Felino

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    Matheus, como todos saben, poseía dinero, pero más que los demás; pero sabía en que emplear su plata para beneficiarse así mismo. En cambio, el dinero que me dieron a cambio del cuadro de Andy Warhol se estaba enmoheciendose, a pesar de que había gastado en algunos electrodomésticos para la casa.

Si bien mi vida era mucho más liviana al tener la suerte de poder ocupar la vivienda de de mi tío Lalo. Aprendí a valorar las cosas con más energía, y esa reflexión diaria me consolaba.  Sé que siempre habrán días soleados y días grises y fatales, y después de la misa, sentí que la angustia se había atorado en mi pecho como una piedra.

Nada podía ambicionar, porque solo pensaba en que lo único que realmente queria era el retorno de mis seres queridos.

Mamá comentó con voz suave:

—Siempre habrán piedras en el camino que adoptan formas equívocas. Pero ¿has pensado que una simple piedrita de canto rodado sirve más que una piedra preciosa? Hay piedras que sirven para edificar y mantener una estructura sólida, y hay otras que solo sirven para ser contempladas.

—¡Ah! Todo eso es un lío. Yo quiero ser una piedra sólida e indestructible.

—Demetrius no debés estar triste, tu papá y el tío Lalo no nos han abandonado.

—Imaginar que son espíritus flotantes, no te servirá de nada —chilló Mathilde con brusquedad. No debemos pensar aún están aquí, eso nos enloquecera. Abandoné las citas con la psicóloga porque era una señora tan desagradable, no tengo la certeza que ese tratamiento me haya ayudado con la muerte de Rubí. Entonces, de improviso, no me quedó más remedio que apoyarme en tu hijo. Entre él y yo, creamos un vínculo tácito.

—Hablando de parejas, tengo grandes deseos de que tu hermano se case. Y si se casa, no puede ser más que con tu amiga Monique. Siempre pienso en él, Mathilde. ¿Es posible que lo puedan sondear para que se una en matrimonio?  —dijo mamá con una risa vibrante.

Mathilde repuso que no puede volver con Monique.

—¿Por qué no? Pensé que ese muchacho estaba enamorado de esa chica. ¿A caso ya encontró a otra? —exclamó mi madre.

Mi esposa me miró fijamente y luego se ruborizó, y luego admitió que su hermano andaba con varias damas al mismo tiempo.

—Sin embargo, Monique tiene unos ojos  profundos, de un verde brillante, y no obstante... morruda. ¿sabes Mathilde? ¿entiendes que quiero decir?

—¿Dices que es rellenita?

—Exactamente, eso digo.

—Usted perdone —se excusó mi esposa—. Creo que es debido a que bebí demasiado y estoy cansada y confusa. Creo entender que intentas decir que los hombres prefieren a las señoritas curvilíneas...

—Eso es una tontera —añadí—. Cómo si Matheus tendría un patrón de belleza de mujer... A él le viene bien cualquiera.

—¡Santo cielo! —exclamó Mathilde—. No digas eso de mi hermano. Simplemente, no quiere una princesa montada en un carruaje.

Mamá respondió fríamente:

—Tal vez quiere una princesa montada en una bicicleta...

—¿Y qué puedo hacer, suegra? ¿Cómo puedo evitar que no meta la pata? No voy a ser su chivo expiatorio.

—Monique se puso de novia con un vendedor de bocadillos de salchicha y quiso actuar atropelladamente en esta casa —le expliqué a mi madre. El tipo le quiso pegar y viceversa.

—Veo que Monique ahora está en modo liberal. Es una cuestión espinoza y espero que claudique pronto —dijo mi madre con los ojos en blanco.

—Yo ya no juzgo su vida privada, en absoluto —manifestó Mathilde—. Ya no gozo de su amistad.

—La mujer quiere vivir algo nuevo. Pero supongo que solo quiere restregarle en la cara de tu hermano que tiene sexo con otra persona —dijo mamá en un tono risible.

