La parsimonia

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Tan pronto como mi padre pronunció el acuerdo de culpabilidad, yo sentí que había un punto que se movía hacia un espacio, engendrado por la codicia o en otros términos, que la línea de eventos, había sido una sucesión de puntos inconclusos y abstractos. Esta línea tuvo un desarrollo mortal y ésta fue interminable hasta llegar a Sandro Eber Wilson.

La línea abarca muchos acontecimientos macabros, pero no había tenido entonces, un párate, y es así como terminó formando una clara circunferencia. Tan pronto como descubrí que lo que dijo Ladislao era real, comprendí que había más personas implicadas en el caso.

No solo comienza con el magnate Gianni Ferrari, el gran mafioso italiano, si no que sigue una delgada línea de corrupción donde incluye a mi tío Lorenzo y a el petiso orejudo & Cía. Esto que pienso, es porque mi padre ya ha hablado y no hay lugar para especulaciones sobre el tema. Lo hecho, está hecho.

Entonces decidí llamar a Ray, quería encontrarme con él, sé con certeza que adora a mi padre y nunca iría a tratarlo de canalla. Ray me dijo que estaba cerca, que había ido a comprar unas baquetas en la casa de instrumentos musicales, que estaba en el centro comercial, próximo a mi vecindario.

Entonces corrí a bañarme y cambiarme. Recordé que aún no tenía vestidos, puesto que detestaba salir de casa a comprar ropa. Decidí pedirle un vestido a Matilde y mi padre me vio en el corredor con el vestido en la mano y preguntó:

—¿Elisabetta, acaso vas a salir a la calle?  —preguntó malhumorado— ¡No ves que sufriste un desmayo!

El tenía toda la razón, entonces le dije que saldría unos minutos con Ray y su rostro se iluminó en un tris.

Finalmente llegó rápido y le sugerí que vayamos esa misma noche al antro. Sabía que con tanto barullo acústico que tiene el lugar, podría hablar esplayadamente, sin temor de ser oída por alguien.

.....
Finalmente pude conversar cara a cara con Ray, el me dijo que fuí inocente y no tuve en cuenta las sórdidas intenciones de Ladislao para con mi familia y para conmigo.

Que los hombres callados y solitarios, siempre ocultan un lado sombrío y perverso. Pero a decir verdad nunca tuve conciencia de cómo se arrastró como serpiente, para conseguir culpar a papá de que lo nuestro no funcionara. El tiempo nos abrió los ojos.

Borbotones de sentimientos recorrieron mis pensamientos. Ladislao fue mi primer beso, mi primer amor. Lo positivo, es que tuve fuerzas para defender a mi padre de ese cretino y también suerte para no matarlo.

Ray bebía una cerveza, tras otra de forma compulsiva, mientras le relataba la magnitud de los hechos pasados. A instantes su semblante se tornaba pálido, sus ojos se enrojecían y sentía como rechinaba los dientes para amortiguar, los nervios enrigecidos.

El dijo que estaba sintiendo mucha rabia y que tenía la sensación de flojedad en su cuerpo, como si quisiese caer desplomado al suelo. Tomé mi cartera y nos tomamos un taxi. Entramos a casa, y le dije que se recostara en mi cama. El semblante de Ray se deformó, lanzando un espasmo de dolor. Pensé que iría a tener un brote psicótico.

De pronto apareció papá en el marco de la puerta, me asusté y pegué un grito. Mi padre dijo que Ray tenía diabetes y que había que buscar en su chaqueta un estuche negro, en el cual tenía la insulina.

Revisamos los bolsillos y hallamos la medicina. Papá le inyectó la insulina y pronto la piel del rostro comenzaba a tomar color.
......

A la mañana le traje un plato de avena y leche. Ray abrió los ojos y sonrió pícaramente. Tomó mi mano y me sentí estremecer.

Había llegado el sábado. Ray llevaba varios días en cama. Le había dicho a papá que aún se sentía mareado y no quería oportunar a su tío, que también era nuestro vecino. Mi padre lo consentía como si fuese un hijo más, tenían una fraternal amistad.

