🌌2/ CAPÍTULO 15🌌

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Comienzo de la segunda parte: unir piezas.

Todo hasta ahora fue un prólogo.

(1/2)

Los chicos como Ethan acostumbran romper vasos y después intentar juntar los cristales con cinta adhesiva, sin embargo el premio de patanes se lo llevan en cuanto rompen un corazón y con unas llamadas y un «tenemos que hablar, amor», piensan que van a librarse de sus malos actos hacia las chicas. Para nada; un mensaje nunca expresaría la suficiente necesidad. Y sé que si a las doce de la noche ya tenía tres llamadas perdidas suyas, era porque necesitaba cualquier cosa de mí.

Esa misma y oscura noche, las ventanas abiertas permitían que el aire fresco me diera esa sensación de que mi rostro se encontraba tan caliente de furia. Mi cabeza se había llenado de ideas raras que no me llevaron a ningun punto final. Podía sentir el aburrimiento, cansancio y melancolía recorriéndome las venas con frenesí, y aquello no hacía más que disgustarme.

En cuanto llegué a la conclusión de cómo subirme el ánimo, me levanté por fin y tomé mi mochila con cero delicadeza. Dejé el celular en modo avión descansando en la mesita de noche y, convencida de no necesitarlo, bajé con mi modo silenciosa activado por las escaleras.

El camino ésta noche se me hizo más largo. A veces, cuando menos necesitas pensar es cuando más tiempo a solas tienes. Y así me sentí por aquellos callejones oscuros: sola. Me preguntaba, entonces, viendo hacia arriba, si llegaría el día donde Kaela, esa chica manipulable, saldría para aceptar hablar con Ethan. La respuesta que me di a mí misma fue «No, mi abuelita no me aconsejaría regresar al pasado, sino darle una patada y mandarlo lejos de mí, ahí donde yo no pueda verlo más que como un triste recuerdo»

Dado que mi humor estaba por debajo del suelo como tumba, debí parecer un zombie al presentarme frente a Galen con el pelo revuelto y el pijama debajo de un abrigo y, a causa del airecito invernal, la bufanda roja puesta. A pesar de aquél adefesio andante que era, Galen no borró su dulce sonrisa hasta que notó mis ojos y los leyó con rapidez.

No dije nada; en realidad ¿qué iba a decir, si ni siquiera yo entendía qué rayos me pasaba? Él no necesitó preguntar; estaba de más por mi mirada expresiva. Se acercó y, en cuanto una lágrima inocente hizo el doloroso recorrido por mis mejillas, ya estaba siendo apretujada por sus fuertes brazos. Y por esos segundos, con el rostro en su pecho, juro que sentí la paz que anhelaba.

Mi paz fue él, todo él.

Mi mente, por primera vez tomando un papel amable conmigo, envió recuerdos de la primera vez que lo vi por entre las sombras. Ése chico misterioso con encantadora sonrisa me aconsejó una vez que no llorara por un imbécil, y justamente ahora hacía eso, una vez más. Gracias a ésa simple razón, unos minutos después me comencé a sentir tan patética que yo misma me aparté suavemente de Galen, dejando que sus manos permanecieran en mi cintura, y limpié mis lágrimas con todo valor.

No estuve escuchando consejos de todos, incluidos los de mi abuela y Galen, para ahora derramar una o dos lágrimas porque el imbécil me mande unos mensajitos y se vuelva insistente. Quizás, en un pasado, si hubiera sido así de insistente habría caído, pero no ahora que Galen había subido mis expectativas y me abrió los ojos a una realidad donde yo merecía más.

No iba a permitir de nuevo caer en el juego de Ethan. En su juego todos pierden, incluso él, porque me había perdido a mí.

Como si leyera además mis pensamientos o mis acciones, Galen esbozó una de esas sonrisas que no a cualquiera se le dedica y apretó suavemente mi cintura entre sus frías manos. Continué limpiando mis lágrimas y sonreí. Sonreí, claro que sí, porque aquello me había tomado de sopetón, pero ahora estaba consciente de que llorar no sería opción de nuevo.

