🌌CAPÍTULO 6🌌

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Casi se me cayó la quijada al escuchar lo dicho por mi padre. ¿Cuarentena? ¡Pero si ya la etapa del COVID-19 había terminado! Algo debía estar pasando, algo que tenía a mi padre tan preocupado, con su pecho subiendo y bajando y su respiración agitada.

—¿Cuarentena en el occidente? —repitió Emi, tan confundida como yo.

Todos decidimos ir al comedor y sentarnos a conversar lo sucedido en la mesa con comida servida. La cosa desde un principio pintó bien fea, pero al escuchar atentamente lo que mi padre tenía para decir, todo empeoró.

—Dicen que desde el avistamiento de las estrellas fugaces han pasado muchas cosas extrañas —explicaba mi padre, intentando regular su respiración—. No es por alarmarlas, pero se comenta por las calles que sombras oscuras caminan en las noches. Hay versiones muy sádicas, como que es la muerte o son vampiros y esas tonterías, pero lo que está claro es que hay peligro.

—¿Peligro? —fruncí el ceño—. ¿Y si son simples adolescentes caminando por las calles después de una fiesta?

—No son solo las sombras, Kaela —interrumpió mi madre—. He visto en las noticias que los bebés todas las noches lloran, y no es un llanto normal; todos lloran a la misma hora y no se calman hasta que sale el Sol. Algunos padres incluso afirman haber visto a sus niños hablando solos, a los ancianos sonriéndole a la nada e incluso otros presenciaron personas extrañas en los jardines o dentro de sus propias casas.

Mi madre se calló en el instante que sentimos un ruido; gotas de agua caían afuera y empañaban el cristal que detrás de nosotros teníamos. Mi hermana dio un brinco al escuchar el estruendo de un rayo e incluso mi padre pestañeó varias veces. Yo estaba procesando la información y recordando que desde que me mudé a la ciudad oía a los bebés de los vecinos llorando, y a pesar de que creí que era normal, en ese punto ya lo dudaba. Todo sonaba a película de terror y el mal clima lo empeoraba.

—¿Y por qué tanto alboroto? —decidí interrumpir el silencio que, claramente, asustaba a todos. Mi padre me miró fijamente con los ojos entrecerrados—. No sabía que ustedes creían en vampiros y esas cosas...

—Todo eso es ficción, Kaela, pero lo que no es ficción es que incluso las vibras que da la ciudad son... aterradoras.

—Pero... papá... ¿Hacía falta una cuarentena? Eso es excesivo.

—¿Y a ti en qué te molesta eso? —interrogó mi madre, adoptando la posición típica de cuando me analizaba. Llevé una cucharada de comida a mi boca para ganar tiempo.

—A mí no me molesta —mentí descaradamente—, pero piensa en esas personas que necesitan salir de noche.

—Que se limiten a no salir.

—Hay personas que trabajan de noche, ma.

—¿Se puede saber por qué te preocupa tanto? —oh no, ya se dio cuenta. Tragué grueso.

—Es solo que...

—No vas a salir en las noches, Kaela —me cortó mi padre enseguida.

—Yo no he dicho que he salido, ni lo haré —Dios, era pésima mintiendo, pero cuando quería, podía.

—Entonces nadie saldrá de aquí en las noches.

Fruncí mi ceño y le puse más fuerza al agarre de los cubiertos. ¿Cuál era todo ese tragiquismo con no salir? Yo sí saldría. ¿Es que eran más grandes mis ganas de ver al chico misterioso que me olvidaba del peligro exterior?

°•°~~~~~~°•°~~~~~~°•°

Estaba lista para salir de la habitación y correr hasta el pasillo con sigilo hasta llegar a la puerta principal. En todo caso que no quisiera arriesgarme, ya tenía hecha una escalera de sábanas para usarla en la ventana. Si a las protagonistas de películas les resultaba, también debía resultarme a mí, pero de que me iba, me iba. Por suerte hacía dos horas había dejado de llover.

—Yo misma me llevo por el camino del mal —murmuré, casi riendo por lo bajo, mientras metía algunas cosas en mi mochila. ¿Desde cuándo se había vuelto costumbre ir a ver al chico misterioso? Ah, sí, más de dos semanas.

