Capítulo único.

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Serie: Hunter X Hunter (1999)
Plataforma: Fuji Television
Estudio: Nippon Animation


Leorio, ¿por qué no me has llamado?

—No es mi culpa, Kurapika. Debo de ir.

—¡Es que nunca es tu culpa, Leorio! —gritó exasperado el rubio, exaltando sus brazos—. ¡Siempre dices lo mismo! ¡Lo único que haces es irte lejos por tu trabajo y dejar solo a Gon! ¿No puedes simplemente negarte y quedarte aquí?

Leorio suspiró mientras retiraba su palma de la maleta para posarla conjunto a la otra en los hombros de su pareja— ¿No puedes ser sincero y decirme por qué no quieres que me vaya?

El joven Kurta se descolocó por unos segundos. Claramente no había ningún otro motivo por el cual estaba generando una pelea más que el hecho de la irresponsabilidad continúa que tenía el mayor sobre su hijo, así que no lograba entender hacia donde estaba llevando la conversación. Si quería distraerlo para no continuar enojados no iría a funcionar. Su pregunta provocó que mucha más rabia se acumulara en él.

—¡Estoy harto que te hagas el inocente y no quieras afrontar el hecho de que Gon se siente solo porque nunca estas aquí para él! ¡No hagas preguntas ridículas! ¿Acaso estoy obligado a encargarme de tu hijo?

Las cálidas manos del mayor se deslizaron lentamente hasta ya no tocar a Kurapika, dándole una sensación de frío inevitable a este. No lo miró más. Pasó a su lado y se dirigió con pasos tranquilos a la habitación de su niño, tocando la puerta antes de llamar el nombre del pequeño. Un niño de doce años dio la cara y sonrió.

—¿Ya te vas? —tras él se podía ver la pantalla de su televisión encendida. Al parecer había estado jugando videojuegos juntos en su PlayStation 3, lo cual indicaba que Gon no había escuchado los reclamos de Kurapika.

—Sí, ya me voy —pronunció mientras abría sus brazos. El pequeño de cabellos verdosos corrió a abrazar a su padre—. ¿Te portarás bien?

—¡Sí!

—¿Le harás caso a Kurapika?

—¡Sí!

—¿Harás la tarea?

—¡No!

Con sus nudillos le brindó un toque sin fuerza a la cabeza de su pequeño— Teniendo amigos tan inteligentes para que te ayuden.

—Es broma, ¡es broma! —rió contra el estomago de su padre—. Haré las tareas con Killua, él prometió ayudarme. Tú vete tranquilo.

Con un notorio y profundo amor, depositó un largo beso en la frente de Gon. Por mucho que viajase, Leorio adoraba a su hijo. Todas esas idas y vueltas eran para poder pagarle su educación universitaria —algo muy a futuro— en lo que él desease. Quería verlo feliz y esa era su máxima meta. Y aunque ahora estuviese molesto con Kurapika, deseaba poder criarlo y verlo crecer junto a él. Sinceramente lo pedía. Con todo su corazón.

—Cuídate, ¿sí? —el niño asintió eufóricamente—. También cuida a Kurapika, es más abierto contigo y te escuchará siempre.

—¡Cuenta conmigo!

Gon le tomó cariñosamente la mano a su padre y lo llevó hasta la puerta, donde Kurta y la maleta aún se encontraban esperando a que el dueño de la casa regresara.

—¿Ya te vas? —se podía palpar aún el enojo latente del rubio. Estaba furioso. ¿Cómo Gon podía ser tan flexible con su padre si no estaba siempre presente en su vida? Sentía que era una especie de manipulación injusta al pequeño.

Leorio hizo hincapié para besar los labios ajenos a modo de despedida, sin embargo no contó con que Kurapika corriese el rostro y solo se dignara a acercarle la maleta, dejando no solo perplejo a su pareja, sino también al pequeño Gon.

No hubo más preámbulos. El Paladiknight adulto solo recibió la valija y con una última mirada a su querido hijo, se retiró de la casa. Kurapika inmediatamente fue a cocinar. Preocupando más al niño, quien notó pena en los ojos de su amado papá. Corrió a su habitación y procedió a llamar a Killua, su mejor amigo en todo el mundo, para contarle con lujos de detalle lo ocurrido.

• • • •

Las risas de los niños tronaban por todo el ambiente del departamento, distrayendo al rubio de lo que planeaba ser una tarde de lectura. Era fin de semana y Gon, con sus ojitos de cachorro, brillantemente adulzados, le pidió si podía traer a sus amigos. Claramente no pudo poner resistencia. La mirada del pequeño era una de sus grandes debilidades. Negando con una sonrisa observó el reloj: ya era hora de una merienda para los tres alborotadores. Los llamó y aparecieron unos minutos después como rayos, sentándose uno junto al otro en el amplio comedor.

—¡Gracias, señor Kurapika! —Alluka, la única niña del grupo, le sonrió abiertamente al rubio. Una pequeña dulce y bastante tímida, totalmente lo contrario a todos sus hermanos mayores.

