Cap. 2: Mi débil recuerdo

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—Eh... ¿Quién anda ahí? —pregunté asustada de escuchar que unos pasos se acercaban.

—Nadie de quien temer, te lo aseguro—dijo un extraño, terminándose de acercar a la camioneta—. ¿Eres Milagros, la hija menor del dueño de la pescadería de aquí cerca?

—¿Quién lo pregunta? —indagué con cautela.

—Ay, qué desconfiada eres—recostó su cabeza entre sus brazos sobre el capo de la camioneta—. Soy un amigo, no enemigo.

—¿Puedes demostrarlo?

—¿Cómo lo haría? —Se escuchó nervioso.

—No sé, invéntate algo.

Pude oír que rió, su peso fue relevado del capó y nuevamente oí sus pasos, esta vez alejándose. Pasaron unos minutos en que me quedé viendo por donde me imaginé que se fue. Ya estaba por omitir que volvería y regresé a mi pose relajada, cuando oí de nuevo la suela de unas cholas levantándose sobre el asfalto y al otro momento su peso sentado a mi lado.

—Toma —Me pasó algo.

La tomé, era una taza. La olí: café con leche.

—Y esto, ¿por qué? No me dirás que es tu prueba, ¿o sí?

—El café es nuestro producto terrenal desde tiempos antiguos y con leche es más suave y delicioso. No sé, se me ocurrió compartir algo simple contigo, después de todo, será una larga noche con esta luz y es mejor charlar y distraerse en compañía que estar solo esperando a que se lo coman los mosquitos —dijo y le dio un sorbo a su taza.

—Algo simple, ¿eh?

—Así de simple como intentar contar estrellas y perderse en la cuenta.

Vi mi taza y volví a olfatearla. Miré con algo de desconfianza a la sombra del desconocido y le di un pequeño sorbo. Sabía bien, normal, y sin drogas o algo raro, y lo más rico era que calentaba mi cuerpo frío en esa helada noche. Di otro sorbo a mi taza y me la quedé viendo un rato, sobre el oscuro líquido había luces, se reflejaban algunas estrellas. Alcé la vista, las nubes se dispersaban de a poco y se podía distinguir más el cielo, era realmente hermoso.

—Wou... —murmuraron mis labios en un tono ronco de recién levantada.

Los párpados me pesaron cuando intenté abrirlos, por lo que pestañé varias veces hasta que se acostumbraran a la luz. Mover mi cuello fue consecuente de múltiples ruidos de huesos y de solo intentar sentarme salió una orquesta con los mismos crujidos corporales.

Me volví a recostar, no podía moverme, dolía mucho. Un brazo no me respondía de estar aún dormido y el otro me dolía como los mil demonios al intentar apoyarme sobre él para sentarme; pero hubo otro problema: el lado derecho del torso me dio una fuerte pulsada que me obligó a recostarme de nuevo.

Miré a todos lados y pude distinguir que varias partes debajo de la bata de hospital que traía puesta estaban vendadas, a excepción de mi pierna izquierda que, en un grado peor, estaba enyesada, inmovilizada y alzada por una suave tela atada a un extremo alto de la camilla.

¿En qué me había metido? Mis ojos recorrieron toda la sala, inquietos, haciendo comprender menos a mi cerebro que luchaba por responder el cómo había llegado a esa situación. Con los nervios carcomiéndome por dentro, aspiré aire. Empezaba a hiperventilar, no entendía nada, ni la voz me salía bien, ¿qué había pasado?

—¿Ho-hola? —dije por lo alto esperando encontrar a alguien que respondieran mis dudas.

Como por arte de magia, dos cabezas se asomaron por la cortina que rodeaba parte de la camilla, abriendo sus ojos y bocas con una pequeña sonrisa.

—Despertaste —dijo una.

—Iré por el doctor —avisó la otra y se fue.

La enfermera corrió hacia mí y a mis suplicas, me ayudó a sentarme, usando el sistema mecánico de la camilla, luego se concentró en tranquilizarme.

—Calma, todo está bien —dijo ella, revisándome con la vista y verificando mi estado.

—No-no entiendo nada, ¿dónde estoy? ¿Cómo terminé aquí y así de lastimada?

—Tuviste un accidente, querida —Fue al grano y aun así pedí con la mirada que dijera más—. Chocaste con un camión...

