Capítulo 10 _ Condenada

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Capítulo 10

25 de Diciembre, poco después de la medianoche...

"Alma ahogada /de tanta tristeza /de tanta desesperación /Alma condenada /a una tiranía."

Alicia entró a la casa, mientras que Lucas y su mamá se entretenían afuera. Revisó en su celular y encontró finalmente un mensaje de Marisa. Ansiosamente, lo leyó:

"Perdoname, Alicia, pero la situación es muy difícil para mí. Voy a estar un tiempo afuera, visitando a mi familia. Nos vemos"

La consternación la venció. Cayó sentada sobre el sofá, leyendo con más atención, pero el mensaje era claro. Su mente no la engañaba ni nada.

Marisa la había abandonado, y lo peor era que se había despedido de ella por un mensaje de texto. No era capaz de cosa semejante, y sin embargo, Alicia tenía la prueba en sus manos, de que estaba sola en esta lucha. Esto no es posible..., se repitió miles de veces, pero seguía sin poder creérselo.

—¿Alicia? —Apareció Cintia, sonriéndole con algo de modestia—. Alicia, hay algo que tengo que decirte.

La muchacha observó a Cintia con ojos bien abiertos y cristalinos de tristeza, pero su madre pareció hacerles caso omiso, porque su expresión no cambiaba: parecía estar vacía, pues en su mirada no había absolutamente nada.

—Alicia... Lucas va a quedarse a vivir con nosotras.

... ¿Qué mierda?

Miró perpleja a su madre, quien le sonreía y la miraba con una expresión escasa de emociones. Era la primera vez que Alicia veía tal apatía en una persona, y tanta falsedad, pero una falsedad inconsciente. Aquella mujer estaba ciertamente caminando dormida y con los ojos abiertos, no era su mamá. Actuaba como un robot al cual le habían dado la orden de comunicar a la joven la más increíble y desoladora de todas las noticias.

—¿De qué carajo hablás, mamá? —contestó Alicia, con una buena dosis de frivolidad.

—Cuidá tu forma de hablar, Alicia —le reprochó la madre.

La muchacha se llevó las manos a la cabeza, como a punto de arrancarse los pelos, inmersa en la desesperación.

—No podés estar diciéndolo enserio —Se lo negó, tanto a sí misma como a aquella con la cual estaba hablando—. ¿Estás mal de la cabeza? ¿Qué te tomaste para pensar semejante boludez?

—Alicia —Llevó su tono de voz a un volumen más severo—. Soy tu madre, me debés respeto.

—Pero no por eso tengo que estar de acuerdo con tus decisiones —acotó Alicia—. Y mucho menos si se tratan de cosas como traer a un desconocido a vivir a nuestra casa.

—Lucas no es un desconocido. Es mi pareja, lo amo y quiero tener una convivencia con él, porque es parte de esto que tenemos, y eso es algo que también te incluye.

—¿Qué mierda tienen? ¡Saliste con él desde hace poco menos de un mes!

—Mj —resopló la madre—. No me imaginaba que ibas a ser tan desconsiderada y que no ibas a tener en cuenta mi vida personal y mis sentimientos.

—Y yo no imaginaba que no ibas a tenerme en cuenta a mí: tu propia hija.

—¡Por supuesto que te tuve en cuenta!

—¡No lo hiciste! Porque de lo contrario no lo traerías acá, a nuestra casa.

—Perdoná que te lo diga ahora, pero esta casa está a nombre mío, y yo hago lo que se me dé la gana.

—¡Ah! ¿Cómo podés decir eso? La casa es de las dos, es nuestro refugio, ¿o ya te olvidaste? Si papá estuviera vivo, ¿qué iría a pensar de vos, dándole nuestra casa a un extraño?

—Primero... —Le levantó el dedo índice, con firmeza—... ese extraño va a ser mi esposo, y aunque no lo quieras, él está tratando de ser como un padre para vos. Y segundo, el hombre que creías tu papá, no lo es.

Alicia abrió la boca y los ojos, despiadadamente impactada. Esta revelación le era tan rápida y mortal como un flechazo entre ceja y ceja, un balazo en medio del corazón. Ninguna parte de su ser se libró de quiebres: su mente, su cuerpo, su alma, su esencia, todo había le quedado corrompido por un veneno sin antídoto.

—¿Q-Qué? —tartamudeó agudamente.

Se sentía dentro de un foso inundado de agua helada que llegaba a su cuello; estaba ahogándose mientras sufría el dolor de millones de agujas clavadas alrededor de su cuerpo. Era la peor sensación que podía llegar a tener en el peor momento. Era una tortura sin fin próximo cuyo único consuelo podría ser la muerte. Sin embargo, ésta se negaba llegar.

—E-Entonces, ¿qui-quién es el hombre de las fotos? ¿Quién es Roque Quintero sino es mi padre? —Trató de tomar fuerzas para seguir hablando.

—Era mi novio de la secundaria, aquel que murió en un accidente poco después de que yo quedara embarazada —le contó Cintia, con un poco más de fragilidad, a pesar de que aquello continuaba siendo algo de lo que más carecía.

—¿Embarazada... de mí?

—Sí.

—Pero si no fue él... ¿Quién te dejó embarazada?

—Un hombre que conocí en un boliche en Bariloche. Estaba borracha, él también. ¿Qué querés que te diga? Son cosas que pasan.

—¡¡Fui un accidente!! —exclamó, confundida—. ¡¿Yo nací de una aventura que no duró más que una noche?!

—No te pongas así, Alicia.

—¿Y cómo mierda querés que esté con todo lo que está pasando? —le cuestionó con un sarcasmo intensamente ardiente—. ¡La concha de su madre! ¡Acabo de enterarme de que soy una malparida y de que vas a dejar que Lucas se quede a vivir con nosotras sin ni siquiera saber quién mierda es!

—Si dejaras de gritar, podríamos arreglar este asunto como de madre a hija.

—¿Arreglar qué cosa? ¡No podés ser tan hija de puta!

Alicia se arrepintió al instante de lo dicho, pero no había sido tiempo suficiente como para evitar toda la ira y la absoluta cólera de Cintia, la cual se exhibía ahora en esa cachetada que dejó una profunda mancha colorada en la cara de la muchacha. Aquel golpe hizo girar su cabeza varios grados a la izquierda, terminando de quebrar la capa de piedra con la que Alicia estaba protegida, dejándola completamente vulnerable.

—Te prohíbo que vuelvas a dirigirte a mí de esa manera —le mandó con dureza—. ¿Entendiste?

La joven se mantuvo petrificada en el lugar, sin siquiera atreverse a mirarla a los ojos. Intentaba reprimir las lágrimas, por más costoso que fuera.

—Andate a tu cuarto —le ordenó.

Alicia se mordió la lengua, sabiendo que ninguna disculpa serviría en ese momento. "Puta", "prostituta", eran los calificativos que Cintia tanto había recibido en su juventud, en un momento de pura soledad y desolación que había preferido olvidar. Pero el pasado era cruel, y regresaba en forma de lenguas de víboras.

Alicia era apenas una niña, pero conservaba retazos de un recuerdo: en Capital, se habían topado con un hombre que decía conocer a Cintia, ella lo negó, pero él fue insistente, y en un momento hizo una pregunta "¿Cómo cuánto estás cobrando?". La respuesta fue una cachetada instantánea. Una vez de vuelta en su casa, Marisa llegó y le pidió a Alicia con mucho cariño que se quedara mirando la tele en el living mientras ella hablaba con su mama, quien lloraba desconsoladamente encerrada en su cuarto. Años más tarde, Marisa aprovechó que la joven era bastante madura y sintió la necesidad de explicar a qué se había debido tanto padecimiento: a sus quince años, un grupo de "amigas" convencieron a Cintia de que debían todas vender su virginidad, y ésta fue la que más recaudó y al mismo tiempo la que más caro pagó. Tras haber tenido una discusión con estas "amigas", esparcieron por todo el pueblo falsos rumores, graves calumnias, que todo el mundo se creyó: Cintia quedó tildada como una prostituta, y a pesar de no haber estado más que con un único, muchos fueron los hombres que desde entonces la miraron codiciosos y que afirmaron haber yacido con ella. Había quedado manchada y crucificada de tantas mentiras. Sus padres no vieron más salida que desaparecer del mapa, y la pobre de Cintia vivió una buena temporada encerrada como en un claustro. Regresó a la luz mucho más tarde, luego de considerar muerta a esa "prostituta", luego de haberse convertido en otra mujer, fervorosamente católica y hecha de una exclusiva ética y moral. Por eso Alicia no podía entender cómo ahora ésta le confesaba haber quedado embarazada de un cualquiera en una noche de ebriedad. Concluyó en la razón más desgraciada, en que no sabía quién era su madre y en que, al parecer, vivió equivocada respecto a la persona que era. Esto no hizo más que acelerar la destrucción que el veneno le estaba provocando a su existencia.