—Ahora dime por qué has permitido que tu preciosa sonrisa de borrara.

Su tono agradable me avisó de que estaba orgulloso, tan orgulloso, pero no más que yo de mí misma. Decidí tragar saliva para confesarle, teniendo en cuenta de que necesitaría alguna explicación.

—Ethan me ha llamado varias veces. Me tomó de sorpresa..., pero no quiero hablar con él.

—¿Segura?

—Sí.

Agachó el mentón para besar mi sien sin permiso requerido, porque quizás Galen ya sabía que cualquier roce que tuviese conmigo sería bien recibido. Se quedó varios segundos así hasta que, en el instante donde quise por impulso alzar el mentón para toparme en roce con sus labios, alejó su rostro sin dejar de tomarme de la cintura. Fue tan tranquilizador como decepcionante considerando mi confusión en cuanto a lo que crecía y crecía por él.

—¿Ves que cuando le haces caso al experto en conflictos de pasados, las cosas cambian? —preguntó, entre bromista para hacerme reír y con sutiles toques de verdad.

—¿Debería agradecerte?

A todas estas, hasta un rato más tarde no fui consciente de que mis ojos estaban en sus labios y los de él en los míos, siendo un perfecto momento para comprender que ambos sentíamos lo mismo. Sí, lo sentía latente, el corazón y las intenciones que me dominaban.

—Aceptaría cualquier agradecimiento, princesita.

La curva de sus labios carnosos resultó ser examinada a lupa por mis ojitos inquietos, admiradores. Se curvaron hacia arriba como usualmente y me pregunté cómo sería atrapar sus labios entre mis dientes. O qué cosquilleo sentiría si con un solo roce provocara un beso intenso. Y esos pensamientos involuntarios no hacían más que ponerme nerviosa.

No quería sentir esto tan extraño, tan... efímero. Porque sabía que no lo conocía, y que morboso no sería si ahí mismo lo besara, pero... ¿Qué rayos estaba pensando?

—¿Cualquier cosa, Galen?

—Sí, Kaela.

De pronto tenía las intenciones de agradecerle con un beso, uno de esos que ahora me urgían para entender por fin qué me pasaba con él; pero aquello no podía haber sucedido así. No así: no apenas comenzando a sanar mi corazón y conocerlo sin su máscara de misterio; pero sí allí, en nuestro refugio donde dos almas parecían comenzar a pertenecerse sin permiso de los cuerpos, en nuestro mundo en el que nada ni nadie interfería, un lugar en donde éramos chispas de magia, conexión instantánea y vida. Porque podría estar confundida por sentirme tan extrañamente feliz a su lado, pero nada quita el hecho de que Galen para mí comenzaba a ser ese amigo especial que te hace debatirte entre el «temer o tener» y pensar en el «arriesgarse o saltar».

Rayos, sí que el debate seguiría si no sacaba de mi mente aquellas ideas para entonces alucinantes y para ahora tan innecesarias. ¿Consejo? No piensen tanto las cosas.

—Ya sé cómo agradecerte —dije para olvidarme de todo lo que no fuese parte de la conversación.

—¿Puedo saber cómo?

—Es una sorpresa.

—¿Cuánto tardaría esa sorpresa?

—Una semana.

Se alejó un poco de mí, quizás volviendo a la línea de tiempo donde por un milímetro cometeríamos el error o la bendición de besarnos. Contradictoriamente, sonreímos y nuestros ojos delataron las ansias de, al menos, rozar nuestros labios. Pero ninguno lo haría, porque ambos estábamos igual de perdidos en el mapa de la vida. Él, tan misterioso y mentiroso; yo, tan inocente y con el corazón tan dañado. No, para nada haríamos una pareja perfecta, pero sí una de las más dispuestas a serlo todo.

Volviendo una vez más al dichoso momento, su voz bromista y su acción de agacharse a acariciar a Luna me hicieron reaccionar y negar con la cabeza ante mis propias ideas.

—¿Harías esperar tanto a un chico como yo?

Tomó a Luna en brazos por un breve momento, hasta que ella se apartó de él para olisquear cualquier parte del césped.

