Cap. 4: Ruidos y frustraciones

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La familia, esa persona, o personas, de sangre o no, que llegamos a considerar parte esencial de nuestras vidas, nuestras extremidades, miembros de nuestro círculo más cercano, la mano más competente, el pie que se apoya más fuerte, la mente más complementaria y el corazón que siente por ti, aunque tú dejes de sentir.

Puede venir de todos lados, pero siempre habrá ese alguien que puedas decirle "Ya llegué a casa" y te recibirá con un "Bienvenido"; no obstante, ahora, no sabría si dirigirme así o de otra manera en estas circunstancias.

Todos parecían muy ansiosos de encontrarse de nuevo, mi hermana May y las otras cuatro personas, parecían estar felices de verse y yo... Si sentía que estaba en familia, pero no sentía que fuera la mía, estaba ajena a ese amor, alejada, como si en realidad... no perteneciera a ella.

—Mili, cariño y... ¿Cómo te fue este año? ¿Encontraste lo que querías estudiar al final?

Esa pregunta por alguna razón me heló la sangré, asustándome del cuestionamiento que hacía la señora que según era mi madre. Revolví la sopa de pescado sin saber que responder, me mordí el labio nerviosa y pellizqué la pierna de May, pidiendo ayuda, lo que hizo que ella casi se atragantara con el jugo y empezara a toser, llamando la atención de los mayores y que el más pequeño se levantara para darle palmaditas en la espalda, ayudándola a pasar la tos.

—¿Estás bien, May? —preguntó Rafita.

—Sí, sí, gracias —dijo mi hermana, acomodándose en la silla recompuesta de su ataque de tos.

—¿Y bien, Mili?

"¿No pueden cambiar de tema?". Quise responder, pero me contuve y puse excusa para no hacerlo al tomar del vaso de papelón con limón, volviéndole a hacer miradas a May para que me ayudara. Después de todo, ¿qué podía decir yo de mi vida cuando ni recordé mi nombre en el hospital?

—Ella se ha esforzado —intervino por fin mi hermana, entendiendo mis suplicantes mensaje. Dejé el vaso de lado y asentí a lo que decía May—. Ha trabajado mucho este año, ya estamos más estables y pudimos venir a visitarlos. En cuanto a sus estudios... —Me miró algo insegura—. Ya decidió, pero no me ha dicho, dijo que sería sorpresa para cuando regresemos.

No sabía si era verdad o mentira. Según Mayriol sí trabajaba mucho, pero nunca me confirmó si había elegido una carrera universitaria, o si seguí de vaga, o si tenía un proyecto en mente; nada, gracias a que estuvimos tan sumidas en esto del viaje y mi recuperación, habíamos pasado ese detalle: ¿qué quería yo para el futuro?

—Mili, ¿te sientes bien? —preguntaron de pronto.

Levanté la vista de mi plato y vi como todos en la mesa me veían.

—Sí, ¿por qué? —susurré, desviando mi objetivo al plato de nuevo, revolviendo las verduras y moliéndolas como si fuera algo de costumbre.

—No hablas —intervino Emmanuel.

—Eso es raro —Siguió Rafita, apoyándose de la mesa.

—¿Por qué? —Continué susurrando sin verlos.

Entonces el silencio los azotó. Confundida los miré y descubrí que estaban realmente sorprendidos con mi respuesta, ¿era raro que no hablara mientras comía?

—Tú... eres la parlanchina de la familia. Claro, luego de Mayriol —Manuel fue fulminado por mi hermana ante tal directa hacia ella.

—Ah... Lo siento... Es que... —Enderecé mi espalda y apretando mis puños bajo la mesa los miré con vergüenza—. Me duele la garganta e intento no hablar.

Los que eran mis padres elevaron y descendieron las cabezas con sus bocas semi abiertas mientras que mis hermanos no se creyeron ni mi vil y penosa mentira.

—¿Y eso? ¿Estás enferma? ¿Te duele mucho? ¿Después de comer te hago un té?

—No, tranquila, mamá, estoy bien —Seguí susurrando, sorprendiéndome a mí misma cuando tales palabras habían salido tan naturales de mi boca, como si ya las hubiera dicho aquello miles de veces antes cuando la señora Diosiris, mi madre, se preocupaba de mi estado de salud.

—Mm... De todas maneras, en la noche te lo preparo y te lo tomas antes de acostarte, ¿sí?

