Si fuese por el sexo

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  No había ningún error. Rubí ya no estaba entre nosotros. En estado de shock, comencé a ver fotos suyas, quería recordarla como la linda rubia que había compartido algunas cosas conmigo. No quería recordarla con su cabello negro. Desfalleciente, tuve que sacar esa imagen visual de mi cabeza porque me perturbaba y me ponía ansioso.

Con gran esfuerzo Mathilde logró manejarse con soltura después del entierro. En cambio yo, me despertaba al alba oyendo los monótonos susurros de Rubí en mi oído. Sentía que ya me llamaba con una dulce voz casi celestial. Despertaba sudado con el corazón en la boca, llorando. No podía soportarlo más y tuve que hablar con ella para que cesara mi sufrimiento con la clemencia de su silencio. ¿Será que Rubí está intentando conectarse conmigo? ¿Es posible hablar con los seres fallecidos?

A veces, meditando sobre mis días en casa, antes de que nos conociéramos, debo confesar que sí sentía algo por Rubí. Ella era una seductora e insinuante mujercita con un encanto extraordinario, tal que le resultaría atractivo a cualquier hombre. Me sentí halagado cuando la conocí, porque tenía magia en sus ojos y jamás adoptó una actitud hostil como lo hace su hermana para conmigo. En comparación con Mathilde tus modales nunca fueron bruscos y siempre estuvo atenta para que me sintiera cómodo.

Me provocaba curiosidad saber que hubiese pasado si hubiésemos continuado como una pareja convencional. Eso me hace temblar. No importa ahora ya no está. No va a regresar. No, jamás. Sin embargo los sueños recurrentes estaban haciendo estragos en mi cabeza. Yo seguí fingiendo que no pasaba nada.

¿Crees que debemos casarnos? —exclamó Mathilde.

Sin dudas, yo no esperaba una pregunta tan directa e insustancial. Sin embargo inspeccioné la expresión de la rubia por si habría un interés malintencionado.

No salió ninguna palabra, nada salió de mi boca y dió por sentado mi respuesta negativa. Hubo un silencio. Ella estornudó y me dirigió una mirada hosca. Por mi lado me sentí horrendamente incómodo.

—No sé qué decir. No sé que quiero hacer con mi vida —mascullé.

Matilde se quedó desconcertada en un espiral de esperanzas unimembres. Giró su cuerpo y se puso acomodar la ropa que había dejado en el suelo durante semanas.

En la casa, además de la mugre, había un clima pesado y lúgubre. Después de unas horas se dignó a hablarme, me dijo que estaría de luto por un mes y que no quería ninguna clase de muestra de cariño. También dijo que iría a buscar la ropa de Rubí que estaba en la casa de Matheus y que la usaría para tenerla presente todos los días.

Pensé que quizá la bondad y el absurdo eran esenciales para seguir transitando por la vida. Me impresionaba la melancolía de un pasado imborrable. Sin embargo la naturaleza de mis sueños revelaba mi fragilidad y mis temores.

Al otro día cuando la vi a Matilde con la ropa color pastel de Rubí, me derrumbé en cuanto la vi. Parecía un sueño, una imagen surreal, donde finalmente Rubí flotaba hacia mí con su vestido color azul crema y sus zapatos blancos. Mi corazón latía a mil y no podía decirle lo que me estaba pasando mi interior.

Pasaron varias semanas y mi vida en la casa con Mathilde solo resultó insoportable, la convivencia ya no era grata. Ahora teníamos todos los muebles de Rubí en casa de Lalo, mi casa.

La rubia había decidido romper el contrato de alquiler y les había hecho una remuneración a los inquilinos para no tener problemas. Es así como consiguió los muebles y todos los cachivaches.

Adentro de un aparador encontró un cuaderno de tapa marrón con dibujos de arabescos, se puso a leerlo y analizar despiadadamente cada verso y cada palabra, burlándose de su hermana de una manera muy inusual. Yo no pude resistirme, le arrebaté el supuesto diario de las manos y le dije que jamás vuelva a burlarse de su hermana muerta.

—Pero, ¡por Dios y la santa virgen María! ¡Qué ocurrencias tenés! ¡Era de mi hermana ese cuaderno!

Le expliqué en pocas palabras que no podía leer las intimidades de Rubí y que debía respetar el duelo. La rubia me escuchaba con atención, pero con la mirada desorbitada y dijo:

—Yo hago lo que quiero, cuando quiero.

—Entonces haga lo que le parezca conveniente. Pero, yo no quiero ser testigo de sus risas macabras.

Intenté explicarle una vez más pero ya parecía incapaz de comprenderme.

—Como vos digas —dijo—. Vos no tenés que intervenir en este asunto.

Entretanto ella guardó todos los cubiertos de Rubí en el cajón del mueble de la cocina.