—Perdón.

—No te preocupes, me he acostumbrado a esperarte.

No entonó las palabras con tristeza, no las dijo de un modo u otro, y sin embargo, me di cuenta de que le había causado cierta nostalgia. Cada cosa que decía le hacía sentir lo mismo, pero mantenía la sonrisa y para un tercero le sería imposible darse cuenta.

—¿Y no te molesta?

—Lo maravilloso merece ser esperado, por lo tanto no.

—Supongo que tienes razón.

Iba a mostrarse orgulloso de sí mismo y echarme una de esas miradas fugaces, pero de repente su rostro reflejó la confusión pura.

Entonces se marcó un inicio en ésta historia: se comenzaron a enredar los hilos del mundo, y consigo mi mente y corazón comenzaron a hacerse cargo de olvidar lo sucedido.

Todo ocurrió tan rápido que procesar no fue opción, tampoco hablar más de dos oraciones o necesitar repasar dos veces su rostro. Frunció el ceño con pronunciación y movía las canicas de sus ojos verdes a toda dirección en busca de algo o alguien. Por inercia lo copié a la perfección, sintiéndome observada por unos ojos, sin embargo aquello ha de ser por la confusión momentánea.

—¿Qué sucede? —decidí preguntar, tomando las asas de mi mochila, listísima para correr si eso hubiera hecho falta.

Se escucharon unas ramas crujiendo en el suelo, como muy cerca. Los pajarillos que tranquilamente dormían en los nidos de las copas de los árboles comenzaron a revolotear haciendo sus cánticos como en el atardecer. Se tornó el aire tan tenso que me dio la impresión de ser un pesecito asustadizo esperando a ser atacado por un tiburón hambriento.

Galen dio pasos atrás y en una baja exclamación decidió contestarme a una pregunta que no le hice, evitando que su voz fuese preocupante.

—Deberías irte.

—¿Qué? —de pronto todo se oscureció en mi mente, no entendía lo dicho—. ¿Irme?

—Alguien viene, Kaela, ¡vete!

Aquella última exclamación fue suficiente respuesta, sin embargo mi terquedad estaba en mi contra. Pero no se puede ir en contra del universo, no.

—P-pero... ¿Por qué me debería ir?

—Te lo explicaré más tarde.

Todo de él temblaba aunque hacía un esfuerzo tremendo por mantener la serenidad frente a mí. Su corazón palpitaba, no podría haber predicho si porque alguien se acercaba hacia nosotros o porque yo estaba ahí junto a él. Esos ojos que una vez fueron verdes, ahora se tornaban algo más oscuros, ya fuera por el nerviosismo mismo o porque se había alejado de los faroles que le otorgaban a su cuerpo más luz que solo la sombra de silueta.

Por increíble que pareciera, no necesité preguntar nada más. Apreté los dientes y confié en él. Le ordené a mis pies moverse, alejarse y hacerle caso al chico misterioso que parecía no confiar plenamente en mí. Me dolió, y no les voy a mentir, que no me dijera sus verdaderas razones, no obstante di pasos hacia atrás con las intenciones de quedarme a flor de piel.

Vi a Luna aparecer y desaparecer corriendo en cuatro patas por entre los árboles sin hacer un mínimo ruido. Galen, evadiendo todo acercamiento que tuviera la más mínima intención de hacer, apretó los labios y cerró los ojos como muestra de que aquella petición también le resultaba difícil de cumplir. Necesitaba decirme algo; yo también predecía su mente cuando no fingía.

Se veía tan afectado que dudaba de que no fuese mentira que estaba nervioso, hecho gelatina. Con la voz más baja y delicada que pudo lograr, su murmuro se quedó grabado en mi mente por unos mini segundos.

—Nos vemos la próxima noche, princesita.

Pero fue tarde. Muy tarde confié en él.

El aire azotó contra mi cuerpo y de pronto ya mis preocupaciones se volvieron cosas lejanas, muy lejanas. Flotaba entre nubes blancas ahora; veía una figura alejándose y sentía los pies volverse por donde vine. Todo movimiento fue automático, como aquel androide que tiene programado caminar sin caer. No había cabida para pensar, ni siquiera tenía el control de mi propio cuerpo y parecía no necesitarlo.

