de la armería comenzaban a presentar una lucha más ajustada contra los guardias, podían ganar, pero tenían que darse prisa.

Golpeó a su enemigo detrás de la rodilla, usando el talón, y le hizo perder el equilibrio. Iba a apuñalarlo, pero el enano siguió el movimiento de su rodilla y bloqueó con el escudo, pero cayó de espaldas al suelo. Luego interntó darle una patada para sacársela de encima, mejor ella se echó hacia atrás para evitar el golpe.

El enano trató de levantarse, y Ágata cargó hacia él. Este parecía estar esperándola, porque la recibió lanzando una estocada hacia adelante. La esquivó sin problemas, con la daga lista para lanzar un nuevo ataque. Cuando un sonido hizo que todo se parara durante un segundo. Parecía el resonar de un cuerno. Se escuchaba desde fuera, y se escuchaba tan fuerte que Ágata no dudaba de que todos en la montaña volcánica lo escucharían.

—Es la alarma —dijo el enano contra el que estaba luchando.

Ágata apretó los puños de la rabia y luego le clavó su daga al guardia en el cuello mientras estaba distraído.

—¡Joder! —gritó esta antes de que el guardia se desplomase en el suelo.

El resto de guardias a su alrededor habían sido despachados, y parecía que todos los prisioneros tenían algún arma con la que defenderse. O al menos la mayoría.

—Tenemos que salir de aquí antes de que los guardias bloqueen la puerta —dijo Ágata, enfilando paso hacia la salida.

—No podemos salir, seremos rodeados —se quejó Quelana.

La pícara fulminó a la enana con su mirada y luego se acercó a ella con paso ligero, hasta que sus rostros se encontraron a dos palmos de distancia.

—Escúchame bien, cuando decidiste seguir este plan sabías a lo que te enfrentarías. Si nos quedamos aquí, moriremos, si salimos, algunos morirán, pero otros vivirán. No es lo ideal, pero es lo que tenemos.

—Tiene que haber otro camino. Uno menos peligroso.

—No hay tiempo para buscar otro camino. Aprende una lección de vida, princesa. Cuando tomes una decisión, sigue con ella hasta el final, aunque sea mala. Porque es mejor hacer algo que no hacer nada.

—Pero...

—¡Decide! —le gritó, provocando que esta se callase. Ágata no estaba dispuesta a esperar más—. Biggon, sígueme.

El esqueleto se había metido en la armería sin que ella se diera cuenta. Este se asomó por el marco y la miró.

—Mi hacha no está aquí.

—¿Y qué?

—No pienso salir sin mi hacha.

La pícara se quejó y dio media vuelta. Como siempre, terminaba sola. Mejor así si sus acompañantes la retrasaban.

—Oye, espera —le dijo Quelana antes de que se alejase.

No le respondió, solo siguió a paso ligero.

—Tendré que arreglármelas para escapar por mi cuenta. Si consigo salir rápido de aquí sin que me vean, tal vez pueda aprovechar para escabullirme por la entrada mientras todos se centran en la prisión —se dijo a sí misma, intentando organizar sus pensamientos.

Llegó hasta la puerta de entrada y trató de abrirla, pero se dio cuenta al instante de que estaba cerrada. Algo lógico.

Comenzó a buscar las llaves en su ropa, pero no las encontraba. Recordó que se las había dejado a Quelana, por lo que soltó otro quejido. Sacó su juego de ganzúas y se agachó.

—Habrá que hacerlo a la antigua usanza.

De pronto alguien colocó un juego de llave a escasos centímetros de su rostro, justo a la derecha.

—Creo que necesitarás esto —dijo la enana. Ágata se giró hacia ella sin decir nada, enarcando una ceja. Quelana pareció entender qué quería decirle con ese gesto—. Tenías razón. Eres dura e insensible, pero tenías razón. No tenemos muchas opciones. Debo decir que esta no me gusta, pero ya es tarde para echarse atrás.

El grupo de prisioneros aparecieron detrás de ella, listos para continuar.

—Así me gusta —dijo Ágata, tomando las llaves—. Espero que estén preparados para vivir un infierno.

