Capítulo 38: Salvemos a los enanos

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Se produjo un momento de duda en el cual tanto el Forjador como la pícara se quedaron congelados. Sé que este reencuentro debe ser muy importante y emotivo para ambos, pero te recuerdo que una horda enorme de enanos se dirige hacia aquí. Kleyn se giró hacia atrás y vio a todos los enanos corriendo hacia ellos, luego se volvió hacia Ágata y corrió hacia ella.

—Todos adentro —avisó este. Comenzó a mover las manos, como si estuviera espantando pájaros, indicándole a todos que se metieran.

—¡Todos adentro! —gritó una de las enanas que estaba junto a ella.

El resto de enanos tras ellos no pareció saber cómo reaccionar. Varios de ellos, sobre todo los del fondo, comenzaron preguntar a gritos a qué se debía esa decisión. Tanto fue así, que Kleyn llegó hasta la puerta, y solo aquellos que estaban en la parte más cercana a la salida comenzaron a empujar para ir adentro.

—Soy el Forjador —se quitó la capucha—, así que escúchenme, si no quiere morir a manos de los guardias, corran hacia el interior de la prisión.

—Ya lo oyeron —repitió la misma enana de antes—, todos atrás.

Poco a poco y a trompicones, la multitud comenzó a retroceder. Cuando hubo un hueco lo suficientemente grande, Kleyn se metió en su interior y luego cerró la puerta.

—Eso no los retendrá —le dijo Ágata.

Kleyn abrió la palma de su mano y con la mecha de una llama a presión fundió la cerradura de la puerta con el marco.

—Tienen armas ígneas, no creo que eso baste tampoco —opinó la enana.

Kleyn la miró con el ceño fruncido, se echó hacia atrás, y abrió un portal que ocupaba todo el alto y ancho del pasillo, salvando alguna pequeña obertura en las esquinas, por las cuales no cabía ni un bebé.

—Ahora sí. Esto los retendrá un buen rato —aseguró el pelirrojo.

—¿A dónde lleva ese portal? —preguntó Ágata.

—Digamos que a un lugar donde recibirán una cálida bienvenida —rio Kleyn de forma maliciosa—. Que nadie se acerque a ese portal a menos que quiera terminar como un enano asado. —Comenzaron a escuchar golpes en la puerta metálica, pero Kleyn no se inmutó—. Ya se les pasará. Ahora, lo importante —y se giró a la mewmana—. Ágata, cuanto tiempo. Sigues tan pequeña como siempre —dijo este, acariciándole la cabeza.

Esta tenía la misma expresión antipática de siempre. Le apartó la mano de un empujón y luego clavó los ojos en él.

—No hagas eso —dijo con gesto severo. Se ve que ella también te extraña—. Te di por muerto.

—Yo también.

—¿Cómo sobreviviste?

—Esa es la mejor parte, no lo hice.

—Pero, estás aquí. ¿Qué fue lo que pasó? Hace dos días que no sabemos nada de ti.

—Para ti fueron dos días, pero para mí fue... una eternidad —dijo, casi perdiendo la mirada en el horizonte—. Es una larga historia. De todas formas, ¿qué ocurrió en mi ausencia?

—Me infiltré en la base de Gornak, escuché al que creo que será su jefe, y ahora estoy intentando liberar a Biggon y a estos enanos de la prisión.

—Vaya, eso es inesperadamente noble, viniendo de ti.

—Solo nos quería liberar para que tuviera más posibilidades de sobrevivir —dijo la enana que estaba cerca de ellos. Eso me cuadra más.

—¿Y tú eres...?

—Quelana, la princesa de los enanos —dijo esta, haciendo una leve reverencia de cortesía.

—Vaya, una princesa.

—Y usted es el Forjador, ¿verdad?

—Por favor, llámame Kleyn, y no me trates de usted. Puede que sea más viejo que todos ustedes juntos, pero sigo siendo un espíritu joven.