—Está bien...

—¿Mili, a dónde vas? —preguntó el señor Rodolfo cuando me vio levantarme de la silla sin siquiera terminar de comer.

—A dormir un rato... Estoy cansada.

Algo confundidos asintieron y siguieron comiendo. Sonreí con nervios, notando la seria mirada de May mientras tapaba mi comida dejándola para terminarla después, iba a lavarme las manos y me daba vuelta por el pequeño comedor hasta la puerta que decía: M&M. En un gran corazón turquesa y violeta con estrellitas alrededor.

Tomé la perilla y pasé rápido, cerrando la puerta detrás de mí con mi cuerpo. Encendí las luces y observé el extraño cuarto: Las paredes iban de color menta, había toda clase de dibujos en una parte de la pared en forma de mural y un par de cuadros adornando, dos pares de estanterías con unos que otros juguetes viejos, fotografías, cofrecitos, y muchas otras cosas; a la izquierda estaba un closet pintado con flores y emes «M» cortadas de foami, un par de gavetas, y en medio un espejo lo suficientemente grande para que se mirasen dos personas. A un lado estaba una larga y baja mesa rectangular, con algunos que otros pares de zapatos debajo de él. Una alfombra en el piso y al final dos camas pequeñas y pegadas, formando una matrimonial, sin sabanas, ni fundas en las almohadas.

Dejé de apoyarme de la puerta y di un paseo por la habitación, observando todo más detalladamente, pasando mano por algún que otro objeto y al final sentándome en la cama, liberando un suspiro y luego apretando mis labios con insuficiencia.

Estaba frustrada, sumamente frustrada. No sabía que pensar, decir o hacer. Estaba perdida, lejana a esa nostalgia que debería sentir al estar de nuevo en la habitación donde crecí y pasé la mayor parte de la vida que no recordaba, después de un año lejos de casa.

Simplemente... No sabía qué hacer y de la impotencia no pude evitarlo, un par de gotas ya estaban resbalando por mis mejillas, dibujando líneas invisibles sobre mi rostro y dejando con él un río helado sobre mi cara, que con el pasar de los segundos se tornaba caliente. Fue entonces que la puerta se abrió y me asusté, no encontré otra salida que tirarme sobre la cama escondiendo mi rostro bajo una de las almohadas.

—Gran disimulo, Milagros —Cerraron la puerta.

Esa voz fue el cantar de los ángeles, miré bajo la almohada y comprobé que era May con una mano en la cintura y una expresión que denotaba preocupación al verme.

—Sospechan... ¿Verdad?

—Me gustaría decir que no, pero... —Se sentó en la cama conmigo—. Es nuestra familia y nos conocen, es raro que yo hable por ti, que tú no cuentes nada mientras comes y más que no tengas hambre y dejes la comida a la mitad. Cualquiera que te conociera pensaría que estás enferma o en depresión.

—No me conozco, ni a ellos, ni este cuarto, ni nada, ese es el problema. No sé qué hacer, May. Es... muy confuso en realidad y... —Gruñí desesperada—. Creo que fue mala idea volver... Me siento fatal de solo darme cuenta de que estoy creando mi personalidad de cero, toda cara familiar es nueva, todo gesto es nuevo, todo es nuevo. No... No sé qué hacer...

Y como era de esperar, la voz se me quebró y empecé a llorar, abrazando la almohada en mis brazos y mi hermana a mí.

—Mili... El doctor nos advirtió que tu memoria regresaría de a poco y así ha sido, ¿no? Tus sueños nos trajeron aquí. No esperes que de la noche a la mañana recordarás todo de golpe, esto es de a poquito a poquito, suave suavecito. Y ¿sabes? —La miré, moviendo mi cabeza horizontalmente—. Me dan ganas de cachetearte, ¿ni un día que volvimos a nuestra tierra y ya te rindes? No hemos comenzado la investigación y ¿ya quieres abandonar?

—Yo-yo...

—Escúchame, carajita del coño —Dejó de abrazarme y me sujetó de los cachetes—. No aguanté días de viaje y que lo que tenía trasero se fuera para la mierda para que tú vengas y a la primera frustración decidas echar todo atrás, ¿dónde quedó tu determinación, o solo eran palabras? ¿No íbamos a encontrar a ese chico? «Que ruego que no esté preso o trastornado» ¿No íbamos a recuperar tu memoria?

