🌌CAPÍTULO 3🌌

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 Si hubiera habido alguien en la cercanía, de seguro oiría mis risas al unísono de las del chico misterioso aquella noche. El viento hacía de las suyas con mi cabello azabache en lo que la liga cada vez se aflojaba más. Pero yo estaba demasiado ocupada leyendo como para prestarle atención a pequeñeces como esas.

En mis manos tenía el libro que le había regalado al chico misterioso. Como si fuese un cliché de películas, él sentado a mi lado en postura de flor de loto en lo que yo terminaba de leer. Ambos teníamos las mismas reacciones en las diferentes páginas; reíamos cuando había un chiste, incluso el más malo, sonreíamos en los momentos más románticos y a mí se me escapaban lágrimas al llegar al trágico final, en lo que él se reía de mis reacciones y malas caras.

—Ay, vamos, ¡¿cómo se le ocurre a la autora escribir semejante final?! —solté yo, bastante indignada por el final. Cerré el libro y me le quedé mirando. No sé en qué momento, pero ya la posición había cambiado; ambos estábamos acostados boca abajo en el césped y teníamos el libro cerrado en frente.

Nos incorporamos y no pudimos dejar de mirarnos. Mi rostro reflejaba la furia pura por ese final del libro. ¡Nunca superaría el final trágico de una historia de amor por más que lo leyera mil veces! Él me miraba con cierta burla en sus ojos. Luna nos observaba desde el árbol más alto detrás de nosotros, muy ocupada en lamer sus patitas e ignorarnos. Esa noche ya la había alimentado, por lo tanto estaba contenta y no nos necesitaba.

—No vas a llorar, ¿o sí? —me preguntó de repente.

Mis ojos se cristalizaron pero me aguanté para no llorar. Giré mi cara al sentir que no podría hacerme la valiente y escuché sus carcajadas.

—Vamos, el final fue bueno —me dijo para animarme.

—¡Fue un asco total! Terminó en tragedia. ¿Tú sabes lo que duele leer eso?

—A mí me gustó.

—¿Por qué te gustaría eso? ¡Terminaron una hermosa relación!

—Ellos necesitaban tiempo, princesita. La relación se volvió monótona, y para tener algo así mejor ver los Simpson, que ellos al menos no son lo mismo con lo mismo.

No pude evitar echarme a reír por lo bajo al escucharlo. Él siempre tenía una mala comparación. Hacía apenas cinco noches que hablábamos y pude conocer mucho de él; por ejemplo, sabía que amaba leer los clásicos, o los animales como caballos y gatos, o todo lo relacionado con la vainilla. En cuanto a cosas de su vida personal como su nombre, familia, o algo por el estilo, de eso sí nunca me platicó nada. Esquivaba esos temas enseguida.

Estuvimos las dos noches anteriores y ésta leyendo el libro de poco en poco. Cuando por fin lo terminamos pude asegurar que la lectura le apasionaba muchísimo más que a mí.

Estando uno al lado del otro, observando el césped y las flores violetas, él arrancó una y la repasó por un momento. Su próximo movimiento me hizo mirarlo con curiosidad; acercó su mano a mi oreja y dejó descansar allí la florecilla. Casi pude sentir que no podía despegar mis ojos castaños se cruzaron con los suyos verde oliva. Desde hacía unas noches ya lo consideraba mi amigo, uno al que le pude contar mucho de mí sin incomodidad, como mi relación de amistad con Erika o mi pasado en la ciudad vecina.

He de confesar que adoraba pasar las noches con él. Mis ojeras no decían lo mismo, claro, pero yo sí. Él era tan divertido y sonreía tanto que podía animar a cualquier persona que se cruzara por su camino, pero era tan misterioso a la vez que todo lo que decía te lo tenías que tomar como spoiler de su vida para saciar tu curiosidad.

—¿Por qué exactamente trajiste un libro que termina así? —interrogó, acercándose más a mí.

—El día que lo elegí estaba... pues sacando mi lado masoquista —me encogí de hombros y él sonrió, haciendo aparecer esos hoyuelos que eran tan característicos en él.

—Estás llena de sorpresas, eh.

—¿Yo? Si mi vida es más aburrida que los Teletubbies.

—Sí, tú —me señaló con el dedo acusatorio—. Eres tan rara.

—Eso sonó a insulto.

—Fue un «rara» en el buen sentido.

—¿Sí? ¿En cuál?

