Capítulo 6 _ Trampa

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Capítulo 6

22 de Diciembre...

"No se puede encontrar /la salida una vez /que caés en la trampa"

Conducir no la calmaba, sino que la estresaba. ¿Por qué hay gente que dice que conducir le resulta relajante?, pensaba. Entre la atención que debía ponerle a la calle, a los peatones, y a los semáforos, se mareaba. Le era mucho mejor viajar en el colectivo y con los auriculares puestos, que conducir un coche desastroso y con olor a nafta como su Renault 9.

A Marisa le dolía la cabeza de tanta angustia y preocupación. Llevaba mucho tiempo sin hablarle a Cintia porque todavía no era capaz de perdonarla por lo que le estaba haciendo a Alicia, dejándola de lado por un hombre cualquiera.

Frenó en la vereda delante del complejo de dúplex, al reconocer al tipo del boliche, Lucas, entrando en el impecable Peugeot 308 dispuesto a irse a esta hora de la mañana. Marisa se consternó al pensar en la calamidad: ¿Cintia había dejado a ese hombre quedarse de noche en la casa estando Alicia presente? Ésa era la chispa para que Marisa estallara.

Se dirigió de inmediato al dúplex, con pasos firmes y arrasadores, y golpeó la puerta como si estuviese a punto de derribarla.

—¡Cintia! —la llamó, con furia en su voz—. ¡Cintia, abrime la puerta! ¡Te juro que soy capaz de llamar a la policía!

La puerta se abrió. Cintia miró atónita a Marisa, pensando en que había llegado al punto de la demencia.

—¿Pero qué te pasa, boluda? —le preguntó, consternada.

Marisa no pidió permiso. La hizo a un lado y entró a la casa.

—¡Alicia!

—Alicia está en lo de su amiga —le dijo Cintia, arreglando los pliegues de su camisola—. ¿Me podés decir qué te pasa?

—¡Arrrrrg! —gruñó Marisa—. Pensé que habías dejado a ese tipo dormir en tu casa y con la pobre chica adentro.

—Por Dios, Marisa. Parecés loca. Controlate, por favor. Decime. ¿Qué problema tenés ahora?

—No me gusta ese chabón, para nada. Y estoy preocupada por la seguridad de Alicia.

—Alicia está bien, y ese chabón se llama Lucas, y es mi pareja —la reprochó.

—¡Ja! ¿Tu pareja? ¿Vos estás chiflada, mal de la cabeza? ¿Cómo carajo te hago ver que ese miserable se está aprovechando de vos?

—¿Aprovechándose de mí? ¿Lucas? No digas pelotudeces, Mari.

—¡No son pelotudeces! ¡Es la verdad! Ese hombre ¡es un parásito! Se la pasa todo el día en tu casa, te hace laburar como su esclava...

—Me está manteniendo —la interrumpió—. Él es un hombre de mucha guita, y me está manteniendo. A Alicia y a mí.

—¿Y vos lo dejás?

—Y sí —Se encogió de hombros.

—Entonces el parásito sos vos.

—¿Cómo podés pensar eso de mí?

—¿Te estás prostituyendo para que él te mantenga?

—¡No te voy a aguantar insultándome así! ¡Te vas de mi casa!

—¿Tú casa? ¿No acabás de decir que es él el dueño ahora?

—¡¡Te dije que te vayas!! —gritó Cintia.

Marisa la miró, estupefacta. Cintia jamás le gritó de esa forma. Ellas jamás habían discutido antes, no de este modo. Si peleaban, al otro día se arreglaban y volvían a ser las mejores amigas. Pero esta ocasión parecía ser la excepción.

—Cintia...

—Andate.

—Bien. ¿No querés volver a saber de mí? Bueno, dale. No hay problema. Pero mirá que en cualquier momento vengo con una orden del fiscal para llevarme a Alicia, porque no la voy a dejar a merced de un monstruo como él, ni a merced de una puta como vos.

Cintia la fulminó con la mirada, y no dejó de hacerlo hasta que desapareció tras la puerta.

Marisa se subió a su coche y se fue. No se dejó llevar por las lágrimas tan rápidamente, al menos no hasta estar varias cuadras lejos de la "casa del terror". Hubiera comenzado a llorar cuando llegara a su casa, pero el nudo en la garganta la oprimía de tal forma que no resistió el llanto. No podía creer que una amistad de toda la vida se acabara de esta forma, y encima por un hombre. ¿Cómo podía ser posible? Cintia y ella habían crecido juntas, habían sido hermanas del corazón, habían estado en las buenas y en las malas, desde el colocón que se dieron en su primera fiesta de dieciocho, hasta el funeral de los padres de Cintia. Tantos años de amistad, tantos recuerdos, desechados en menos de un segundo.