Un sonido fuerte sonó en la parte de fuera, muy cerca de ellos. Eso la hizo dudar por un segundo, pero ya estaba retrasando demasiado la huida. Giró la llave y sonó el clic de la puerta. Pudo sentir los nervios y la tensión de todos los presentes. Tragó saliva y tomó aire. Empujó la puerta y se encontró con algo que no se había esperado.


Su madre estaba acabando de examinar su cuerpo después de que Kleyn lo hubiese puesto a prueba en su dimensión.

—¿Cómo está? —preguntó este.

Ella estaba pasando los dedos encima del metal centelleante.

—Está impecable —dijo ella—. Te hemos estado viendo durante las pruebas. Parecía que te iba bien. ¿Tú lo sentiste bien?

—Sí. Las extremidades responden bien a los impulsos nerviosos. No me produce tirones en la parte en donde la carne y el metal se juntan. Contiene muy bien el fuego que produzco. Y ya me acostumbré a su peso y a los niveles de presión que ejercen.

—Bien. Nos pasamos muchos años haciendo pruebas y llevando las extremidades al límite, pero parece que por fin forman parte de ti. —La mujer le miró con una sonrisa de orgullo en el rostro, pero que también estaba cargada con un toque de melancolía.

—Sí —dijo él, algo contrariado—. Supongo que es el momento de regresar.

—Sí —respondió ella, con un ánimo similar al de él.

Ninguno de los dos quería continuar la frase porque sabían lo que vendría. No querían despedirse el uno del otro.

—Oh, vamos. No pongan esas caras largas —dijo su padre, apareciendo por un lado y envolviendo a ambos entre sus brazos—. Nuestro hijo tiene que regresar para seguir haciendo su trabajo. —Agitó el brazo con el que sostenía a la mujer, porque aquellas palabras se dirigían sobre todo a ella—. Pero ambos sabemos que él puede regresar a visitarnos cuando quiera—. Esta vez agitó el brazo con el que lo sostenía a él—. Vamos, no alarguemos más este momento, o se hará más difícil para ambos.

—Sabes que nunca me gustaron las despedidas —le dijo su madre al tipo.

—A mí tampoco —concordó Kleyn.

Madre e hijo se miraron, y al final él sonrió.

—Prometo que volveré —dijo él.

—Más te vale —dijo ella, y se acercó a él para que todos se abrazaran—. Pero más te vale que vuelvas con vida.

Eso le hizo gracia.

—Lo intentaré.

Después de unos segundos se separaron. Kleyn ya estaba listo para partir. Se quedó mirando a sus padres un momento antes de abrir el portal.

—Seré un mejor Forjador.

—Lo sé —dijo ella—. Cuídate.

—Y protege a quienes quieres —dijo su padre.

Kleyn asintió, tomó un largo suspiro y luego se giró. Abrió una de sus manos metálicas, la alzó, y con los dedos acabados en punta rasgó el tejido dimensional de un zarpazo. Un portal se abrió delante de él. Cruzó la mitad de su cuerpo y luego dio un vistazo hacia atrás: ellos seguían allí. Les sonrió y luego alzó una mano a modo de despedida antes de desaparecer y que el portal se cerrase.

Pese a ya no estar allí, Hekapoo se quedó mirando el punto en el que el portal se había cerrado. No le resultaba fácil desprenderse de Kleyn después de haber pasado tantos momentos con él. No después de por fin sentirse madre. Pero como reza el dicho, tarde o temprano hay que dejar que los pajarillos vuelen del nido.

Inspiró profundo y luego soltó un pesado suspiro.

—Lo voy a echar de menos.

Marco no le dijo nada, y ella se sintió extrañada. Se giró hacia él y creyó ver dos surcos de agua cayéndole por las mejillas.

—¿Marco, estás llorando?

—No —respondió este sin girarse.

Ella sonrió.

—Ven aquí, grandullón —lo tomó de la mano—, tenemos un hijo al que apoyar.

Escuchó como este sorbió un moco que amenazaba con escaparse y luego la siguió.

—Yo también lo voy a echar de menos.

Notaba un calor intenso. Estaba nadando en algo espeso y caliente. Algo pesado.