—No lo sé —puso una mano en su nuca y ensanchó su sonrisilla coqueta—. Eres diferente.

—¿A quién?

—A mí.

Me confundí visiblemente, por lo que él quiso continuar.

—Es bueno que seas diferente a mí —añadió—, pero a la vez es tan malo que duele.

No entendí a qué se refería y él no parecía tener intenciones de explicarme, porque se levantó del suelo, sacudió su pantalón y comenzó a caminar, dándome la espalda e introduciendo sus largos dedos por su cabello castaño. Me levanté también y corrí con el libro en mano para llegar a él.

—¿Qué fue eso? —pregunté enseguida al llegar a su lado. Él no me contestó. Se quedó pensativo—. Hey, te estoy hablando. ¿Qué sucede?

Negó varias veces, más para él que para mí, y volvió a ponerse normal y mirarme de reojo. Continuamos caminando.

—No es nada.

—Sabes que igual preguntaré.

—Y sabes que yo no te responderé.

—Ajá, ¿para mantener tu fachada de chico misterioso? —enarqué una ceja y él se lo tomó a gracia (como casi todo).

—Puede que sí, puede que no.

—Bueno... Yo soy rarita, pero sin duda tú eres todo un misterio y yo soy muy fan de Sherlock Holmes.

Se detuvo en seco con los ojos bien abiertos y yo sonreí, victoriosa, porque supe que sus ojos brillaban aún sin mirarlo.

—Dime que has leído los libros de Sherlock Holmes y te juro que me cas... —se lo pensó—. No, mejor no juro cosas que no puedo cumplir —se giró a mí, entusiasmado—. ¿Los has leído?

—¡Claro que sí, por Dios! Estás hablando con una lectora que sí se respeta.

—Eres tan... —se volvió a girar y dejó la frase al aire. De pronto se vio más feliz que nunca, con los ojos bien abiertos como si estuviera alucinando. ¿Qué se había fumado?

—Emm... ¿Vale?

Continué caminando a su lado con el libro en mi pecho. Esa noche estaba muy animada a pesar de ese final trágico del libro; había pensado poco en Ethan, por suerte en la tarde vi una telenovela con mi madre mientras mi hermana recalcaba lo aburridas que éramos, así me entretuve. Y ahora en la noche estaba acompañada de mi fiel nuevo amigo como se había hecho costumbre. 

En ese instante vi mi celular y supe que faltaba bastante para las dos de la noche, así que nos quedaba un buen rato para conversar sobre cosas triviales o simplemente mirarnos a los ojos como repetidas veces hacíamos. Podía asegurar que sus ojos, más allá de ese hermoso color, tenían algo que atraía mi atención, algo como un brillo que a veces deseaba que fuera por mí.

—¿Adónde me llevarás, chico misterioso?

Él ni se inmutó. Siguió caminando, pasando por delante de los faroles y yo por debajo, aprovechando ser más baja que él.

—Te llevaré a un lugar que aún no conoces.

Capturó mi interés.

—¿En serio? ¿Cuál?

—Es una sorpresa.

—Al menos dime la verdadera razón de la sorpresa.

—Tú me leíste el libro como te pedí, entonces yo te mostraré algo muy importante para mí.

Los ojos me brillaron y sentí tanta emoción que comencé a dar brinquitos. Él ya se había acostumbrado a que yo fuese tan inmadura a veces, pero supongo que es lo que tiene juntarme con mi hermana menor. Sonrió mirando al suelo y pude notarlo aunque él intentara que yo no lo hiciera.

—Me gusta que seas tan entusiasta —confesó en tono bajo y directo.

Sentí mis mejillas acalorarse y tardé mis segunditos en bajar a la Tierra y contestarle tras aclarar mi garganta.

—¿Éste es uno de esos momentos donde los amigos se confiesan lo que les gusta o no les gusta del otro?

—Supongo que sí. Y si fuese así, creo que te toca a ti.

Se detuvo y yo también lo hice. Subí mi mirada para verlo a los ojos y vi ese brillo en ellos. Ahora parecían un verde más oscuro que antes, uno más llamativo y seductor. Eso, y sumándole que lo repasé sin razones aparentes causó un cierto nerviosismo que conocía en mí. Tardé en responder, claro que sí, porque fue el momento justo donde al ver su sonrisa de oreja a oreja me fijé en sus labios carnosos que resultaron apetecibles ante mí.