—Demasiado joven, diría yo —añadió Ágata.

Kleyn hizo caso omiso al comentario y comenzó a mirar a uno y otro lado.

—¿Dónde está Biggon? —preguntó.

—La encontré —gritó el esqueleto desde otra habitación.

Este salió de una puerta, sujetando su hacha con ambas manos, y mirándola como si fuese su propia hija. Este la guardó en el amarre de su espalda y luego volvió la atención a su alrededor. De forma inevitable, las cuencas vacías de este dieron con Kleyn. Resaltaba demasiado entre todos los enanos.

—Estás vivo —se sorprendió este.

—Tú también —comentó Kleyn.

Escucharon el sonido de las bisagras de la puerta cediendo ante un último golpe, y el metal se estampó contra el suelo.

—Han entrado —dijo Quelana.

—Tranquila —dijo Kleyn, levantando una mano en gesto de calma. Este miró hacia el portal y escuchó a los enanos hablar entre ellos, diciéndose los unos a los otros quién debía entrar primero. Cuando uno se decidió, se hizo el silencio por parte de los guardias, también por parte de los prisioneros. El incauto entró al portal dando zancadas y se pudo escuchar del interior de este un grito que se apagó en un momento.

—¿Qué le pasó? —inquirió uno de los guardias.

—No lo sé —respondió otro.

—Que alguien compruebe lo que le ocurrió. —Se produjo un silencio momentáneo—. Tú, entra a ver qué ocurrió.

—Pero no quiero morir.

—Joder. Que alguien lo sujete.

Se volvió a producir un nuevo silencio, y luego de un momento, aquel que había entrado pareció salir.

—¿Qué has visto?

—Era lava —dijo, asustado—. Este portal lleva al foso de lava.

Todos los prisioneros se giraron hacia Kleyn al escuchar esa revelación, este solo sonreía con malicia.

—Dudo que vuelvan a intentar entrar por ahí —dijo este.

—Vas en serio —comentó Quelana.

—Ellos también.

—¿Cómo saldremos ahora?

Kleyn sonrió y enseñó una de sus manos metálicas. Luego caminó hacia una de las esquinas de la habitación, clavó sus garras en el aire y luego abrió un portal hasta la otra esquina de la pared.

La enana y varios de los suyos se acercaron al portal, mirando hacia arriba, y de un lado a otro, admirando su extensión.

—¿A dónde lleva? —preguntó uno de los enanos.

—Al interior de un volcán activo.

Todos se giraron hacia él de golpe. Algunos, incluso, se echaron para atrás.

—Es broma —rio este.

—Entonces, ¿a dónde nos lleva? —inquirió Quelana.

Kleyn la miró a los ojos y sonrió.

—A casa.

Los prisioneros se miraron entre ellos, aún dudosos del pelirrojo. Uno de ellos empujó a otro para que lo atravesara, pero solo sirvió para molestarlo. Ágata fue la primera en cruzar. Lo hizo con paso firme y decidido. Varios se le quedaron viendo. Quelana frunció el ceño y fue la siguiente en hacerlo. Algunos de los suyos la siguieron y, poco a poco, el resto se fue animando. Al final, Kleyn se hizo un hueco y se metió con ellos.

Aparecieron en el mismo pueblo de nueve edificios al que habían acudido en primer lugar, antes de que los atacaran los guardias de la Montaña Volcánica. Los prisioneros estaban mirando a todos lados, confundidos y desorientados.

—¿Dónde estamos? —preguntó alguno de ellos.

Tan solo hizo falta esa pregunta para que el murmullo entre ellos comenzara.

—¿A dónde nos has traído, Kleyn? —preguntó Quelana.

—¿No conocen este pueblo?

—¿Deberíamos?

Alguno de los lugareños abrió la puerta y se asomó.

—¿Qué está ocurriendo aquí? —preguntó este.

Varios de los presentes se giraron, y este pareció dar un paso atrás ante tal reacción.