Papá subió a mi habitación, le entregó una caja con revistas cinematográficas y algunos libros viejos. Mi atractivo huésped era un ávido lector. Pero también le gustaba que me siente a su lado para leerle fábulas, como si fuese un niño. El agudizaba su oído desde mi cama, como un hechicero astuto y así pasaba las tardes, amortiguadamente alegre.

Pasaron los días y fui sintiendo en mi alma que Ray había perdido esa fama de chamán. Me agradaba cada vez más. Sus ojos verdes y su tibia sonrisa, eran como un eclipse lunar. Intenté analizar el estremecimiento irremediable, que el me hacia sentir. Me pregunté: ¿Me excita saber que mi huésped acarrea un misterio a través de su mirada seductora?

No había respuesta para ello, o más bien... ¿Eso es amor? ¡Soy tan banal que tengo fantasías! Entonces comprendí que mis maquinaciones eran patéticas y comencé a ser más fría.

Le pedí consejo a mi madre y ella me dijo que estoy envuelta en la pasión de un romance. Entendí que ella solo había sido lógica frente a mi situación. Mi corazón debía convertirse en nieve, pero los días pasaron y todo resultó al revés.

Cada vez que le llevaba la comida o pasaba las tardes con el, sentía mil palpitaciones. Mi corazón parecía un tambor. Teníamos movimientos simultáneos y llegamos a besarnos otra vez.

.....


Pasaron los días y los meses. Algunos fueron agrios y agitados, sobre todo aquellos en que papá llevaba a mamá a radioterapia y quimioterapia. Algunas veces Ray le decía que conocía un cirujano que podría extirparle el cáncer del colon, pero mamá se negaba rotundamente.

Después de meses de incertidumbres y incertezas, mamá decidió hacer una cita con ese médico.

Llegamos temprano, eran como las siete de la mañana. Ray y Lorenzo estaban impacientes por saber que diría este médico. Era un hombre de cabello crespo, con los ojos negros y almendrados como el ébano. Nos volvimos para mirarnos, la belleza exótica del doctor nos dejó a mamá y a mí patitiesas.

El médico examinó con confianza todos los exámenes y los escritos de los médicos que la habían atendido anteriormente.

Mi madre jugaba con su cabello castaño ondulado y rechinaba los dientes por los nervios. El doctor no tuvo ni la más mínima vacilación y le ordenó una cirugía de emergencia. Ray saltó de felicidad y demostró su agradecimiento. En ese momento advertí que mi huésped, tenía una bondad exorbitante, merecedora de mis besos y de un futuro juntos.

Sin tantas prisas, salimos del consultorio los tres. El rostro de mi mamá se había tornado opaco, dándonos una señal de miedo absoluto. Una oleada de pavor, inundó nuestros pensamientos.

Mamá dijo con dramatismo:

—No canten victoria, esto también tiene un alto costo, un alto riesgo.

Me dirigí hacía la banca metálica donde estaba mi madre sentada. La abracé, con una histérica sensación de nostalgia y ella me besó la frente con ternura y desazón.

.....

Después de una serie de exámenes de sangre y un riesgo quirúrgico para determinar si mamá está apta para la cirugía. Finalmente llegó el día. He de confesar que el miedo se apoderaba de mi y sentía una incertidumbre colándose entre mis huesos.

Había oído ciertos rumores infames sobre algunos médicos sin licencia, que me llenaban mi alma de nieve.

El día llegó, vagué una hora en la sala de espera del hospital. Una enfermera pasó, me interrogó, tomándome cariñosamente de las manos me pidió que calmara mis ansias, que mi madre está en manos de un excelente cirujano.

Me explicó con simpleza, que mi madre le estaban practicando una colectomía. Que es una cirugía para extraer el colon en su totalidad, o una porción del mismo. Y que también le estarían extirpando los ganglios linfáticos cercanos.

Después de unas horas, finalmente el cirujano se presentó a informarnos que la cirugía no había tenido complicaciones. Nos explicó que había hecho una abertura llamada estoma, a través de la piel del abdomen. Y que las heces pasarán del estoma, a una bolsa de drenaje que se encuentra afuera, en el cuerpo. Que eso se llama colostomía.