Naturalmente, mamá. Claro que sí, eso es parte del asunto. ¿Creen que volverán a estar juntos?

—Ya no me importa —gritó Mathilde.

—¿Por qué razón ya no acudes a la psicóloga, Mathilde? —preguntó mamá.

—La terapia no es algo interesante para mí, tuve malas experiencias cuando era una niña y aún me quedó un mal sabor en la boca. Simplemente, no creo que me pueda ayudar. Siento que si vuelvo con mi psicóloga estaré perdiendo mi tiempo y mi plata. No necesito que una señora mayor me diga como comportarme —dijo Mathilde.

—Creo que es bueno hacer terapia porque te puede ayudar a liberar tensiones. Tal vez, te ha ayudado un poco, pero no tanto como vos esperabas. Así que, tal vez tengas que considerar otras opciones que te ayuden a soportar el dolor por perder a Rubí.

—Estoy mucho mejor, ya no tengo pesadillas horribles. Mantendré la mente abierta —masculló Mathilde.

—¿De verás? Tienes que estar abierta, verdaderamente abierta —agregué.

—Sí. Me cuesta horrores hablar de sentimientos —dijo mi esposa.

—Lo sé.

De toda esta charla surgió en mi mente un pensamiento secundario. Por más que tenga toda la hidalguía, que un hombre puede tener, comencé a cuestionarme el porque de algunos asuntos relacionados con mi esposa. ¿Por qué ella no habla de sentimientos? ¿Por qué no desplega un amor total? Quién podría saberlo...

Mi padre solía decir: Desconfía del quien dice ser honesto y del que cree firmemente que es leal... Ahora notaba cuanta razón se escondía de cada advertencia que me daba mi papá cuando era adolescente.

—Debo haberme vuelto muy estúpida o ingenua para pensar que Monique era «la» persona ideal. Pero no me importa un carajo, ahora soy conciente de no debo fiarme ni de mi sombra—dijo Mathilde al teléfono, y luego colgó la llamada.

—¿Con quien hablabas, nena?

—Con la tonta de Patty. Si pudiera quitarle esa astucia monstruosa a Monique, haciéndole tragar todas esas salchichas que vende su noviecito, lo haría —chilló.

—Mathilde, cálmate. Respira. Debes tener control de tus palabras y de tus impulsos —dijo mamá, mientras de frotaba la espalda con la palma de su mano.

Mi esposa se recostó en el sofá de la sala y se durmió profundamente, y al despertarse preguntó porque había un gato en su regazo.

El felino color blanco se quedó mirándola, con sus ojos verdes y brillantes.

—¿Y este gato?

—Mamá lo compró para vos.

—¿Cuándo?

—Después que te dormiste.

Mathilde se levantó para servirle un poco de leche en un tazón.

—¡Ja! Creo saber porque me compró un gato. He oído de la terapia terapéutica con animales —objetó.

—No lo sé, nena.

A la mañana siguiente, desperté con el gato gordo en mi cama. Literalmente había dormido en el medio. Mathilde levantó levemente su cabeza y abrazó al felino.

Ahora, en casa, despierto todas las mañanas y me quedo mirando al gato entre nosotros dos. No miro el sol filtrándose por las ventanas, miro a Pony. ¿Quién le pone el nombre de otro animal a su gato? 

—Demetrius, apaga el despertador que vas a despertar a Pony —balbuceó mi mujer con el rostro translúcido, dejando una estela de saliva en la funda rosa de su almohada.

Lo veía semidormido, como un caleidoscopio. A pesar que Mathilde siempre me ha prestado atención, ahora sabía que Pony calmaba su histeria. El gato se recostaba sobre sus pechos, burlándose de mi presencia. Pero no podía negar que la imagen que veía era realmente encantadora. El gato gordo le había quitado a Mathilde toda la rudeza y la frialdad

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