—No hay de que, Alluka —devolviéndole el gesto, miró de reojo como los niños parecían bestias engullendo. Killua y Gon gustaban competir quien era el primero en terminar el plato ante ellos—. ¿Puedo preguntar de qué se reían tanto? Los podía escuchar hasta acá.

El otro Zoldyck presente, Killua, respondió luego de pasarse una servilleta sobre su boca— El viejo llamó a Gon.

Los ojos de Kurapika se abrieron en sorpresa.

—¡No le llames viejo a mi papá!

—¿Leorio te llamó? —preguntó algo nervioso, rezando para que la respuesta fuera un no.

La suerte no estaba de su lado, pues el pequeño de verdosos cabellos respondió: —¡Sí! Mi papá acaba de hablar con nosotros. ¡Es muy gracioso oír sus historias y también como pelea con Killua! Aunque es mejor cuando lo persigue para molestarlo...

Frenó sus palabras. Los niños pudieron ver como el rubio desfiguraba levemente su rostro en pena. Leorio no lo había llamado siquiera para avisarle que había llegado bien a la otra ciudad. Seguía molesto pero al menos quería escuchar su voz diciéndole que todo estaba correcto por allá y volvería pronto.

Negó bruscamente y se enojó; él solo se había ido ayer así que sería tonto andarse preocupando muy pronto, ¿no es así? Tarde o temprano lo llamaría para preguntarle sobre Gon o algo relacionado con la casa, era obvio. Leorio no podía estar tanto tiempo sin hablar con él de todos modos.

—Me alegro que te llamase —pronunció al recuperar su postura tras unos segundos después—. Sigo encontrando incorrecto que se vaya y te deje solo pero al menos te llama diario.

Ya sin más que agregar, recogió los platos sucios de los niños y sin preámbulos se fue a lavar en silencio a la cocina. Aún con sus edades, los hermanos Zoldyck y Gon se miraron entre ellos: habían comprendido inmediatamente al ver el rostro adulto que a este no le había gustado nada que su pareja no lo hubiese llamado. Gracias a que el Paladiknight menor soltó la lengua ayer, Killua y Alluka estaban enterados de que algo ocurrió entre los mayores. Y debían admitirlo: les gustaba el drama ajeno. Igualmente notaron a Leorio extraño; evitaba hablar de Kurapika cada vez que alguno de ellos ponía en la mesa algo que este hubiese dicho y/o hecho durante el día. Al parecer no querían ser tema de conversación el uno del otro. Esto, de varias formas, igualmente afectaba al pequeño Gon. Ya de por si fue muy difícil para él ser dejado de lado por su madre mientras esta se aprovechaba de su padre, sin embargo Kurapika fue como una luz en la vida de ambos. A este punto el joven hijo de Leorio llevaba mucho tiempo debatiéndose a sí mismo si debía de llamar al rubio como su otro padre. Llevaban viviendo los tres juntos al menos por año y medio y realmente encontró el cariño maternal que tanta falta le hacía en este. No quería que él se separara de su papá. Tenía la más plena seguridad de que su padre estaba profundamente enamorado de Kurapika. Siempre lo recalcaba. Cuando alguna mujer le coqueteaba no hacía esperar sus palabras "lo lamento, pero estoy en una relación"; realmente era fiel a Kurta. ¿Pero este? Tristemente no podía asegurar mucho de él. No expresaba sus emociones muy seguido. Tal vez podía notar si estaba feliz o si tenía hambre, nada más. Su papá siempre abrazaba a Kurapika mientras susurraba que le amaba —cosa que Gon adoraba observar—, más él solo le pedía que se quitara encima con un sonrojo repartido en su rostro pálido. ¿Sería un sonrojo de vergüenza? ¿De enojo? No podía decirlo. Tampoco tenía más conocimiento del que ambos dejaban ver fuera de las puertas de su habitación.

Killua miró el gesto pensativo de Gon y se entristeció. Conocía bien como él se sentía al respecto de la relación entre su padre y el joven Kurta. Si Alluka y él eran sinceros, no entendían porque estaban juntos. Eran como dos caras de una moneda: no se parecían en nada. Siquiera tenían gustos similares. Parecían ser día y noche. Alluka decía aquello muy seguido, ya que realmente no es muy buena guardándose las cosas. Nadie comprendía como dos polos opuestos podían estar en una relación— menos en una relación tan larga como la que llevaban esos dos.

Sin resistir más el desaliento que el Paladiknight suspiraba los Zoldyck decidieron proponer otra competencia, una que involucrara videojuegos para mantener distraído al niño de cabello verde.

• • • •

—Muchas gracias por cuidar de ellos el fin de semana —Illumi, uno de los hermanos mayores de Killua y Alluka se inclinó por segunda vez ante Kurapika, agradeciendo su amabilidad. Los dos nombrados habían pasado toda la tarde del sábado y parte del domingo.