De inmediato, al darme cuenta de lo estúpido que eran mis pensamientos, supe que debía reprimirlos y centrarme en responderle algo coherente, pues todo este tiempo él observaba con concentración mis labios, tal vez esperando una respuesta de mi parte.

Debía inventar algo rápido, algo que no reflejara mis pensamientos. Si hablaba de sus ojos tendría que confesar lo mucho que disfrutaba verlos iluminarse nada más me escuchaba leer, si hablaba de sus labios diría que empezaba a amar esa sonrisa boba al contemplarme leyéndole, y si tocaba el tema de su rostro tendría que usar la típica escena de Shrek que dice y cito: "¿Bromeas? ¡Es un papucho! Su cara parece tallada por los mismísimos ángeles!".

Entonces pasé a un punto que pensé que no me daría inconvenientes, por eso dije:

—Me gusta tu cabello.

Sonreí como angelita, a lo que él frunció el ceño. Reí nerviosamente. De seguro esperaba una mejor respuesta a su pregunta, pero era lo que yo tenía para ofrecer. Acto seguido a mi risa, él se quedó pensativo y esbozó una sonrisa para después acercarse a paso lento y quedar tan cerca como para que tuviera que alzar la vista y tener mi nariz casi rozando a la suya.

Ese simple acercamiento me hizo sentir extrañamente cómoda, pero no el cómoda al que estaba acostumbrada, sino al sentimiento que experimentaba cuando Ethan se acercaba mucho a mí. Al hacer esa comparación y notar que ya casi no me dolía Ethan, al recordar lo entusiasmada que volvía siempre a casa después de charlar con el chico misterioso y lo mucho que lo pensaba, llegué a pensar algo que quise reprimir con fuerzas.

Estaba claro que no me gustaba como pareja, porque de eso ya había tenido mucho y casi ni lo conocía, y esto dejaba mal parada a la opción de que estuviera enamorada de él, por lo cuál llegué a saber que él me interesaba bastante.

—Te gusta mi cabello —repitió, inclinándose hacia delante. Pasé de mirar a sus mirada pícara a sus labios porque por un segundo creí que me besaría—. ¿Por qué te gusta?

Si lo hacía para ponerme nerviosa, lo estaba consiguiendo. Tragué saliva.

—Parece... ¿suave?

—Eso no lo sabes.

—No... Pero... Bueno... Esas cosas se sab... ¿Qué haces?

Di un paso hacia atrás cuando vi que tomaba mi muñeca con delicadeza y la acercaba a su cabello. De seguro mis piernas parecían gelatina, y no era para menos porque en ese instante fue la primera vez que tuvimos contacto físico. Varias noches contándonos cosas y pasando momentos, pero nunca había tenido tanto acercamiento a él. En realidad, nunca supe qué tan frías podían llegar a ser sus manos hasta que tomó mi muñeca. Temblé por tanta frialdad e hice una mueca, pero todo cambió cuando tuve la palma de mi mano en su sedoso cabello castaño claro, ese tan suave que por nada del mundo cambiaba su posición de estar hacia delante.

—Ahora sí puedes decir con orgullo si te gusta o no.

Su rostro era felicidad pura y yo estaba demasiado sonrojada. En realidad tardé unos segundos en reaccionar, y lo primero que hice fue comenzar a acariciar su cabeza. El tacto del cabello en mi mano se volvía cada vez más necesario en lo que mis dedos se introducían en éste. Mordí mi labio inferior sin una razón aparente y eso hizo que su mirada cayera en mis labios.

—Sí me gusta —confesé, apenada, pero jurándome que no tartamudearía.

—Ya lo veo, ya lo veo —ahogó una risita.

—¿Y qué no te gusta de mí?

Como toda una descarada seguía hablando con él sin quitar mi mano de su cabeza porque no parecía incómodo.

—Son tantas cosas que no me alcanzaría la noche —lo aniquilé con la mirada por su broma pesada—. Bueno, en realidad puedo decir una: no me gusta que seas tan ingenua.

—¿Qué te hace pensar que soy ingenua?

—¿A parte de que lo eres?

Bufé.

—A parte de que lo soy, genio.

—Pues sé que si te digo que soy un extraterrestre te lo creerías, o que soy un vampiro, o cosas parecidas.

—Puede ser.

—Y también lo sucedido con tu exnovio. Eso dice mucho de ti.

—¿A qué te refieres? —alcé las cejas, como retándolo y advirtiéndole a tener cuidado con sus palabras.

—Lloraste por él aún sabiendo que era un imbécil y no te trataba como merecías —analizó.

Tragué grueso.

—No sé si lo sabes, pero cuando alguien se enamora de su primer amor y éste te deja, llora ríos incontrolables.

Pudo haber sido una respuesta correcta, una que me identificara, pero él soltó otra que rebasó a la mía y lo pareció identificar.

—Y no sé si lo sabes, pero cuando alguien sabe que perderá a su primer amor, sufre en la oscuridad, llora incluso más que ese que lo perdió, porque el sentimiento de saber que no lo volverás a ver, quema.

Fruncí el ceño, porque muy en el fondo sentí que me lo decía a mí, pero a la vez era incomprendible.

—Duele más que te deje tu primer amor, chico misterioso.

—No. Duele más saber que lo perderás y no poder hacer nada, princesita.

Eso se volvió más personal. No tuve que ser psicóloga ni estudiar en Howard para saber que él perdería a alguien.

—¿Y por qué no puedes hacer nada?

—Porque desde el principio supe que sería un juego perdido.

Oír esas dos últimas palabras juntas fue suficiente para sentir que mi corazón se estrujaba de poco a poco. Habían sido las mismas que me dedicó Ethan. ¡Maldita sea, ¿es que no me lo podía sacar de la cabeza?! Y peor fue darme cuenta del rostro entristecido del chico al que acariciaba su cabeza.

Pasé mis manos de su cabeza hasta su frente, y como no se inmutó seguí bajando antes de pensarlo dos veces y arrepentirme. Llegué hasta su cachete y lo acaricié con los nudillos. Él ladeó la cabeza, pues al parecer mi tacto ocacionó algo bueno en él, y subió su mirada para verme.

—Tú sólo no te quedes con los brazos cruzados —susurré, tomando su mentón—. No me caen bien los que se rinden.

Sonrió de medio lado, aún un poco tristón.

—Veré que puedo hacer para no perderla.

Le devolví la sonrisa y esperaba haberlo ayudado de algo con su primer amor.

Él abrió un poco la boca para hablar y yo esperé impaciente bajo un farol. Éste iluminaba la mitad de su rostro y de seguro el mío también. Lo que fue cierto esa noche mientras las estrellas eran partícipes del momento fue que ambos nos mirábamos fijamente sin perdernos las reacciones del otro.

Quise romper el silencio, ya que él no lo haría pero...

—¿Hola?

De pronto dimos un brinquito en el lugar al escuchar una voz femenina. Parecía pertenecerle a una mujer, no a una adolescente, por lo cual pensé que estábamos perdidos. Aterrorizados, nos miramos con los ojos bien abiertos y él hizo un gesto con su dedo en el labio para indicarme que hiciera silencio.

Nos echamos a correr ahí mismo y lo único que pude ver fue que una figura alta y oscura salía por entre los árboles. Supuse que era la mujer acompañada de una lámpara. Escuchamos sus gritos, llamando a alguien, de seguro a su esposo o algo así. Lo primero que se me pasó por la mente, corriendo por todo el parque y haciendo crujir las ramas y hojas bajo las suelas de mis chancletas, fue que esa mujer era la dueña del parque.

No sé en qué momento, pero el chico misterioso ya iba como rayo delante de mí con los hombros y todo el cuerpo tenso. Yo iba riendo detrás de él, bastante divertida por la adrenalina del momento. Cuando llegué a estar a pocos pasos de él se detuvo y puse una mano en mi barriga. La otra la quise dejar descansar en su espalda, pero al mínimo roce él dio un brinco y se giró con cara de terror. Incluso yo di pasos hacia atrás por su razón inmediata.¿Se había asustado?

—¿Qué sucede? —pregunté al ver que suspiraba largamente y ocultaba su rostro en sus dos manos. Lejos de verse adorable como siempre me hizo saber que estaba preocupado por algo—. ¿Hice algo?

Bufó en sus manos.

—No. No has hecho nada, princesita.

Por fin quitó sus manos y las dejó, una en su cabello y otra en su nuca.

—No entiendo tu reacción.

—Pudieron habernos visto.

—Sí, lo sé. Pero supongo que con correr bastaba, ¿no?

—No, no lo entiendes —comenzó a caminar de un lado a otro con nerviosismo. Incluso así de veía cómico y guapo, pero ahora no tenía tiempo para pensar en eso. Se giró a mí y se detuvo—. ¿No viste si esa mujer me vio?

Su pregunta fue muy sencilla, pero al verlo acercarse mucho a mí con nerviosismo y pánico me hizo pensar más de lo debido en la respuesta.

—Yo... No tuve tiempo ni para ver su rostro —confesé, aún intentando comprender la situación—. Ayer me dijiste que te daba igual si te denunciaban por estar aquí... —analicé en voz alta—, ¿entonces por qué te importa tanto si esa mujer te vio?

—No es nada —se limitó a decir, más serio de lo normal, y me dio la espalda con la misma. Fruncí el ceño.

—Oye, no me des la espalda.

—Lo siento.

A pesar de disculparse no se quiso girar. ¿Por qué no quería que lo mirara? Me dio la impresión de que antes de girarse, sus ojos se habían cristalizado. ¿Acaso conocía a esa mujer?

—Puedes contarme lo que sea —murmuré, acercándome a su espalda. Temía dar un paso en falso y que se molestara, pero si lo pensaba a fondo nunca lo había visto molesto, sino preocupado y feliz.

—No puedo —su voz se rompió.

—Sé que nos conocemos hace poco pero... Creo que no sé nada de ti, y cada vez eres más misterioso.

—¿Mi misterio no es lo que te interesa? —intentó bromear, pero en realidad sonó más destrozado que nunca.

—Sí me interesa, pero no es por él que estoy aquí.

—¿Entonces por qué estás aquí?

Antes de pensarlo dos veces solté:

—Porque me gusta tu compañía.

Él tragó grueso y se giró de poco en poco. Me alejé para que lo hiciera y al hacerlo vi que no estaba llorando como creí, pero su rostro sí decía lo muy preocupado que seguía.

—¿Quién es ella, chico misterioso?

Mi pregunta tal vez se la esperaba, porque bajó la mirada al suelo.

—Es la dueña del parque.

—¿Y tú qué tienes que ver con ella?

—No sigas.

—Es que no entiendo por qué no me cuentas nada.

—¿No será porque no es tu asunto?

—Ya lo sé, ¡pero quiero ayudarte!

Alzó su mirada a mis ojos de manera casi amenazante y pude ver que comenzaba a enojarse.

—No me ayudas si me haces preguntas tan personales.

Supe que debía rendirme y dejar de preguntar cuando se giró y comenzó a alejarse de mí a paso rápido. Suspiré y miré mis pies por entrenamiento mientras inflaba mis cachetes y pensaba en qué decirle. Tuve la idea y corrí hasta él.

—Vale, no te preguntaré nada más por hoy, pero antes debes hacer algo por mí.

Se detuvo en seco y me miró de reojo. Ablandó su semblante y sonreí un poco.

—¿Qué debo hacer por ti?

—Debes darme algo.

Frunció el ceño y se quedó pensativo. Supe que no diría nada, así que me adelanté a contarle mi plan:

—Dame algo importante para ti, algo que refleje tanto de ti, de nosotros, de nuestra amistad. Dame algo con tanto cariño que me haga recordarte en las mañanas y tardes, o en las noches en las que no estés conmigo.

Ambos nos sorprendimos, porque yo nunca me creí capaz de decirlo en voz alta y él de seguro no esperó esa respuesta tan apresurada. Nos sostuvimos la mirada un rato y su rostro serio cambió completamente al dibujar una sonrisa genuina.

—Te lo daré con una condición.

—¿Cuál?

—Que nunca me olvides.

Mi corazón comenzó a latir fuertemente en lo que lo veía acercándose a mí a paso lento. Ambos de seguro sabíamos qué venía después de que su fría mano comenzara a acariciar mi cachete, pero yo no estaba segura de si era lo mejor y él no se atrevía.

—Nunca te olvidaré, chico misterioso.

—Y tú siempre me recordarás cómo se siente vivir, princesita.

Hubo un silencio que decidí romper cuando no pude aguantar más la frialdad de su tacto.

—T-tienes la mano muy fría.

Él pareció muy apenado y la alejó enseguida de mi rostro. La guardó en el bolsillo de su típico pantalón y sonrió como un angelito.

—Lo siento.

—¿Cómo puede ser que después de casi una semana siendo amigos sepa ahora cómo se siente tu tacto?

—Digamos que no soy muy fan del contacto físico, por eso hasta hoy no lo había tenido contigo. ¿Te molestó?

—No, claro que no. Pero tienes la mano tan fría que no sería raro si me dijeras que vienes del polo norte —bromeé.