—Un momento —dijo un enano de tez morena y cabello castaño—. ¿Gadler?

—¿Helken? —preguntó el enano de la puerta.

Este salió del todo de su casa y el de la multitud se apartó de esta y se acercó al otro y se dieron un fuerte abrazo.

—Por las barbas de mi abuela —estás vivo, dijo Helken.

—Eso debería decir yo, pedazo de alcornoque —rio Gadler.

—Mira quien habla, sesos de mineral.

Ambos enanos se rieron y comenzaron. El resto, sobre todo los conocidos, se fueron acercando a él para compartir palabras. Gente que no se había visto hacía mucho tiempo. Más habitantes comenzaron a salir de sus casas, y entre los prisioneros había más de uno que conocía a alguno de los que salían.

—Este es uno de los lugares a los cuales huyeron los enanos que se escaparon del yugo de Gornak —le dijo Kleyn a Quelana, quien se hallaba observando los múltiples reencuentros—. Debería haber más sitios como este, pero eso es algo que desconozco.

—Había escuchado algo acerca de la huida de algunos de los nuestros. —La enana asintió sin despegar la mirada de los demás—. Me alegro por ellos. —Este miró a su alrededor por un momento, como si buscara algo—. ¿Dónde están los heridos?

—Tranquila, ya me encargué de ellos. —Kleyn se giró y miró al enorme portal, de este salían varios de sus clones cargando con todos los heridos, y los muertos.

Cuando todos ya se encontraban reunidos, el sol ya había salido del horizonte. Kleyn cerró los portales y luego se fue a su dimensión a buscar madera y lonas con las que montar un campamento improvisado. Al menos así atenderían a los heridos y los exprisioneros tendrían un sitio en el que descansar.

Se pasaron el resto de la mañana montando el campamento, buscando agua y alimentos. Los enanos del pueblo no dudaron en ayudar en todo cuanto se pudo. Cuando todo se estabilizó, allá por el medio día, se produjo una reunión entre Kleyn, Ágata, Biggon, Quelana y tres de los suyos. Ocuparon una carpa grande. En esta dispusieron una mesa y siete sillas. Quelana se sentó en el medio, mientras que los tres enanos y Kleyn y sus aliados se sentaron a los lados. Excepto Ágata, que prefirió apoyarse en una de las columnas de la carpa.

—Bien, conseguimos escapar —comenzó Quelana—, lo cual no es poco. Nuestro pueblo aún tiene mucho por hacer, y una de esas cosas es recuperar el reino.

—¿Cómo piensas hacerlo? —preguntó Kleyn.

—Ya has visto que no son rivales para Gornak y su ejército —comentó Ágata.

—Soy consciente —la enana miró a la mesa y apretó los puños—. Tal vez podamos conseguir aliados que puedan ayudarnos a recuperar nuestro reino.

Kleyn se giró hacia Ágata.

—Podríamos hablar con Talux y el resto para ver si se puede hacer algo.

—Creo que la princesa debe estar atendiendo otros asuntos ahora mismo —dijo la pícara.

—¿Qué otros asuntos?

Ágata le lanzó una mirada furtiva a Quelana y luego regresó a él.

—Políticos —se limitó a decir.

Estaba claro que Ágata prefería guardarse la información al respecto, al menos delante de gente ajena al reino. Recordó que Star y Tom estaban ocupados en ciertos asuntos que involucraban al reino y su situación socio-política en lo referente a los monstruos. A ojos del pelirrojo, aquello parecía estar más que consolidado. Es decir, algún que otro miembro de la Orden Armada no era Mewmano, Buff Frog era uno de los jefes de la fuerza militar de la realeza, y más de un habitante era monstruo o semibestia, o de cualquier otra especie. Pese a ello, tenía que admitir que Star no parecía sentirse conforme. Como todo, quizá los problemas no se dejasen ver a simple vista. Racismo, discriminación, miedo, todo eso iba de la mano cada vez que dos razas tenían que comenzar a vivir la una con la otra. Era algo que ya había visto antes.