No me entendía a mí misma, pero de lo que sí estaba totalmente segura es de lo sobreprotectores que pueden llegar a ser mis padres. Vale, que había cuarentena y todo eso, ¿pero para qué me obligan si saben que yo amo lo prohibido? Y si me ponía a pensar en razones por las cuáles debía salir, sin duda estaba que ya mi horario de sueño era después de las dos de la mañana, que si estaba sola en mi habitación pensaría en el pasado con Ethan o en lo genial que sería leer junto al chico misterioso, y lo divertido que sería romper alguna regla. Y no, no me refiero a la regla que sin querer rompí al sacarla de la mochila de mi escuela, sino a las reglas de mis padres.

Teniéndolo todo listo solo faltaba bajar a la cocina y buscar algo de comer y la comida para gatos de Luna —que, por cierto, había escondido muy bien de mis padres—. Entonces bajé a la cocina con suma precaución de no tropezar o hacer ruido, con mi mochila en la espalda y rezando porque no hubiera nadie despierto.

Para mi suerte, no había nadie en la cocina, y eso significaba que me iría rápidamente. Ya estaba emocionada sacando comida de la repisa y metiéndola en mi mochila cuando escuché que alguien bajaba las escaleras. Todo mi cuerpo se tensó y en movimientos rápidos cerré todo y corrí hasta el pasillo. Por los pasos que hacían eco en el lugar, supe que era papá. Tan rápido como pude, agarré las llaves, abrí la puerta principal y la cerré con la misma. Ya afuera pude cerrar los ojos e intentar calmar mi corazón, que por toda la adrenalina quería salirse de mi pecho.

Comencé a caminar lejos de casa al sentir más y más ganas de llegar al parque. Estaba comenzando a hacer un frío muy pesado, y para mi mala suerte se me olvidó un abrigo. Apenas sí traía una camisa azul y unos jeans, pero no eran suficientes. El aire era gélido, transmitía ese miedo al caminar por las calles asfaltadas o pasar debajo de los faroles que apenas sí se mantenían parpadeantes. Miraba a todos lados con temor, nunca me había puesto así de temblorosa y eso que llevaba dos semanas saliendo de noche. Tragué grueso y en lo que caminaba rápido, logré llegar a estar frente al alto muro que sabía saltar a la perfección.

Ya estando dentro del parque solo me quedaba buscar al chico misterioso, pues esa noche le traía unos obsequios. No puedo negar que estaba ansiosa, demasiado para mi gusto. Cada vez más me apasionaba estar junto al chico misterioso, reírme con él y pasar mis noches leyéndole libros. Inclusive a veces olvidaba a Ethan por un buen rato.

Comencé a caminar, buscándolo con la mirada, pero di un brinquito al escuchar una exclamación al girarme

—¡Princesita!

Di un largo suspiro al ver a ese chico que tontamente me hacía sonreír sin razones. Tenía el cabello castaño más desordenado que nunca, pero de una manera sexy, como si se hubiera pasado la mano mil y una vez por nerviosismo. Sus ojos verdes, como normalmente, parecían soltar chispas de felicidad al reflejarse en los míos. Me tomé unos minutos en mirarlo fijamente y darme cuenta de que él era demasiado guapo, con un atractivo que valía la pena quedarse a verlo toda la noche.

—Bienvenida una vez más al Parque de Invierno, princesita.

Sonreí como tonta y me acerqué a él. De pronto sentía la necesidad de saludarlo de otra manera, solo para comprobar si su sonrisa de hoyuelos podía agrandarse. Pero no lo hice.

—Gracias, chico misterioso. Te traigo algo.

Sus ojos se iluminaron aun más.

—¿Me leerás otro libro?

—Sí, pero ésta vez no será igual.

Se confundió visiblemente. Se veía tan adorable...

—¿A qué te refieres?

—Leeré un libro de romance, uno que tenga un lindo final. Creo que los finales felices son los más maravillosos para complacer a un lector.

—A mí me gustan más los finales trágicos —confesó, pensativo—. Dicen que las mejores historias terminan trágicamente.

—Nah, eso es pura tontería.

—Bueno, entonces sería un placer que me lo leyeras.

—El placer es mío por leerte.

Ambos nos sentamos en el césped en flor de loto y fue cuando llegó Luna, quien cómodamente se sentó encima de mí. Me miró con un brillo en sus ojos y le lanzó una mirada de reprocho al chico misterioso, quien le frunció el ceño. ¿Qué les sucedía?

—¿Qué le hiciste a Luna? —aniquilé con la mirada al chico misterioso, quién rascó su nuca con nerviosismo.

—¡No le hice nada!

—Como sepa que te metes con Luna, te arrepentirás.

—Nunca le haría nada; la amo demasiado como para hacerle daño.

Él extendió sus manos y quitó a Luna de encima de mí para cargarla. Esto a la minina le molestó al principio, pero después ronroneó y se rindió para pegarse mucho al pecho del chico misterioso y causar mi sonrisa.

—Es muy trágica —comentó él—, y siempre que no paso toda la noche con ella se pone así.

—Es que es una minina muy cariñosa.

—En eso se parece a ti, princesita.

—¿A mí?

—Sí. Tú eres toda trágica, llena de alegría y con mucho cariño para dar.

Mis labios formaron una sonrisa imborrable y mis ojos se iluminaron más que nunca. Sentía mis mejillas arder y no tenía tiempo para ocuparme de ello, porque estaba ocupada observando con detenimiento los labios carnosos y aparentemente suaves del atractivo chico que tenía en frente.

—Que me compares con una gata suena patético.

—Podría compararte con los ositos cariñositos también.

—Ja, qué payaso.

—Claro que sí, compañera de circo.

Me aguanté las ganas de reírme.

—Eres un pesado a veces, ¿te has dado cuenta?

—¿Y tú te has dado cuenta que me estás comiendo con la mirada?

—¿Eh?

Parpadeé varias veces y cerré la boca que tenía entre abierta. Me había quedado toda boba mirándolo y repasándolo, desde las pequeñas pecas regadas por su rostro hasta su largo cuello. Le di un pequeño empujón cuando empezó a reírse de mí, no de manera maliciosa, pero sí de una que supiera que me ponía nerviosa. Oír su risa era mejor que escuchar mi canción favorita. Su risa siempre me había parecido cómica, llamativa, entusiasta, y... ¿cómo me podría gustar tanto oír a alguien riéndose?

—Esto te lo ganas por pesado —le di otro empujón que ni siquiera lo movió de su lugar, ambos riéndonos.

—¿Sí sabes que ni tres tú podrían empujarme?

—No te creas, yo soy demasiado fuerte.

—Ajá. Tú no podrías empujar a nadie en serio. Es más, creo que serías incapaz de hacerle daño a alguien.

—¿Qué te hace pensar eso, chico misterioso?

—Eres demasiado linda como para eso.

Mi ánimo subió y subió de poco en poco. La sonrisilla se agrandó y la suya era más nostálgica que cualquier otra cosa. Incluso Luna, rotando su mirada de mis ojos a los del chico misterioso, parecía saber que ambos estábamos compartiendo una extraña conexión, algo como la química entre amigos.

—¿Crees que soy linda? —me atreví a preguntar, acercándome un poco más a él. Él puso una mano en su nuca y me miró con cierto nerviosismo.

—En todos los sentidos, lo eres.

—Yo... Ni siquiera estoy peinada ni maquillada.

—No necesitas nada de eso para serlo.

—Hazme creerlo.

Ni siquiera tuvo que pensarlo cuando solo dejó salir una de las cosas más bonitas que oiría en toda mi vida:

—Tienes una belleza más allá de la piel, más allá de los estereotipos; una belleza digna de admirar toda la vida, e incluso después de la muerte. Eres muy linda, y no solo por tu rostro tan tierno, sino por la ternura que de por sí ocasionan tus palabras y acciones. No eres guapa, eres linda.

Ya mis mejillas no aguantaban más.

Yo no podía simplemente ponerme a pensar en lo que estaba bien o mal, o en lo que el chico de ojos verdes oliva pensara de mí, por eso solo me acerqué, temblorosa, y antes de que pudiera reaccionar lo besé en el cachete. El simple tacto de mis labios y su cachete tan gélido fue increíble, aun después de la frialdad que éste soltaba, lo fue, porque fue a él, a mi amigo, quien jamás dejaba de halagarme. Me alejé con miedo de ver su reacción y vi que se perdía mirando mis labios. Luna se estiró en sus piernas y se alejó de nosotros, tal vez para dejarnos a solas la muy traicionera, no sin antes guiñarme un ojo. Y lo sé, una minina no puede guiñar un ojo, ¡pero juro que no estoy ciega! Madre mía...