Los árboles se volvieron oscuros tras apagarse todos los faroles del parque, y la figura de Galen desapareció por completo entre las últimas sombras. Fui sacudida entre tinieblas casi irreales y arrastrada por el fuerte viento, no sin antes notar, como última cosa, la silueta de una niña que entre llantos se lanzaba a una sombra. No podía moverme ahora, ni siquiera aunque estuviera siendo controlada. Había entrado en una especie de hipnosis donde solo pude cerrar los ojos a voluntad y escuchar susurros, muchos susurros mayormente incomprensibles.

... ella... recordar ésto.

... injusto.

... ha... ser así.

En cuanto intenté poder abrir los ojos por un extraño sentimiento de ahogo, lo que quedaba de mí cedió ante esa especie de hipnosis.

No recuerdo más de lo sucedido esa noche, ninguna información relevante que ayudara a unir piezas. Solo sé que en alguna hora de la madrugada abrí los ojos de golpe por culpa de una manecilla que me daba palmaditas en la mejilla. Tenía el pecho agitado y en cuestión de segundos me incorporé para repasar mi entorno, alterada. Me encontraba asustada sin razones aparentes, con las lágrimas recorriéndome las mejillas como si hubiese tenido un mal sueño. Estaba en mi habitación, sentada en mi cama y con los pies ocultos bajo la colcha, temblando.

—Tú y yo tenemos que hablar.

La autoritaria voz me hizo voltear esperando ver lo peor, pero en realidad era mi hermana en un intento pésimo de copiar a mamá. Estaba sentada a mi lado, haciendo un hueco en el colchón y viéndome con el ceño fruncido. Nunca había sentido una resaca, pero por los dolores de cabeza como martillazos que de pronto surgieron, supuse que así se debía sentir. Aunque ¿resaca de qué?

Antes de siquiera tomarme el tiempo de contestarle, me levanté automáticamente hasta el espejo, donde logré visualizar mi cansado rostro. Tenía los mofletes inflados y lagañas en los ojos, mismos ojos medio dormidos de donde caían lágrimas. Fue fácil eliminar el rastro salado de ellas y notar que no lloraba ni me sentía mal por algo; pensé que había tenido una pesadilla entonces; no lo asocié con nada externo a los sueños.

—¿Qué haces en mi habitación?

—Aquí las preguntas las hago yo.

La vi por el reflejo del espejo cruzarse de brazos, sin perder seriedad. De pronto la comparé con Egna Moda por su rostro y el corte de pelo que hacía días se había hecho por pura moda. Quise sonreír, pero me mantuve ocupada bostezando y estirándome como si la noche anterior hubiera estado encorvada.

—¿Qué hice, enana?

Y vaya que sí soltó una bomba peor que las innombrables de Hiroshima y Nagasaki.

—¿Dónde estabas en la noche?

Mis cuerpo se tensó en relación a la pregunta y estuve a nada de inventarle una mentira poco piadosa. La razón por la cual no emití palabra alguna fue que tuve que pensármelo mucho e intentar recordar.

Esa noche... Llegué al Parque de Invierno y recordaba sentir deseos contradictorios de besar a Galen y, a la vez, no hacerlo por miedo a ambas reacciones y a mis propios sentimientos. Como media hora después, ambos leímos un libro entre risas y comentarios y me marché a casa entre bostezos. Mucho más no fui capaz de recordar, solo una extraña sensación de que quedaban recuerdos borrosos a los que no tenía acceso.

Aun pensando en ello y teniendo a mi hermana observándome con ojos analíticos, supe que lo sensato entonces debía ser evitar que mi hermana se enterara de mis salidas diarias.

—Vale, ¿qué quieres? —pregunté de una—. ¿Nutella? ¿Mis Ipods? ¿Que haga tus tareas? Pide lo que quieras.

Ella negó con la cabeza, mostrando rebeldía, cosa que nunca me esperé.

