Demasiado tarde

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Durante la cena en la cubierta del barco, nos ubicamos en una larga mesa de vidrio color azul. Juro que esa mesa parecía una pieza de arte. En lugar de patas, tenía cuatro columnas de estilo corintio y sobre esta un adorno sofisticado en forma de árbol hecho con cristales de Swarovski.

Nos sentamos alrededor de la mesa sintiéndonos elitistas. Rubí, antes de ubicarse se quitó su tapado de cachemira que le cubría hasta las rodillas y nos dió un gran espectáculo al abrirlo.

—No tengo que pedirles que volteen, porque su atuendo habla por si solo —chilló Mathilde, señalando con el dedo en dirección a su hermana.

—Será mejor que muestre mi vestido —dijo Rubí, posando como modelo.

—¡Ja! Mi hermana se cree una princesita y vive para llamar la atención —dijo la cajera, con un tono de voz grave—, siempre usa ropa extravagante, combinaciones tan coloridas para marear a cualquiera.

Rubí parecía una versión mejorada de su hermana. Mathilde solía usar atuendos informales, como pantalones ajustados de cuero y chalecos de mezclilla.

—Mírenla jovenes —gritó Mathilde—, y para terminar de adornar el pastel, ella tiene una descarada adicción al color dorado.

Al parecer Rubí era una muchacha que llamaba la atención por las razones equivocadas. Su hermana gemela aseguraba que la aconsejaba para tener una mejor y mas fresca apariencia, sin éxito alguno. Al parecer, Rubí estaba obsesionada con las prendas color oro.

—Espera. Lo que trae puesto ella, no es un disfraz —agregó Matheus—, ¿por qué no deberíamos verla brillar por si sola?

—Es un hermoso vestido dorado y unas bonitas botas al tono —inquirió Rubí con voz grave— , gracias Matheus por defenderme de las víboras.

—Yo no dije nada —añadió Monique, perseguida—, tengo la certeza de que no le gusta pasar desapercibida.

Aguanté la respiración conteniendo mi rabia. Mis blasfemias descansaban en la punta de mi lengua.

Bajo la luz tenue de los faroles, veía como el semblante de Rubí cambiaba. Ella estaba sentada frente a mí, no se movía, ni siquiera parpadeaba. Se notaba su decepción por no ser aceptada por este grupo de saltimbanquis.

El color se desvanecía en su rostro y la ira crecía a cada instante.

—Bueno, llegó la comida —anunció Matheus al ver a los mozos con las bandejas.

—¿Qué es? —exclama Mathilde examinando su plato.

—Es pato a la naranja —dijo Matheus.

—¿Quieres otra cosa? ¿Quieres vegetales al vapor? —exclamó el rubio.

—Cómetelo igual, Mathilde —gritó Rubí, presionando sus largas uñas contra la mesa.

—¡Qué entrometida! —le gritó furiosa a su hermana.

Rubí estaba ruborizada por los nervios.

—No quiero estar aquí —susurró Rubí lentamente, mirándome a los ojos.

—Cámbiate de lugar y ven aquí a mi lado —  dije con voz seca.

Pero Rubí negó con la cabeza.

—Ven conmigo —insistí nuevamente.

Rubí se puso de pie, preguntó donde estaba el toilette y cuando regresó tomo asiento junto a mí.

—Mi hermana siempre me averguenza — susurró en mi oído.

Cierro los puños con fuerza, al sentir la vibración de su encantadora voz.

—Mathilde es incorregible, pero también es una buena chica —mascullé.

Bebía de forma compulsiva. Rubí me ponía muy caliente al hablarme al oído, una y otra vez. Mi corazón estaba acelerado y las palmas de las manos me sudaban, como si tuviese otra vez catorce años.

—Creo que estás tomando demasiado champagne —dijo ella, viéndome directamente a los ojos.

Todo comenzó a ponerse borroso, como si estuviera girando en un espiral vertiginoso.

....

Aún estaba viviendo una noche memorable. El paisaje se admiraba como un cuadro. Yo estaba con la boca entreabierta intentando conversar con Rubí.

—¿Por qué me mirás extasiado? —exclamó Rubí abiertamente.

—Tienes los ojos encendidos y brillantes — dije, mientras apoyaba los codos en la mesa.

—¿Sos una persona sensible, Demetrius? — preguntó, Rubí.

—Muy, extremadamente —agregué—, no soy de llorar y a veces se me tilda de insensible.

—No entiendo muy bien. ¿A qué te refieres?—masculló la muchacha.

—A ver. Yo a veces lloro por situaciones que tienen que ver con lo social y con la injusticia —amplíe.

—¿Con las noticias del noticioso? — exclamó, mordiéndose el labio inferior.

—Claro, y obviamente si ocurre algo malo en mi familia, que es mi prioridad— dije, con voz aguda— , como cuando murió papá.

—¿Entonces no lloras por estupideces? — repreguntó, mientras jugaba con su cabello.

— Claro que no. Para nada —respondí 

—A decir verdad, no te conozco mucho, pero siempre te vi como una persona comprometida, que decís lo que pensás, cuando para otra gente sería lo mejor callarse la boca y no involucrarse —agregó Rubí, riendo sacarronicamente.