—Sí, pero...

—Nada de peros —Me soltó, se levantó y puso sus manos sobre su cintura—. Ya estamos aquí y ahora haremos lo que venimos a hacer o haremos el intento, ¿me oyes?

—Si...

—¿Qué dijiste? —Se acercó y le lancé la almohada a la cara.

—Que sí, cónchale.

—Así está mejor.

Y así, sin decir más, dio media vuelta y se fue de la habitación mientras que por mi parte negué con la cabeza y miré inconsciente al espejo del closet encontrando un detalle que no había notado antes.

Curiosa dejé la desnuda almohada sobre la cama y me levanté a observar de cerca ese pequeño collage de fotos adornando el marco del espejo. Pasé mi mano por éste y repasé con la vista la línea de tiempo que dibujaba con las diferentes fotos de Mayriol y de mí, desde la niñez, hasta la graduación.

Sonreí. "Esa es mi hermana".

—Oye... ¿Vives cerca de acá? Trajiste rápido los cafés —pregunté recostándome de lado hacia el chico sin nombre.

—Sí, más o menos. A unas diez casas creo.

—Ah... y ¿por qué viniste aquí? —Rió.

—Esta solía ser la casa de mis abuelos —confesó, atrayendo de inmediato mi atención—. Mi abuela falleció no hace mucho y la casa quedó sola. Yo venía siempre que se iba la luz para hacerle compañía y una que otras veces para ayudarla a limpiar, entre otros trabajos. No porque ahora ella no está cambiaré eso, digo, en algún momento, alguien podría querer mudarse a esta casa, es más bonita de lo que parece, te la enseñaría, pero está todo oscuro y la luz de mi teléfono murió hace varias horas.

—Wow... A eso yo llamo un buen nieto.

—No por nada era su favorito —presumió, seguro con una sonrisa.

Reí y volví a recostarme mirando al estrellado cielo.

—¿Y tú? —Oí que dijo y miré su sombra por el rabillo—. Solo conozco a tu papá, pero no al resto, ¿cómo son? ¿Tan simpáticos cómo dijo Rodolfo?

—Si con simpáticos te refieres a descabellados... Si, uff, re-simpáticos.

Ahora él se acomodó de lado viendo hacia mí, explotando en risas.

—No puede ser para tanto —Se recompuso—. ¿Por qué lo dices?

—Mi madre le gusta mandar en exceso, mi padre es muy altanero, mi hermano menor un flojo y hormonal, mi otro hermanito un desastres por naturaleza y mi hermana un radio loco. Junta todo eso conmigo y formarás un manicomio.

—¿En serio?

—No —Reí—. Somos cómo cualquier otra familia, escandalosa y bochinchera, pero así y con todo, somos perfecta. Bueno, al menos así lo veo.

—Eso es bueno —Volvió a recostarse viendo el cielo—. La familia perfecta no es la que goza en la calma, es la que es capaz de escucharse en medio de su propio caos.

Desperté de golpe junto a un fuerte dolor de cabeza. Me pesaban los ojos, al mismo tiempo que ardían pestañeaba acostumbrándome a la penumbra de la habitación. Sentía la respiración profunda de mi hermana al lado, durmiendo plácidamente al otro lado de la cama y viajando por el quinto sueño.

"Cómo ronca". Pensé, mirándola sobre mi hombro, sentada en la cama.

Toqué el piso buscando las cholas con los pies. Luego de haberlas encontrado, me las puse y me levanté para ir fuera de la habitación. Al tener la boca seca y ya estando en la cocina, no se me ocurrió mejor que un buen vaso de agua, así que tomé uno y me serví un poco.

Fue entonces que cerré la nevera y terminé de tomar que bajé la vista y entre la oscuridad del comedor, noté algo pequeño tapado sobre la mesa. Me acerqué y dejando el vaso de lado, destapé el objeto y encontré una tasa con algo líquido adentro. Lo levanté y le di una olida.

Limón y miel...

«De todas maneras, en la noche te lo preparo y te lo tomas antes de acostarte, ¿sí?»

Volví a sonreír enternecida y di un sorbo al templado té, luego otro y otro hasta que lo terminé y quedé con un buen sabor de boca antes de dejar la taza y volver a dormir, ya más tranquila y satisfecha.

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