La bocina del coche que estuvo a centímetros de embestirla, la despertó. Marisa frenó el coche en seco, y se enjugó los ojos, pero éstos continuaron chorreando lágrimas. En un arranque de ira, golpeó reiteradas veces el volante y gritó.

¿Cintia me abandonó a voluntad propia, o yo la obligué?, pensó en la culpa que le estaba aplastando el corazón. ¿Y si alguien más la obligó?

Levantó la mirada y se vio al espejo retrovisor. El nombre del verdadero culpable se le vino a la cabeza. Lo tenía tan en la mira a ese hombre, aquel mismo que había estacionado su Peugeot en la esquina a sus espaldas. Contuvo una exclamación de asombro mezclado con horror, al distinguir la mirada de Lucas, atravesando el vidrio de su coche, el de Marisa, resaltando en el espejo y cayendo justo en ella. Esa mirada era tan siniestra que parecía casi inhumana.

Volvió a poner el coche en marcha, y dio varias vueltas con el propósito de que su persecutor perdiera el rastro. Finalmente, estacionó en una avenida transitada por varias personas, donde, se supondría, él no podría hacer nada sin montar una escena. Buscó el celular en su cartera y marcó el 911:

—¿Hola? Necesito ayuda. Alguien viene siguiéndome —dijo, angustiada.

—¿Esta persona es peligrosa?

—Creo...Creo que sí.

—¿Qué problema tiene conmigo, señora?

Marisa gritó aterrada. Lucas había aparecido de la nada, inclinado sobre la ventana a su lado, y a pesar de que no exhibiera ninguna emoción, había cierta agudeza en sus ojos, una agudeza amenazante.

—¿Le hice daño en algún momento? —le preguntó él.

—Llamé a la policía. No creas que no te vi siguiéndome. Rajá de acá —Lo enfrentó Marisa, sin necesidad de mirarlo a los ojos pues, por alguna razón, creía que al verlos empeoraría la situación.

—¿Por qué?

—Porque te tengo miedo, y porque sé que no querés ni un poco a Cintia. Nomás querés sacar provecho de ella porque es una persona buena e inocente.

—No fue eso lo que le dijiste recién. La trataste de puta, ¿o me equivoco?

—¿Cómo sabés eso? No estabas cuando...

—Cuando discutieron —sonrió con infamia—. Es una pena, Marisa, que no sepas respetar las decisiones de tu mejor amiga.

—No te me acerqués.

—Le advierto una cosa: si se entromete, alguien saldrá herido.

—¡No se atreva a ponerle una mano encima a Alicia! —le gritó al espacio vacío en el cual había estado Lucas hace un segundo.

Consternada, Marisa sacó la cabeza por la ventana y miró a todas partes, pero no quedaba rastro de Lucas. Se había desvanecido como si nada, al igual que cuando se apareció hace instantes, casi por arte de magia. Ningún humano es capaz de algo semejante, pensó, cada vez más afectada por el estupor y el aturdimiento producido por el tono colérico de aquel hombre. Marisa no recordaba que alguien la hubiera asustado tanto como para que se le pusiera la piel de gallina y la sangre se le helara.

Subió la ventanilla, como para protegerse e impedir que, en caso de que regresara, Lucas volviera a apoyar sus codos encima de ésta para tener su cara delante de la de ella. Arrancó el motor y se fue tan rápido como pudo.



—¿Alicia? —la llamó Elisenda.

Alicia se movió con pereza, ignorando si todavía estaba en un sueño o no. Se viró hacia la madre de Eli, mirándola con ojos abiertos pero adormecidos.

—Perdoná que te desperté. Tu tía Marisa está en la puerta, y dice que tiene que hablar urgente con vos.

—Dígale que un rato voy, que me tengo que cambiar primero, por favor —le dijo Alicia, afablemente.

—Bueno, le digo, pero apurate porque parece estar muy nerviosa y angustiada.

¿Nerviosa y angustiada? ¿Su tía? ¿Desde cuándo?

Elisenda se retiró. Alicia no se molestó en desperezarse con tal de no desperdiciar tiempo. El colchón en el que había dormido era duro y delgado, hecho para romper y contracturar huesos. La muchacha se vistió con la remera verde (que hacía brillar más su pelo), una pollera blanca, y se calzó las ojotas negras. Se arregló lo mejor que pudo, y salió de la casa. Aparcado detrás de las rejas estaba el Renault de Marisa, y ella a pies de la puerta de los Ruíz.

—¡Tía Mari! —le sonrió—. Mamá no me avisó que venías para acá.

—No. Tu mamá ni siquiera sabe que estoy acá.

Alicia arqueó las cejas, sorprendida y confundida.

—Mirá, mi amor. Vengo de tu casa, en realidad. Cintia y yo tuvimos una  discusión muy fea y bueno... Me parece que no hay ningún arreglo.

