Capítulo 12 _ La Rosa y las Espinas

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Capítulo 12

27 de Diciembre...

"Ninguna Rosa /está libre de Espinas /Ninguna Espina /está hecha para herir /sino para proteger a su Rosa"

Iban dos días sin hacer absolutamente nada, sin salir de la casa, sin llamar a Eli o a Marisa, sin encontrar la manera de liberar a su mamá de las garras de Lucas. A Alicia no le gustaba estarse de brazos cruzados, pero que no hubiera estado haciendo nada no significaba que no hubiera estado pensando. Sabía que los vampiros podían ser heridos por cualquier elemento de plata, y que los mitos sobre ajos, estacas de madera y crucifijos por el momento no eran más que mitos. Tenía que descubrir qué era verdad y qué era mentira, tenía que averiguar cuando pudiera de su enemigo para así derrotarlo. Pensó en dónde podría alimentarse de información y en dónde podría pasar un minuto de paz, y comprendió que tenía una única opción.

—Ya terminé de leer el último libro que compré, ma —le dijo a Cintia esa tarde.

Su madre estaba entumecida, sentada en el sillón, dibujando en su cuaderno el retrato de un oscuro bosque, en medio de una tormenta, por donde una figura negra e irreconocible se aproximaba. Sus sueños eran cada vez más específicos, y por lo tanto, los dibujos necesitaban ser más detallados, requerían más tiempo y más concentración, o en todo caso, más introspección. Nadie sería capaz de despertarla de ese trance, salvo quizás Lucas.

—¿Puedo ir a la biblioteca a pedir uno? —le preguntó la joven, quien al estar esperando una respuesta afirmativa, ya había preparado una cartera de cuero lo bastante espaciosa para guardar el celular, las llaves, el MP3 con los auriculares, y un libro.

—Sí podés —respondió Lucas a sus espaldas, sorprendiéndola—. Pero el toque de queda es a las ocho. Tenés cuatro horas para hacer afuera lo que se te dé la gana.

Ella lo contempló sin saber cómo reaccionar, pero disimuló su asombro, como en cada ocasión en la que Lucas aparecía de la nada.

—Por favor, tratá de ser puntual —agregó con una sonrisa superficial que representaba un mal augurio para Alicia.

Se marchó sin siquiera dar gracias, entendiendo que el que pudiera salir de la casa no significaba que tuviera libertad.

Mientras atravesaba el patio que conectaba los dúplex, Alicia se sintió no sólo observada, sino también asfixiada por el silencio de la gente. Sus vecinos no habían salido de la casa ni hacían el más mínimo ruido, era como si no estuviesen vivos. Y puede que no lo estuvieran, que tal y como Cintia fueran títeres, que estuvieran inconscientes e incapacitados para actuar por voluntad.

Los árboles del patio le parecían cada vez más grandes, y aunque proporcionaran una bellísima sombra, también parecían tornarse siniestros. Se destacaba, además, que casi todos los días aparecía el cielo nublado, pero sin decir nada, no eran más que nubes cubriendo el sol, opacando su luz. Pudiera ser que la precencia de Lucas incluso fuese capaz de afectar a la naturaleza.

A pesar de haber gente en la calle, Alicia se sentía sola y en medio de la nada. Las personas no hablaban, los pájaros y las cigarras no cantaban, y los perros vagabundos no ladraban ni hacían más que dormir.

Caminó unas cuantas cuadras hasta un edificio viejo y poco llamativo de color crema que tenía un mosaico en donde estaba escrito: Biblioteca Popular. Era una residencia alta, pero no tenía más que la planta baja. Por fuera lucía chico, pero adentro resultaba ser enorme. Alicia entró y vio un vestíbulo con dos puertas a cada lado, una que iba a una sala privada de estudio y otra a un aula "parlante", donde se podía estudiar en grupo y conversar. Alicia fue hacia el frente, donde estaba el cubículo del bibliotecario, un hombre cincuentón, canoso y con ojos castaños, que se dedicaba al trabajo y sólo al trabajo de poner sello a los libros y de chillarles a los que hicieran ruido.

