Capítulo 14 _ Senderos

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Capítulo 14

28 de Diciembre...

"Siempre hay más /senderos por recorrer"

Despertó y se sintió liviana. El sueño había sido agradable y, por primera vez en mucho tiempo, su cuerpo no estaba adolorido. El calor del sol no convertía su habitación en un incinerador, y la luz era clara, sensible y cortés, hasta parecía estar pidiendo amablemente el permiso para poder ser quien iluminara la mañana.

Tuvo un buen presentimiento. Hoy iba a dar un paso hacia adelante y a encontrar una respuesta para sus problemas.

Preparó el desayuno, pero no se atrevió a ir al cuarto de su madre porque no sólo ella estaba ahí, sino Lucas también. Tomó su mate cocido en soledad, ideando con ayuda del silencio, qué excusa iba a presentar ante el vampiro para poder salir. Se preguntó si estaría haciendo bien involucrándolo a Lautaro en ese gran peligro: si le llegase a pasar algo, ella no se lo perdonaría.

Aunque el silencio era un buen aliado a esta hora, también la hizo sentirse más aprisionada de lo que estaba. Cada mañana en la cual su mamá no se levantaba de la cama, Alicia ponía música para ella sola. Sin embargo, no podía hacerlo ahora, porque corría el riesgo de despertar y molestar a Lucas.

Se alertó a sí misma al escuchar pasos bajando la escalera.

—¿Vas a salir hoy también? —le preguntó él, sin dirigirle la mirada.

—Quizás —respondió Alicia, agachando la mirada.

—¿A la biblioteca?

—Sí.

—Me extrañó mucho el que fueras para traer un libro y al final volvieras con las manos vacías.

—Me olvidé del libro porque estaba corriendo por mi vida, porque era perseguida por un vampiro que, por algún motivo, tenía la intensión de asesinarme.

—No es muy raro que digamos. Tenés una sangre que huele realmente deliciosa, y un cuello tan fino y delicado que cualquier vampiro siente la necesidad de morderlo.

—¿Por qué?

—Digamos que tu cuello encaja en un tipo de canon. No tiene ni un gramo de grasa, y las venas están tan a la vista... Sos muy tentadora, Alicia.

El rubor en su cara no se debía sólo a la incómoda tensión que se cernía alrededor, sino también a la furia que Lucas le causaba al provocarla. Si quería hacerla perder el juicio, no lo lograría; si quería inspirarle pánico, ella lo enfrentaría. Iba a luchar contra él, por cualquier medio. No iba a dejarse vencer tan fácilmente. Tenía que hacerle ver que su vida y la de su mamá, tenían valor como para arrebatárselas tan a la ligera.

De repente, para echar más leña al fuego, apareció Cintia bajando las escaleras, con los hombros envueltos con una manta, y el pelo despeinado y enmarañado. Sus pasos eran lentos, y su expresión era somnolienta, como si estuviese sonámbula. Alicia se percató de que los dos puntos en su cuello todavía estaban abiertos y sin cicatrizar. Sintió nauseas, pero las resistió mientras se impresionaba con la mueca de estupor y descontento que Lucas puso al ver a Cintia dirigiéndose hacia el sillón y abriendo su cuaderno de dibujos sobre el regazo.

—¿Qué mierda estás haciendo? —le preguntó entre dientes.

—¿Qué le hiciste? —le preguntó Alicia a él, corriendo para socorrer a su mamá, porque tenía la idea de que necesitaba urgentemente ayuda.

—Puede que anoche me pasara de copas, pero estoy seguro de que te dije que no podías tocar esto —Le arrebató a Cintia el cuaderno de las manos, y ella mostró inocentemente su tristeza con un puchero, como un bebé al que le quitan su juguete más querido.

Alicia abrazó a su mamá, tratando de consolarla, mientras que Lucas destrozaba en muchos pedazos el cuaderno, los tiraba a la basura y los prendía fuego con un fósforo. Alicia reprimió el llanto también, afligida por su madre, atemorizada por Lucas, y frustrada por no haberse dado cuenta antes de que aquellos dibujos eran evidencia de lo que quedaba en Cintia. Ahora todo aquello estaba ardiendo en una columna de llamas anaranjadas.

Cintia sollozó, pero no dejó escapar más que tres lágrimas. Alicia la consoló igual que a un niño, porque Cintia tenía la inocencia de uno. Era lo poco que Lucas todavía no le había robado. Era como si se llevase sus emociones, sus sentimientos, su alma misma, cada vez que bebía su sangre.

—Tranquila, ma —le murmuró Alicia al oído—. Todo va a estar bien.