Marcus sintió unas náuseas exuberantes y se retiró al baño, el pobre no creyó que la cirugía implicaría tanto obstáculo invasivo. Lorenzo hundía los ojos en la vista del cirujano, manifestando una mirada de júbilo.

Papá abrió los ojos como plato y preguntó cuando se iría a cicatrizar la herida. El médico vaciló y dijo que podría ser en seis semanas. Eso me generó una gran preocupación.

Por suerte estaba a mi lado Ray, con la mirada ansiosa y me dijo que me iría a ayudar a asistir a mamá en casa y a hacer los quehaceres. Me alegró a sobremanera, que el amor por la familia tenga esa reciprocidad, para con todos.

.....

Pasaron los mas agrios días, aguardando que mi madre se ponga de pie. El médico nos dijo que la vigiláramos constantemente. Que tenía que intentar dar unos pasos en la habitación, para que no se le formasen coágulos sanguíneos en el abdomen. Al principio mi madre se negaba a comer, papá le había dado una hoja de papel a Matilde para que prepare la dieta.

Pero Ray intervino y la convenció en un tris. Fue una charla corta y amena. Marcus me dijo que seguro que él se quiere casar conmigo, pero también dudó y agregó que seguramente Ray esta demente, que nadie en este mundo se iría a querer casar con una chica que aún usa pantalones de tweed.

Lorenzo oyó y comenzó a reír a carcajadas, entonces me puse de pie y les dije que estos pantalones me permitían una locomoción inusitadamente cómoda.

Por suerte papá había dejado las tretas con mi tío y comenzó a ser razonable, y lo perdonó por faltarle el respeto. Entonces vivíamos todos bajo el mismo techo. Aunque mi consentido huésped, todavía habitaba en mi cuarto y yo ocupé una habitación, donde antiguamente mamá guardaba antigüedades, adornos navideños y chucherías.

Ray vestía, por su parte,  frecuentemente una camisa de franela color rojo, con una innecesaria chaqueta de cuero y un bluyean gastado y un poco andrajoso.

No era un atuendo muy aceptable para estar dentro de la casa, pero Marcus lo defendía y decía que él respeta las normas teológicas y geométricas de la moda. Ray prefería vestir sus ceñidos pantalones de cuero de cocodrilo, que admitir que algo le resultase obstruso.

....

Afortunadamente durante los días siguientes, todo marchó a todo vapor, las ansias y los temores se habían apaciguado eventualmente.

Mamá estaba recuperándose satisfactoriamente, el médico le dijo que el cáncer fue extirpado y que no habrá inconveniente alguno. Eso nos llenó de alegría y esperanza. Pero algo inusitado sucedió, mi profesora de escultura me citó en la sala de psicología del colegio y me dijo que lo tome con calma, pero que había corrido un fuerte rumor de que papá hacía desaparecer gente.

Para mí aquello era un enigma profundo y sombrío. No tenía idea si era verdad o era un falso chisme que se extendió de boca en boca. Tampoco sabia si la intención de mi profesora era buena. Lo cierto es que es imposible saberlo. ¿Será una trampa?  Siento que es imposible saberlo.

La docente se puso de pie y me preguntó si estaba oyendo.

—Ha habido un error. Ese rumor es falso. Mi padre no hace experimentos con las personas, ni las mata. ¿Por qué dicen tal cosa?

—Si mintiese, me meterían en la cárcel. ¿Por qué iría a mentirte?

—¿Qué dices? —exclamé con la piel erizada.

—Ah...—dijo la profesora, emitiendo una exhalación.

—Tienes un pensamiento ficticio, sin contar que es retorcido —dije colérica.

Excúsame, Elisabetta, pero no lo veo de esa forma a decir verdad.

—Profesora, usted tiene una intrínseca falsedad en sus convicciones. No sabe lo que dice.

—Para persuadirte, es preciso que huyas de tu casa —masculló la docente

La miré con una mirada sarcástica, tomé mi trabajo de escultura y me di la vuelta. No tenía elección. Nadie tiene pruebas, todos presumen y no tienen certeza.

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