Luego dejó tirado el cuaderno en medio de la mesa. Yo estaba profundamente ofendido.
Entonces, me encontraba frente a su diario con las ganas de querer hojearlo. Me contuve y decidí llevárselo a Matheus para que se lo entregue a otro pariente.

Después de hablar con el rubio, aquel día empecé a mejorar. Mi positivismo y la naturaleza aceleraron mi convalecencia mental. Pero ¿por qué Matilde no se había tomado la molestia de ordenar todas las cosas? Al parecer, Mathilde ya no se ocupaba de la limpieza y siempre decía que estaba desganada por el duelo. Yo me perdía en sus conjeturas.

—Veo que este es mi maldito destino... desde que murió Rubí, ni siquiera mi hermano me dirige la palabra —dijo con voz trémula.

—Estoy aquí no y me he ido de tu lado — dije tomándola de la mano—. Si tú me quieres de verdad estoy dispuesto a cambiar. También iremos hablar con Matheus, él es una persona orgullosa de corazón. Ya verás que todo volverá a estar bien como antes.

Aquella noche la pasé sin dormir y sin quitarme la ropa. Tenía la intención de ir a pedir turno para registro civil para casarme con mi amiga, sin que ella lo sepa.

Sentía que se había producido en mi un gran cambio y ya era hora de poner los pies sobre la tierra. La melancolía de la muerte se mezclaba con las dulces esperanzas de un futuro. Mi sentimiento era tan intenso que tenía una noble ambición, mi vida tenía que florecer de un modo. Entonces apenas me desperté salí sigilosamente hacia la calle con la esperanza encendida como la mecha de un fuego artificial.

Ya habían pasado más de cuarenta minutos desde que había sonando la alarma. No parecía que había pasado tanto tiempo. No. Sabía que debía levantarme para caminar hacia el recinto del registro civil. Evidentemente todavía estaba cansado, pero quería ir a averiguar como era la cuestión para casarnos. Mathilde me estaba gritando desde la puerta del baño. Me preguntaba por qué en mi día franco había puesto la alarma. No le respondí y ella volvió a su cama gruñendo.

Vio que estaba tomando el documento y las llaves y me volvió a gritar. Después de eso ella respiro hondo y estiró los brazos y decidió descansar un poco más.

Me apresuré para caminar hacia el recinto que quedaba a solo tres calles. La mañana estaba gris con el cielo encapotado. Cuando al fin llegué vi al recepcionista tomando mate con bizcochos. Era un hombre corpulento y moreno, de bigote. Me dijo que tenía que venir entre 29 y 14 días hábiles antes de la ceremonia y que para iniciar los trámites correspondientes había que presentar una solicitud. También tendría que traer nuestros documentos de identidad y el documento de identidad de los dos testigos. También mencionó que había que realizar los análisis prenupciales en un hospital de la zona y por último necesitaría la declaración de convención matrimonial o de separación de bienes, aunque esta última era opcional.

Mientras volvía a mi casa trataba de memorizar cada requisito. Luego se largó a llover con todo y tuve que esquivar los charcos. Mathilde estaba de pie en la cocina batiendo café instantáneo. Me preguntó si no tenía una sopapa porque sabía tapado la pileta del lavadero. Le pregunté que había estado lavando y me dijo que estaba intentando limpiar los tapados de visón de su madre. Me reí con ganas después de oír la última frase.

—¿Acaso Rubí le había afanado las pieles a tu vieja?

—Eso creo —dijo subiendo una ceja.

—Entonces podrías llevarlas a la tintorería de los chinos, que está al lado de la casa velatoria —contesté.

—No quiero ver a nadie más llorando y a nadie más en un ataúd — sentenció la rubia.

—No le temas a la muerte, no quiero que te vuelvas temeraria.

Mathilde puso los ojos en blanco y sonrío enternecida por el recuerdo. Su gesto hizo que todo mi cuerpo se electrizara. El ambiente de parecía demasiado chato para contarle a dónde había ido.

—¿Y a donde fuiste? —exclamó con un histeriqueo controlado.

—Me levanté temprano para ir al registro civil.

—¿Cómo? — preguntó con una voz gutural.

—Simplemente, fui averiguar los requisitos, por si uno estos días decidimos que tenemos que casarnos —repliqué.

—Primero y principal —siguió la rubia—,
¿por qué diablos quieres casarte conmigo?

Mathilde estaba que volaba de bronca. Me dijo que era un sensible y efectista.

—Lo que faltaba. La proximidad de un casamiento me genera sentimientos encontrados. Yo no nací para tener que satisfacer a un hombre —chilló la rubia.

— Yo nunca te voy a obligar a hacer algo que no deseas hacer. Entiéndeme por favor.

—¿Por qué no te conformas con ver una porno?

—Querida, yo no soy igual que tu ex —chillé y golpeé la mesa.

—Demetrius, no quiero embarcarme en cosas que no estoy segura —arremetió.

—Nena, no te quiero para tener sexo. Yo te amo.

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