—Eres muchas cosas para mí murmuró, acostándose en el césped y mirando al cielo estrellado. Yo copié su acción.

—¿Como qué?

—Como mi razón para estar aquí, respirando, viviendo. Y, sin embargo, nunca sabrías cuán literal estoy siendo.

—Eso no podría ser literal.

—Te asombrarías al saber los secretos que esconde el mundo, princesita.

Hubo un pequeño y cómodo silencio. El cielo era como un paraíso, y el simple hecho de tener al chico que me hacía compañía todas las noches era relajante. Esa noche yo estaba tranquila, más emocionada de lo normal, y tal vez era porque nuestra amistad crecía y crecía más.

Él y yo teníamos una amistad sincera, basada por la química que compartíamos. O eso me hizo creer.

—Hoy has dicho muchas cosas que me confunden —murmuré, cerrando los ojos. Me dio la impresión de que él también lo hizo y relajó su cuerpo tenso.

—¿Por qué?

—Porque pareciera que sí soy importante para ti.

—Y lo eres.

—Solo nos conocemos desde hace dos semanas.

—¿No sabes que en dos semanas alguien puede ganar mi cariño?

Fruncí el ceño con confusión y abrí los ojos. Me acomodé para quedar de lado, mirando su rostro tranquilo y la serenidad con la que cerraba los ojos. Él se mantuvo en silencio. De seguro sentía mi mirada encima de él, aun teniendo los ojos cerrados.

—¿Yo he ganado tu cariño?

—Lo has hecho desde la primera vez que viniste a verme con un libro en mano.

Me volví a acomodar en el césped y a cerrar los ojos. Estuvimos así unos minutos, dejando que el aire moviera nuestros cabellos y mi mano cosquilleara al estar rozando a la del chico misterioso. Comenzamos, de pronto, a hablar trivialidades para matar el silencio.

—Me gusta muchísimo hablar contigo —murmuré tan bajo que tal vez él no lo oyó.

—A mí también me gusta.

—Es genial porque podemos hablar de absolutamente todo.

Ambos le estábamos dando muchísimo ánimo y vida a nuestras palabras. Estábamos contentos.

—Pues sí —me concedió la razón—. Contigo puedo hablar de muerte, vida, de galaxias lejanas, de la luna y las estrellas, de las canciones de Morat incluso. Me gusta la gente así de profunda.

Amé cuando mencionó todas las cosas de las que hablamos esas dos semanas. Cada uno de los temas los habíamos tocado, y eso era sensacional porque nadie me había escuchado atentamente cuando le daba teorías de multiversos o lo mucho que me apasionaban las canciones de Morat como él hizo.

—Es que Morat es mi vida —comenté.

—Nuestra vida, querrás decir.

—Compartimos muchísimo en común, eh.

—Sí. Eso lo vuelve todo más divertido.

Hubo un silencio.

—¿Sabes qué estaría genial ahora mismo? —abrí los ojos con emoción y me incorporé. Me giré a él y también se incorporó con los ojos clavados en los míos.

—Sorpréndeme.

—¡Estaría genial escuchar música y leer mientras comemos!

Él se echó a reír por lo bajo por mi emoción.

—¿Ye te he dicho que adoro lo mucho que te emocionas así de repente?

—Mil veces —le guiñé un ojo.

—Pues tendrás que oírlo mil y una vez más.

—Bueno, bueno, ¿entonces te parece bien mi plan?

—Sí —accedió con la cabeza, bastante tierno—, pero te advierto que no comeré.

Hice un mohín de tristeza y en ese instante Luna apareció de nuevo y se sentó a lamer su patita en medio de nosotros dos. De seguro solo vino porque escuchó la palabra «comer». El chico misterioso comenzó a acariciarla y ella ronroneaba y pegaba más su cabeza a la palma de la mano de él. Fue una vista espectacular.

—Traje Doritos —me hice la dramática—, ¿y me dices a la cara que no comerás?

Su vista pasó de Luna a mí.

—¿Quién come Doritos a ésta hora? Y, más importante, ¿quién come mientras lee?

Tragué saliva y reí nerviosamente.

—Yo no, pff.

—Vale, entonces tú lo sueles hacer.

—Bueno, sí, pero no —negué con la cabeza para centrarme en lo importante—. ¡Cómo sea, lo importante es que debes de comer!

—Comí antes de venir al parque —se excusó.

—Pero...

—Ya ríndete.

—Bueno —bufé—, entonces más doritos para mí.

Luna se alejó del chico misterioso para posarse en frente de mí y unir sus patitas en el césped. Miró al suelo y después alzó su vista y agrandó sus ojitos. ¡Era la gatita oscura más adorable que había visto! E incluso ahora se veía más regordeta porque siempre la alimentaba. Su mirada me cautivó y sus ojos me atraparon. Toqué su pequeña naricita y de mi mochila saqué su comida para ponerla en el pequeño comedero que le había comprado con ayuda de Erika —cabe recalcar que Erika no sabía nada de Luna ni el chico misterioso, sin embargo, ellos sí sabían sobre Erika. Luna comenzó a comer y se alejó de mí para olvidarme, muy cómica.

—Parece que solo me quiere por la comida.

—Nah, ella te adora. A ella tampoco la has dejado sola.

Ninguno comentó nada al respecto. Estábamos ocupados sacando las cosas de mi mochila: una sábana blanca, los dos paquetes de Doritos y el libro de romance titulado "El mejor entre todos".  Él agarró el libro y observó con curiosidad la portada y la sinopsis. Yo amaba ver lo mucho que le apasionaban los libros, y más al saber que sus géneros favoritos eran la acción y la literatura oscura, pero eso no hacía que él no amara que le leyera libros de romance que me gustaban. Yo me levanté y comencé a poner la sábana en el césped. ¿Cómo no se me había ocurrido llevar todo eso antes? Sería un picnic divertido, porque también tenía un pomo con jugo de manzana hecho por mí.

—Sí que parece un picnic de verdad —aseguró, colocando el libro encima de la sábana y acomodando la bolsa de Doritos en una esquina. Ambos nos sentamos en la sábana y cuando Luna terminó de comer también lo hizo, colocándose en medio de los dos, muy cómoda y preparada para dormir la siesta—. Lástima que sea de noche.

—Las noches son más divertidas —le guiñé un ojo con coquetería y él hizo lo mismo.

—Qué bueno que estás aprendiendo a copiarme.

—¿Copiarte? Estoy aprendiendo a superarte, no a ser tú.

—Pero ¡mírate! Incluso dices frases sacadas de internet.

—No lo he sacado de internet, genio —me crucé de brazos, indignada.

—¿Estás fingiendo estar enojada, o es mi idea? —enarcó una ceja.

—No.

Sin darme cuenta, había inflado mis cachetes. Él me veía como si fuera la chica más adorable del mundo, y eso me fastidiaba aún más.

—Joder, ¿lo haces para molestarme? —puso una mano en su nuca, incómodo pero sonriente.

—¿A qué te refieres?

—A eso. Esas caras. Esas miradas.

—Yo te miro normal, ¿no?

—Sabes que no. Siempre que me miras lo haces con un brillo que sale por sí solo. ¿Es para molestarme o algo así?

Fruncí el ceño. No entendía ni mierdas sobre lo que se refería.

—No quiero molestarte —aclaré.

—¿Entonces quieres enamorarme?

—¿Eh?

Me quedé como piedra en mi lugar, mirándolo fijamente. Lo que había preguntado me había dejado con dudas, e incluso me debatía entre qué responder. Para mi suerte, él continuó hablando.

—Créeme que si lo haces para enamorarme, no te va mal.

Abrí mi boca para decir algo repetidas veces, pero ninguna pude lograr soltar alguna palabra. Estaba muy confusa y todo de mí deseaba que él siguiera hablando para yo no tener que romper el silencio. Siempre yo hablaba de primera, pero ahora me sentía incapaz.

—Yo... —reuní valor para confesar— creo que el brillo de mis ojos es gracias a que ya no estoy con Ethan, o eso dice mi madre. Pero también tú puedes tener culpa en eso.

—¿Yo? ¿Por qué?

—Aun no lo tengo muy claro —me encogí de hombros.

Hubo otro silencio, uno en donde solo éramos capaces de mirarnos a los ojos y escuchar la respiración de Luna. Fue cómico porque de la nada comenzamos a reírnos sin razón y dejamos de mirarnos para abrir el libro y las bolsitas. Yo me hice con una y él con la mirada me aseguró que no iba a comer ni una. Bufé y al final decidí comenzar a leer en voz alta mientras él me alcanzaba los Doritos a la boca.

Así, después de más de dos horas de acomodarnos a cada rato, la bolsita se hizo más pequeña, la sábana estaba destendida en el césped y nosotros reíamos y reíamos mientras comentábamos lo mucho que amábamos a los personajes. En repetidas oraciones unas lágrimas se me salieron; no estaba acostumbrada a llorar por los libros, pero hay una frase que siempre he amado, y esa dice: "Vale la pena derramar lágrimas o sonreírle a las letras si la causa es un libro". Ya todos los Doritos se habían acabado, y como él dijo; no comió ninguno y todos me los devoré yo.

—¿Qué te pareció? —cerré el libro de pocas páginas y no podía evitar sonreír mientras él limpiaba dos lágrimas perdidas que de mis mejillas cayeron. Sé que era tonto, pero los libros eran mi mayor debilidad.

—Creo que comienzo a entender la gracia que tienen los libros con finales felices.

—¿Ves? Si es que siempre tengo la razón —suspiré y vi hacia el cielo—. ¡Ojalá yo tenga un final feliz tan lindo como el de los personajes de "El mejor entre todos"!

—Yo sé que tendrás tu final feliz. Al menos tú.

—¿Y tú qué?

—Mi final ya ha sido escrito hace mucho.

Me dio tristeza escucharlo. Vi de reojo cómo se sentaba a mi lado y apoyaba su cabeza en mi hombro. Era obvio que un nudo se hacía en su garganta, que la tristeza de sus palabras se fue reflejando en sus ojos y que su labio temblaba con razones. Yo no era capaz de unir hilos para comenzar a entender a qué se refería con eso último, ni mucho menos podía descifrar todo su misterio, todo lo que me escondía y las verdades a medias que decía. Apoyé mi cabeza en la suya y miré de reojo mi celular en el césped, que empezaba a sonar avisándome que ya eran las dos de la noche. Era muy triste saber que solo me podía verlo hasta las dos de la noche, porque a pesar de que él me estuviera afirmando todas las noches que esta historia terminaría mal, tal vez en lágrimas, yo quería seguirlo viendo. Él se había convertido en un amigo muy especial, jamás dejaré de repetirlo ni ustedes de leerlo.

—Chico misterioso... —iba a intentar consolarlo, solo que para mi sorpresa él me interrumpió.

—Galen. Mi nombre es Galen.

Mi corazón comenzó a acelerarse más de lo normal y me alejé un poco para verle la cara. Él sonreía de medio lado tras confesarme por fin su nombre, yo estaba que quería explotar de alegría. Increíble fue que tuviese la confianza para decirme su nombre ahora que yo sabía lo importante que él estaba siendo para mí.

Galen.

Galen.

Galen.

Madre mía, era el nombre más sexy que había escuchado. ¿Por qué a él le pareció aburrido? Oír su nombre de su boca fue más maravilloso que escuchar a un millonario dando la clave de su caja fuerte.

—Galen —repetí, bastante emocionada, mordiendo mi labio inferior y clavando mis ojos en los suyos—. ¡Te llamas Galen!

—Sí. Ese es mi nombre.

—¿Y por qué justo ahora me lo cuentas?

—Porque aunque duela, debes saber de mí.

Un silencio nada incómodo se hizo presente. Los dos le sonreíamos a la nada, pensando en todo. Ya era hora de irme, pero me iría más contenta que nunca, porque ahora sabía algo más sobre el chico misterioso... Bueno, Galen.

A las dos y media de la noche ya tenía todo en mi mochila y me despedí de Galen con un beso en la mejilla. Creo que se haría costumbre. Antes saludaba y me despedía así de mis amigos, pero dejé de hacerlo porque a Ethan todo contacto con los chicos le molestaba, solo que ahora podía hacer lo que sintiera ganas de hacer. Y simplemente le di la espalda tras eso, sonriente, en lo que él cargaba a Luna con una sola mano.

—Hasta la próxima noche, Kaela.

—Hasta la próxima noche, Galen.

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