Corrió a su dormitorio, anhelando porque éste fuera el mejor lugar en el cual hallar paz. Se sentó sobre la cama, quitándose esos incómodos zapatos y subiendo los pies encima de las frazadas. Le hubiese gustado revolear un almohadón contra la pared y gritar con todas sus fuerzas, para demostrar que era capaz de desatar su ira con la violencia de un huracán, para demostrar hasta qué punto le hervía la sangre.

—Alicia —Escuchó a Lucas detrás de su puerta—. Entiendo que la noticia te haya caído como una patada al hígado, pero ya te dije que no querés tenerme de enemigo.

—¿Qué querés de nosotras? ¿Por qué no te vas a la mierda? —sollozó Alicia por lo bajo, susurrando para que él no la escuchara, y sin embargo...

—Qué boquita que tenés, y eso que todo el mundo te tiene de santa —le respondió, abriendo la puerta, invadiendo el santuario de la joven.

—No te di permiso para que entraras —Se puso de pie, quizás creyendo que fingir una postura intimidante la convertiría en una verdadera bestia.

—No lo necesito.

—No quiero verte acá.

—Mj. Me alegro que finalmente seas más arriesgada, Alicia. Me aburría de que fueras tan inocente y miedosa, tan fácil de aplastar.

—No te tengo miedo.

—No sabés mentir.

—¿Qué es lo que querés? —le gritó.

Inesperadamente, Lucas la agarró por el cuello, pero cuando su mano rozó la cadenilla de plata, la piel le ardió y le hizo gemir de dolor. Alicia vio que los ojos se le habían teñido de un rojo vibrante y que sus colmillos sobresalían afilados.

—Es verdad... —dijo, pasmada—. Sos un vampiro.

Él la miró, harto, furioso, como si estuviera conteniendo las ansias por asesinarla.

—Las cosas van a cambiar a partir de ahora —le advirtió—. Si no hacés desaparecer toda la plata que hay en esta casa, si tratás de huir, o de hacer cualquier estupidez por el estilo, si tratás de enfrentarme... voy a torturar y a matar a tu mamá delante de vos, para que cargues por mucho tiempo la culpa de haber sido la responsable de su muerte.

Alicia se tapó la boca con las manos para que su alarido de horror no fuese tan audible. Intentaba retener el llanto que le subía a borbones por la garganta y las lágrimas que se le acumulaban violentamente.

—Voy a estar vigilándote, Alicia —sentenció, antes de marcharse de la habitación y cerrar la puerta con un estruendo.

Alicia se desmayó, estuvo inconsciente por unos segundos que le fueron eternos, hasta que una parte de su cabeza tuvo la energía suficiente que necesitaba para procesar todo lo ocurrido y lo sabido. Su sufrimiento no tenía límites. La vida de su mamá, su propia vida, y la de todos aquellos a quienes amaba, Marisa y quizás hasta Eli, estaban en peligro, y todo por culpa de Lucas, un vampiro. No lo hubiera creído de no haberlo visto recién. Ella siempre temió que la humanidad desconociera gran parte de lo que hay en este mundo, y siempre sospechó que cada mito e historia (como la de los vampiros) tendría algo de verídico y algo de ficción, que había fantasías que podían escaparse de la realidad.

Lucas era vampiro, se lo repetiría a sí misma hasta el colmo, hasta que no le cabieran más dudas al respecto. Calculó que Bruno también podría serlo, que debía serlo. Tenían demasiado en común, y el que hubieran aparecido casi al mismo tiempo, no se trataba de ninguna coincidencia.

Tocó el crucifijo. Había quedado caliente, pero poco a poco iba enfriándose. Lucas le había dicho que se deshiciera de toda la plata, porque ésa era la debilidad de un vampiro, no un crucifijo, ni siquiera el agua bendita. No iba a desoír sus amenazas, pero tampoco podía quedarse indefensa. Iba a lastimarla a su mamá y a ella de todas formas. La única opción que le quedaba era eliminarlo.



Lucas se mordió el labio para impedir que se le escapara un alarido de dolor. La piel no se le había abierto, pero sí quemado hasta el punto en el cual le salieron unas horribles llagas que se negaban a sanar. Necesitaba alimento, aunque fuera una mínima dosis.

Se volvió hacia Cintia, quien todo ese tiempo se había quedado mirando la mano con la cual le había pegado a su hija, preguntándose por qué le había quedado dura y dolida. Lucas se le acercó, tomó su muñeca con delicadeza y la condujo hasta su boca para morderla. Cintia apenas gimió. Todavía estaba bajo su trance, y él, al decirle que cuando la mordiera no le dolería, se quedó tranquila, e ignoró el daño de aquellas agujas en sus venas enterrándose con dureza. Lucas bebió su sangre lentamente, hasta que su herida cicatrizó y desapareció.