—¡¿Que?!

—¿No lo recuerdas?

—No... —Me temblaba el labio.

—Debes tener una confusión por el impacto —determinó observándome con preocupación.

Se mordió el labio, como si dudara en preguntar. Al igual que yo, solo que poseía otras dudas que no estaba segura de que fueran buenas.

—¿Cómo te llamas? —pregunté.

—Genie, ¿y tú, cariño?—preguntó ansiosa como si le hubiera dado palanca al tema que ella quería.

—No... No lo sé —Regresó el terror a mis ojos.

La enfermera volvió a levantarse y con el anotador me proporcionó aire repitiendo una y otra vez que no me alterara, pero mi memoria no procesaba, no recordaba nada... ¡¿Qué estaba pasando?!

—Doctor.

Volteé hacia la puerta al anuncio de la enfermera sobre la llegada de aquel hombre, bajo y regordete, de lentes y bata blanca que apenas entrar se dirigió a mí.

—Muy bien... señorita... —Miró una carpeta que le dio la otra enfermera que fue a buscarlo y me dedicó una sonrisa—. Señorita Milagros, ¿cómo se siente? ¿Tiene alguna molestia?

—Muchas... Creo...

—Era de esperarse luego del choque que tuvo...

Que tacto...

—Mm... Doctor —Lo llamó Genie, el volteó hacia ella quien le susurró algo que lo hizo abrir un tanto los ojos hacia mí—. Oh... Ya veo... Liza, llama a su familiar.

—Sí, doctor —Se fue de nuevo la otra enfermera.

—Al parecer tenemos un caso de amnesia —murmuró el hombre y sacó del bolsillo a la altura de su pecho un lapicero, con el que empezó a escribir en una hoja aparte de la carpeta.

—¿Amnesia? —repetí lo que dijo y el hombre volteó a verme asintiendo.

—El impacto debió golpear una parte delicada, provocando una lesión cerebral, lo que bloqueó parte de tus recuerdos.

—¿Cómo cuáles?

—Pueden ser varios... A ver... —Se puso unos lentes—. ¿Qué edad tienes?

Con la sonrisa más amable y paciente que podía darme empezó un interrogatorio sobre la vida que no recordaba y que temía que los segundos no volverlo hacer. Con cada pregunta era un "No" como respuesta y ya me empezaba a exasperar.

—Esto es grave —Se dijo así mismo—. Milagros... perdón si la pregunta suena dura, pero ¿hay algo que recuerde?

Antes de que pudiera negar, como una estrella fugaz se me vino a la mente el sueño extraño que tuve minutos antes de despertar y me sostuve la cabeza por el repentino dolor que eso me ocasionó.

—Algo... —susurré, llamando la atención del doctor, quien se acomodó los lentes y me hizo un ademán para que prosiguiera.

Le conté cómo fue el sueño, desde de cómo llegó el sujeto extraño hasta el hermoso cielo, tratando de no omitir algún detalle o algún dato crucial que lo ayudase, que escribía absolutamente todo lo que decía en una curveada y casi ilegible letra. Finalmente acabé y el doctor guardó su lapicero, cerró la carpeta y como un acto dramático, retiró sus lentes y suspiró para verme.

—Escucha, Milagros, te tendremos en observación por un tiempo. Estarás en rehabilitación, ¿correcto? Vamos a intentar recuperar esa memoria y...

—¡Espere! —gritaron por el pasillo y luego de fuertes y rápidos pasos la puerta se abrió de golpe, dejando ver a una morena de cabellos oscuros, la cual respirando agitada, se acercó rápido a mí y olvidando mis lesiones me abrazó con un poco de fuerza.

—¡Despertaste, estúpida, no me asustes así! Estaba muy preocupada y...

—¿Disculpa...? ¿Quién eres...?

Su cuerpo se tensó, esa pregunta la descolocó, separándose de golpe de mí para verme con una aturdida mirada. Se echó su bonito cabello negro hacia atrás para que no le estovara y me observó. Sus ojos marrones circulaban por mi rostro hasta aguarse, sin creer lo que oía, o, mejor dicho, no queriendo creerlo.

—¿Qué-qué...?

—Señorita Mayriol vamos afuera, le explicaré to...