—No quiero nada de eso, no soy una niña —me aniquiló con la mirada—. No te he espiado durante dos noches para que me chantajees emocionalmente, así que suelta la sopa.

—¿Sopa? —sonreí angelicalmente—. ¿Quieres que te haga sopa?

Dudó por haberle dado en el punto fuerte.

—No. ¡Cuéntame y ya!

—Lo acepto —rodé los ojos—, fui a correr. Estoy muy gorda. ¿Contenta?

—Ahora cuéntame la verdad, señorita.

—Esa es la maldita verdad.

—Si no me dices, se lo diré a mamá y a papá.

Tras esa oración que le haría temblar a cualquier adolescente, me quedé quieta en mi lugar pensando en nuevas defensas contra ella. De pronto el bombillito lleno de telarañas se me alumbró para dejarme sonreír ampliamente con cierta malicia.

—Si no les dices nada te llevo al concierto de tu grupo favorito.

Desde el reflejo del espejo la vi abrir los ojos como platos y la boca como si la quijada se le fuera a caer. Me le acerqué y le cerré la boca con la mano, consciente de que había ganado contra cualquier cosa.

—¿Me lo juras, hermanita?

Y la típica: cuando le decía cosas así se volvía la más cariñosa hermana menor. Qué guay era ser la mayor.

—Palabra de hermana mayor.

—¡Entonces sal cuando quieras! —exclamó, para después recordar algo y fruncir el ceño borrando la emoción—. Pero como te quedes embarazada te voy a dar tremenda charla.

Me eché a reír, olvidando el dolor de cabeza y los problemas de vida. De pronto comenzamos una pelea absurda para alguien como yo, de casi dieciocho años.

—No me voy a embarazar, enana.

—Éso decía mamá y ahora existimos —recalcó, obvia.

—Yo no soy mamá.

—No, eres peor. Ella al menos no escondía a su noviecito.

—¡No tengo ningún novio!

—¡Peor! ¡Más encima ni es tu novio!

—¿Qué te hace pensar que mis salidas tienen que ver con un chico?

—¡Porque vi tu celular!

Pronuncié el ceño.

—¡Chismosa!

—¡Solo te cuido, Kaela!

—¡No necesito otra madre, gracias!

—¡No, solo necesitas condones!

—¡Emily, basta! Anda, vete a tu habitación, que me tienes contenta.

—Grac...

—Era ironía —le corté, rodando los ojos—. Te voy a llevar a ese concierto, pero piérdete por un rato, por favor.

—P-pero...

—A tu habitación, dije.

Agachó la cabeza haciéndose la dolida y se fue fingiendo llorar. Emi era tantas cosas juntas, pero lo que la caracterizaba además de ser la Miss Dramas de la casa era seguir siendo una niña después de todo. O así, pequeñita, la veía yo.

Bufé contra mis manos, cansada aunque la noche anterior no hiciera la gran cosa. Me encaminé a mi baño y debajo de la ducha fue cuando di un brinquito tras recordar que Emi había visto mi celular. Activé mi alarma de peligro y salí casi corriendo con la toalla puesta hasta mi habitación, donde encontré mi celular en la mesita de noche.

Dos llamadas perdidas más; una de Fredy y otra de Erika. Y tres mensajes de Ethan que con las manos temblorosas me apresuré a abrir.

¿De verdad no me vas a contestar?

Tenemos que hablar, por favor.

Quiero explicártelo todo.

Entendí que mi hermana, al ver aquellos mensajes, no vio el nombre de contacto y habrá creído que me iría a ver con un chico para hablar sobre algún tema. Supuse eso, porque otra explicación no tendría. De igual manera supe que era arriesgado seguir saliendo; si a mi hermana se le ocurría decir algo lo lamentaría.

No lo pensé dos ni tres veces cuando bloqueé su contacto. Estaba segurísima de querer arrancar esa página llamada Ethan y centrarme en lo verdaderamente importante: yo. Daba igual si me viese pesada ignorándolo, pero no volvería a ceder ante una decisión por él, ni a hacer lo que a él no le enojara.

Estaba haciendo lo que me diese la gana, y así se iba a quedar.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro