Relación directa con la ilusión

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    Decirle te amo a Mathilde no fue tan significativo para ella como pensaba. Pensé que el amor es tan complejo que no entendía de razones, ni de sentimientos, ni de nada.

—¿Acaso no vas a responder nada? —dije.

Mathilde no decía nada pero se había encogido de tristeza hasta quedar minúscula en un rincón del sillón.

—No estoy segura de como debo obrar —dijo—. Ahora tengo en la cabeza varias cosas y tengo muchas inseguridades.

—Uhhh —susurré— entonces piénsalo.

—¡Es que no puedo superar la muerte de mi hermana ni un día para el otro! —la rubia tenía una tristeza fría como el invierno—, aún es muy pronto. ¡Cuántas tragedias!

Mathilde me miraba con tristeza.

—El tiempo pasa y entre nosotros no cambia nada. No cambian las cosas, parecemos que vivimos adentro de una cueva encerrados.

La rubia suspiró y encendió un cigarrillo mentolado.

—¿Viste? —gimoteó—. Nadie nota la ausencia de Rubí, ni mi madre, ni mi hermano.

—No te preocupes por eso, están todos en el cielo —dije no muy convencido.

Mathilde cuando oyó el timbre se desperezó y fue rápidamente a abrir la puerta.

—¡Monique, que alegría! ¡Y... Oh! ¡Viniste con Matheus! Pasen, vengan a la sala. Sientate amiga, aquí en esta silla.

Parecía que la rubia daba saltitos de alegría.

—¿Viste nena? ¡Vinieron a verte! ¡Monique sabe lo que vos vales! —exclamé con orgullo.

—Ahora nos beberemos unas cervezas y comeremos unos delicatessen.

—¡Muy bien! —dijo y empezó a aplaudir Monique. El rubio empezó a reírse sin saber por qué.

—¿Saben ustedes?, le propuse casamiento a Mathilde.

La rubia estaba alegre. Pero no dijo nada al respecto. Su hermano parpadeaba poniendo cara de tonto.

—¿Es verdad que se van a casar? — preguntó Matheus.

—¿Hay halgo malo con eso? —pregunté entonces.

—No creo que se tengan que casar para curar heridas —retrucó su hermano.

—Te lo diré rápidamente, me quiero casar con ella porque la amo —respondí sin vacilación o temor.

—Pues sí, lo reconozco, ¿qué tiene de malo?La esencia de esta convivencia es en base al cariño que le tiene a ella, y a decir verdad, este anuncio no me preocupa para nada —explicó Monique.

Mathilde había empezado a aburrirse y a desear que alguien se ponga en contra. Lo podía ver en sus ojos.

—¿Cuánto costará la boda? —preguntó el rubio, mientras su mano derecha se acercaba con desgano a la lata de la cerveza que estaba en la mesa.

—Estamos pensando casarnos por civil primero —añadí.

—Ándate a la mierda, Demetrius. Yo no te dije que me voy a casar ya mismo. Aparte el casamiento pasó de moda.

—Pero también pasó de moda los pantalones Oxford y los discos de pasta. Eso no significa nada, y sobre gustos... —acotó Monique, quien sabía que su amiga solo ponía excusas.

—Hermana te voy a ayudar a recordar: vos ya vivís en convivencia con Demetrius.

—Mirá, Matheus, No entiendo lo que querés llegar, ni siquiera sabes qué hacer con tu vida. Tenés a Monique y a Patty dando vueltas como trompos —dijo Mathilde—. Es inútil seguir discutiendo.

La rubia hizo una pausa y fue hacia la heladera para traer unos sanguchitos de miga.

—Justo, lo que quería comer. ¿Entonces, que vas a hacer? —exclamó el hermano de Mathilde mientras hablaba con la boca llena.

— Hace unos días repetíamos: Dios te salve, María, llena eres de gracia... —dijo la rubia — , esas voces salmodiando el rezo, mezcladas con el llanto de mi madre, todavía las escucho mi cabeza. Estoy enloqueciendo.