Teniendo en cuenta que estar estaría preocupada con otros asuntos, de nada servía preguntar al respecto. A lo largo de su vida, Kleyn había visto en múltiples ocasiones a escuadrones con la voluntad de entrar en acción por una causa ajena, pero los cuales no pudieron hacer nada debido a que su rey no lo permitía. Y nadie se atreve a actuar bajo su propia cuenta a menos que el rey lo permita, o si no será acusado de alta traición.

Aunque, pensándolo bien, se trataba de Star. Tal vez, si le explicaba la situación, esta estuviese dispuesta a ayudar.

—De acuerdo. Yo puedo invocar a varios clones, pero no soy capaz de superar los trescientos.

—¿De cuántos soldados dispone Gornak? —preguntó Ágata, mirando a Quelana.

Quelana miró a uno de los tres enanos a su izquierda.

—Sí, yo he estado al servicio del comandante de la guardia real, y sé que disponíamos de ocho mil soldados. De los cuales mil estaban presos —dijo el enano de cabellos oscuros y barba del mismo tono. Ambos manchados con algunos mechones grises.

—Eso solo la fuerza militar —intervino un enano calvo y de barba pelirroja y corta—. Después hay que tener en cuenta a los grols que se unieron a la causa, los cuales no son menos de tres mil.

—Y también los enanos que no pertenecen a la fuerza militar, y que fueron esclavizados por Gornak. Gente sin entrenamiento oficial. Los cuales ascienden a quince mil —dijo el tercero de los enanos, el cual tenía una cicatriz en un ojo y el labio inferior partido. Estaba rapado tanto en la cabeza como en el rostro. De su barba solo se notaba una fina capa gris.

—Y de esos enanos, ¿cuántos son prisioneros que escaparon? —preguntó Ágata.

—Unos dos mil.

—De acuerdo —dijo Kleyn—, eso significa que nosotros disponemos de...

—De una mierda —intervino Biggon—. Con esos números no haremos nada, aparte de morir.

Duras declaraciones, pero ciertas. Aun sumando todo lo que tenían, solo en potencia militar ya eran superados en número.

—Por si eso no fuera poco, ellos cuentan con armas ígneas. Su armamento es superior al nuestro —dijo Kleyn.

—Algunas de las armas que hemos recogido de almacén son ígneas —dijo Quelana, pero Kleyn negó con la cabeza casi al instante.

—Aunque las tengan, ellos tienen armaduras capaces de absorber las llamas. Nuestras armas no serán muy efectivas contra ellos.

—En otras palabras —dijo Ágata—, si peleamos con ellos, estamos muertos.

—¿Y si hacemos una emboscada al castillo? —dijo Biggon, golpeando la mesa y levantándose de golpe—. Tenemos al Forjador con nosotros —le señaló con la mano—, simplemente podríamos aparecer ahí dentro y destrozarlo todo. —Cada uno de los integrantes de la mesa se giró hacia este al escuchar eso—. ¿Qué?

—No es una mala idea —dijo Quelana.

—Algo curioso, viniendo de nuestro bárbaro aliado —opinó Ágata.

—¿Qué opinan ustedes? —le preguntó la enana a los de su izquierda.

Los tres enanos se miraron entre ellos, dubitativos.

—En efecto, no es mal plan, pero es bastante arriesgado. No sabemos qué tan bien preparados estén Gornak y sus soldados para responder a un ataque sorpresa —opinó el de cabellos negros.

—Han visto los portales, sabrán que el Forjador está con nosotros. A lo mejor se esperan un posible ataque sorpresa —dijo el pelirrojo.

—Estaríamos apostándolo todo a un solo movimiento —añadió el de la cicatriz en el ojo.