—Andá a dormir —le ordenó a Cintia.

 Cintia se fue a su habitación sin chistar, dejando a Lucas a solas con sus propios pensamientos. Primero, pensó en Alicia. No importaba que se hubiera enterado que él era un vampiro, nada en sus planes habría de cambiar. Ella no era capaz de hacer que todo se desmoronara, y sin embargo, había quienes sí, y no estaban muy distantes.

La presencia de hoy... Tienen que ser ellos.

Agarró las llaves de la casa y cerró al irse. Caminó hasta una de las esquinas y marcó un número en su celular.

—¿Maestro? —atendió un hombre—. Estamos desesperados. N-No sabemos qué hacer. Dos de nuestras guaridas fueron...

—¿Te di permiso para que hablaras?

El subordinado se calló.

—¿Qué carajo está pasando con ustedes? ¡Imbéciles! ¿No saben hacer nada bien?

—Maestro, por favor. Perdónenos. No sabemos qué hacer. Los Guardianes encontraron más de cuatro de nuestros escondites. No tenemos en dónde escondernos, ¡no tenemos a dónde ir!

—¡Por mí se pueden ir a la concha de su madre! ¡Pelotudos! ¡Cagones de mierda!

—P-Pero, Maestro, n-no pudimos. No pudimos contra ellos. Hay más de los que creíamos y...

—¡Olvídense de los Guardianes! Quiero que busquen al Lord Vampiro del que les hablé, y que lo secuestren.

—¿Secuestrar a un Lord Vampiro?

—¡¿También sos sordo?!

—P-Pero es imposible. Somos muy pocos y...

Súbitamente, Lucas se aturdió por el ruido de una puerta siendo derribada, y por los gritos que se oían a través del celular. La llamada se cortó, luego de que aquel con el que estaba hablando blasfemara y gimiera de dolor. Enfurecido, Lucas aplastó el celular y lo lanzó contra una pared.

Acababa de perder a casi todos sus subordinados.



—¿Alcanzaron a ver quién era el Lord Vampiro? —les preguntó Damián a sus compañeros, sentándose en una de las bancas del bar de la cocina de paredes blancas y pisos de madera lustrada.

—No aparentaba más de veinte, aunque es imposible calcular la edad de un Lord por su apariencia física —respondió Ezequiel, cruzado de brazos.

—El que perseguía yo tenía pelo negro, eso es lo único que pude ver desde lejos, y además estaba acompañado por dos pelirrojas. Una de unos treinta y tantos, y una menor de dieciocho.

—¿Viste la matrícula del auto en el que iban?

—No tenía.

—Era de esperarse.

Vale entró desde la sala de estar, con el teléfono en la mano.

—Mamá dice que los superiores nos van a dar un auto para reemplazar el que "nosotros" rompimos, pero que no vamos a tener permiso para usarlo a menos que sea una emergencia —anunció, malhumoradamente—. Muchas gracias, Damián.

Lo miró, aguardando una respuesta cargada con recelo y sarcasmo. Estaban acostumbrados a pelear a diario, pues eran hermanos y muy distintos entre sí. Sin embargo, en esta ocasión, él no le contestó, ni siquiera parecía haberla escuchado, ya que estaba mirando en dirección a la nada, demasiado pensativo.

—Uy. El accidente lo estupidizó todavía más —bromeó ella sin ninguna gracia—. ¡Damián!

Entonces, él le devolvió una mirada de soslayo, como diciéndole que no lo interrumpiera.

—¿Qué te pasa, nene?

Damián bajó de la banca y se fue, indignado.

—¿Y ahora? ¿Qué le pasa a éste? —le preguntó a Ezequiel, quien se encogió de hombros, indicando que no sabía nada.

Damián subió a la planta alta, hasta su habitación, en donde dio varias vueltas mientras que su mente maquinaba con dificultad una serie de ideas en cuanto a los sucesos de hoy, y al mismo tiempo, preparaba un plan de lo que iba a hacer en los días siguientes, persiguiendo al Lord Vampiro y rescatando a esas mujeres que lo acompañaban y que, podrían también ser la clave para hallarlo a él. Si averiguaba quiénes eran ellas, entonces también sabría quién era él. Pero por el momento no tenía más datos referentes al Lord, aparte de su color de pelo y del vehículo que conducía, al cual lo más probable fuese que desechara en cuanto supiera que lo estaban siguiendo. No, lo único que le quedaba por hacer para llegar a él era encontrar a esas mujeres.

Al menos, le había sido imposible quitar de su cabeza el rostro de la chica, por quien tendría que empezar toda la búsqueda.

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