Aquello último no lo dijo como una premonición, sino como una promesa.



Le costó mucho salir de su casa después del incidente con el cuaderno y con el estado en el que estaba su mamá. Al menos sabía que Lucas ni siquiera se molestaría en verla, porque en esas situaciones prefería ignorar su existencia, lo cual era mejor que el que quisiera contentarse bebiendo su sangre.

Mientras entraba al círculo de árboles del jardín, a Alicia la asaltó la paranoia. El recuerdo del vampiro que la había estado vigilando anoche la inquietó. Se viró hacia el árbol junto al cual lo había visto posar, como si lo estuviera viendo con toda claridad. Se acercó y notó un brillo metálico. Era un dije de oro, con la forma de un par de alas, del tamaño de la yema del dedo gordo. Alicia lo sostuvo a la altura de su vista, contemplándolo con sorpresa. ¿Esto es para mí?, se preguntó, confundida, Pero... ¿Por qué un vampiro iba a dejarme un regalo semejante? Entonces, descubrió que no era lo único que el vampiro había dejado. Aplastado con un par de piedritas, había un papel, lo suficientemente espacioso como para que quepan las palabras que tenía escritas: "Tu libertad".

Apunto de ponerse a llorar, tanto por el estar desconcertada y al mismo tiempo conmovida, Alicia guardó ambos objetos en su cartera y retomó su marcha.



La vampiresa escuchó el ruido de la puerta al cerrarse, y los pasos medio inquietos de su compañero al entrar. Se recostó de una forma provocativa sobre la cama, y le dijo, juguetonamente:

—Creo que te va a encantar saber que hay una chica muy caliente, desnuda en tu cama.

Pero no era del todo cierto, ya que no estaba del todo desnuda, sino que tenía puesta una de las camisas de Miguel, lo bastante larga como para taparle por debajo de los muslos.

Él ni siquiera se asomó para verla, ni para saludar. Se sirvió un vaso de bourbon y se tumbó en el sofá de la sala de estar, tirando su sombrero a un costado, con el afán de meditar sin ser interrumpido. Sin embargo, Jez no se la iba a dejar tan fácil. Apareció en la puerta, con una mueca de disgusto, se apoyó contra el marco, cruzándose de brazos, y contempló a Miguel, que ni siquiera parecía percatarse de su presencia.

—¿A dónde fuiste anoche? —le preguntó, directamente.

Miguel se quedó quieto, pero no petrificado.

—¿Fuiste a verla? —insistió Jez.

—¿Desde cuánto te incumbís en mis asuntos? —contestó él, molesto, con otra pregunta.

—Desde que, en 1839, convertirte en vampiro a una princesa enamorada de vos, para que tuviera el poder de hallar su libertad.

—¿La princesa sigue enamorada?

—No, porque se dio cuenta de que estaba siendo usada como un juguete.

—¿La princesa sigue siendo un juguete?

—Un juguete sí, pero de la codicia, no del amor.

Se le acercó hasta ponerse delante de él. Miguel se dignó a pasear sus ojos por su cuerpo entero, deteniéndose en los ojos, el único sector del cual emanaba frío.

—¿Y vos? ¿Juguete de qué? —lo interrogó—. ¿De tu viejo?

—Mi viejo no tiene nada que ver con esto.

—Fue él quien te mandó acá, en primer lugar.

—Fui yo el que se quedó estos quince años.

—¿Y por qué no se quedó él?

—Porque no quiere poner en peligro lo único a lo que más añora en el mundo.

—Igual que vos.

Se sentó entre sus piernas, y Miguel reconoció de inmediato lo mucho que ella lo deseaba, y lo mucho que él podía ganar si la hacía ganar a ella. Su piel era fresca y aterciopelada, con un ligero aroma a jabón de almendras. Ella estaba preparada, en todo momento, para ser, o más bien, para fingir que era de él. Ella era una viuda negra, que procuraba tejer su red cerca de Miguel, ya que él era una presa complicada y que prefería dejar escapar, pero no sin antes intentar acorralarlo.

—Cuando me tenés de esta forma... ¿A quién imaginás? —lo cuestionó Jez, con una mirada aguda.

No necesitaba palabras para dejar más en claro que imaginaba a alguien que no era a quien realmente tenía entre sus brazos. Jez era la amante, y a la vez, el reflejo de lo que él quería.

—¿Por qué estás conmigo si sabés que prefiero a alguien más? —le preguntó él.

—Porque soy tu muñeca, y un juguete de la codicia, de mi codicia.



Lautaro había dicho que estaría todo el día en la biblioteca, pero Alicia no tenía forma para confirmarlo. Se preguntó si iría en vano, o si llegaría muy temprano, pues a estas horas la gente normal se toma la hora del almuerzo y un tiempo de descanso. Tendría que confiar en que todo resultaría.

Seguía sin poder creer que alguien más aparte de ella fuera consciente de la existencia de los vampiros, aunque no le sorprendía, ya que no debería existir ningún secreto que no salga a la luz en algún momento. Lo que le resultaba más asombroso era que alguien, que un muchacho al que se consideraría un don nadie o un traga-libros ingenuo e inofensivo, le ofreciera ayuda para una crisis tan grande.

Por poco se quedó del todo petrificada cuando, al dar vuelta a la esquina de la biblioteca, vislumbró la figura ansiosa de Lautaro, mirando inquietamente en todas direcciones, posado debajo de un árbol. De repente, cuando su vista se cruzó con la de Alicia, esbozó una sonrisa de entusiasmo y alivio. Agitó su mano, saludándola, y corrió para encontrarse con ella.

Lo examinó: tenía puesta una camiseta de mangas cortas de color marrón (más oscura que su tez morena), un par de bermudas verdes y ojotas. Tenía el pelo desalineado, pero en tal cantidad que llegaba a taparle por completo sus orejas. Cargaba con una mochila de camping, lo cual le hizo preguntarse si allí escondería algún arma de plata o si cargaba algún libro.

—¡Alicia! —Frenó delante de ella—. Mi tío acaba de cerrar la biblioteca porque tenía que ir a hacer unos trámites. Traje comida para almorzar. ¿Almorzaste? Te convido lo que tengo: ensalada rusa, lengua a la vinagreta (mi tía es muy buena cocinera, ¡je, je!) y manzanas para el postre – se dispuso a sacar lo mencionado de la mochila, cuando Alicia lo interrumpió, nerviosa.

—Me-mejor busquemos un sitio donde haya gente y no podamos ser atacados. Con lo de ayer fue suficiente.

—¡Ah, cierto! Es mejor estar prevenidos —Volvió a ponerse la mochila en la espalda—. ¿Por qué no vamos a la plaza que está un par de cuadras? Ahí siempre hay gente.

—Bueno, dale.

Alicia verificó en el trayecto que Lautaro hablaba extremadamente rápido pero de forma elocuente, como si ya tuviera las palabras preparadas de antemano. De vez en cuando se le trababa la lengua, pero no por eso iba a parar la charla que, en momentos, incluía a Alicia, y en otros, se incluía a él mismo, como si pensara en voz alta. Le contó con lujo de detalle la historia de su vida: era pueblerino de Dolores, y estaba de vacaciones en la ciudad con sus tíos. Su mamá y su papá tenían una confitería "lo cual explica mis rollitos", dijo frotándose la panza, que era chata. Le gustaba el animé y se consideraba otaku, pero más por jugar tantos videojuegos que por las series que miraba. También tenía cierta afición por los libros, principalmente por los de ciencia ficción: sus autores favoritos eran Stephen King, Horacio Quiroga, Ray Bradbury y Brandon Sanderson. Por último, destacó su poco interés por hacer amigos, y su obsesión con los vampiros, a los cuales estuvo estudiando desde que un día descubrió que la chica a la que quería tranzarse en un boliche había intentado clavarle los caninos en su yugular. Afortunadamente, siempre usaba el colgante con la moneda de plata que le habían dado sus tíos cuando era niño, y gracias a éste se había salvado.

—Perdí mi collar hace un tiempo. Creo que lo olvidé esa vez que fui de excursión a Entre Ríos —comentó.

En un momento, Alicia percibió a lo lejos el ruido del motor de un auto al detenerse. Miró a sus espaldas y vio, a una cuadra, una furgoneta negra estacionándose en una calle contramano. Su paranoia... No, su intuición le dijo que tuviera cuidado, que aquel vehículo podía estar siguiéndola. Por otro lado, no se molestó en alertarle a Lautaro, que no paraba de hablar eufóricamente.

Una vez en la plaza, se ubicaron en una de las bancas más próximas a los juegos para chicos, en donde había varias familias disfrutando el día, por más nublado que se hubiera puesto.

—Menos mal que no anunciaron tormentas —añadió Lautaro, chequeando el cielo, mientras sacaba de la mochila servilletas y utensilios para la comida.

—¿Por qué? —preguntó Alicia, a la vez que él le pasaba la bandeja con ensalada rusa.