Tras oír eso, Quelana pareció estar menos convencida que antes. Algo normal, teniendo en cuenta que estaba decidiendo sobre el destino de su pueblo. Todas las miradas se posaron sobre ella, y parecía que los nervios de la enana aumentaban con cada segundo que pasaba.

—Tranquila, su majestad. Es normal tener dudas al respecto. Muchas vidas se perderán si toma la decisión equivocada —dijo el enano de la cicatriz.

El rostro de Quelana adquirió un nuevo nivel de palidez que no se había visto hasta ahora. Los otros integrantes de ese consejo improvisado miraron al enano con gesto de desaprobación.

—Tal vez podríamos dejar esto para mañana —sugirió Kleyn—. No es una decisión sencilla. Lo mejor sería consultarlo con la almohada antes de realizar una acción precipitada.

—Sí —convino Quelana, retomando un poco de su color. Esta respiró profundo y luego soltó el aire—. Sí. Creo que sería lo mejor.

—Tampoco podemos relajarnos —dijo Ágata—. El enemigo sabe de nuestro escape. Y este es un lugar conocido para ellos. Es probable que vengan a buscarnos en algún momento.

—¿Ellos conocen este sitio? —preguntó la enana.

—Unos enanos vinieron a cazarme a este lugar —admitió Kleyn.

—Entonces no estamos del todo seguros aquí. —Quelana se giró al enano pelirrojo—. Folkei, quiero que tengamos a un grupo que se encargue de hacer guardias. Si alguno ve a Gornak y a los suyos tendrá que hacer sonar la alarma.

—Entendido.

—Por el momento lo dejaremos por aquí. Mañana continuaremos con la plática después de que los primeros rayos salgan por el horizonte. —Todos los presentes asintieron, y la reunión se dio por terminada.

—Qué aburrido. Y yo pensé que tendríamos batalla —se quejó Biggon al salir de la tienda.

Kleyn iba detrás del esqueleto, pero notó a alguien sujetarlo del hombro. Cuando se giró para ver quién era, se percató de que se trataba de la pícara.

—Ven conmigo un momento, hay cosas de las que tenemos que hablar —dijo ella.

—Claro.

Estuvo a punto de seguirla, pero escuchó la voz de alguien llamándolo.

—Forjador —provenía desde atrás—. Forjador.

Se giró y vio a un enano calvo de barba castaña y frondosa corriendo hacia él con una mano alzada.

—Ahora te alcanzo —le dijo a la pícara.

—Date prisa.

Ágata se perdió entre los demás y el enano que llamaba por Kleyn llegó hasta a él.

—Hola —soltó en tono afable—, ¿qué se te ofrece?

—Forjador. Yo, yo quería pedirle disculpas.

Kleyn torció el gesto en una expresión de incomprensión.

—¿Disculpas por qué?

—Por delatarlo a usted y a sus aliados.

—Perdona, ¿tú eras...?

—Rofmetar. Usted y sus aliados se hospedaron en mi morada por una noche. Y yo avisé a Gornak y a sus soldados para que vengan a buscarlos y nos dejen en paz. Usted que ha liberado a mis hermanos y hermanas enanos. Yo... me siento muy avergonzado. Espero que algún día me lo pueda perdonar —dijo en enano, agachando la calva.

—Ah, eso. Sí, ya me acuerdo. No te preocupes, todo el mundo hace lo que tiene que hacer para sobrevivir. Además, eso fue hace muchos años —rio este—. Pero no lo vuelvas a hacer.

El enano alzó la cabeza, incrédulo.

—Muchas gracias. Es usted muy benevolente. Le prometo que no volverá a pasar.

—Eso espero. Cuídate. —Y con eso, Kleyn se despidió.

