Mi niñez

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Yo pertenezco a una buena familia latina con abuelos europeos. Por ello, los padres de mí padre eran oriundos de Italia y se instalaron en este país en una época de gran auge inmigratorio.

Con el paso del tiempo mi familia tuvo la capacidad de desfigurar los vocablos extranjeros y finalmente hablar en castellano de forma fluida.

Sin apuros, mi padre Guiseppe Signorelli, abandonó su profesión de abogado y había comenzado en un oficio muy interesante, se convirtió en el carnicero del barrio. Mi papá se destacaba por ser un hombre de contextura física robusta, rubio, de ojos verdes y algunas personas solían confundirlo con un alemán.

Papá siempre trabajaba en su nuevo trabajo de una forma casi solemne, con un gesto lleno de parsimonia e hizo buen dinero con el negocio de la carne y se alejó de la clientela que lo obligaba a ser su defensa en tribunales.

Papá le decía a Gilda, mi mamá, que se había cansado de oír mentiras e hipocresía de numerosos convictos. De luchar por una inocencia intangible, que las leyes solo eran cosas para buscadores de fortuna. Al poco tiempo compró un gran chalet de tejas rojas con cinco habitaciones, un auto Audi azul metalizado, un scooter italiano para mamá, mi hermano recibió una bicicleta y finalmente recibí un walkman con varios cassettes de Mozart y Beethoven.

Mis compañeros de la escuela me preguntaban si era verdad aquello que se rumoreaba sobre mi papá. Decían que mi padre trabajaba hasta la madrugada y que se codeaba con gente infame.

Eso me generó curiosidad, entonces una noche tomé la bicicleta de Marcus, mi hermano y fui a ver que pasaba en la carnicería. Me asomé por la ventana y casi resbalé con mis zapatos blancos de escuela, pero papá no percibió el ruido de mi caída.

Mi papá siempre estaba con un delantal blanco cubierto de grandes manchas de sangre, a pasar un rato observándolo pude divisar que un auto lujoso había estacionado en la puerta del local, unos tipos trajeados de negro. Estos hombres entraron al negocio y mi sonrisa se hizo maliciosa porque yo intuía que había que algo extraño e inusitado iba a suceder.

Después entró al local un hombre, este era petiso y un poco orejudo, tenía con una bolsa negra de nylon de grandes dimensiones. En ese momento pensé que esos tipejos eran unos sinvergüenzas, sin embargo aguanté en lo posible de hacer silencio, pero también pensé que ya había visto demasiado, aunque no había visto nada en realidad. Entonces tomé la nueva adquisición de mi hermano y salí pedaleando hasta casa a toda prisa.

......

Mi padre era un hombre prudente y austero. Él y mi madre me habían dado una buena educación acostumbrada a la época y mamá tenía pensado que Marcus y yo estudiáramos leyes; pero a mi padre nada de eso lo satisfacía, entonces un día apareció con un gran presente, era un caballete de madera de pino, unos bastidores para colocar los lienzos, óleos de múltiples colores y un set de pinceles de pelo de marta.

Él había discutido acaloradamente conmigo, por que quería que permanezca en casa y no le gustaba que pase todo el verano intentando ser Sherlock Holmes, entonces preso de sus emociones, papá mencionó mi nombre: Elisabetta.

En ese preciso momento entendí que ya no era su bebé, puesto que repentinamente dejó de llamarme princesa. A mis doce años comencé a estudiar pintura, una profesora venía todas las tardes a mi casa, ella era joven pero no hablaba demasiado, se llamaba Blanca, su cabello tenía ondas y olía a manzana.

Mi madre era culta y también muy bonita, alta de figura esbelta. Mientras hacía aerobics observaba con atención y silencio la clase privada desde el patio junto a Matilde, nuestra nueva mucama.

A la tercer clase Blanca me preguntó si antes de todo esto, mi familia era de clase media baja. Realmente no entendí de que me hablaba y ella cambió de postura.

Confieso que las clases se tornaban tediosas, casi inútiles, siempre pintando el mismo cuadro con una naturaleza muerta, una manzana de cera, un jarrón y un paño de terciopelo rojo, que por cierto parecían las cortinas de mi abuela.

Marcus, por otro lado, solo se la pasaba tendido en su cama leyendo historietas cómicas y por la tarde salía a vagabundear con sus amigos puber.

No era el clásico hermano encantador, siempre me hacía muecas para ponerme colérica. Entonces un día decidí entrar a su habitación para hacerle una broma de que la casa estaba incendiándose para conseguir asustarlo.

Después de que gritara y saltara como un loco me propuse asustarlo una vez más, entonces una noche me quité los zapatos para que no crujiera el piso de madera y así poder gritarle al oído durante la noche.

Marcus dormía plácidamente enredado en su edredón azul que tenían unos personajes que les llamaban «Los pitufo, entonces miré de reojo y vi su caja de revistas sobre el escritorio, quise tomarla y correr para escondersela.

Pero no obré tan apresuradamente como quería, solo como me urgía mi entusiasmo y la caja cayó al suelo provocando un gran estruendo.

Mi madre se levantó asustada de la cama, vistiendo su camisón se algodón y vió todo ese desparramo en el suelo, gracias a la luz tenue del baño que iluminaba el lugar.

Yo estaba paralizada y salí corriendo a mi habitación para acostarme. Sentí que corazón latía con la fuerza de cien caballos.

Pero, ¡ay!, logré pasar inadvertida, porque mi madre al encender la luz del cuarto de Marcus, vió entre los comics una revista Playboy. No lo , pero sin embargo lo pude oír, mi madre pegó un grito mencionando la porquería de revista. En ese momento Marcus saltó de la cama despavorido y le rogó a mamá que no le contara nada a papá.

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