—Cuando hay sol, o está así apenas nublado como ahora, un vampiro tiene menos fuerza, es más débil todavía estando expuesto a los rayos ultravioletas —explicó, antes de probar un bocado de la lengua a la vinagreta—. Pero cuando es de noche, o cuando hay tormenta, son bestiales, capaces de descarrilar un tren.

Alicia se estremeció al recordar la fuerza de Bruno en su cuello, y la de Lucas en su brazo. Si tanta fuerza tenían de día, de noche sería incalculable.

—¿Cómo averiguaste todas esas cosas? —le preguntó ella.

—Por mi familia. Mi tío sabía de vampiros y me enseñó todo lo que conocía apenas le hablé de mi encuentro con la vampiresa —respondió Lautaro, masticando la comida de un lado de la boca.

—Increíble.

—Ajá —Tragó una cucharada de la ensalada—. Entonces, tu padrastro vampiro está abusando de tu mamá y te tiene bajo amenaza, ¿no?

—No es mi padrastro. No es nada, excepto un demonio.

—¿Tiene nombre?

—Lucas... a secas.

—Al menos tiene nombre.

—¿Qué importa? Podría ser falso.

—Los vampiros de muchos años suelen cambiarse los nombres, tanto porque lo necesitan como porque tener uno solo les debe aburrir.

—La pregunta del millón es: ¿cómo puedo matarlo?

—Che, bajale un cambio. ¡Ja, ja, ja! ¿Matar a un vampiro? Perdoná que te lo diga, pero hay que tener pelotas de hierro para tratar de matar a un vampiro. Son capaces de partirte al medio antes de que te des cuenta.

—Tiene que haber alguna forma...

—Una daga o una estaca de plata en el corazón es lo más común. Sino tendrías que decapitarlo. También se supone que no son inmunes al fuego, ni a la electricidad... Nah, si se quedaran pegados a una heladera seguirían vivos.

—Tengo miedo de que esto jamás vaya a terminar.

—Vas a estar bien, Alicia. Te lo prometo de corazón —Se hizo una cruz en el corazón—. Y no nos hagamos tanta mala sangre mientras comemos, ¿okey? —Le guiñó un ojo—. Hablame de tu vida, yo ya dije mucho de la mía. Pero omití el tema de los vampiros. ¿Tenés amigos? ¿Tenés novio? —Se inclinó de costado para estar más frente ella, contemplándola con cierta curiosidad.

—Tengo una mejor amiga, Eli. Es charlatana, creo que se llevarían bien.

—¿Soy charlatán?

—En el buen sentido de la palabra —sonrió Alicia.

Lautaro asintió, complacido.

La mente de Alicia aprovechó el momento para recordar a Eli, quien en estos últimos días, probablemente, gastara más de cien pesos en mensajes de textos y llamadas para saber alguna novedad de su mejor amiga desaparecida. Lucas había cortado el cable de teléfono de línea, para que no recibieran llamadas ni pudieran ser llamados, lo cual dejaba a Alicia en un estado agravado de aislamiento.

Mientras que Eli no se atreva a acercarse a mi casa, estará a salvo, pensó Alicia, tratando de aliviarse un poco.

—Y no, no tengo novio. Soy una chica muy ocupada como para pensar en cosas de ese estilo —continuó ella.

—¿Ocupada en qué?

—No trabajo ni nada. Es que me enfoco mucho en el colegio, y siempre que estoy en casa, me interno con mis libros.

—¿Qué te gusta leer?

—Novelas de todo tipo: clásicas, románticas, juveniles, fantásticas. Es por los libros que hablo muy "raro". Mucha gente piensa, al escucharme hablar, que vengo de otro país.

—Tenés una linda forma de hablar, y una voz linda también.

Fingió que se distraía mirando hacia otra parte. Siempre que un chico la elogiaba terminaba poniéndose roja como un tomate. Buscó discretamente algún objeto con lo cual desviarse de tema, y entonces vislumbró una figura desapareciendo tras un árbol más adentro de la plaza.

—¿Qué pasa? —le preguntó Lautaro, un poco preocupado.

—... Ya no me siento segura en ninguna parte —confesó Alicia—. Siento que me persiguen esté en donde esté.

—Tranquila. Estás conmigo. Yo te cuido —Le esbozó una sonrisa de confianza y afabilidad.

—¡Je, je! Gracias.

Alicia sintió el peso y la incomodidad del silencio, por lo cual decidió romperlo.

—Y... ¿Qué hacemos ahora? Quiero decir...

—¿Por qué no seguís hablándome de vos? —le preguntó Lautaro, con un aire ansioso.

—¿Tan interesante te parece mi vida?

—Pues... Bue, che. Es que no soy de salir seguido con chicas, y la verdad es que no tengo ni idea de qué hacer.