Caminó por todo el campamento en búsqueda de Ágata. Se fijó en los enanos. Muchos de ellos estaban preparando comida y confeccionando ropa con algunos animales que acababan de cazar. Otros traían agua de un lago cercano. Otros más traían hierbas medicinales para ayudar a los heridos. En muy poco tiempo todos se habían organizado para recuperar algo de su cotidianidad. Pero también vio a los enanos que estuvieron en la reunión con ellos en la carpa. Parecían estar informando a otros acerca de la situación. Cosa que no era de extrañar. Había que estar preparados para un posible ataque sorpresa.

Siguió caminando hasta casi salir del campamento, y vio a Ágata un poco más allá, donde el cementerio de enanos, junto a uno de los árboles. Llegó hasta ella usando un portal.

—Bonito lugar para charlar.

—Es para que nadie se acerque.

Ignorando el olor a cadáver, no era un mal sitio para hablar de cosas privada.

—Dime —invitó el pelirrojo.

—Es sobre lo que descubrí en la guarida de Gornak. Hay un tal Gigael, el cual parece estar detrás del asunto de las tijeras.

—Conque la mente maestra detrás de todo —dijo este—. ¿Qué averiguaste?

—Que ese tal Gigael, sea quien sea, te necesita. O al menos tu cuerpo.

—¿Mi cuerpo?

—Sí. Cuando Gornak habló con él para contarle que te había matado, Gigael solicitó tus restos.

—¿Mis restos? ¿Para qué los quería?

—No lo sé, pero ese tipo sabe algo. Es más, le dijo a Gornak que la próxima vez no te matase. Gigael sabía que volverías a la vida.

Kleyn se quedó atónito por un momento.

—¿Te suena de algo? —preguntó Ágata.

—Para nada.

—Alguna vez escuchaste de alguien que quisiera tu cuerpo para algo.

—Muchas veces, pero más que para propósitos malignos, era para propósitos perversos —dijo este, sonriendo con picardía.

Ágata mantuvo su semblante imperturbable.

—No creo que este sea el mismo caso.

—¿Has averiguado algo más?

—He visto todo su armamento. Se están preparando para enfrentarse a todo un ejército. Están produciendo armas y armaduras en masa. La armería de la prisión no es nada comparada con todo el almacén que tiene preparado. No sé qué tiene en mente ese tal Gigael, pero no tiene buena pinta.

Kleyn se cruzó de brazos y meditó la situación.

—Si eso es así, entonces no podemos tener una confrontación con ellos. No tal y como estamos.

—¿Quieres decírselo a Quelana? —inquirió ella.

Se giró un momento hacia el campamento y la vio hablando con algunos de los ciudadanos. Estaba prácticamente rodeada. No la dejarían tranquila. No ahora que su situación era tan incierta.

—No. Creo que puedo hacer algo que nos evitará tener una guerra civil.

—¿Qué tienes en mente?

Kleyn sonrió.

Abrió un portal que lo dejó en frente de la puerta del castillo de Gornak cuando los primeros rayos del sol asomaron por el horizonte. Dos guardias en la entrada y muchos otros dispersos por toda la ciudad se percataron de su presencia. En menos de lo que se templa el acero en un cubo de agua fría, Kleyn tenía a todo un escuadrón compuesto por enanos y grols rodeándolo. Todos ellos lo apuntaban con espadas, lanzas y alabardas. Mientras que otros esperaban detrás de estos con hachas, escudos y martillos. Y sobre los tejados varios le apuntaban con arcos y ballestas. A esto le llamo yo una cálida bienvenida.

—¿Quién eres? —preguntó el que parecía ser el comandante.

La pregunta le resultó graciosa y ofensiva.

—El Forjador.

—Eso es mentira. El jefe Gornak descuartizó al Forjador. Todos lo vimos en el coliseo.

Kleyn soltó un suspiro de cansancio. Dio un paso hacia un lado, y hacia el opuesto, un clon suyo hizo lo mismo. El escuadrón dio un paso atrás y afianzó mejor las armas. Tanto el original como el clon levantaron una mano prostética, y ambos dispararon una llamarada cinco veces su altura. Todos alzaron la mirada, como si estuviesen viendo a un dragón. Cuando se detuvieron, Kleyn chasqueó sus dedos, produciendo un choque de metales, y el clon se esfumó. Se produjo una exaltación de sorpresa general, y luego se quedaron sin habla, paralizados, como si delante suyo tuviesen a un fantasma.