—Buenas tardes, Sr. Montserrat —le saludó Alicia, entregándole su carnet de membrecía—. Hoy voy a usar una computadora, sino es molestia.

—Molestia sería que la rompieras —le dijo él, inexpresivamente—. Adelante —le señaló la puerta al costado que llevaba a la biblioteca.

Era un sitio espacioso, lleno de repisas y estantes de madera con libros, cajas repletas de más ejemplares, y a un lado una fila con unas cinco computadoras. En medio de todo había dos largas mesas con banquetas. No había ventanas, sino luces de bajo consumo y ventiladores que sin importar la edad seguían siendo útiles. Alicia contó a unas cuatro personas: dos chicos estudiando para rendir, muy seguramente, en la mesa de febrero, una chica en una computadora, copiando información en un cuaderno mientras escuchaba música con los auriculares, y un chico acomodando una pila de libros en los estantes.

Alicia se acomodó en una computadora aparte, se puso los auriculares enchufados a la PC, y buscó en Google: "La verdad sobre los vampiros". Chequeó unas cuantas páginas que, en su gran mayoría, eran blogs y foros de fanáticos que decían ser vampiros, colmados de comentarios estúpidos y mitos de libros y películas de ficción. Luego buscó documentales que estuvieran basados en hechos reales, pero tampoco resultaron ser muy convincentes, ya que siempre hacían mención a clásicos góticos como "Drácula" de Bram Stoker y "Crónicas Vampiras" de Anne Rice. Encontró información sobre Vlad III Draculea, el príncipe rumano que inspiró al escritor para su colosal éxito, pero no consiguió nada exacto: algunos decían que había sido un verdadero vampiro, y en otros decían que, más allá de sus sanguinarias costumbres, como la de mojar el pan en la sangre de los enemigos a los cuales empalaba (que además sería otro mito sin verificar), no lo era. Hasta encontró un documental de National Geografic sobre vampiros, y sin embargo, la información verídica era escasa: unos cuantos testigos entrevistados que afirmaban haber sido víctimas de vampiros, personas a las que secuestraron y drenaron con máquinas su sangre para alimentarse de ésta, estudiosos que contaron acerca del folklore de la cuna del mito de los vampiros, un club estadounidense en donde los fanáticos iban de noche para hacerse los vampiros, entre otras cosas.

Al terminar el video, la pantalla se puso en negro y reflejó la cara de Alicia, junto a la del asistente que se asomaba a un lado, husmeando.

—¡Ah! —profirió una exclamación que asustó al chusma.

Por un minuto, las miradas de todos estuvieron encima de ellos, pero al otro instante, se apartaron.

—Perdón, perdón, perdón —Enseñó él las palmas de las manos, agitándolas, pidiéndole que se tranquilizara—. No quería espiarte ni nada, es que... me quedé enganchado con el video que estabas mirando —excusó, ingenuamente.

—Ah. Eh... Sí, bueno, este... Estoy buscando información "convincente" sobre vampiros. Es... para escribir una novela —mintió.

—¡Buenísimo!

—¡¡SH!! —les indicó desde lo lejos el Sr. Montserrat, fulminándolos con la mirada.

—Pero, che, para una novela vos podrías inventar cualquier cosa y nadie podría decirte nada. Hay vampiros que ahora brillan a la luz del sol, ¿no? Bueno, quizás eso sea exagerado.

El muchacho de pelo y ojos castaños, con una simpática sonrisa, agarró una silla y la puso junto a la de Alicia, para sentarse a su lado.

—¿Cuál es tu modelo vampírico? O sea, ¿qué características tiene? —le preguntó.

—Puede hipnotizar a la gente y, por el momento, su única debilidad es la plata.

—Interesante. ¿Por eso el crucifijo? —le señaló su collar.

—El crucifijo fue un regalo, y me gusta usarlo por mi fe cristiana.

—Ah. Pensaba que eras del estilo gótico, aunque no tenés mucha pinta, digo... ¡Ja, ja, ja! —Se sonrojó, avergonzado—. Soy Lautaro, Lauti de cariño.

—Un gusto. Me llamo Alicia Quintero.

—¿Alicia como la "Alicia en el País de las Maravillas"? ¡Je, je, je!