—Yo tampoco —Se encogió de hombros.

El nivel de esperanza de Alicia iba declinándose poco a poco. Lautaro era lo más cercano a una mano ayuda, pero si éste no tenía todas las respuestas, tampoco tendría la salvación que buscaba.

—¡Ya sé! Preguntémosle a mi tío qué podemos hacer al respecto —propuso Lautaro.

—Pero no quisiera molestarlo. Además, podríamos ponerlo en peligro. Me carcome la conciencia saber que vos ya estás en peligro por mi culpa —acotó Alicia.

—¡Nah! Vos quedate tranquila que ni mi tío ni yo corremos el más mínimo riesgo ayudándote. Haríamos lo que fuera por vos.

Alicia se aguantó las lágrimas y dijo, apenada:

—Enserio, no sabés cuánto te agradezco que me estés dando una mano. Desde que Lucas apareció, estoy sola.

—¿Por qué no buscaste la ayuda de algún pariente, vecino, o de lo que sea?

—Mi mamá es la única familia que tengo. Está mi madrina, Marisa, pero se distanció mucho cuando ella comenzó a salir con Lucas. Mis vecinos están todos hipnotizados, y no quiero poner en peligro a mi mejor amiga.

—Ese Lucas es un hijo de puta, pero es muy inteligente, me doy cuenta. Elegir como presas a una madre y a una hija que tienen tan pocos contactos es una táctica usada, y el tenerlas tan bien controladas, me parece hasta muy pasional. Se nota que tiene un plan muy estructurado y fríamente calculado.

—¿Lo estás elogiando?

—A él no, obviamente. No voy a elogiar a un asesino. Estoy analizando, y apreciando sus técnicas, como el detective que investiga hasta la menor minuciosidad en cuanto a los movimientos de algún asesino en serie.

—¡Je! Me parece que vos estás bien hecho para ser detective.

—Es verdad —sonrió, con buena autoestima.

—¿Qué hora es? Tengo que llegar antes de las siete a casa.

—Son casi cuatro menos cuarto. ¿Por qué no vamos yendo a la biblioteca para hablar con mi tío?

—Está bien.

Y se pusieron en marcha por donde habían venido.

—Y... ¿El toque de queda también te lo puso él? —le preguntó Lautaro, curiosamente.

—Sí. No sé por qué me "da la oportunidad de disfrutar una vida normal", en vez de matarme de una vez.

—Es el típico gato que juega con su comida.

—Supongo. También me obliga a llevar el crucifijo cada vez que salgo a la calle... —dijo, toqueteando su collar con cierta inquietud. El que jugueteara con crucifijo se había vuelto una actitud cotidiana—... Como si quisiera que esté protegida de cualquier otro vampiro.

—Seguro que es muy territorial y no va a compartir a su presa con nadie.

—Pero sigo sin entender por qué nosotras. ¿Qué tenemos de especial para que quiera hacernos tanto daño?

—Ah... No tengo respuesta para eso. La mente de un vampiro es un embrollo, ¿sabías? Son más histéricos, más pasionales, más caprichosos y más melodramáticos que los humanos, o eso es lo que tengo entendido.

Alicia se entretenía tanto con sus pensamientos que las palabras de Lautaro perdieron sentido, y su mente se negó a asimilarlas. Estaba demasiada concentrada, meditando en cuanto a Lucas y a los secretos que debía estar escondiendo, entre los cuales se encontrarían las razones de por qué las perseguía a Cintia y a ella. Quizás no tuviera motivos, pero Alicia sabía que Lucas no era la clase de persona que se movía sin antes haber trazado en un mapa un camino principal y unos más de repuesto.

Vio entonces, estacionada a un par de metros en la cuadra que enfrentaban, a la furgoneta negra que había cruzado un rato antes. Le provocaba el mismo pánico que había sentido la primera vez. Los vidrios estaban polarizados, y por eso mismo no podía verse quién estaba en su interior. Pero supo por instinto que no eran vampiros, o de lo contrario, su piel estaría erizada y ella sentiría aquella extraña corriente por la nuca que le alertaba de la presencia de uno. Esto era algo de lo que ya se había percatado gracias a que lo tenía siempre cerca a Lucas.

Presintió que la furgoneta la vigilaba, así que corrió la mirada y apuró el paso, pero sin dejar atrás a Lautaro, que no parecía ser consciente de nada aparte de su propio e inagotable habla.

A sus espaldas, el motor de la furgoneta arrancó, y ésta se marchó en la dirección contraria por la cual Alicia y Lautaro seguían, pero fijando el mismo rumbo que ellos.

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