—¿Me creen ahora?

El comandante tardó unos segundos en darse cuenta de que le estaban hablando.

—Entonces, lo que vieron mis soldados fue cierto —dijo este.

—Sabía que no estaba soñando cuando lo vi —dijo otro.

—El Forjador está vivo —añadió otro.

—Pero, ¿cómo es posible? Todos te vimos convertirte en cenizas —retomó el comandante—. ¿Acaso eres un espíritu vengador?

—No del todo —respondió el pelirrojo—. Digamos que es una historia muy larga, y ahora mismo no tengo muchas ganas de hacer de cuenta cuentos. —Los enanos seguían atónitos ante la situación. Ninguno de ellos sabía qué decir. Kleyn supo que tenía que ser él quien tomase la palabra, al menos si quería terminar con todo—. Que alguien busque a Gornak. Quiero hablar con él.

El comandante reaccionó.

—¿Qué te hace pensar que te haremos caso?

—El Forjador mismo vuelve de entre los muertos y viene a la puerta de la casa de Gornak solo para pedirle una tacita de azúcar y tener una plática con él. ¿De verdad me estás diciendo que no querría verme?

El enano se mostró dubitativo durante un momento. Tomó a uno de las hombreras y le dijo algo al oído, solo para luego mandarlo al interior del castillo. El soldado se fue con prisa.

—No te moverás de aquí, Forjador —dijo el comandante.

Kleyn solo se encogió de hombros. Al menos ahora estaban hablando el mismo idioma.

Se cruzó de brazos y se quedó mirando la puerta, a la espera de que estás se abrieran y aquel medio gigante medio titán se mostrase. No pasó demasiado tiempo hasta que comenzó a escuchar el estruendo ocasionado por los pasos de algo grande. Acercándose cada vez más al enorme portón de delante. De un momento a otro, Gornak apareció empujando el portón con ambas manos, y lo primero que hizo fue clavar los ojos en el pelirrojo.

—Vaya, vaya. Pero si es nada más ni nada menos que el Forjador en persona —comenzó el gigante—. Así que lo que dijeron mis soldados era verdad. Has vuelto de entre los muertos, al menos en parte —dijo, señalando a sus extremidades metálicas.

—Eso parece.

—Así que has regresado de entre los muertos para salvar a los pobres enano y apareces directo en mi guarida. ¿Qué tienes planeado, Forjador?

—He venido aquí para que resolvamos esto de una vez.

—Ya lo hemos resuelto. Yo gané, y tú te moriste.

—Que yo esté aquí delante tuyo significa que el trabajo no está acabado.

—Eso se puede arreglar en un momento. —El gigante levantó su mano y su dedo índice y pulgar se tocaron, listos para dar un chasquido que desataría una lluvia de acero sobre el pelirrojo—. Dame una razón para no empalarte aquí y ahora.

—Porque si me intentas atacar, me iré y la próxima vez que vuelva aquí será con un ejército capaz de rivalizar al tuyo.

—Alardeas demasiado. Me puedo creer que consigas escaparte, pero eso de traer a un ejército —el tipo sonrió—. No me hagas reír.

—Tal vez, tal vez no. Eso no lo sabemos, pero sí sabemos una cosa. Que ahora mismo tienes una oportunidad perfecta para atraparme de una vez por todas si aceptas mi propuesta. Porque, tal parece que me necesitas con vida. ¿O me equivoco?

Gornak entornó la mirada. Kleyn supo que el gigante pudo captar en sus palabras lo que quiso decir con eso.

—Parece que alguna rata se ha colado en mis aposentos y ha hablado de más.

—Más bien una araña.

No dijo nada ante esa respuesta.