—Sabes que no hay ningún problema, Gon también suele quedarse allá. Alluka y Killua pueden venir cuando quieran, son siempre bienvenidos.

El pelinegro aclaró su garganta antes de continuar— Perdón si lo repito mucho, me cuesta creer que puedes con los tres tú solo. Todos nosotros estamos casi siempre en casa y aún así nos cuesta controlarlos.

—¡Oye, nos portamos bien!

—¡Sí, no digas mentiras!

Ambos hermanos mencionados levantaron sus puños y golpearon al mayor en sus brazos, este riendo por el gesto. Ahí es cuando Hisoka, un joven colorín de la misma edad de Illumi, hizo acto de presencia al bajar de su auto. Se acercó al grupo familiar y tomó a los pequeños con cada brazo, subiéndolos al descapotable azul.

—Que inquietos —les sonrió, acariciando sus cabezas. Ninguno de los dos hizo algo. Hisoka era el novio de su hermano y una persona agradable, que consentía demasiado a los pequeños.

—¡Hisoka! —gritó el pequeño Gon al verlo y corrió a su lado. Sí, realmente consentía mucho a los niños. Aunque aquello no era para impresionarse. Muchas veces, charlando con Leorio y Kurapika, les había confesado un poco tímido (algo raro de él) que deseaba en el futuro casarse con su novio y poder adoptar, formando así su familia deseada.

Kurapika le sonrió a modo de saludo y este lo imitó. Como siempre era él quien pasaba a buscabar a los menores Zoldyck junto a Illumi. Realmente era un novio ejemplar. Cuando Gon terminó su corta charla con el chico, ambos se despidieron amablemente, subiendo al automóvil y dejando así a los dos familiares de Leorio sacudiendo su mano en medio del estacionamiento.

—¿Esperaremos a mi tía Mito aquí? —cuestionó el niño, mirando directamente a Kurapika con esa sonrisa eterna que poseía.

—Sí, estoy seguro que no tardará nada en llegar por ti. Me llamó antes de que bajáramos con Killua y su hermana diciéndome que ya venía en camino.

—Estoy muy feliz de verla, pero...

El rubio alzó una ceja—¿Pero?

—No quiero dejarte solo. Sé que extrañas a mi papá.

Un sonrojo extremo cubrió cada rincón del rostro adulto.

—¡N-no! —alzó su voz, aunque rápidamente bajó su tono—. No. Yo no extraño a Leorio.

—¿Eh? ¿Y por qué no? Él me dice siempre que te extraña mucho cuando se va.

—Porque esta vez me hizo enojar mucho, así que no lo extraño. Es más, espero que no vuelva.

Un puchero comenzó a arrugar las dulces facciones del pequeño Gon, asustando a Kurapika.

—¡E-era broma, Gon! ¡No llores!

—¿Ya no quieres a mi papá verdad? ¿Por eso dices eso? ¿Ustedes ya no quieren estar más juntos?

Las palabras del niño calaron fuertemente en él—Gon, ¿por qué dices esas cosas? —preguntó con el tono más calmado que pudo, arrodillándose para quedar a su altura.

—Porque pelearon muy feo ahora, lo sé —Kurapika abrió sus ojos en impresión. No pensó que él se fijaría en ello—. Y no sé han arreglado. Entonces ahora dices que no quieres que vuelva. ¿Ya no amas a mi papá? ¿Es eso? ¿Encontraste a alguien más como lo hizo mi mamá?

Kurapika no daba más de la impresión y el pánico. ¿Cómo un niño tan tierno como Gon había llegado a esa conclusión? Sabía que el trauma de su madre malvada no lo iría a abandonar en el poco tiempo que llevaban viviendo juntos. Sobre todo porque él, al ir a clases, no sabía si realmente Kurapika pasaba el día en su oficina o simplemente veía a otro hombre, tal cual como actuó su mamá años atrás. Kurapika lo sabía: que Gon no era hijo de Leorio. Fue el resultado del amorío de su ex pareja y un tipo llamado Ging. No es que fuese un secreto para el niño tampoco, pero si era un tema delicado. En la inocente mente de Gon aun existía su madre manipuladora; esa que lo abandonó al segundo que no pudo sacarle más dinero a Leorio. Esa que lo dejó prácticamente abandonado, sino fuese por su amorosa tía Mito, quien se dedicó a criarlo y dejarle grabado en la cabeza que su verdadero y único padre era Leorio Paladiknight.

Gon no paraba de llorar. Y el joven Kurta no podía entender por qué. Ya llevaba siendo pareja con Leorio por ya cuatro años, cortar la relación era una opción que veía muy lejana. No lo decía en voz alta, pero amaba a Leorio con cada latido de su corazón. De verdad. No era bueno con eso de expresar los sentimientos —aquello era un defecto de los Kurta—, más podía poner sus manos al fuego por su pareja. ¿Cómo le explicaba a un niño de doce años que eso no ocurriría?

