Cap. 14: Su adorado silencio

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Capítulo dedicado a: edi_chess

—¡Se fue la luuuuuz en todo el barrioooo! ¡Prendan las velas que esta fiesta no se apaga!

Tapé mis oídos aligerando el estruendoso ruido del canto de mis hermanos, que hacían desastre con la letra de la canción de Juanes por quinta vez desde que se fue la luz y todos de la familia se sentaron en las afueras de la casa a agarrar aire y plaga, menos yo, que luego de que May cediera el baño a la intemperie de atrás, me fui a quitar el agua salada y lavar mi cabello también.

—¡Rafael! ¡Emmanuel! ¡Apaguen la radio, ya!

La orden de mi hermana consiguió el silencio de la sala en unos instantes. Una pequeña risa se escapó de mi boca poniéndomeunl pantalón añil largo de algodón ceñido a mis piernas, seguido una camisa blanca de manga corta y por si me daba frío, aunque era más una costumbre, enrollé una chaqueta a mi cintura, tomé mis cholas de goma y salí también con los demás.

Donde, por cierto, se había desatado un concierto al estilo que mis hermanos amaba: ruidoso, escandaloso y si afinación.

—¡Súbele la radio, canta mi canción! ¡Siente el bajo que va subiendo! ¡Tráeme el alcohol que quita el dolor y vamos a juntar la luna y el sol!

No podía ver con mucha claridad por obvias razones, pero podía apostar que mi hermana no le quedaba ni un solo segundo para explotar y degollar a nuestros hermanos menores si no se apresuraban a callarse; sin embargo, antes de eso, me recosté del marco de la puerta y vi hacia donde creía que estaba ella y en efecto justo, al lado de los muchachos, ya se avecinaba los pasos de una aterradora Mayriol dispuesta a acabar de una vez el Show.

—O se callan o los callo de un solo coñazo que les meto.

—¡Mamá! ¿La vas a dejar? —preguntó Rafita abogando por los dos, abrazando a su hermano.

—También me duele los oídos y si no se los mete ella, se los meto yo antes de que su padre tome el palo de la escoba y acaben peor.

Una fuerte tragada de saliva llegó a mis oídos, los chicos habían tomado palabra a la advertencia a tiempo de que mi papá ya poseía la escoba en su poder sobre sus piernas, dispuesto a atacar si mis hermanos intentaban dedicarnos una sola canción más. Negué divertida luego de oírlos decir que ya pararían, admitiendo la derrota justo cuando se me había antojado unirme al espectáculo y seguirles la canción, pero como quería que esos dos tontos vivieran, me abstuve por su bien.

—¿Qué tanto ves en ese teléfono, hija?

Vi a mamá que estaba recostada de la hamaca con Rafa y negué apagando el celular que increíblemente aun guardaba más del sesenta por ciento de batería después del largo día en la playa.

—Nada... —Suspiré, recostándome del marco, abrazando mis brazos entre ellos.

—¿Alexis sigue sin aparecer? —Intuyó mi hermana.

Sip —Eché mi cabeza sobre el marco de la puerta.

—Empiezo a pensar que ese chico nos mintió de esa pista de tu chico sin nombre y... Papá baja la escoba —Vimos al nombrado en la banca dejando a un lado el objeto que barría los pisos de la casa, dos veces al día, y en tiempos libres era el arma favorita para cualquiera que quisiese cogerla.

—Es mi niña.

—Toda la vida papá, pero esto es un tema importante y hay que hablarlo, ¿no, Mili?

Asentí sin mucho interés, no tenía ánimos para conversar ahora, así que me limité a responder lo que me preguntaron y vi hasta donde llegaría el asunto en paz. Lo que no duró mucho he de decir. Mi familia y el silencio no van en la misma oración y si juntábamos chicos más May o yo era igual a un debate escandaloso seguro, con mi madre imaginándose la boda, papá pensando las mil y un formas de matar al novio antes de que eso sucediera, mis hermanos de compinches de quienes le pagaran y nosotras arrepentidas de haber iniciado la conversación.

Culpa nuestra total y gracias a eso ahora estábamos en un debato que si vestido de princesa o algo menos exagerado mientras que los hombres de la casa trataban de evitar el tema y hablaban de algo que protegiera su masculinidad.

Ya yo estaba roja de la conmoción que había creado la charla con la descabellada idea de que me casaría con un chico que solo vi en sueños, pero que si se me terminara de dar la oportunidad me encantaría hablar de nuevo.

Se me pasó por la cabeza ver otra vez hacia la casa del frente y casualmente encontré que la camioneta que habíamos usado hoy para ir a la playa estaba estacionada tranquilamente a un lado de la carretera. "Llegó...". El frío sucumbió por mis huesos con miedo del que el momento había llegado.

—May, ven conmigo.

Llamé y sin esperar la jalé del brazo, arrastrándola al lugar donde todo había comenzado. Pasamos de frente a la camioneta y vi que no había nadie, o al menos eso creí cuando un soñoliento Ricardo sacó su cabeza de la parte trasera, asustándonos sin remordimiento a ambas.

—Ah, como se cagan —Partió en risas, lo había hecho a propósito.

Mayriol no se vio nada contenta y se acercó a jalarle de la oreja, susurrarle un par de cosa que lo asustó y después de un asentimiento Riki tragó saliva, bastante nervioso.

"Ni preguntaré que le dijo". Pensé, viéndolos separarse.

—Riki... —Lo llamé.

—¿Sí?

—¿Está Asim?

Asintió aun nervioso, reprimiendo una sonrisita por motivos que desconozco y vio hacia la parte izquierda donde sin mal no recuerdo estaba... mierda.

—Llegó hace un rato, se bañó, comió y. por la luz, se fue a acostar sobre el capó de la camioneta —Me miró—. ¿Vas a hablarle? —Bajé la cabeza avergonzada, asintiendo.

—Le debo una disculpa...

—Anda sin miedo, no te hará nada malo —Me animó Reik.

—Y si lo hace será el siguiente a quien le susurra al oído —advirtió mi hermana y nuestro vecino sonrió de lado.

—Chacha, que sádica —Le susurró de cerca.

Se vieron entre sí, Mayriol sonreía tal cual gato fumado y Ricardo ocupaba unos ojos saltones de un pez que temía que dicha felina se lo comiera.

Rodé los ojos, ignorando su debate de miradas y lentamente desalojé el área, llevando mis temblorosas piernas hasta la ubicación permanente de la pobre camioneta, vieja y dañada que botada más oxido que posibilidades de volver a andar.

Mis pasos se hicieron lentos y desorbitados en un pestañeo, la tierra donde todo había iniciado estaba frente a mí con esa misma presencia extraña que me hacía temblar desde que la vi al regresar a la isla; el viento desordenó mis cabellos y de sus turbulentas temperaturas me obligó a desamarrar la chaqueta de mi cintura y colocármela, cubriendo mi piel de gallina y huesos de helado.

Mis ojos se cerraron por unos instantes, dejando que las corrientes friolentas pegaran frescamente sobre mi cara y al abrirlos se encontraran con el cruce de una estrella fugaz que desaparecía tras las montañas; más, debajo, la sombra de alguien acostado sobre la vieja camioneta, meramente alumbrada por la luna menguante de esa noche, hacía presencia en la noche.

Pestañeé unos segundos, no era una sino dos personas, moviéndose como si pelearan por conseguir algo. Sus risas eran fuertes y los reclamos de una me llamaban la atención. Me acerqué un poco y los vi, quedándome boquiabierta de identificarlos.

—¡Déjame verla! —dijo ella, o mejor dicho yo.

—No, ya se acabó la batería —La contradijo él, guardando un objeto en su chaqueta.

—Que injusto —Se tiraron sobre el capó a mirar el cielo.

—Estás aburrida, ¿no es cierto?

Ella asintió y el chico sin nombre rió un poco, acomodándose a su lado con confianza, atesorando las risas de hace un rato para naufragarse en el silencio.

—Y si... ¿Contamos estrellas? —susurró él, llamando la atención de ambas.

Estiré una mano para llegar a ellos, pero era tarde. Sacudí la cabeza, despertando del sucumbido sueño que me había atrapado en su ilusión sin presidentes, cayendo de costado contra la realidad y la esquina de la casa al porche lateral, donde fui recibida con un ajetreado tono de voz que yo reconocía ya de memoria, asustada por mi sorpresiva visita.

—No puede ser... —murmuró la sombra sobre la camioneta, relajándose al ver que no había peligro—. ¿Se te perdió algo, Milagros?

Me había puesto nerviosa de solo oír su ronca voz. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal, expandiéndose por todo mi cuerpo hasta detenerse en un desgreñado cosquilleo sobre mi estómago. Lejos de tranquilizarse aún me atreví a enderezarme, frotando el brazo donde me había cortado y ahora golpeado, y lo miré fijamente. Asim estaba sentado con el codo sobre su rodilla flexionada hacia arriba y la otra a un costado, aguantando su propio peso sobre el capó de la vieja camioneta, a la que pretendía acercarme si las piernas terminaban por responderme. Pero no lo hacían...