—Bien, sabes que eres necesario. ¿Y qué? ¿Vas a huir y ocultarte? Eres el Forjador, muchos te consideran un héroe, y te gusta sentirte así. No serías capaz de defraudar a aquellos que esperan que lo salves. Puedes venir aquí con un ejército o con dos. Somos más de los que crees. De una forma u otra acabarás en manos del líder.

—Tal vez, pero entonces perderías la oportunidad de ser tú quien reclame ese logro —dijo el pelirrojo.

—Eso es irrelevante.

—¿Lo es? —Kleyn dejó que la pregunta flotase en el aire por un momento—. Montaste un torneo en el coliseo porque sabías que estaríamos mirando. Nos invitaste a participar para hacer gala de todo lo que tenías a tu disposición. Hiciste que nuestro combate fuera el último porque sabías que todos estarían pendientes de ello. Y cuando ganaste, exhibiste mi cadáver a todo el mundo como si fuera un trofeo. —Gornak no respondió ante las declaraciones del pelirrojo—. No soy el único que tiene mucho ego aquí.

El gigante entrecerró los ojos hasta volverlos una fina rendija. Por como inflaba el pecho cada vez que respiraba, Kleyn intuía que este querría estar aplastándole la cabeza en ese mismo momento.

—¿Qué propuesta tienes? —preguntó sin más.

—Tengamos un duelo. Uno a uno. Lejos de aquí. Podemos tener todo el público que quieras, pero solo lucharemos tú y yo.

Gornak abrió los ojos de golpe y comenzó a reírse de forma descontrolada. Incluso se llevó las manos al vientre y se dobló. ¿Qué le pasa?

—¿Qué te hace tanta gracia?

El gigante se recompuso como pudo y recobró el aliento.

—Todo este espectáculo. Todo ese discurso. Venir hasta aquí, poner en alerta a todos mis soldados, todo eso solo para tener una revancha. Y dices que yo soy el egocéntrico. Me causa gracia ver cuán hipócrita puedes llegar a ser, Forjador.

—No lo hago por la revancha. Bueno, al menos no del todo. Lo hago para evitar más muertes innecesarias.

—Claro, claro. No hace falta que intentes convencerme de lo que te motiva. Después de todo, ya sabemos cómo eres. Tan solo dime bajo qué términos vamos a luchar.

—Es muy simple. Una pelea con todo lo que tengamos y podamos usar por nuestra propia cuenta. Aquel que quede inconsciente o se rinda perderá. Sí yo gano...

—Sí, sí. Lo perderé todo y me veré obligado a ayudarte, y seré un desgraciado. Lo mismo que la última vez —completó el gigante.

—Sí, eso mismo.

—Me parece bien. Pero si yo gano, todos los enanos que liberaste volverán por cuenta propia a sus celdas. Tus aliados también. Y si no quieren, tú mismo los arrastrarás hasta sus celdas. Y tú vendrás conmigo ante el líder, sin rechistar.

Ambos intercambiaron miradas durante un momento en el que parecía que el duelo se produciría ahí mismo.

—Estoy de acuerdo. La batalla se llevará a cabo mañana, poco después del amanecer. Lucharemos en aquel terreno que se encuentra detrás del volcán. Ese anillo conformado por rocas y riscos.

—Un gran lugar para nuestra batalla final. Que así sea, entonces, Forjador. Acepto tu duelo.

—-—⩵ ⨀ ⩵—-—

Bueno, bueno, bueno. Se está calentando la cosa. Un nuevo enfrentamiento entre el gigante y el Forjador. La revancha.

Si quieren saber a donde irá a parar todo esto, no se pierdan el capítulo de la semana que viene.

Sí te gustó el capítulo escribe un comentario, sin importar que estés leyendo esto después de uno o dos años de su publicación, pues me encantar leer a mis lectores. Y si gustas, también deja un voto.

Gracias por tu tiempo y apoyo.

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