La supo adivinar de inmediato:

—¿Fue por Lucas?

—Sí.

—Ya sabía que ese malnacido era un problema.

—Me lo crucé recién a él también. Me estuvo persiguiendo en su coche y... y me amenazó.

—¡¿Te amenazó?! —exclamó, molesta y preocupada a la vez—. ¡Tenés que denunciarlo ya mismo, tía!

—Ya hablé con la policía, y me dijo que tenía que alejarme, y que si la cosa se ponía más seria, que volviera a hablar a la comisaría.

Marisa se abrazó a sí misma, mordiéndose el labio a fin de contener las lágrimas.

—Estoy asustada, Alicia —gimió.

Alicia de inmediato vio el brillo cristalino en aquella mirada, y se apresuró para abrazar a Marisa, ofreciéndole a su vez un hombro sobre el cual llorar y una voz que la pueda consolar.

—Estoy asustada —repitió—. Por primera vez en toda mi vida tengo miedo de estar en peligro. Pero es peor todavía... el miedo a no poder hacer nada para ayudarte a vos.

—Yo estoy bien, tía. No tenés que preocuparte por mí —le murmuró Alicia al oído, suavemente, con el propósito de calmarla.

—Pero sos vos la que está más cerca de ese hijo de... Eh, perdón la expresión —Se tapó la boca.

Se separó de Alicia y secó las lágrimas que humedecieron sus mejillas.

—Alicia, vos corrés más peligro que yo en tu casa. ¿Me entendés? Mientras que tu mamá tenga cerca a Lucas y él pueda influirla, cualquier cosa podría pasarte a vos.

La chica tardó poco y nada en perder la cuenta de todos los casos Padrastro-Hijastra que se veían por las noticias tan reiteradamente: el padrastro que abusa a la hijastra, el que la asesina, el que la obliga a prostituirse o a vender drogas.

—Voy a estar bien —Procuró sonar lo más convincente posible, aunque ni siquiera ella podía creer lo que decía—. Mamá estará muy cambiada por culpa de lo que sea que Lucas le esté haciendo, pero ella jamás va a permitir que me pase algo malo.

—Siempre me dije lo mismo, Alicia... Pero ahora no estoy tan segura —suspiró con melancolía—. Cintia... cambió tanto que ni siquiera puedo reconocerla. Y si yo, que crecí con ella, que estuvimos juntas toda la vida, si yo no soy capaz de entenderla... ¿Entonces quién?

—Voy a hacer todo lo que tenga al alcance para ayudarla y para hacerle ver que Lucas no es quien parece. Si puedo hacer que se separen... quizás todo acabe.

—Necesitamos un milagro.

—Lo mismo digo.

Sin más que decir, Marisa volvió a abrazar a Alicia para despedirse de ella. Fue un abrazo corto, pero que, para ellas, duró más que cualquier otro. Se miraron a los ojos. Marisa todavía conservaba una expresión tristísima a pesar de que trataba de mantener esbozada una sonrisa, así como de sostener una mínima esperanza dentro de un lugar y en el preciso instante en el cual te niegan su existencia. A Alicia le costaba sonreír tanto como a su madrina, y sin embargo, lo hacía mejor que ella, porque sabía cómo sonreír incluso cuando otros no lo conseguían. Sabía que tenía que ser fuerte para que otros lo fueran, o al menos, aparentar que lo era. De lo contrario, ¿quién iba a ser capaz de devolverle la confianza a Marisa sino ella? Marisa estaba terriblemente angustiada por la seguridad de Alicia. Lo menos que ella podía hacer era aplacar aquella horrible sensación.

Se quedó en el porche de la casa de los Ruíz mirando al coche alejándose hasta doblar en una esquina. Cuando entró, vio a la mamá de Eli preparando el desayuno. Eran las diez de la mañana de un hermoso día gobernado por el sol, cuya luz podía resultar exageradamente excesiva, en caso de que pudiese ser medida.

—Eli recién se metió en la ducha —le avisó Elisenda, apenas escuchó los pasos de la joven sobre las baldosas de cerámica de la cocina—. ¿Cómo estaba tu tía, Alicia? Parecía media decaída.

—Un poco —respondió Alicia—. Tuvo una discusión con mi mamá y, bueno...

—¿Se van a arreglar, no?

Alicia no supo responder inmediatamente.

—... Supongo —contestó, en voz baja y exhausta.

Supongo que sí..., pensó, si puedo sacar a Lucas de en medio, quizás.

Alicia tampoco podía haberse imaginado que un hombre tal como Lucas era capaz de provocar tanta discordia entre tanta paz. Era como un instinto natural en él, crear y llevar problemas de un lado al otro, y sin importar a quién afectase.

No le cabían dudas. Él era incapaz de amar.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro