Aprender a vivir

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Era una mañana de sábado, los rayos del sol reflejaban figuras en la glorieta que teníamos en el fondo de casa.

A lo lejos se oía el sonido de la flauta de pan del afilador, con su melodía de su escala tonal, de agudas a graves y viceversa que paseaba con una vieja bicicleta, recorriendo las calles con su piedra afiladora.

Papá oyó el sonido y salió a la calle, le dijo que era carnicero y que tenía varios cuchillos para afilar. El hombre detuvo su bicicleta, levantó la cabeza y miró a mi padre con un semblante pálido. Los ojos aviesos del hombre se habían detenido en el rostro de papá, levantó una ceja y le preguntó si era el hombre que había aparecido en el noticiero.

Papá inclinó la cabeza hacía el pavimento y volteó su cuerpo en dirección a nuestra casa. Estaba detrás de mi papá, parada observando. Me asusté terriblemente, más no imaginé la causa de lo realmente se presumía, y pensé que la sociedad secreta de mi padre comenzaba a desmoronarse.

Mi padre tomó asiento en el jardín delantero, durante unos minutos observó fijamente el árbol limonero, su rostro estaba dominado por la desazón. De pronto el cielo se oscureció y un viento agresivo hizo volar las hojas secas. El agua comenzó a caer con violencia, llovía mucho y papá retornó a su su habitación.

Continuó lloviendo, después del almuerzo mi padre se mostró más tranquilo. Por concecuente, sería menester intentar alegrarlo de algún modo. Con esa idea resolví buscar en el placard de mamá, el viejo álbum de fotos familiares.

Mientras revisaba, se me ocurrió buscar la libreta de cuero marrón de mamá. Lo tomé entre mis manos, aprovechando que ella estaba al teléfono en la cocina. Leí las últimas páginas donde hallé unos poemas sobre el martirio que había vivido con él hoy finado, Wilson. La furia de la tempestad golpeaba los vidrios de las ventanas y consideré dejar el diario en el placard nuevamente.

Mi objetivo es alejarme de la maldad humana, porque todo se relaciona con la codicia, el orgullo de la gente. Así pasaron las horas reflexionando en soledad imaginando que hubiera sucedido, si hubiese obrado de forma diferente. También me consolaba saber que hay alguien que piensa en mí. Ladislao me tenía flotando en el aire y solo quedaba volverlo a ver.

.....

De camino al colegio iba caminando tiritando de frío, me detuve a ponerme mi chaqueta de jeans. Introduje la mano izquierda en el bolsillo, saqué dos cospeles y un trozo de papel con el número telefónico de Gloria.

Supe entonces que era hora de tomar la iniciativa. Me detuve en el teléfono público que está en la esquina de la escuela, miro hacia los lados con prudencia y nerviosismo. Disco los números, bostezo y rezo un padre nuestro para mi prima tome la bocina. Finalmente luego de tres intentos atiende Gloria, le expliqué que tenía un teléfono celular y que precisaba con urgencia que Ladislao me llame a ese móvil.

Gloria hizo una breve pausa y me preguntó de donde había sacado un celular, le explico con paciencia y le dicto mi número.
Mi prima me dice que un momento el cafetalero estará telefoneando, puesto que sentía mi falta y habían estado charlando entre ellos sobre mí.

Colgué el tubo y recordé que mi móvil esta sobre mi cama. Comencé a imaginar que tal imprudencia me costaría muy caro, entonces decidí retornar. Fuí a casa en un santiamén, como la puerta siempre estaba sin llave. Marcus se asomó desde la ventana de la cocina.

—¿Qué hacés aquí Elisabetta? —preguntó efusivamente— . ¡Mamá! —gritó de repente, mientras giraba el tenedor en un plato de espaguetis. ¡Mirá quien no entró al colegio! —pronunció esas palabras riendo maliciosamente. No sentí una sensación de seguridad, más bien sentí pánico. Escuché el leve sonido de mi móvil y corrí hacia mi habitación a todo trapo.

—¡Hija! ¡Por qué estás aquí!
¿Pasó algo?  —dijo mamá con cara de susto.

—Me sentí mareada y volví —. Respondí inconscientemente.

—¿Te gustaría un té de limón? —preguntó —. Mis manos temblaban, ocultando el teléfono.

....

Habían pasado las horas y los días, Ladislao no había vuelto a llamar. Hacia la medianoche escuché un auto estacionarse y los perros ladrar. Me levanté de mi cama, pisé el suelo erizada al ver por la ventana de mi habitación a el cafetalero con su vieja camioneta.

Bajé por las escaleras de puntillas de pie y abrí la puerta con prudencia, para que no crujieran los goznes.

Caminé hacía él, en bata y pantuflas. Veo hacia mi derecha y observo al petiso, eso no me inspiró temor, si no repulsión.

Sin embargo me alegré a sobremanera y salté sobre Ladislao, a pesar que habría alguien que me delatase con papá. Mientras lo abrazaba comencé a imaginar que clase de disparates podrían inventar para intentar castigarme por tener alguien en mi vida. Había que arriesgar, había llegado el momento.

El rubio me miró a los ojos bajo el rocío de la noche y me besó sin siquiera mediar palabras. En ese momento sentí júbilo, me temblaban los labios, pero él seducía y prometía. Yo misma comencé a flotar, transportada por la emoción de haber tenido al fin mi primer beso. Fue un segundo extraordinario, un choque de cometas.

Pero en el breve silencio escuchamos los movimientos en la casa, como una sinfonía en una película de terror. Solo sé que el cafetalero me incitó a darle un fugaz beso de despedida, sus manos oscilaban ampliamente y se subió al viejo vehículo.

Mientras arrancaba el motor en un breve instante levanto la mirada y me susurró: Serás mi novia, pase lo que pase...

....

Estuve castigada durante tres días, mi padre me advirtió que era muy joven para tener una vida adulta. Esos días me dominó una vasta confusión y amargura. Pasé los días encerrada en mi casa, sin derecho siquiera a ir al colegio.

Dichosos de nosotros que vemos una vida llena de rencor, atrocidades y un simple beso que causa barbarie.

¿Cómo es posible que mi padre no se haya dado cuenta de lo extraordinaria mujer que soy... y me condena por un acto que dura unos cuantos segundos?

Papá apareció frente a mí vestido con su mejor ropa, era sábado, diez de la noche. Me dijo que se va a negar rotundamente que caiga en las garras de un genio apócrifo y desequilibrado. Me ordenó que me vistiera con mi mejor vestido y que baje en una hora porque iríamos a salir.

Estaba totalmente confundida, sin embargo fui a tomar un baño, me puse un vestido color verde limón y unos tacones de mi madre.

Mi padre condujo el auto durante media hora y llegamos a un antro de aspecto sombrío. Cuando entranos supe de inmediato que la premisa del lugar era hacer el ridículo. Parece a todos les gustaba llamar la atención con sus atuendos de vinilo, sus peinados raros, bailando con una música electrónica infernal.

En un segundo mi padre me presentó a alguien llamado: El Mesías. Éste era un personaje muy peculiar que se presentó diciendo que era el dueño de la discoteca.

Inmediatamente percibí que ese mundo era realmente intoxicante. Sin embargo mi padre dijo que desde ahora conoceré la noche, no me pareció lo suficientemente adecuado para ser un mundo fabuloso donde encontrar mi verdadera identidad.

Ahí todos eran felices, parecía que era el cielo o el infierno. La gente era irreverente, gritaban y bailaban frenéticamente. Parecía un circo salvaje de adictos a las drogas.

Mesías me gritó al oído que había que ser famoso para poner un pie en ese lugar. Que aproveche este monte Everest, que tenía mucha suerte de ser hija de Signorelli.

.....

Pasaron los días y no supe nada sobre Ladislao. Sentía su falta, sentía saudades de ese breve beso. Estaba con calor, sudorosa, cansada y enojada, solo quería ir a casa después de una larga jornada en el colegio. Finalmente a la salida mamá vino a recogerme con el auto de mi padre.

Me subí de prisa al vehículo y tan pronto como giramos en la avenida Belgrano le dije a mi madre:

—¿Ese es Lorenzo caminando?

—Bueno, si se parece a él —respondió dudosa—. Le dije que se detuviera para que suba.

Lorenzo estaba ebrio y con mal genio. Nos dijo que había discutido con papá y mi padre estaba colérico con el.

Lorenzo se había enterado que habíamos salido el sábado por la noche al antro, el dijo que pensó que esa actitud estaba muy mal, que un padre no debería entregar a su hija de diecisiete años a los lobos.

Regresamos a la casa y papá cuestionó fuertemente porque quería a mi tío fuera de nuestra familia.

Dijo que tenía la certeza de que Lorenzo podría sembrar una idea en mi; para que huya de casa, para casarme con el cafetalero.

En mi familia había una atmosféra surrealista, sabía que mi padre era estrategista, pero nunca supe cual era su límite.

Así pasaron los días y llegó el sábado. Otra noche en esa discoteca, yo acepté de buena gana para no alterar el ego de mi padre. También era un mundo para conocer, ya que no tenía ni una sola amiga.

Durante la madrugada llegamos y de inmediato nos saludó el tal Mesías, pero esta vez estaba acompañado de un joven alto, de aspecto andrógino. Se parecía a Jim Morrison, este hombre de ojos verdes y de cabello alborotado, portaba un pantalón de cuero de cocodrilo, ceñido al cuerpo. Me tendió su mano con educación y pronunció que su nombre era Ray.

Ray me invitó a la barra, el bebía wisky de forma compulsiva, pero no sentía ningún temor en lo absoluto. Me dijo varias cosas, que tenía veintitrés años, que tiene fama de Chamán y que comparte sus discípulos con mi padre.

El ojiverde parecía inocente y blasfemo al mismo tiempo, sumamente inteligente.
Me cautivó en un tris, tenía esa extraña combinación de poeta y de tonto estrafalario.

En un momento sentí que era alguien, que era alguien para él y ese perfecto desconocido me susurró al oído que siempre estará conmigo para sujetarme y para guiarme de vuelta a la tierra.

1700

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