Alicia mantuvo su cordial sonrisa, a pesar de que muy en el fondo se sintió frustrada por esa broma, que era la que muchos le hacían. El único país que últimamente visito es el País de las Pesadillas, se dijo a sí misma.

—Entonces, ¿una novela de vampiros? ¿De qué trata? —le preguntó él.

—La madre de la protagonista está siendo encantada por un vampiro, y la protagonista busca formas para matarlo.

—¿Y cómo es la protagonista?

—Es una chica normal como cualquier otra persona.

—Seguramente la vaya a leer. ¿Tenés un blog o algo?

—No, por ahora no.

—¿Y en dónde vas a publicar?

—Lo estoy pensando.

—¿Sabés qué? Yo leí unas cuantas cosas sobre vampiros, así que... si necesitás una mano...

—Por el momento, estoy bien. Gracias.

—Ah, está bien. Bueno. Tengo trabajo que hacer. ¡Ja, ja! Nos vemos, Alicia.

—Adiós.

Lautaro se fue para proseguir con su tarea: acomodar los libros. Aparentaba sencillez y humildad, ya que no tenía nada diferente que lo destacara del resto, excepto por su afición a los libros, los cuales ojeaba a medida que guardaba. Repentinamente, Alicia se dio cuenta de que se había quedado mirándolo mientras pensaba por un largo rato, y se volvió a la computadora.

Minutos más tarde, vio que en el reloj marcaban las siete de la tarde. Su insípido toque de queda era a las ocho, y debía obedecerlo para no tener que pasar por alguna pena. Apagó la computadora y salió, despidiéndose de paso del Sr. Montserrat, que a pesar de haberle contestado con un "Hasta luego", no hizo más que dedicarle una mirada de soslayo.

El sol no iba a ponerse del todo hasta después de una hora, por lo cual todavía quedaba algo de luz natural. Sin embargo, todo estaba tan calmado y silencioso, que Alicia no tardó en advertir la rapidez con la cual el miedo le comenzaba a erizar el vello de la piel. Las sombras parecían alargarse con el fin de atraparla, y el aire a su alrededor zozobraba de tanto suspenso.

—Hola, Alicia.

Había percibido el peligro mucho antes de que éste hablase. Se dio la vuelta y lo encaró, suplicando que no fuera peor que Lucas.

Bruno sonreía, y tenía el mismo brillo perverso y guasón en su mirada que el día en el cual por poco asfixiaba a Alicia. Estaba solo, sin Jaime, y lo disfrutaba, porque sin él no tenía límites. Podía hacer lo que quisiera.

—Sé lo que sos —le dijo Alicia, aferrando las manos a su cartera, como si ésta pudiera protegerla.

—Qué sorpresa. ¡Je, je, je! —se burló él—. Espero que eso me facilite las cosas, porque necesito carnadas para un pez gordo, y se me ocurrió que vos podrías formar parte. ¿Te parece bien?

—Sos un monstruo.

—Supongo que eso es un no —La miró con sus ojos teñidos de escarlata.

Sabiendo que pretendía abalanzarse sobre ella, Alicia se arrancó el crucifijo del cuello y lo presionó contra el ojo de Bruno hasta darse cuenta de que se lo había enterrado. Él gritó desesperado e incapaz de sacárselo. Sin quedarse a verlo en su mortífera agonía, Alicia corrió, perseguida por los alaridos y las maldiciones de Bruno. Corrió tan rápido como sus piernas le permitieron, corrió estimulada por la adrenalina que el terror le provocaba.

Dio vuelta a una esquina para perderlo, pero no le sirvió de mucho porque él estaba ahí, esperándola. Se atragantó con el grito de horror producido por la imagen de la cara de Bruno, desfigurada por la plata. El ojo izquierdo y la zona que le rodeaba era carne quemada y al rojo vivo, era una marca que le quedaría de por vida. Su expresión no sólo era severa y atemorizante, sino también extremadamente colérica.

—Ahora sí que vas a cobrar —gruñó, rabioso.

—¡Alicia! —gritó alguien a sus espaldas.