¿Dónde se había metido?

—Te juro que vi algo moviéndose en el interior del pozo —escuchó decir a alguien.

—Es un pozo de lava. No puede haber nada ahí dentro.

—¿Y si es uno de esos escarabajos de lava? Ya sabes, aquellos de los que nos hablaban nuestros padres.

—Que eso no existen. No hay escarabajos de lava —pudo ver la sombra de alguien asomarse por el borde. Estaba justo encima de él—. ¿Ves?

Era su oportunidad. Clavó las garras de la mano izquierda en el borde del pozo y se impulsó hacia arriba de un tirón. Su otra mano emergió de la lava como un monstruo marino y se aferró al borde. Los enanos se echaron hacia atrás y salieron corriendo. Luego, Kleyn se aferró al borde del pozo con una mano y salió de este. Cuando puso los pies en tierra se sacudió la lava de encima y miró a su alrededor. Debía de estar en la forja de la montaña. Aún desconocía cómo había terminado ahí, pero era lo de menos. Inspiró profundo, disfrutando del aroma del azufre y los metales.

—Es bueno estar de vuelta —se dijo a sí mismo, sonriendo. Sí, sí que lo es. Kleyn abrió los ojos de golpe, comprendiendo lo que aquella voz significaba—. No —se quejó este. —. ¡No! No, no, no. —Yo también te he echado de menos.

El sonido de un cuerno llamó su atención. Provenía de fuera. ¿Qué es eso?

—No lo sé, pero no me gusta.

Se puso la capucha para ocultar su llama y luego abrió un portal que lo llevó al tejado de uno de los edificios de aquella fortaleza. Vio un montón de guardias saliendo de sus casas, algo confusos, pero armados. Como si estuviesen preparándose para una batalla. En las calles había algunos puntos en donde otros guardias estaban guiando a los recién salidos hacia un punto en concreto.

—Ha habido una fuga de prisioneros. Todavía siguen en las mazmorras. Hay que impedir que escapen —dijo uno.

Siguió con sus ojos la dirección a la que todos se dirigían y entornó la mirada.

—Si Biggon sigue con vida, seguro que debe estar encerrado allí. —¿Cómo sabes que está con vida? No sabemos cuantos días han pasado desde que te moriste—. Es un buen punto, pero ya tracé un plan con mi madre. Lo primero es poner a todos a salvo, luego nos centraremos en el asalto. —Pues date prisa, porque ellos parecen estar animados.

Tenía razón, aunque no se lo iba a decir. No perdió el tiempo. Abrió un portal debajo y saltó en este. Apareció en el aire, a muchos metros de altura, y solo algunos pocos de distancia de la puerta de la prisión. Ya había algunos guardias aglomerados allí. Pocos, pero no tardarían en aumentar. Mientras caía, cargó el interior de sus brazos con llamas comprimidas y a los pocos metros de caer las liberó. Al impactar contra el suelo se produjo un estallido de llamas que empujó a todos los presentes y los tiró al suelo. Eso es nuevo.

Kleyn miró sus manos y el orificio circular que estaba ubicado en el centro de cada una de ellas. De este salía un pequeño humillo, remanente de las llamas que había soltado. Luego cerró los puños.

—Hay muchas cosas nuevas. Biggon se va a sorprender. Y tal vez también se sorprenda.... —fue interrumpido por el rechinido de una puerta al abrirse. Cuando se giró, vio a una mewmana pícara vestida de negro y a un montón de enanos detrás de ella— ¿Ágata?

—¿Kleyn? —dijo ella, igual de sorprendida que él.

—-—⩵ ⨀ ⩵—-—

Me he tardado un poco, pero aquí estamos de nuevo. Nuestro "héroe" vuelve a entrar en acción, y ahora por fin vuelve a juntarse con los suyos. Habrá que ver cómo se las arreglan para escarpar, y lo más importante, para solucionar todo lo que está ocurriendo. 

Sí te gustó el capítulo escribe un comentario, sin importar que estés leyendo esto después de uno o dos años de su publicación, pues me encantar leer a mis lectores. Y si gustas, también deja un voto.

Gracias por tu tiempo y apoyo.

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