—¡No! —Se acercó a mí de nuevo y me tomó de las manos, mirándome suplicante—. Mili, por favor, soy tu hermana... May... ¿No lo recuerdas...?

Me quedé callada observándola. Su expresión notaba preocupación, ansiedad, sufrimiento y, sobre todo, miedo; quería decir que sí, pero yo... simplemente no reconocía ese rostro.

—Lo siento... —Fue lo único que pude murmurar en respuesta.

—Mili... No...

Sus ojos lagrimosos me desgarraban el alma y no sabía porque, no la reconocía. Sus manos temblaban, aferrándose a las mías antes de volver a abrazarme, sollozando con aun más fuerza.

—Lo siento... Esto es culpa mía... Si no te hubiera mandado...

—¿Tuya?...

—Señorita Mayriol vamos, por favor —Trataron de persuadirla las enfermeras, pero ella lo que hizo fue aferrarse más a mí.

Podía sentir como lloraba sobre mi hombro, oír cómo se lamentaba de algo que desconocía, de cómo se culpaba a sí misma una y otra vez. Lo que más me molestaba era esa extraña sensación en mi pecho que odiaba verla así, la misma que empujó a mi ser y, a pesar de los dolores que tenía, correspondí a su abrazo y la atraje hacia mí.

—Sea lo que sea... No es tu culpa... —susurré sin saber porque, solo sentía que debía aclararle eso.

La chica, Mayriol, dejó su llanto y volvió a separarse despacio, me soltó las manos y me tomó del rostro con una débil sonrisa, respirando entrecortadamente, con los ojos derramando lagrimas que caían sobre la bata de hospital que traía puesta.

—Me recordarás... Yo lo sé... mi-mi hermanita sigue ahí, e-en alguna parte... —dijo, auto convenciéndose, con la voz entrecortada.

No sé ni porque, pero tomé sus manos en mi cara y asentí con una pequeña sonrisa. Por tercera vez, el doctor y las enfermeras llamaron a mi "hermana" y la sacaron de la habitación dejándome con Genie, la que con mucho cuidado empezó a cambiarme las vendas y la bata.

Los minutos se convirtieron en horas, las horas en días y con eso yo había mejorado considerablemente mi estado físico y mental. Al menos ahora podía aceptar que tenía una hermana, mis datos personales, como mi nombre, y que pronto me darían de alta, pero en lo muy profundo de mí aún seguía consternada e insegura con respecto a que sería de mi ahora, ya que si hacia un análisis: era solo una chica sin pasado y si idea de su presente o futuro.

Durante este tiempo que estuve en rehabilitación tuve severos dolores de cabeza, cada vez que despertaba del mismo sueño con ese chico, en el mismo lugar, las mismas poses, pero con diferentes temas de conversación. El doctor se hizo una teoría de que en eso pensaba antes de que pasara mi accidente y fue un tanto creíble por el testigo de mi hermana que confirmó que esa historia, esos sueños, en realidad pasaron; pero hay ciertas cosas que me preocupan, y la principal rodea esos sueños: ¿por qué solo lo recuerdo a él? No lo entiendo.

De nuevo la teoría del doctor caía como balde de agua caliente. Si, caliente. Raramente me sonrojaba cada vez que nombraban al chico sin nombre y cuando estaba sola y pensaba, él volvía a mi cabeza, lo que me lleva a la pregunta de nuevo: ¿por qué? En serio, el asunto me volvía loca.

—En serio... Qué raro es... —dije tomando de una taza de café.

—Te apoyo, Mili —dijo May levantándose de su silla—. Sabía que tenías fantasías con ese chico, pero no imaginé nunca esto —Tomó también de su taza mientras que yo me ahogaba con el mío.

—¿Fantaseaba? —dije tras un rato de toser.

—Y mucho —Rió un poco—. Con decirte todo, que, en la mayor parte de tus trabajos, fuiste despedida por estar sumamente distraída, pensando en él.

—¿En serio?...

—Sí, así es —se cruzó de brazos—. ¿Sabes?

—¿Qué...?

—El hecho que solo lo recuerdes a él me pone celosa —confesó y reí.

—¿Y eso?

—No sé, es como si tus sueños te hicieran un camino hacia él. Tal como si fuera... una señal o algo, como si él fuera la llave para abrir el candado que encierra tu memoria.