Como si de un ángel se tratase, Mito llegó. Salvando, sin querer, el pellejo y los nervios de Kurapika. Se bajó de la vieja camioneta con rapidez al ver a su sobrino llorando junto a un muy desconcertado rubio.

—¿Qué pasa?

Gon no dudó en abandonar el lado de Kurapika, lanzándose a los brazos de su tía— ¡Papá y Kurapika ya no se aman más! ¡Van a terminar!

Mito y Kurapika se miraron unos segundos donde, solo con sus ojos, se comunicaron. Llámenlo conexión de mejores amigos, pero la fémina entendió inmediatamente que estaba ocurriendo. Le brindó unas palmadas en la espalda al niño en sus brazos y lo separó para enseñarle su sonrisa.

—¿Qué cosas dices, Gon? —negó con su cabeza—. ¿No crees que todo sea parte de tu imaginación?

—¡Pero Kurapika nunca le dice a mi papá que lo ama! ¡Y ahora no quiere verlo! ¡Y mi papá tampoco quiere hablar con él!

¿Qué?

Una brisa fría lo envolvió enseguida tras las últimas palabras dichas por Gon. ¿Leorio no quería hablar con él? ¿A qué se refería? Estaba seguro que Leorio nunca diría algo tan directo como eso. Sin embargo, ¿por qué dudaba? ¿Se lo habría dicho ayer, cuando llamó a su hijo? ¿Hoy? Porque sí, Kurapika tampoco recibió una llamada de su pareja el día de hoy, otra vez. ¿Tal vez a eso se refería Gon? El pensamiento de ser abandonado lo congeló. No, era imposible que Leorio cortase con él de un día para otro. Él lo amaba, ¿verdad? No lo dejaría así como así, ¿no?

—Basta —la mujer presente cortó, con solo esa palabra, tanto los pensamientos del Kurta como los llantos del niño—. Gon, solo estas sacando conclusiones falsas. Las peleas de pareja siempre van a ocurrir, y eso no significa que las personas dejen de amarse. Si inventas estas cosas vas a preocupar a Kurapika y a tu papá, y no quieres preocuparlos, ¿verdad? —su sobrino asintió y ella sonrió—. ¡Anímate entonces! Solo es una pelea, no un final.

Por el bien del pequeño, Kurapika también le mostró su sonrisa para despreocupar a Gon, lo cual resultó magníficamente. Se relajó porque creyó en las palabras de su tía sin rechistar, lo cual, claramente, no fue lo mismo para el rubio, quien despidió a ambos mientras se iban en la camioneta.

Al subir al departamento, notó este frío y grande. No era la primera vez que se quedaba solo, sin Gon ni Leorio, aunque si la primera en la que se sentía horriblemente mal. Un baño de tina podría llevar sus pensamientos lejos, ideó. Dicho y hecho, ya dentro de la gran bañera no podía evitar revocar el rostro de Leorio. ¿De verdad irían a terminar? Todo era muy sospechoso. Normalmente no duraban nada enojados y sus llamadas a distancia eran infinitas, charlando de todo, comentando en que harían cuando el mayor volviese a casa; ahí lo recibía con besos y una que otra sorpresa que quedaba claramente fuera de los ojos de Gon. Ahora todo se veía gris, diferente. ¿Sería verdad que Leorio le dijo a su hijo que no quería llamar a su pareja? Aún quedaba la opción de que aquello fuese una broma de mal gusto que el inocente se tomó a pecho. No obstante eso sería de muy mal gusto proviniendo de Paladiknight. No haría un chiste de ese estilo. Sin poder comprender nada, con enojo alejó la espuma que iba acercándose copiosamente a su rostro.

No importaba, mañana sería otro día y seguramente Leorio lo llamaría para que se arreglasen.

• • • •

Su rostro era horrible. Apenas pudo pegar un ojo durante toda la noche. Y parecía bastante notorio que además de ello se encontraba a un paso de estallar en ira. Tan así que el conserje Tonpa solo se dignó a abrirle la puerta de la compañía, más no saludarlo. Sus compañeros notaron inmediatamente esa mala cara, y querían preguntarle, aunque la furia palpitante alejaba a todo aquel que osara a acercársele.

—¿Acaso no dormiste, princesa? —Hanzo, como siempre, no le temía ni un poco a la muerte. O eso pensaron todos a su alrededor.

—¿Por qué no vas y le cagas la mañana alguien más, Ten Shin-Han? —Kurapika respondió inmediatamente, sin mirarlo por solo un segundo—. La mía está lo suficientemente jodida por ser tu cara la primera con la cual me topé en la mañana.

—Parece que alguien extraña a su amorcito.

Siper fue quien habló esta vez. Una de las secretarias y la desgraciada más irritante de todo el lugar. Para ella, no había nadie mejor que sí misma. Con su irritante gesto juguetón de siempre, osado y ególatra, miraba con superioridad al rubio.

—Te ves horrible, Kurapika, ¿quieres compartir con la clase qué te tiene de mal humor? ¿Tu noviecito se fue de viaje otra vez?