Se volteó y encontró, para su gran y grata sorpresa, al asistente del bibliotecario, armado con una cuchilla de plata, la cual dejó perplejo a Bruno, acobardándolo. Si un insignificante crucifijo del tamaño de un pulgar pudo hacerle semejante herida, entonces un cuchillo como aquel podía descuartizarlo. Aterrado por el simple pensamiento, huyó.

—¿Estás bien? —le preguntó Lautaro a Alicia, frenando a su lado.

Ella asintió, estupefacta. No hubiera imaginado nunca que ese muchacho se hubiera dispuesto a salvarle la vida. Quizás se había dejado engañar demasiado por las apariencias.

—¿Cómo...? ¡¿Cómo supiste que yo...? —tartamudeó mientras intentaba formular una pregunta exacta.

—Enseguida adiviné que tenías problemas con vampiros. ¿En serio pensaste que te creí lo de la novela? Sos muy mala mintiendo —le dijo, afablemente.

—Ah... No lo puedo creer —Estuvo apunto de caerse de rodillas, pero Lautaro la sostuvo y le sonrió para animarla.

—¿No te creés que sos mala mintiendo?

—No. No me puedo creer que... que alguien más supiera de la existencia de los vampiros. ¿Cómo averiguaste que eran reales?

—Una noche, un club, larga historia. Encontré esto —Le entregó el crucifijo—. Vi que tenía sangre y me asusté. Pudiste haber muerto de no haber sido por tu collar, y por mí, por supuesto.

—No sabés cuánto te agradezco. Me encantaría quedarme a charlar, pero tengo que llegar rápido a mi casa.

—Te entiendo. ¿Vas a darte una vuelta por acá mañana? Yo salgo de la biblioteca a eso de las cuatro. Podemos salir, tomar algo, hablar de los chupasangres que te amenazan y buscar una solución al tema.

—¿Lo decís en serio?

—Dije que iba a ayudarte.

—¡Muchas gracias! —Casi lo abraza entre lágrimas, pero le pareció que sería demasiado vergonzoso y se detuvo—. Te veo mañana, entonces.

—Hecho. Estoy todo el día en la biblioteca —No dejó de sonreír en ningún momento.

—Nos vemos —se despidió Alicia, antes de salir caminando a toda prisa rumbo a su casa.

Lautaro la miró por unos cuantos segundos, con cierto aire risueño, por haberse ganado tan rápidamente el afecto de una chica tan bonita como Alicia Quintero.



—Tenés olor a sangre fresca —advirtió Lucas, receloso.

El pánico petrificó a Alicia en cuanto Lucas puso sus ojos encima de ella, abiertos y fijos, con las cejas enarcadas, como si fuera a matar a alguien. Por supuesto que tenía olor a sangre fresca: su crucifijo estaba manchado con ésta, y ella no había hecho a tiempo de limpiarlo ni siquiera antes de tener que guardarlo en la cartera para que no se le perdiera. Había estado ahorrándose todo el esfuerzo para lograr que sus lágrimas de emoción aparentaran ser de pánico, para que Lucas no se enterara de que alquien había revivido sus esperanzas.

—¿Qué pasó? —la interrogó.

—Un vampiro me atacó. Me defendí con mi crucifijo —le contestó con una parte de la verdad.

—¿Un crucifijo te bastó para eso? —arqueó una ceja, inquisidoramente.

Por un instante, él continuó penetrando en sus pensamientos con esa fría e indagadora mirada suya.

—¿Conocías a ese vampiro, por casualidad? —le preguntó.

Tragó saliva, dubitativa, decidiéndose entre mentir o revelar su nombre. Si mentía, la descubrirían. Hasta un perfecto extraño como Lautaro la había desenmascarado sin mucho esfuerzo. Eligió apuntar contra un chivo expiatorio, contra quien sabía que jamás podría sentir ni la más mínima compasión.

—Fue el mismo vampiro que me atacó hace unos días —respondió.

—¿Su nombre?

—Bruno Rojas.

Lucas esbozó una sonrisa con filo que alarmó a Alicia.

—¿Lo conocés? —le preguntó ella, aún sabiendo la respuesta.

—No. Sólo sé que está muerto.


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