Prólogo _ Oscuridad

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Prólogo

15 de Noviembre de 2011...

"Traicionados son /aquellos que se alían /a la Oscuridad /Su único destino, su fin /es el sufrimiento"

La mujer no podía gritar por más que lo intentara. De no haberse dejado convencer por aquel hombre, que tanta plata le ofreció por unos pocos minutos, de que fueran debajo de aquel puente oscuro y siniestro en medio de la noche, ella no estaría en esta situación.

Siempre supo que su trabajo podría costarle la vida, pero no imaginó terminar de este modo, víctima de una bestia peor que el hombre mismo.

El monstruo la tenía inmóvil contra una pared, enterrándole vorazmente los dientes en el cuello, absorbiendo glotonamente su sangre. En pocos segundos la había hecho ponerse verde, y en menos de un minuto, pálida como la muerte. Su mente destruida no daba abasto para concluir el Padre Nuestro, y su cliente no se quedaba satisfecho con el simple hecho de beber; lo que más lo complacía era morderla reiteradas veces y con más fuerza cada vez, para producirle más dolor.

Escuchó entonces el sonido de una persona metiendo sus pies en un charco de agua, y el monstruo se separó de la prostituta a la que había convertido en su alimento, llevándose un trozo de la carne de su cuello que se le había enganchado en los colmillos. Una flecha salió disparada hacia su cabeza, y de inmediato reconoció el lúgubre brillo de la plata de la cual estaba hecha. Llegó a esquivarla, pero en su intento de correr en la dirección contraria a la del cazador, no alcanzó a ver en la oscuridad a la hoja de la espada puesta en horizontal a la altura de su cuello.

El cuerpo se tumbó en el barro de espaldas y se disolvió en forma de polvo, y la cabeza se hizo cenizas antes de que tocara el suelo.

El joven dueño de la espada la envainó, con tanta galantería como un caballero del medioevo, dedicándole a su contrincante una mirada de soslayo. Fue al encuentro de su compañero, quien hincado junto al cadáver de la mujer, pedía el amparo de Dios tanto para ella como para él, pues se sentía condenado por el simple hecho de tener que acortarle el sufrimiento enterrándole una daga en el corazón. Por otra parte, ella se vio en paz.

—Menos mal que te dije que no hicieras ruido —lo reprochó aquel que había matado a la abominación.

—Lo aniquilamos de todas formas —dijo aquel que tuvo compasión de la mujer.

—Gracias a mi efectivo plan B.

—Ja, ja. Muy gracioso.

Mientras contemplaban el cuerpo sin vida de la mujer, manchado de barro, de agua sucia estancada y de su propia sangre, guardaron un minuto de silencio.

—Ya van veinticuatro ataques en menos de tres semanas —mencionó el menos arrogante de ambos jóvenes.

—Los vampiros cada vez tienen menos modales —acotó el segundo, con sarcasmo, pero sin expresar absolutamente nada.

—¡Enserio, Damián! La cosa está grave. Cada noche hay más asesinatos, y no creo que sea pura casualidad que todo empeore de un momento a otro.

—Yo tampoco —Se encogió de hombros, casi desinteresado.

—Algo los está llevando al salvajismo. No sé qué, pero tiene que ser importante, algo peligroso.

—Los vampiros son monstruos, no tienen corazón. Hacer esto es parte de su naturaleza, con o sin algo que los impulse —señaló a la mujer inerte—. Y nada los va a parar si no los destruimos a todos.

—No somos suficientes Guardianes como para extinguirlos.

—Me sorprende tu pesimismo, Ezequiel.

—A mí me sorprende que tan de la nada te volvieras tan pelotu...

El celular en su bolsillo vibró.

—¿Hola? —Atendió.

—A que no saben qué pasó por mi puesto de vigilancia —dijo una voz femenina a través del teléfono.

—¿Qué pasó? ¿Estás bien? —preguntó Ezequiel, angustiado.

—Sin contar con mi uña rota, estoy bien.

—¿Y qué pasó?

—Una pelea entre dos clanes. Unos supuestos "forasteros" desafiaron al clan "dueño de este territorio". ¡Se armó una que no sabés! Tuve que llamar a mis viejos y ellos a unos cuantos superiores para que intervinieran. Los que tenían el Pacto firmado, o más bien, los que quedaron vivos (si es que realmente lo están), se fueron, pero no sin quejarse de la "inutilidad de los Guardianes". Los "forasteros" también se fueron, pero no sin dar pelea, y por pelea, quiero decir PELEA.

—No me digas que hubo bajas...

—Supongo que hubo algunos raspones, moretones y huesos rotos, pero por el momento no hay bajas.

—Ah. Me alegro. Vos más te vale que te cuides, che. Pero ya sé que nadie puede con mi chica.

—No tenés que estar pendiente de mí todo el tiempo, amor. Y, ¿ustedes que hacen por la ruta?

—Desgraciadamente no agarramos a un infeliz antes de que asesinara a un inocente.

—Mal ahí. Mi viejo los va a matar.

—Me imagino.

—Besos, che, que me tengo que ir.

—Te amo.

—Yo te amo más —Y finalizó la comunicación.

—¿No se tomó la molestia de saludar a su hermano? —le preguntó Damián, con ironía.

—Ni ahí.

—Mirá qué forra que es.

—¡Che! Guarda que es mi novia, y tu hermana.

—Me da igual.

Los cazadores salieron del puente al exterior. Era una noche despejada, silenciosa y calurosa (aunque el verano todavía no empezaba), en pocas palabras, ideal para una cacería a la luz de la luna, codiciosa de polvo, cenizas y sangre con la cual refrescarse.

—Volviendo al tema, ¿cuándo fue la última vez que se desató una cadena de asesinatos?

—¿Hace unos veinte años?

—Cuando se encontró la presencia de un Lord Vampiro.

—Lo cual fue hace ¿cuánto? ¿Con la última dictadura militar? No, fue un tiempo después, no hace tanto...

—¡Bue! Es lo mismo. Pero fue por esa presencia que los vampiros comenzaron a tener la "libertad" para hacer lo que quisieran, la suficiente "libertad" para mostrar su lado oscuro y olvidarse del Pacto.

—¿Y?

—¿No te parece que la historia está volviendo a repetirse?

—Si hay un Lord Vampiro en desacuerdo con el Pacto en esta ciudad, tenemos el permiso para clavarle una estaca en el corazón. Pero si vuelven a conquistarnos las fuerzas militares, cagamos fuego.

—Ya sé eso. No jodas.

—¿Entonces de qué te preocupás?

Damián sacó las llaves de su Toyota Corolla 2011 plateado, y al pulsar un botón, las trabas en las puertas se levantaron. Ezequiel guardó la ballesta con flechas de plata en el asiento de atrás, y se acomodó en el lugar del copiloto, mientras que su compañero ponía las manos sobre el volante.

—¿Adónde? —le consultó.

Ezequiel chequeó su GPS.

—Un avistamiento por Mataderos —indicó—. El sitio menos conveniente a estas horas de la noche.

—No va a serlo para los vampiros que se nos crucen —dijo Damián, terminantemente.

A ninguna criatura con sed de sangre le convenía toparse con este par, a menos que quisiera una muerte segura luego de sentir el sabor de la plata quemándole las entrañas.


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