Kurapika deseaba poder matarla con sus ojos— Sí, Leorio está de viaje, ¿te importa acaso?

—Me preocupo de la eficiencia de los trabajadores, sí —asintió con más picardía—, y veo que hoy no serás para nada productivo. Deberías ir a casa si quieres andar deprimido por extrañar a tu marido...

Kurapika iba a reclamarle algo, más los susurros entre los colegas se hicieron escuchar.

«Que asco me daría ser compañero de un maricón casado, sería el colmo.», «¿Aún no lo matan por ser gay?», «¿Kurapika sigue con ese tipo? Creí que solo era un juego.», «A este punto ese novio suyo debe de estar engañándolo.».

"«A este punto ese novio suyo debe de estar engañándolo.»"

Su corazón se cayó con lo último que su oído captó entre el bullicio de cuchicheos. Había pasado la noche en pie porque su cabeza no se vaciaba de todas las dudas que Gon le plantó. Solo quería sentirse tranquilo y sabía que el trabajo lo ahogaría tarde o temprano, por esa razón se presentó allí. Necesitaba vaciar el enredo que no lo abandonaba y aplanaba sin piedad su cerebro, ¿para afrontarse otra vez a la homofóbica zona de servicio al cliente? No podía. No hoy. No cuando más estaba extrañando a Leorio. Entre el cansancio, el estrés y solo dios sabe que cosas más, estuvo a un paso de desmayarse, sin embargo un cuerpo gentil le atrapó. Ponzu, su compañera de escritorio en contaduría y mejor confidente apareció en el momento más preciso, y no iba sola. Menchi era una de los jefes y no estaba para nada contenta con lo ocurrido. Incluso en ese débil momento, Kurapika se alegró: alguien le apoyaba.

—Siper, esta es la tercera vez que tus comentarios homófobos afecta a uno de mis trabajadores. Una más y serás despedida. No me importa que seas secretaria sénior —su dedo índice chocó contra el hombro contrario, amenazante—, recuerda que un solo chasquido de mis dedos y estarás patitas afuera rogando por volver.

Nadie más alzó la voz, ni una sola alma de esa zona. Ambas estabilizaron al rubio y se dirigieron al ascensor más cercano. Cuando las puertas se cerraron comenzaron con el interrogatorio materno. Pareció infinito. Kurta solo quería volver a su casa a este punto y así fue. Al llegar a su piso, Pokkle también fue al encuentro del trío; las chicas le pusieron al corriente y su sangre hirvió con enojo. Recepción y servicio al cliente eran un asco. Atacaban a todos sin importar incluso si llegaban a matar con sus palabras. Tras poder recuperar al exhausto Kurapika, decidieron que Pokkle lo llevaría en auto al departamento de su pareja —ya que Kurapika no poseía un carro, Leorio si y era quien normalmente lo dejaba en su empresa— y pudiera finalmente descansar. Menchi le pidió ir al médico y que no volviese hasta sentirse mejor, que ella se encargaría de ver quien cubriría su puesto. Y ahí estaba ahora, solo en casa nuevamente, cansado y sin muchos ánimos; con una licencia médica por presión arterial alta y seis días de descanso. Solo se dejó caer en la cama matrimonial que compartía con su pareja como peso muerto y perdió la conciencia.

• • • •

Despertó a las cinco de la mañana del día siguiente, martes. Le dolía la cabeza por haber dormido tanto, aunque se sentía mucho mejor. Era bastante temprano y no sentía hambre aún, así que para matar el tiempo decidió continuar con el libro que había intentado iniciar el sábado cuando los pequeños habían interrumpido con risas su concentración. En lo que estiraba su mano, sus yemas chocaron con su teléfono. Dudó unos segundos, pero al final lo cogió. En la pequeña pantalla podía leer la hora, la fecha y una llamada perdida.

Una llamada perdida.

Pegó un salto que lo dejó sentado derecho como estaca. Una llamada perdida. Una. ¿Leorio lo llamó? Un sentimiento de nerviosismo juvenil se acumuló en la boca de su estomago mientras sus manos sudaban al levantar la tapa del móvil. Fue ahí donde sus ojos se oscurecieron de la pena. Sus dedos se congelaron en el teclado. La llamada era de Gon, no de Leorio. Aún no le llamaba. Aún no escuchaba la voz de su querido. El teléfono voló por la habitación hasta chocar con la puerta del armario. ¿Por qué? ¿Por qué no lo había llamado aún? Ayer había sido un día de mierda: la voz de Leorio podía ser lo único que calmara esa molestia. Y nada. Ni siquiera un solo mensaje. ¿Tal vez de verdad iban a terminar?