—Lo siento. Es normal en mí. Pero ten la certeza de que soy de esta aburrida ciudad.

Me aclaré la garganta y comencé a balancearme con las plantas de mis pies en lo que lo miraba. Él alzó las cejas y supo enseguida lo que me sucedía.

—Vamos, pregunta ya —exigió y me reí un poco.

—¿Vives por aquí cerca?

Se lo pensó.

—Sí.

—¿Más o menos en dónde?

—A unas seis cuadras.

—Vale.

Se cruzó de brazos, cómico.

—Ya te he respondido demasiado, pero no has terminado tu interrogatorio, ¿verdad?

Hice gestos con la mano para restarle importancia.

—Sólo dos preguntitas más, please.

Comenzó a pensar en lo que ponía una de sus manos en la barbilla y la otra la dejaba en su abdomen.

—Puedes hacerme dos preguntas, pero no pueden ser ni el nombre ni algo referente a la mujer que oímos —lo miré mal enseguida—. ¿Entendido?

—No jodas —me quejé.

—¿Entendido?

—Sí, aguafiestas.

—Pues entonces piensa bien las dos preguntas.

Me tomé mi tiempesito para pensar. Mientras lo hacía lo perseguía a no sé dónde y pensaba en mis preguntas:

1: ¿Qué edad tenía?

2: ¿Tenía familia?

3: ¿Por qué usaba siempre la misma ropa?

4: ¿Cómo se sentía a mi lado?

5: ¿Cuál es la razón por la cuál todas las noches tenía prohibido mirar hacia atrás al darle la espalda?

Si bien tenía muchas más preguntas, me dije a mi misma «Pregúntale algo que sepas que te va a contestar, no algo que lo hará sentirse mal o que tú puedas comprobar. Aprovecha la oportunidad». Entonces caí en cuenta de cuáles serían las mejores preguntas, esas que nunca podría comprobar por mí sola y las que me harían más cercanas a su identidad.

—¿Qué edad tienes?

Aunque piensen que desaproveché una pregunta, en realidad fue la más provechosa. Si bien por su cuerpo y altura podía intuir que era mayor que yo por, al menos, un año, pero no era genia ni tenía lámpara como para saberlo. Él pareció conforme con la pregunta, porque con una sonrisa contestó:

—En un mes cumpliría veinte.

Me quedé satisfecha con la respuesta. Yo cumpliría mis dieciocho en unos tres días, por lo cuál él era dos años mayor que yo. Era poco, la verdad. Me detuve en seco cuando iba a preguntar porque mi vista se quedó en un punto fijo. Delante de mis narices tenía un árbol frondoso, uno que antes no había notado y ahora llamaba mi atención por tener una casa del árbol en él. Mis ojos se abrieron como platos y enseguida comencé a mirar a mis costados. ¿Cuándo había llegado ahí? Al ver hacia atrás vi una cerca de alambre de púas que estaba casi al volumen del suelo por una parte y por lo demás parecía funcionar como señal de advertencia, pues tenía un letrero que desde mi posición no se podía leer.

Vale, estaba tan centrada pensando que mis pies caminaron y saltaron esa cerca sólos.

Me volví a la casita de madera de un tamaño considerable. Unas escaleras bajaban al suelo y el chico misterioso ya tenía un pie en el primer escalón. Me invitaba con la mirada y un gesto a subir, por lo que yo reaccioné y me encaminé a él.

—No me caeré, ¿verdad? —pregunté, mirando con desconfianza la madera crujiente de la escalera.

—Si te caes te levantas y listo.

—Eso no me hace sentir segura. El árbol es bastante alto.

—Estaré detrás de ti. No te caerás. Confía en mí.

—Es difícil.

—¿Confiar en mí?

—No. Lo que es difícil es pensar que no me caeré con mi pésima suerte.

Se rió de mí sin malicia alguna.

—Vamos, sube. Te daré eso tan importante para mí.

Oír la última oración fue suficiente para pasarle por al lado y comenzar a subir los escalones a velocidad de caracol para no caerme. Sentí su risa burlona y bufé, pero eso le hizo más gracia. Logré entrar a la casita y vi que por dentro no era como por fuera; por fuera parecía que nadie la usaba, pero por dentro eran todo colores, posters y almohadas cuadradas.