—Vengo a... —Se me cortó la respiración, aun con la poca luz podía encontrar los temidos ojos del castaño molestos y nada agradecido de estar en mi compañía.

Tragué saliva. Me la estaba poniendo difícil.

—Vengo en paz... —Finalmente susurré, llamando su atención lo suficiente como para que aligerara su dura expresión y me concediera la palabra con un ademán.

—¿A qué viniste exactamente?

—Quiero... Quiero disculparme.

—¿Disculparte? —Sonó un tanto sorprendido.

—Si... Disculparme. Te he... Te he juzgado, mal y... Quiero pedirte perdón por eso. No debí decirte aquello en la playa ni mucho menos tratarte como te traté. Me equivoqué... No eres hipócrita. Lo siento, Asim... En serio...

Pasaron unos segundos de silencio antes de que pudiese sentir y acaso su respiración traspasar por los aires que chocaban contra mi cuerpo. Su sombra se movía y era reflejada por los resplandores de la luna haciéndolo más o menos visible en la oscuridad de la noche.

Finalmente habló y la verdad me gustaba más el silencio.

—Wau... No pareces ser el tipo de personas que se arrepiente de lo que dice o cambia de idea tan rápido.

—Pues... Es que...

—Dime la verdad —Me cortó, cruzando sus piernas como indio—: Mayriol y Ricardo se metieron y me abogaron, ¿verdad?

—Bueno...

—¿De qué otra cosa hablaría mi primo si no cuando fueron al bote?

—Sí, pero...

—Y tu hermana igual mandando indirectas en el toldo. Que par más metiche... —Chasqueó la lengua, regresando a mí, quien no caía con lo que acababa de escuchar, y que por primera vez coincidía en algo con Asim.

A nuestras familias les encantaba el chisme.

—Bueno, sí, se metieron, ahora que me doy cuenta —Terminé por aceptar.

—Ya se parecen a las viejas chismosas del vecindario.

—Solo les faltan las canas, las arruguitas y que se quejen por la juventud de hoy. Ah no —Reí—, eso ya lo hacen.

—Que ironía...

Reímos, ¿reímos? Sí, reímos y con ganas. Unas risas que aliviaron un rato el denso ambiente que se había creado cuando empezamos a cruzar palabra.

—Como sea... —Se acabó el momento de relajo—. No te disculpas porque lo quieres, sino porque te lo dijeron y te sientes culpable.

Este chico veía a través de los ojos de las personas. Siempre sabia como justificar el comportamiento de uno y lo peor que muchas veces aceptaba, pero esta no era una de esas.

—Es sincera, Asim, de verdad lo siento.

—¿Ahora quien finge? —Su sarcasmo quemaba.

—Joder, Asim, ya, ¿sí? Deja el orgullo —rogué, completamente derrotada—. Lo lamento, de verdad. Quiero llevarme bien contigo y no ahorita justo, desde antes...

—¿Y por qué no lo hiciste?

—¿Que no lo hice? —Lo miré como si le faltara un tercer ojo—. ¡Lo intenté! Pero, chamo, tú... tú eres difícil de entender.

—¿Ahora es mi culpa? —Rió secamente—. Tú igual lo eres, no te creas la santa ahora.

—Sí, ya lo sé y tú lo sabes —Logré alzar un brazo y señalarlo—. Somos diferente, sí, pero podemos intentar entendernos, ¿quizás, aunque sea un poco?

—Mañana te vas, ¿qué caso tiene?

Silencio... Eso fue un golpe bajo, tenía razón y a la vez no.

—Algún día volveré a la isla, para quedarme, ¿sabes? —Confesé aquel deseo que había guardado desde que me di cuenta de que le había agarrado amor al lugar.

Pude notarlo, él se había sorprendido con esa confesión y ahora estaba súbito en lo que decía.

—Sí, volveré, te lo aseguro —dije con seguridad, pero era más un anhelo que esperaba cumplir—, y espero encontrarte de nuevo —Froté mi brazo, algo apenada—. Aun si todavía no te conozco bien y me falta por entenderte, pero quiero ser tu amiga, Asim, ¿se puede?