No. No. No. Era solo otra tonta pelea que no parecía tener un fin, es todo. Aquellas cosas ocurren en todas las parejas. ¿Para qué alterarse si solo habían pasado unos días? Cuando volviera todo sería normal de nuevo. Los brazos gruesos de su amado se enrollarían fuertemente en su cintura, de la misma forma que siempre se aferran a él, no queriéndolo dejar ir. Le susurraría mil veces que lo amaba mientras llenaba cada rincón de su rostro con besos. Así ocurriría. Nada iba a cambiar, estaba seguro.

Ya un poco más calmado, se puso de pie para buscar su teléfono. Gracias al buen lanzamiento se ganó un rayón sobre la pantalla externa. Bueno, al menos le serviría de excusa para ir y comprarse uno nuevo. Tal vez el mismo Walkman que tenía Gon, este le decía que tenía mucha memoria externa para su música, pero Kurapika lo pensaba más para almacenar fotos con Leorio. Con un suspiro levantó nuevamente la parte superior, permitiéndole observar su fondo de pantalla. Una foto de ellos tres sonrientes en aquel campestre lugar donde antes solía vivir Mito —se había mudado a la ciudad tras la muerte de su madre para estar más cerca de su sobrino—, que había sido tomada por esta misma. Verse a sí mismo así, abrazado al Paladiknight, provocaba que una gran tristeza se acumulara en todo su pecho, apretándolo. Era feliz con Leorio. Recuerda que cuando lo presentó a sus padres este estaba horriblemente nervioso, y aún ante ello, su familia quedó fascinada con él. Era responsable, caballeroso, buen padre y tenía un espléndido trabajo como doctor. Cuando conoció a Leorio en el bar y charlaron, no le creyó que era padre. Incluso se mofó de ello con una carcajada. Probablemente porque este le había atraído e imaginarse que tuviese un niño incluía que su relación iba a ser muy pesada. Terminó siendo todo lo contrario. Kurapika no era fan de los niños, sin embargo el Paladiknight caló en él de forma inmediata. Era un niño de siete años y medio con ojitos de bebé que constantemente le pedía su mano para caminar y lloraba cuando era hora de que el rubio se fuese a su casa. ¿Quién no quisiese comérselo a besos? Se portaba tan bien que parecía un muñequito. Y de la nada se vio envuelto a si mismo entre esos dos hombres y comenzó a darles un trozo de su corazón conforme pasaba el tiempo. A este punto ya tenían su órgano completo.

Entre tanto vagar por recuerdos, ya habían pasado de un soplo treinta minutos. Decidió enviarle un mensaje a Gon para avisarle que había enfermado, por lo cual ayer solo durmió y no pudo contestar su llamada. Era hora de comer y el rugido de su estómago se lo estaba haciendo sonar.

• • • •

El libro había estado maravilloso de inicio a fin, lo disfrutó como hace mucho no lo hacía. Su día estuvo calmado, más o menos. Su cerebro le repitió todo el día que su querida pareja no le llamó nuevamente, llenándolo de miedos y preocupaciones, sin embargo su dulce Gon le pegó el grito en el cielo cuando le contestó. Vociferó por el altavoz bombardeándolo con preguntas sobre su salud y si necesitaba que él regresase para cuidarlo. No había como detenerlo, o sea pensaba Kurapika, pero la intervención divina de Mito salvaba otra vez el día. Debía comenzar a plantearse seriamente la idea de que Mito fuese un ángel o que Dios realmente estuviese de su lado siempre. Dejando ese tema de lado, aquello lo calmó. Su pequeño le contó sobre su padre; que estaba bien y volvería el viernes a eso de las una de la tarde. Al menos tener ese conocimiento le alegraba.

Estuvo un largo tiempo observando la lluvia que se deslizaba toscamente por el gran ventanal del salón. Con café en mano, añoró a Leorio. Su aroma, la sensación de calor que su pecho le brindaba cuando el frío abundaba en el exterior... A Leorio le gustaba la lluvia. Según él le recordaba mucho a la primera cita que tuvieron, donde hubo una tormenta terrible y cuando ambos llegaron a su punto de encuentro —casi dos horas tarde porque fue un día caótico— ambos estaban desastrosos, mojados hasta la punta de sus pies y congelados hasta la muerte. Se murieron de la risa cuando se vieron y decidieron correr hacia el departamento del Kurta. Él le recalca que fue ahí donde supo que se había enamorado profundamente y que la vuelta atrás no existía. Sí, Kurapika también creía que era algo muy cursi, pero con el tiempo se fijó que él también tuvo un momento exacto de relevación ante su inminente amor.

Ocurrió en una de sus siguientes citas, probablemente la cuarta. Decidieron tener un lindo picnic en alguna zona tranquila, donde pudiesen compartir su amor por la literatura. Claramente tenían gustos distintos, pero de algún modo lograron siempre equilibrar aquello. Ahí, cuando Leorio lo levantó cogiendo sus dos manos para hacerlo bailar conjunto a las hojas otoñales, sintió verdadero amor. Tantos intentos de pareja en su vida, donde lloró y la pasó mal, para que llegase él y con solo ofrecerle una danza, lo flechara tal Cupido. A este punto, en sus cuatro años de relación, podía afirmar con el corazón que amaba Leorio. Sin dudarlo ni un solo segundo. El problema era su gran orgullo. Por ello podía contar con los dedos de una mano cuantas veces profesó un "te amo". También por lo mismo no lo ha llamado. Kurapika espera a que él lo llame. Si tanto lo extraña, debería de hacerlo pronto. Sabía que lo haría.

• • • •

No lo hizo. Era jueves y no recibió ni una sola llamada de Leorio. Ninguna. Era de su conocimiento que él seguía vivo gracias a Gon, quien lo llamaba diariamente para saber si había mejorado. Claro que mentía y le respondía que su energía se iba recuperando con el paso de los días. Una farsa que asqueaba hasta su propia bilis. ¿Su cabeza? Era un caos. Desde ayer su cabeza repitió una y otra vez las palabras de aquel imbécil que murmuró:

"«A este punto ese novio suyo debe de estar engañándolo.»"

Incluso si no quisiese, no podía evitar sobrepensarlo. Desde el inicio de su relación y gracias a su actitud de mierda, Kurapika nunca había sido completamente honesto con sus sentimientos. Cada "te amo" dicho por él había sido masticado variadas veces antes de que saliese de su boca. No sonaba romántico en lo más mínimo. Negar que Leorio pudiera salir con otra persona era bastante irreal. Kurapika no era el mejor novio del mundo. Y podía recordar tantos motivos del porque que sentía como su corazón rasgaba profundamente su pecho. Los "te amo" de Leorio eran cálidos. Cuando le pidió que viviesen juntos. Sus besos cargados de amor cuando lo dejaba en su oficina, ignorando cada mirada asqueada por la gente que pasaba. Como solía cantarle contra al oído antes de dormir. Era el hombre de sus sueño y él... Él actuaba como un niño cuando este debía irse o le regañaba cuando no le gustaba algo.

Era un idiota.

Lo era. El más grande de todos. Y ahora entendía muy bien lo que Gon había planteado en su cerebro: ellos iban a terminar. Su pareja ya no lo llamaba porque cuando volviera no continuarían juntos. Pese a entenderlo recién a este punto —se había convencido a sí mismo el miércoles y hoy su postura solo tomaba más firmeza—, aún no quería digerirlo por completo. Era una pesadilla. Podía sentir como todo dentro de él colapsaba, atrayéndolo a ahogarse en llanto. Detener sus lágrimas era imposible. Lloró toda la noche, aferrándose con toda su fuerza a la almohada de Leorio. No lograba evitar que su imaginación creara escenarios falsos de él siendo dejado de lado por ambos Paladiknight. El dolor se saboreaba por las esquinas de su cuerpo, sus miedos se devoraban el festín que su cabecita inventó.

¿Por qué había sido tan imbécil? Además, ¿cuándo se volvió tan dependiente de su pareja? Todo ardía. Su culpa infestaba sin piedad la felicidad que vivió. Evocar alguna memoria feliz generaba un tormento de sufrimiento. Leorio merecía algo mil veces mejor de lo que él le podía ofrecer, y aún con ello, ¿por qué lloraba? Lo sabía. Sabía que el mayor estaba fuera de su alcance. ¿Qué le costaba tirarse a un costado y dejarlo libre? Era un idiota egoísta. El idiota egoísta más infeliz del mundo.

La llamada diaria de Gon había sido ignorada. No quería comer. No quería hablar. No quería existir. El día pasó sin que se diese cuenta, entre lamentos y lloriqueos. Tenía una avalancha de emociones que lo cubría entre hipos y gritos histéricos. ¿Qué haría ahora? Más que arrepentirse no veía otra opción. Y con ello haciendo eco, cayó dormido.

• • • •

Al despertar recordó que hoy todo terminaba inevitablemente. Viernes. Día infernal que lo carcomía de ansiedad. El reloj le indicó que faltaban quince minutos exactos para las doce de la tarde.

"¡Mi papá dijo que bajará del avión a las una! Tía Mito dijo que llegaremos allá a nuestra casa una hora después."

Una hora. Tenía una hora... Una hora...

No perdió más tiempo. Tomó lo primero que sus ojos vieron, guardó el teléfono conjunto a las llaves en su bolsillo y salió. El taxi tardaría al menos cuarenta minutos en llegar al aeropuerto, contando el tráfico de esa hora. Y aunque tardó quince minutos más de lo calculado por el rubio, no importó. Bajó con prisa y le dio los yenes que tenía en el bolsillo sin contarlos. No importaba de todos modos si faltó dinero o no, no volvería a ver a ese tipo. Y verdaderamente nada le importaba. Estaba a menos de unos minutos para la llegada del avión que traería de vuelta a Leorio. Minutos que llegaron a su fin cuando arribó a la zona de llegada. Era mucha gente. Demasiada gente que subía y bajaba de un lado a otro. ¿Dónde estaba Leorio? No podía encontrarlo. No podía. El pánico reclamaba su puesto en el pecho del rubio, más una idea cruzó su mente. Levantando la tapa del teléfono, y después de tanto tiempo, marcó el número de Leorio.

Tenía su corazón en la mano. Sudaba frío por el miedo de que este ignorara la llamada o peor aún, le preguntase quien era. El primer timbre sonó, el segundo, el tercero, el cuarto...

—¿Kurapika?

Leorio. Era su voz. La voz ronca que tanto anhelaba escuchar se hizo presente por el altavoz de aquel teléfono gris. Sus piernas temblaron y mágicamente todo ruido exterior se suavizo.

—Leorio... ¡Leorio!

—Sí, soy yo, ¿qué pasa? ¿Estás bie—

—¡LEORIO NO ME DEJES! —soltó a todo pulmón, desgarrándose en lagrimas. Toda la gente a su alrededor se detuvo ante semejante grito que los tomó por sorpresa—. ¡POR FAVOR, NO ME DEJES!

—Ku—

—¡CALLATE Y ESCÚCHAME! ¡SOLO CALLATE! —hipó. Al no escuchar nada más provenir de la otra línea, tomó aire y continuó, esta vez más calmado—. Lo siento. Sé que soy un tonto egoísta, solo te hago pasar malos ratos y lloriqueo por todo. Sé que no te merezco —su llanto era imparable, gotas corrían en una carrera hasta su mentón, hasta perderse en su cuello o caer contra el suelo—. Pero yo... Te amo, Leorio. Lo siento. Lo siento por haberme reído la primera vez que me dijiste lo mismo. Lo siento por nunca responderte con el mismo amor que me dabas. Perdón por enojarme cada vez que te vas. Ahora entiendo porque no quiero que te vayas: no es por Gon, es por mí. No quiero estar sin ti. Llévame, por favor, llévame contigo a donde vayas. Renunciaré a mi trabajo. Dejaré de actuar tan infantil. Voy a cambiar, Leorio, lo haré. Haré todo por ti, porque quiero casarme contigo. Porque quiero que criemos juntos a Gon y lo veamos crecer y florecer y ser un adulto tan maravilloso como tú. Te lo prometo, de verdad. No quiero volver a esconderte mis sentimientos. Te amo, Leorio. Te amo como no tienes idea. No me dejes. No lo hagas. No ahora. No cuando estoy así de enamorado de ti. Por—

En el peor momento, de todos los peores momentos, se había consumido su saldo. El clásico pitido latente de los Motorola se lo confirmaba. Las personas a su alrededor lo observaban, chismosas, al parecer muy interesadas en lo recién ocurrido. Ahí cayó en cuenta que todo había sido público. Confesó a gritos lo que su corazón llevaba guardándose ante cientos de extraños que prestaban atención a su más mínimo movimiento. La había jodido en grande.

Su teléfono sonó. La pantalla exterior brilló, dejando ver el nombre de su pareja. No dudó nada en abrir el móvil y pegárselo a la oreja.

—También te amo, Kurapika.

Aquello no solo lo escuchó por el parlante, también tras suyo. Antes de que pudiera voltearse, un brazo lo envolvió por los hombros.

—No necesito que cambies, amo cada cosa de ti, hasta la más mínima imperfección: amar es querer tal cual. Si me dolieron tus enojos absurdos antes de irme de viaje, pero jamás pensé en dejarte. Aún ante ello, siempre he sabido que me amas, Kurapika. Las palabras que no se dicen se compensan en actos. Eres más de actuar que de hablar, cariño.

Sus piernas dejaron de funcionar. Con la poca fuerza física que le quedaba acumulada en su cuerpo, volteó, encontrándose así con el rostro que tanto añoró con ese blackberry pequeño pegado a un costado.

—Perdón por no llamarte, Kurapika. También soy un idiota.

Sus facciones tristes cambiaron a una sonrisa que iluminó inmediatamente su rostro pálido. Las lágrimas aun caían, no obstante ahora reflejaban su felicidad. Después de una semana de martirio, el amor de su vida estaba ante él, sonriéndole con aprecio como lo hacía desde que lo conoció. No lo pensó y se aventó contra él, propinándole el beso que había esquivado el pasado viernes, cuando Leorio quiso despedirse.

—Vamos a casa —le susurró el mayor con cariño en su oído—. Creo que se dieron cuenta que somos dos hombres, ya no se ven felices.

El rubio rió— Los detesto.

—Es 2006, no entiendo como en sus cabezas no entra que esto es natural.

—Déjalos —se separó lentamente de él y con su mano derecha acunó la mejilla de su pareja—. Tenemos que irnos pronto a recibir a nuestro hijo. Mito lo traerá en una hora.

Leorio beso la palma que lo acariciaba.

—Me gusta que digas nuestro hijo. Gon estará feliz de que lo llames así —sonrió con cariño al imaginar a su pequeño feliz—. Te amo, Kurapika.

La sonrisa fue correspondida por Kurta.

—También te amo, Leorio.

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