Cuarenta y cuatro días más tarde, todavía de duelo, pero aún soltera, Mathilde caminaba por la Avenida Corrientes en dirección a la calle Uriburu. Llevaba su pequeña cartera de vinilo roja en forma de corazón, con una tarjeta de crédito. Su cabello estaba un poco despeinado por el viento (horrendo y llovido por la humedad). Iba junto a Monique a la tienda de novias de Doña Letizia. Cuando entró al local necesitaba sentir entre sus dedos las texturas de las diferentes telas de los vestidos que había en el lugar.

Monique por otro lado observaba todo con los ojos bien abiertos, también estaba dispuesta aprobarse algunos vestidos de novia. Una anciana que avanzaba a mínima velocidad les preguntó que tipo de vestido buscaban, mientras la recepcionista que era muy joven y atractiva flotó hacia ellas.

—Mi amiga está buscando un trajecito blanco pret-a-porter para el civil —dijo Monique.

—Este es el perchero de los trajes. Viene chaqueta con falda o chaqueta con pantalón. Busquen nomás, diviértanse —dijo la octogenaria pegándole una palmadita en el hombro a Mathilde.

Entre las dos eligieron un traje con minifalda color amarillo pastel. Cuándo vieron el precio era bastante alto entonces estuvieron un largo rato regateando.

—¡Miren qué negocio es el de regatear!  —exclamó Monique al salir de boutique.

—La verdad que yo no quería pagarle más que ciento cincuenta pesos —dijo Mathilde con un miedo retrospectivo terrible.

La verdad que no puedo opinar sobre el traje, porque sino opinaría la voz de la envidia. Yo también quiero casarme con tu hermano, pero él sigue mirando con una mirada lujuriosa a Patty.

—Basta, nena, cállate un poco. El otro día fui a su casa y estaba con ella reparando su discman. Él piensa que es un McGiver —añadió Mathilde.

—¡Ojalá le salga gangrena en la garganta ese malnacido!

—Cuando lo probó y vió que funcionaba se ganó una oleada de aplausos que resonó tanto en mi cabeza que me di media vuelta y me fuí de su casa —dijo la rubia—. Es inutil seguir adelante. De acuerdo. Te diré lo que pienso. A Matheus le agrada mucho que ella lo admire tanto.

—Despacio, amiga —dijo Monique—, no traigas ese cuento para que desee claudicar, lo que hace ella es un complot, y tú estás actuando precipitadamente.

—¿Acaso quieres que le pregunte? — exclamó Mathilde — , yo no soy la chica de los mandados de nadie, Monique. Solo trato de decirte que es mejor que te olvides de él.

—De acuerdo. Ya me doy cuenta que no quieres hacer nada por mí. Ahora: ¿Por qué no hablás con tu hermano y le sacás la careta? —preguntó nerviosa.

—Monique, Matheus y yo nunca nos entendimos. De chicos apenas nos veíamos. Siempre nos veíamos en la casa de nuestra abuela hasta que ella murió de de difteria.

—Está bien. Como sea. Sé que no soy muy comunicativa como persona y eso me juega en contra —inquirió Monique.

La voz de Monique era delicada y encantadora su decisión era baja y precisa. Luego de haber comprado el traje fueron en busca de los zapatos al tono. Después de pensarlo durante unos instantes Mathilde decidió hacerle caso a su amiga e ir a encarar a su hermano.

—No creo que sea muy lógico que tu hermano vaya a tu boda con Patty. Así que aunque mi visión sea insólita sé que eso pasará.

—Solo será una fiesta pequeña en un salón. No te preocupes por ello —añadió Matilde.

Inmediatamente Mathilde sintió el deseo de no seguir dándole vueltas al asunto, entonces decidió despedirse de su amiga para ir a charlar con su hermano.

Matheus me quiso acompañar mientras tomaba el desayuno a media mañana en la oficina.

—Demetrius veo en tu rostro una mirada de resignación —me miró fijo y buscó en su gesto una determinación.

Papá tenía razón sobre mí, soy un fracaso.

—¡Dios! No te culpes así, yo hice un trato con mi padre de que siempre iría a priorizar las finanzas sobre las mujeres. Me convenció con sus alagos falsos y ahora me reconocen por lo farsante que soy —dijo Matheus, mientras bebía su quinta taza de café.

¿Por qué estropeamos todo entre nosotros?

Cuando nos conocimos esa vez en el hipermercado, solíamos ser como niños y ahora que estás a punto de casarte con mi hermana... ¿Cómo lo haces?

Es fácil, Mathilde yo seguimos actuando como niños. ¿A dónde vas ahora?

Voy a jugar la última carta que me queda...

¿Pero con quién?

Con Patty —respondió con la voz altiva.

¿Qué? ¿Es una broma? —bramé—, ¿en serio me estás diciendo que no queda nada entre Monique y tú?

Monique es débil de mente. Si no tuviera esta absurda pena, ya le hubiese hablado para que se olvide de mí.

Ojalá existiera un borra memoria para usarlo con su mente. Pero eso no existe.

¿Y si entrarás en su mente?

Convencela de que soy un hijo de puta —dijo con voz lacerante.

¡Ja! No me hagas reír.

¿Qué otra opción tenemos?

Ninguna. Oye, empiezo a creer que tu mente es más retorcida de lo que pensaba.

Matheus era un tipo de muchacho demasiado conciente de su propia debilidad, y por eso, con tal de tener atrás a varias mujeres podía lidiar con los reclamos y los celos infinitos de todas, como si fuera un acto de sumisión.

Desde entonces él divagó como siempre y gradualmente se convirtió en una especie de tipo enfermizo con el trastorno de limerencia, que pasaba sus tiempos libres meditando sobre el dinero y las mujeres.

Su hermana le exigió que dejara de ser un patético Don Juan y que decidiera cual sería su acompañante para la boda. Necesitábamos ese dato para poder organizar la distribución de las mesas en el salón de fiestas.

Mientras tanto, Monique fantaseaba con que sería la elegida. Así se reducía a una paradoja similar al de perseguir el amor con el odio. Ella lo empezó a tratar mal porque se había cansado de ser la segunda o la tercera en su vida. Sin embargo, el rubio parecía concentrado y predispuesto a tener un diálogo ameno con ella.

Finalmente, les pedí de buena manera que nos juntemos en el bar de la esquina al otro día, después del trabajo. Monique apareció sin su uniforme. Traía una falda corta color verde con flores blancas y unas sandalias transparentes que le había prestado Mathilde.

Monique se sentó en una silla alta junto a barra y ajustó sus rodillas, mientras todos veiamos al Matheus calibrar su mirada en sus piernas y en sus pies. Todos disimulabamos, riéndonos por dentro mientas bebíamos cerveza y comíamos unos bocadillos salados.

Matheus no podía esconder su lascivia. Los ojos de el rubio revoloteaban como mariposa inquieta al ver los hermosos pies de Monique. Por suerte Patty no estaba en el bar para arruinar el momento.

Llegó un momento de la noche en que mi amigo había bebido demás y se puso a recomendarme algunos puterios de la zona, y antes de que Mathilde pudiera replicar algo, me levanté del taburete y le hice una señal con la mano a Monique para que se sentara a su lado.

De pronto y sin darnos cuenta, Matheus estaba besando frenéticamente a Monique. El rubio sin duda era un gran vendedor de fantasias. Coronando la noche, decidimos irnos y dejarlos solos hacia su propio futuro.

Nuevamente estaba en mi oficina esperando que llegue el rubio para contarme las nuevas novedades. Había esperado toda la mañana esperando que suba por una taza de café. Hasta que llegó con los ojos enrojecidos y su cuerpo cansado.

—Buenos días Demetrius.

¿Me pregunto si anoche la pasaste bien? —pregunté curioso.