—¿De que te ríes? —pregunté.

—Es que estás arrastrando las palabras al hablar —dijo firmemente— , puedo notar que estás ebrio.

—Sos como Mathilde, lo que piensan de uno es palabra santa —dije con un tono risible.

—Es que estás siseando —dijo ojiplática— , bebiste como siete copas de champagne al hilo.

—¡Ja! Te felicito por ser tan honesta —repliqué —, mis padres siempre fueron muy genuinos y lo que pensaban lo sostuvieron en el tiempo, entonces así soy yo.

—Simplemente, digo lo que siento. Aunque no funciona con mi hermana. He tenido consecuencias muy duras por discutir abiertamente con ella —sentenció la joven, con el rostro deformado por la angustia.

La charla con Rubí, no era amena. Tenía que hacer esfuerzos inauditos por responder lo mejor posible. Me sentía desnudo vencido por la inseguridad del momento.

—Rubí, no pienses en amarguras y sufrimientos del pasado —dije lentamente —, ustedes pronto cumplirán treinta años.

—Ni me lo recuerdes...

— ¿Por qué? —insistí.

—Tú tienes veintitrés años —inquirió, mientras me miraba fijamente a los ojos.

Cuando pronunció esas palabras pude sentir que ocupaba un sitio indigno de su importancia filosófica.

—De seguro que adoras charlar con éste tipo de rostro juvenil...

—Me gusta tus estratagemas —dijo, la rubia con soltura— , si tienes tanta seguridad en ti mismo, bésame.

Con la poca elasticidad que tenía mi cuerpo, estiré mi cuello como una jirafa, respirando coraje.

Ella acercó sus labios brillantes, con una sonrisa animadora. Puse mi mano derecha en su rodilla y la otra mano sobre mi estómago. Mientras la besaba en mi mente danzaban mil preguntas, una de ellas era: ¿Estarán todos observándonos con caras de asombro?

.....
Tenía un sentimiento dentro de mí, algo extraño. Parecido a un tormentoso mar. No sé porque sonaba tan mal.

—¿Que sucede aquí? —chilló, Mathilde.

Ella gritó tan fuerte y tan cerca de nosotros como para tener un infarto del susto. Rubí se puso de pie, tomó su abrigo y su cartera. Descendió del barco, caminó hacía el amarre de la proa y encendió un cigarrillo.

—¿Por qué Rubí esta en el muelle? — exclamó Monique, con la mirada llena de confusión.

— ¿Por qué no le preguntás al galán? —dijo Matheus en un tono risible —, dile que suba, que el buque va a zarpar...

—¡Ja! Tú eres tan chistoso. Rubí no come vidrio —exclamó la cajera.

—Mathilde la asustó. Le gritó al oído cuando estábamos besan...—dije y mentí— , cuando estábamos hablando.

—¿Hablando o haciéndole respiración boca a boca? —agregó Mathilde.

—Mathilde, no crees que llegas demasiado lejos y la avergüenzas... —insistió Matheus

—Es que Demetrius estaba bebiendo demasiado, más de lo usual y no quiero que use el alcohol para juntar coraje —dijo la cajera— , no quiero que se convierta en un pusilánime.

—Pues, no lo soy —dije firmemente.

—Lo eres y lo sabés. ¡No te mientas a ti mismo! —exclamó la rubia, riendo cínicamente

—No puedes disciplinarme como si fueras mi madre —empecé, con inseguridad, sin saber lo que realmente quería decir.

La noche terminó mal. La luz de la luna desapareció en un santiamén, colmando el cielo de nubarrones y la lluvia comenzó a caer inesperadamente.

—Modestamente, eres un mal tercio —me dijo Rubí, con una sonrisa amargada.

Al fin hubo que renunciar y caminé cabizbajo por el muelle hasta llegar al vehículo de mi amigo Matheus, pensando en lo intrincada que había sido la noche.

—Antes que llegué la rubia tarada, decime como besa la chica dorada —preguntó, Matheus golpeando mi hombro derecho.

—¡Uff! Fue un desparpajo natural.

—Eso pensé. Rubí movia su boca muy rápido. Parecía que te quería comer —susurró en el auto, viendo por el espejo retrovisor.

Cuando Mathilde se sentó en el asiento trasero, él se quedó callado un largo rato.

—¿Dónde mierda esta Monique y mi hermana? —preguntó la cajera, con un tono de enfado.

Luego divisé a su hermana que venía del brazo de Monique. Ella atravesaba la neblina con sus botas doradas de tacón. Su mirada se clavó en la mía, fue un cruce extraño. Sentí que con ese beso no podria llegar muy lejos, pero aún así quería otra oportunidad.

Mientras viajábamos, estelas de vapor helado mojaban las ventanillas del auto.

—Lamento haber arruinado la velada — dijo Rubí.

Quise decir algo, pero el viento barrió mi voz y me quedé inmovilizado.

—No te preocupes, Rubí —dijo Matheus

Cerré los ojos. Intenté olvidar y dormirme.

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