Se sentía caluroso, cómodo, como si alguien lo usara todos los días. Un aroma a flores se introdujo en mis fosas nasales y suspiré por lo agradable que era. Él entró detrás de mí y ambos nos sentamos para no golpearnos la cabeza con el techo.

—¿Aquí vives o qué? —me atreví a preguntar, tomando y abrazando una de las almohadas. ¡Era súper suave!

Él estaba igual de feliz que siempre. El aura que desprendía era pura alegría sin igual, y sonreía sin mostrar los dientes.

—No vivo aquí, pero me gusta venir.

—¿Y qué era lo que me querías dar? —me carcomía la curiosidad.

Comenzó a buscar detrás de él y en la pared de detrás pareció encontrar lo que buscaba. De pronto el frío se hizo inaguantable, y era obvio porque estábamos en invierno y los inviernos en la ciudad solían ser los peores.

—Cierra los ojos —pidió.

—¿Qué? No.

—Hazlo, anda.

—¿Y si me haces algo pervertido?

—Por Dios, no te hagas esas ilusiones. Cierra los ojos.

—P-pero...

—Ciérralos.

—Vale, pesado.

Hice lo que me pedía; cerré los ojos y deseaba que no sucediera nada malo. No tardé nada en sentir algo en mi cuello, algo como una tela muy suave. ¿Me estaba poniendo algo en el cuello? Intenté abrir los ojos pero hizo un ruido con su boca, como indicándome que no lo hiciera. Al final sólo bufé y sentí cómo eso que tenía en el cuello era apretado por él de una manera cómoda, no sofocante.

—Ahora sí. Abre los ojos.

Con desconfianza abrí los ojos y bajé mi mirada a mi cuello. Abrí los ojos como platos al notar que tenía una bufanda muy cálida puesta alrededor de mi cuello, dándome calor y haciéndome sentir ese olor a flores tan característico del lugar. Puse una de mis manos en la bufanda para tocarla y lo miré a él con los ojos más brillantes que nunca y una sonrisa muy boba.

—Esa bufanda es lo más importante que tenía —me explicó—. Me la regaló mi hermana menor, y ahora la tienes tú.

Oírlo me hizo sentir muchas cosas a la vez. Primero, sentí tristeza al ver la nostalgia con la que hablaba; después me sentí confundida por oírlo hablar de su hermana menor, pues no sabía que tenía una; y por último, al saber que yo tenía algo tan importante para él, fue lo menos efímero posible: sentí las mencionadas mariposas en el estómago, esas que una vez leí en los libros y después experimenté con Ethan. Quise ahogarlas en un vaso de agua, pero ni así morirían. Nuestras sonrisas no se hicieron esperar, como siempre.

—Gracias, chico misterioso.

—Gracias a ti.

—¿Por qué?

—Por hacerme sentir.

Hubo un silencio que duró poco menos de dos minutos. Nosotros sólo sabíamos mirarnos a los ojos y suspirar largamente. Nos veíamos tan patéticos... Pero por increíble que fuera llegué a olvidar todas mis preocupaciones e incluso la hora al ver sus profundos y enigmáticos ojos verdes.

—Si esta bufanda significa tanto para ti —dije, dubitativa y ocultando mi nerviosismo—, entonces la cuidaré.

—Claro que es importante.

—Al menos ya sé algo de tu vida.

—¿Qué cosa exactamente?

—Que tienes una hermana menor.

Abrió los ojos con sorpresa y supuse que se le había escapado decirme. Es decir, si no se le hubiera ido yo en ese instante no lo sabría. Eso me hizo poner algo triste porque por un segundo pensé que comenzaría a contarme sobre él, pero me equivocaba.

—Bueno —puso una mano en su nuca—, sí. Pero ella vive lejos.

—¿Junto a tus padres?

Tragó grueso y cerró los ojos, frunciendo los labios. ¿Por qué pensaba tanto una respuesta?

—Sí. Vive lejos con mis padres —contestó entre dientes.

Como ya había dicho, yo era muy ingenua. Tan ingenua que era capaz de creerle todo como él me había dicho. Entonces en ese momento yo creí todo, y no me quise dar cuenta de que era un gran mentiroso. Aunque muchas de las cosas que esa noche me dijo fueran ciertas, igual dijo tantas mentiras como pudo.

Yo en ese instante no pude estar más complacida. Esa noche había tenido muchos adelantos en nuestra relación de amistad: tener contacto físico con él y saber algo de su vida.

Entonces recordé que aún me quedaba una pregunta y quise aprovecharla.