—No fue de gran cosa —respondió Matheus con una forma evasiva.

—¿Qué han hecho?

—Jugar con mi nueva novia —respondió el rubio con una sonrisa maliciosa.

Ay, Dios mío —musité con la voz quebrada

—Pues, ya ves.

—Parece que la práctica hace al maestro —dije—, tú sabías que los patos no entran volando, tienes que llamarlos.

—La noche estuvo divertida y no hubo drama por primera vez. Ahora ella está hablando con todos los empleadas sobre nosotros y por primera vez no se me hace desagradable —dijo el rubio sin un ápice de sarcasmo.

—Interesante —añadí—. Parecía que esto finalmente tenía que pasar.

Sorpresivamente, entra Mathilde a la oficina, cargada con sobres que contenían dinero de las cajas.

—Parece que mi hermano descubrió una rara dicotomía: amor y tranquilidad. Digo, porque antes solo era amor y sexo.

—¿Creés en está fusión? —exclamé llevándome a la boca una taza de té.

—Ah...— hizo una pausa y respiro profundo—. ¿Será que Monique es mi destino?

—Esto que te planteas no es nada raro. Deberías tenerte más confianza —le dije con la voz trémula.

Matilde acomodó los sobres, los puso dentro de un bolso y cerró el candado de seguridad.

—Cariño, parece que las promociones en la computadora están dando frutos —dijo Mathilde— hiciste una cosa que terminó dando un gran beneficio al hiper y espero que tengamos un aumento dentro de poco.

Los dos empezaron a cavilar, con el deseo de hallar un sueldo más conveniente.

—Me gustaría irme de vacaciones a las Islas maldivas.

—¿Dónde están esas Islas? —preguntó el rubio poniendo los ojos en blanco.

Es un archipiélago rodeado de pequeñas Islas al suroeste de la India —dijo la rubia objetivamente.

—¡Ja! Acá a la vuelta —contestó Matheus en un tono risible.

—La verdad que ni siquiera tenía pensado viajar en la luna de miel —acoté.

Matheus opinaba lo mismo: debiamos planear un viaje más económico. Con todo cuidado Mathilde le echó una mirada sarcástica a su hermano.

—Ahora tengo una sensación de incertidumbre tremenda —agregué desconfiado— no quiero desilusionar a nadie.

—Pero si soñar no cuesta nada —dijo Mathilde con voz cálida.

Matheus contemplaba todos los preparativos con un aire consternado.

—Me preguntó si podríamos ir los cuatro de vacaciones —manifestó el rubio.

—Naturalmente, muchacho. Pero primero está la boda y luego tendremos unos meses para ahorrar un poco de dinero para irnos a algún lado —sentencié.

—Tal vez sería buena idea que tú también te cases —gritó su hermana.

—Claro que no —masculló el rubio con una mirada inquisidora.

Mathilde bajo sus párpados y Matheus bizqueó sus ojos taimadamente.

Yo sabía que Monique que era perfecta como compañera para la rubia. Sabía que también si nos íbamos de vacaciones juntos podría ir a beber con mi amigo a otro lado. Entonces podría ser un viaje mucho más relajado junto a ellos, aunque hipotéticamente se trate de una luna de miel.

Mathilde bajó por las escaleras metálicas con el bolso y a los diez minutos volvió a subir.

—Matheus, tu novia se está poniendo bastante latosa con esto de que son pareja oficial —dijo en un tono suplicante.

—Yo no quiero más drama en mi vida. Déjenla ser —inquirió el rubio despreocupado.

—¡Ahá! —exclamé—. Ya entiendo. ¡Claro que no te importa!

—Solo dile que mantenga la boca cerrada para evitar problemas con Patty. No quiero que esa loca aparezca de nuevo con un aerosol de pimienta y termine otra vez en el hospital —chilló la rubia.

—Mathilde no quiero discutir del asunto. Tu hermano está enamorado —dije curvando la comisura de mis labios.

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