El chico castaño le encantaba darse esos momentos de silencio en donde se pasaba largas horas meditando en sus pensamientos y dejaba a mi pobre alma deambulando en el suspenso. Pasaban los minutos tras otros y aun no respondía, fue entonces que abrí los ojos y como estrellas fugaz caída del cielo se me ocurrió una idea.

—Hey... —Lo llamé—. ¿Qué tanto piensas?

—No sé qué responderte —Sinceró, liberando un suspiro.

— No te sumas en la duda, los pensamiento también son distractores que pueden hacerte perder de momentos importantes.

Unos segundos de su adorado silencio y la confusión adornó su rostro, riendo incrédulamente.

—¿Qué?

—Que no pienses tanto. Actúa y dilo de frente. Mira que no tenemos toda la noche, tú mismo lo dijiste: mañana me voy... —decir aquello último apagó un poco mi voz.

—Es que... —Suspiró de nuevo, estaba vez rendido—. Está bien... Yo también lo siento, creo que... No, fui un imbécil —admitió con dificultad—. No está mal perseguir un sueño, después de todo de eso vivimos, ¿no? De hacer todo lo posible para lograrlos... —pronunció por lo bajo, mirando sus manos, aparentemente algo nervioso—. Yo... —Alzó un poco la mirada—. ¿Me perdonas?

Sonreí con ternura, Asim, fuera de lo malo, era un buen chico, no sé cómo es que me atreví a rechazarlo así en la playa esa tarde, en serio me arrepentía.

—Solo si tú lo haces...

—¿Pacto? —Distinguí que sonrió un poquito, era sincero.

—Pacto.

Finalmente logré convencer a mis piernas que caminaran hasta la camioneta y a mi brazo que se extendiera hasta estrechar la de Asim, sellando nuestras discutas en el pasado y dando marcha a un periodo de paz.

—Bien... Creo que me... —Me separé, pensando en retirarme, no quería molestarlo.

—Quédate —pidió de pronto, deteniéndome al sostener mi hombro.

—¿Qué? —pregunté sin creer, pensando si me había lavado la arena de las orejas también.

—Qué te quedes —Volvió a decir más lento y con un poco de gracia en su voz.

—No quiero molestar —comenté insegura.

—Y yo no quiero insistir más, sube.

Dio dos golpecitos al capó en el espacio izquierdo a su lado donde me invitaba a sentarme con él, corriendo toda posibilidad de rechazo con sus claros ojos que seguían incitándome a terminar de machucar la distancia y aceptar la estadía sobre el antiguo vehículo. La que con mucho pensarlo terminé tomando y con su ayuda me subí.

Ya sentada me acomodé, recostándome a un lado, guardando la distancia entre los dos para no incomodar. Dejé que mi cabeza se fuera hacia atrás y me dediqué a ver el cielo que hoy más que en toda la semana parecía haber guardado su verdadero brillo para mostrárnoslo.

—Es bonito, ¿verdad? —Susurré.

—¿Qué? —Me lo devolvió.

—El cielo, esta como... No sé, más chispeante, más brillante.

—Ah... Si... —Una pequeña sonrisa surcó sus labios—. Es porque no hay luces artificiales que las tapen.

—A ti te gustan mucho las estrellas, ¿no? —pregunté notando que ensanchaba esa sonrisita con el tema que había sacado.

—Toda la vida me las pasaría observándolas.

—Tan así... ¿Por qué te gustan?

Finalmente Sonrió completamente.

—Es un secreto...

—Uh... Amo los secretos. —Me removí en mi espacio, acostándome de lado hacía él.

—A mí también.

—¿Por?

—Porque son para guardar y atesorar... Como los recuerdos.

Lo último lo dijo en un farfullado, temeroso volteando hacia a mí al terminar la frase para ver si lo que había dicho no me hubiese molestado.

—Lo siento... —Negué.

—No importa. En algún momento volverán... Por si solos.

—¿Desistirás de la búsqueda? —Desmenuzó los ojos, entreabriendo la boca.

—Por los momentos...

—¿Te rindes? ¿Qué pasó con la pista de Alexis?

—Aún sigo esperándola —Suspiré—, y ya de por si es tarde así que... Renunciaré por un tiempo y... Me limitaré a que regresen de a poco como han hecho hasta ahora...

—¿Has recordado algo más aparte del sueño? —Se acomodó también de lado, interesado en lo que iba diciendo.

—Solo sensaciones familiares. Pareciera que va en secuencia. Mis sueños... Me están dibujando otra línea ahora y... Quiero ver que hay al final —comenté recordando lo que había pasado minutos atrás antes de encararle cara al castaño.

—Ya veo... ¿Qué harás hasta entonces que llegue el final?

Quedé en silencio pensando la respuesta de la que, luego de ver como las estrellas titulaban en una secuencia constante, vino a mí junto a una sonrisa.

—¿Contamos estrellas?

Nos giramos al mismo tiempo. Asim estaba confundido y hasta diría que no se lo esperaba, aunque eso no tendría mucho sentido si fuera así, así que lo reemplacé por desconcierto e incredulidad y le sonreí rectificando mi respuesta.

—¿Contar estrellas?

—Sipi.

—¿Cómo es eso? ¿No es algo imposible?

—Igual que tocar el cielo con las manos —Reí, sonaba igual al chico sin nombre—. Anda, uno por uno va señalando una estrella y contándola, el que se equivoque o choque con la misma estrella que señale el otro debe hacer un reto. Será divertido.

—Tú estás aburrida es lo que.

—Tú preguntaste que haría y yo te respondí. Ahora a contar.

—Está bien... —Se rindió—. Perdámonos en la cuenta.

No pude evitarlo, sonreí encantada y con la vista ya sobre el cielo alcé un brazo y empecé a contar con él.

Uno, dos, tres. No habíamos chocado. Cuatro, cinco, seis. Nadie se equivocaba aún. Siete, ocho, nueve, diez, once, doce. Un número más y al caer el trece nuestros dedos rozaron en el mismo punto astral.

Por acto reflejo volteamos el uno al otro, tratando de limitar la gracia en nuestras labias curveadas, dejando que después de unos instantes se escaparan unas traviesas risillas y abandonáramos la cuenta.

—¿Quién ganó? —preguntó él.

—Ninguno, ambos perdimos.

—Ujum... Seguro lo dices porque perdiste —Me acusó.

—Señalamos al mismo tiempo la misma estrella. Ambos perdimos y, por lo tanto, ambos debemos un reto.

—¿Lo que sea? —Quiso asegurar.

—Lo que sea.

—Entonces... —Se puso a pensar—. Igual si llega la luz, quédate el resto de la noche contando estrellas conmigo.

—¿Qué?

—Te la creíste —Se echó a reír, poniéndome algo roja.

"En realidad no, pero es lindo verte reír". Abrí la boca fingiendo ofensa y le pegué un suave golpe en su brazo, deteniendo su pequeña risa y logrando que me mirara otra vez. De lo que me arrepentí por la intensidad que desprendían sus ojos y desvié la vista al cielo de nuevo, escapando de él.

—Eres terrible —acusé, agradeciendo que la oscuridad tapaba lo suficiente para disimular el calor de mis mejillas.

—Gracias, no hay de qué —Ni se inmutó, bromeando.

—Ya enserio, ¿cuál es tu reto? —insistí sin verlo.

—Las damas primero —Sentí que me miró.

—Pura conveniencia —Lo oí aguantarse la risa—. ¿Estás seguro?

—Sí, suéltala.

Lo miré sospechosamente, se me hizo muy raro que dejara que eligiera el primer reto así que con cuidado me puse a pensar algo que no cruzara la línea y que él fuera capaz de hacer sin excusarse.

—Ya se... Enséñame algo, lo que sea. Que nunca le mostraste a alguien. Algo que te recuerde a algo bonito.

—¿Qué?

—Eso o dime porque te gustan las estrellas —Lo miré de reojo, abrió la boca, había caído en mi trampa.

—Mm... Buena estrategia —Masculló con sarcasmo.

—¿Lo harás?

—Está dentro de la casa y no tengo luz para buscarlo.

—¿Qué es? —No iba a engarme ni escapar.

—Ya tú lo viste —Sonrió cruzando sus brazos tras su cabeza—. Mi telescopio, era de mi abuelo, es una reliquia y muy pocos lo han visto. Siéntete especial.

Ahí estaba de nuevo, esa dulce mirada de niño pequeño que vi en la noche de la lluvia de estrellas, el único momento que me había llevado bien con Asim y compartimos un agradable momento, ese momento en que el me mostró otra fase del mundo: su mundo.

La ternura se reflejaba en sus ojos y la felicidad en sus labios, se había quedado en silencio, quiero pensar que recordando esos tiempos con su abuelo y las estrellas.

Estrellas... Fui lenta de procesarlo, pero Asim indirectamente me había revelado su secreto: su secreto era un recuerdo.

—¿En serio? —También sonreí, guardando mi descubrimiento para no estropear el momento. Asintió lentamente guardando su alegría en silencio—. Qué lindo...

—Es uno de mis tesoros —Agregó.

—¿Uno? ¿Tienes otros?

—No los cuento —Se echó a reír por lo bajo—, pero si, cada uno cumplió un roll importante para mí.

—¿Ejemplo?

—Sí que eres curiosa, ya no responderé más —Omitió una risa volteándose a verme—. Ya bastante de mí, vamos contigo.

—Ow... —Me quejé, estaba disfrutando el momento y quería seguir escuchándolo—. Pero si íbamos chevere.

—Nada, te toca ahora.

Bufé, ¿qué me haría hacer?

—Bien, ¿qué quieres?

—Responder una pregunta.

—Mm... Vale.

Asim desvió la vista de nuevo al cielo y luego de unos minutos interminables de silencio se atrevió a preguntar.

—Si no fuera yo quien estuviese aquí sentado contigo... y casualmente hubiese aparecido otra vez ese chico sin nombre, ¿qué es lo que le dirías?

El calor contrastó de pronto, me había puesto roja de pensar en ese ser misterioso que aún andaba sin aparecer después de tanto buscarlo, mencionarlo, y soñar de verlo de nuevo. Y es que Asim, estando en el lugar de los hechos, dio en el clavo con esa pregunta, cuya aun no tenía respuesta alguna, dado a que me había quedado muda sin saber que responderle.

—Creo que...

Un grito nos chocó en la pata del oído, de pestañeos nos habíamos dado cuenta de que la luz había vuelto y que el dueño de los gritos no era otro que Emmanuel, mi hermano, que nos llamaba a mí y a mi hermana para que regresáramos a casa a descansar para el largo viaje de mañana.

—Debes irte... —susurró Asim, llamando mi atención al sentarse sobre el capó y tenderme la mano para que hiciese lo mismo.

—Si...

—¿Estas triste? —preguntó al bajarnos de la camioneta y notar mi bajo tono de voz.

No respondí y me quedé parada viendo que sostenía mi mano aún luego de ayudarme a bajar. Él al parecer se dio cuenta y en vez de soltarme apretó su agarré y levantó mi cabeza, agachándose un poco para que lo viera.

—Hey... regresaras algún día para quedarte, ¿no? —Asentí sin mucho ánimo. Bufó y agitó mi cuerpo—. ¡Vamos, alegra esa cara! Si así te despides no quiero imaginar tu regreso, que deprimente. Esa no eres tú, tú eres ruidosa, alegre y optimista y yo el negativo y pesimista. No me cambies los roles, Milagros Silva.

Esas palabras se convirtieron en aliento de pronto, tanto que si precedente unas risas se terminaron de escapar de mis labios. Nunca descubriría como hacía para saber que decir a sabiendas que siempre estaba callado.

—Gracias...

Susurré y me guiñó un ojo en respuesta. Reí de nuevo y para cerrar tan larga noche me alcé y planté un pequeño beso en su mejilla, diciéndole un hasta mañana mientras corría a casa donde me esperaban.

—Espera, Mili...

Más que un susurro lo que oí fue un grito silencioso, algo que se escapó sin su consentimiento de sus labios y pronunció sin la orden de su consciencia, algo que probablemente hubiera querido que se ahogara en su garganta, pero que una fuerza sobrenatural le impulsó a decir para detenerme y regresar mi vista a él.

—¿Si, Asim...?

Como otras veces nos quedábamos callados siendo el viento el único destacado entre los sonidos, dándome escalofríos al sentirlo cerca mío y más aún cuando pasó cerca de mi oreja como si me susurrara algo en confidencia, mas no fue más que otra de mis distracciones que, para cuando me di cuenta, me había evitado oír a Asim por la distancia.

—¿Qué dijiste...?

Sus carnosos labios se aplanaron frustrados y dejaron que el mecido viento se llevara lo que sea que había dicho a la par que un suspiro se escapó de ellos y dibujaron una débil sonrisa en su lugar.

—Nada... —murmuró decaído—. Te veo mañana, ¡no se te ocurra irte sin despedirte de mí! ¡Quiero darte algo!

—¿¡Por qué no me lo das ahora!? ¡Partimos temprano!

—¡Porque cortaría el factor drama! ¡Buenas noches!

Y después de otra sonrisa insólita se despidió, ingresando a su casa mientras que a mí me daba la impresión de que me había perdido de algo importante, algo que se lo había llevado el viento junto con las palabras de Asim.

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