—Haré la segunda pregunta que me debes.

—¿Esa no la habías hecho ya?

—Noup.

—Como sea trampa...

—No soy tramposa —le corté—. Confía en mí.

—Entonces pregunta.

Me acomodé en mi lugar para mirarlo y prepararme a soltar esa rara pregunta. En ese instante quería saber si él también se sentía cómodo a mi lado, si estaba así de animado por mí y si a veces le provocaba tenerlo muy cerca como me pasaba con él.

—¿Cómo te sientes a mi lado?

Mi pregunta no lo sorprendió mucho. Se dedicó a mirarme durante unos segundos que parecieron una eternidad y quise gritarle que lo dijera ya, pero claro está que no lo hice. Apreté con fuerza la almohada en mi pecho mientras esperaba... y esperaba... y esperaba... Hasta que...

—Amo tenerte cerca —confesó—. Me siento cómodo, entusiasmado, y lo mejor de eso es que no me siento solo en la oscuridad. Veo luz cuando estoy contigo, princesita.

Me conmovió tanto oírlo que lo próximo que salió de mi boca fue algo que había tardado muchísimo en decirle, pero ese momento creí que era el momento.

—Kaela. Me llamo Kaela.

Su rostro se iluminó y mi corazón quiso salirse de mi pecho. Yo sólo podía pensar en lo feliz que estaba por mí, que empezaba a conocer a otro chico, y que al menos él era mi único amigo hombre. Que ahora supiera mi nombre... era como firmar un pacto de amistad para siempre.

Llegué a pensar que me diría su nombre como yo acababa de hacer. Lo pensé y después me di una cachetada mental al saber que él jamás lo diría. Aún quedaba un poco de fé en que lo dijera hasta que...

—Tu alarma no ha sonado —interrumpió mis pensamientos.

Hice un mohín de tristeza y no pude evitar poner los ojos en blanco para sacar mi celular del bolsillo de mi abrigo y ver la hora. ¡Por María Magdalena y sus pantaletas! ¡Eran las cinco de la mañana!

—¡Rayos, son las cinco de la mañana!

Pensé que nada podía ir peor hasta que intenté levantarme y me golpeé la cabeza con la madera del techo. Puse mis manos en la cabeza y gemí de dolor.

—¡Tengo que irme!

Sin decir nada más, bajé sin cuidado las escaleras y estando abajo me alcanzó el chico misterioso. Se veía igual de preocupado que yo al ver que el sol casi quería asomarse. Era la primera vez que mi alarma no sonaba y el hecho de que estuviéramos en esa casita del árbol hizo imposible que notáramos que estaba amaneciendo. ¡Mi madre me mataría seguro!

—¡Me tengo que ir!

Le di la espalda y comencé a caminar con nerviosismo, dejándolo detrás y sintiendo su mirada en mi nuca. En cuestión de segundos unos rayos de sol dieron con mi rostro y me di cuenta de que ya era tarde —o muy temprano— para llegar a casa sin que mis padres me vieran entrar. Fue entonces que me pregunté: ¿qué más daba si tomaba un minuto para despedirme del chico misterioso?

Fue cuando me giré y mi corazón se detuvo unos segundos. Todo pasó a cámara lenta: me giré con las palabras en la boca, lista para decirle que nos veríamos la próxima noche, pero él no estaba. No había rastro de él. Era como si se hubiera ido nada más el Sol dio la bienvenida y la Luna se marchó. Estaba muy confundida. Yo no lo había sentido alejarse y no creo que haya tenido tiempo como para irse muy lejos.

—¿Chico misterioso?

Por más que comencé a decir su apodo, él nunca apareció. Me di por vencida con la cabeza hecha un lío y un sueño que de poco a poco se apoderaba de mí. Miré repetidas veces atrás mientras me alejaba y me introducía al Parque de Invierno de nuevo, pero él se había ido.

Recordé las palabras que siempre me decía: "Sólo te pido que no mires atrás". Y todo empezó a volverse más confuso, más desconfiado y lleno de preguntas sin respuestas.

También intenté buscar a Luna por donde la había dejado, pero fue imposible. Ninguno de los dos estaban por el Parque de Invierno.

Mientras me dirigía a casa solo rezaba por encontrar una manera de entrar sin que me crucificaran y la teoría de que el chico misterioso era un vampiro se apoderaba de mí. ¿Sería un vampiro?

Eso explicaría mucho...

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