Achiqué mis ojos, arrugando mi frente y expresión. Miré mis manos y las apreté dejando que mi subconsciente repitiera esa oración que dije, no estaba segura en qué momento: «Podría ser... Necesito saber quién era...». Volví a levantar la vista y vi hacia May que observaba por la ventana. Tragué saliva digiriendo lo que podría ser mi próxima locura.

—May —La llamé y ella volteó.

—¿Qué pasa?

—Quiero verlo...

—¿Qué? ¿A quién?

Señalé con mi brazo bueno hacia la cartelera de la investigación que ella había traído con la recapitulación de mis sueños, las fechas, frases, fotos y en medio de todo, una hoja con un signo de interrogación unido con hilos rojos y blancos. Han sido días ocupados.

—¿Qué estás diciendo? —Me miró como si me faltara un tornillo—. ¿Quieres encontrar a ese chico?

—Sí.

—¡¿Está loca?! —gritó, despegándose de la pared en que estaba recostada—. Eso fue hace tres años, ¿cómo esperas qué...?

—Estoy consciente que ha pasado tiempo, pero tú lo acabas de decir: Él es una llave y si lo encontramos tal vez... Solo tal vez...

—Era solo una hipótesis, Milagros —Puso su taza de café sobre una mesita cerca de ella—. Eso es Imposible, ¿crees que encontrarlo te hará recordar todo? Las cosas no son tan simples.

—Lo sé, es como contar estrellas, puedes intentarlo, pero siempre te perderás en la cuenta.

—¿Ahora de qué coño hablas? —especuló, sentándome sobre mi cama.

—Digo que es nuestra única pista, Mayriol —Se cruzó de brazos—. Si, es una locura, lo sé, pero ¿tienes una mejor idea?

—Muchas.

—A ver, dime una —La reté, se quedó callada intentando pensar y al final bufó en desespero. Sonreí victoriosa—. ¿Y bien? —inquirí ya con la carta del triunfo en mis manos.

—Está bien, no tengo ninguna... —aceptó con una mueca—. ¡Pe-pero, Mili! Por favor, ¿quieres buscar a un sujeto del que no sabes absolutamente nada por una mínima e imposible posibilidad de recuperar tu memoria?

—Es eso o quedarme de brazos cruzados, esperando a que algún día mágicamente lo encuentre y pueda recordar todo —dejé mi taza junto a la suya.

—Estás loca, en definitiva.

—Soy de tu misma sangre, ¿no? Eso te hace igual o peor de loca que yo, y eres la mayor.

—Ay, Dios, Milagros —Me suplicó con la mirada para que recapacitara.

—Por favor, Mayriol —Le seguí el juego, no daría mi brazo a torcer.

—Tendríamos que viajar fuera del país para intentarlo. Te lo dije, emigramos hace un año.

—May... —Tomé su mano y puse los mejores ojos de cachorro que podía—. Por favor...

—No... Por favor, Mili, esa cara no....—Se soltó de mis manos y se cruzó de brazos manteniendo una pose firme—. No, olvídalo, no lo haremos.

Solté un suspiro de cansancio y ahora yo me crucé de brazos. Es más terca que una mula.

—Muy bien, entonces apenas me recupere iré yo sola a buscarlo.

—No lo harías —Me miró entrecerrando los ojos.

—Rétame si quieres —Hice lo mismo—. Planeo cumplirlo.

—¿Planeas? Si ni siquiera sabes dónde está la casa de nuestros padres.

—Oh, ¿eso crees?

—No recuerdas nada, es lógico.

"Golpe bajo". Pensé entreabriendo la boca. Negué, necesitaba concentrarme.

—No te cuento todo, hermanita —sonreí con seguridad en lo que decía.

Y para aclarar, si lo sabía. Estaba en la cartelera que ella misma había escrito.

—Eres una...

—Yo también te quiero.

Mayriol pasó rato viéndome hasta que del cansancio bufó y se volvió a descruzar los brazos, rendida.

—Está bien, tú ganas. Iremos a Venezuela en cuanto te recuperes y puedas caminar normal de nuevo.

Sin más grité y aplaudí festejando tal cual niña pequeña que le ganó a su hermana mayor y se salió con la suya, mientras que la anteriormente nombrada negaba divertida y se agarraba la frente mentalizándose la locura que nos acabábamos de determinar a hacer.

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