𝖈𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 𝖔𝖓𝖊

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CHAPTER ONE
"La chica de la calle Dearborn"

Encerar, pulir, encerar, pulir.

Abby encontró el secreto para evitar que se amontonen sus pensamientos. Su mente es un caos cuando el silencio llega, entonces mantiene el ruido de la banda sonora de Flashdance en su walkman, bailando y cantando What a Feeling como si fuera el antídoto para un veneno. Debía mantenerse ocupada. Muy, muy ocupada.

Encerar, pulir, encerar, pulir. Ahora los pisos de arriba también estaban impecables.

Arrancó el papel viejo de cada pared del living y al terminar, salió a comprar pintura color crema, vestida con una remera blanca de E.T y un jean negro con algunas aberturas en las rodillas. Cómoda. Su pelo estaba sostenido por un palillo de esos que vienen en la comida china.

De pasada por la tienda de pintura, fue por comestibles. Cuando llegó a casa se encargó de ordenar los objetos que siempre permanecieron ahí porque sus padres no querían dejar la casa totalmente vacía, pues la tenían en cuenta para las vacaciones de verano.

Cambió los muebles de lugar, ordenó los adornos como ella quería y comenzó a desempacar las cosas de su bolso sobre la cama de su antigua habitación, con el pensamiento de encargarse de esas cosas cuando termine con lo más complicado. Primero, tenía una prioridad: preparar su espacio.

Se alejó de su habitación y fue a la siguiente, la de sus padres. Se paró bajo el marco de la puerta y recorrió con la mirada detalles que quería cambiar y, en los cuales, se imaginó lo que deseaba.

No habían muchos muebles, la mayoría terminaron en la casa de Summerville. Sólo quedaba una mesa de roble vacía, dónde anteriormente, estaba el espejo grande y las cosas de su madre desordenadas; como su polvo para el rostro, perfumes y esmaltes de colores brillantes y a la moda. También el gran ropero con algunas prendas y la cama matrimonial en el centro.

Abby tenía la idea de llevar las dos últimas cosas mencionadas al sótano y transformar esa habitación en un lugar íntimo para ella. Un lugar para perderse. Un lugar para bailar.

Salió a toda prisa con avidez. Corrió hasta el sótano, al final del pasillo, rogando porque aún esté el estéreo de Gus Clancy, su padre. Una vez ahí, encendió la luz—tenue como la de una vela—, e inspeccionó cada rincón del habitáculo, lleno de cajas y objetos aleatorios.

Se adentró, mientras su atención se la llevaban objetos preciados y olvidados; como Catalina, su muñeca favorita desde los cinco años. Se la había regalado la señorita Ginny Lane, cuando empezó las clases de ballet, como premio por su increíble desempeño en tan poco tiempo. Abby manejaba el baile como si fuera algo que siempre fue parte de su ADN.

Sus ojos pasearon por el rincón dónde estaba la televisión rota que su papá nunca terminó de arreglar, el cuadro de "Los Girasoles" de Van Gogh y lo que la tomó desprevenida: el vestido de novia de su madre y el traje de su padre. Ambos puestos en maniquíes sin cabeza, cubiertos con una fina lona de plástico transparente para cuidarlos del polvo y el tiempo.

Se sintió atrapada por las prendas. Tanto, que hasta dejó de escuchar el sonido de la música, puesto que se diluyó con las voces de los recuerdos que se le vinieron encima.

Abby sostuvo los auriculares del Walkman y los bajó paulatinamente hasta dejarlos colgados alrededor de su cuello. Mordisqueó su labio con fuerza al tiempo que un nudo dañino se formó en su garganta, anunciando que aún no pasó por el duelo de forma correcta. No como su corazón se lo pedía.

Frases míticas de su padre se arremolinaron en su mente cuál fantasmas, cómo también las buenas acciones de su madre; creándose así un recopilatorio emocional que, aunque se esforzó por mantenerse entera, logró romperla.

Sus facciones comenzaron a fruncirse sin control alguno. El llanto salió con gimoteos. Las lágrimas parecían apresuradas por escapar de una prisión. Los muros que había creado, tambaleaban.

Cuando comenzó a perder la fuerza para mantenerse de pie, se dejó caer al suelo de rodillas, frente a los maniquíes.

Al cabo de unos segundos, alzó su vista, imaginó a sus padres en las prendas, y con la debilidad que podía emitir su voz, dijo al aire:—Lo siento tanto.

Se llevó una mano al pecho, queriendo arrancarse el dolor de un tirón

—No entiendo nada de esto —continuó—. Lo siento tanto.

La imagen mental fue efímera y eso le hizo peor. Así que permaneció así, purgando el veneno interno por unos minutos. Sus mejillas estaban completamente mojadas y en las tablas de madera del suelo, se había formado un muy pequeño charco.

Nadie la estaba viendo, podía permitírselo. Había estado conteniéndose desde el trágico hecho. El miedo y la supervivencia habían opacado el dolor. Había quedado en segundo plano.

Tic-toc. Tic-toc. Tic-toc.

El sonido de las manecillas la aturdió y asustó lo suficiente como para robarle un grito y hacerla caer de espaldas. El polvo del ambiente se removió y levantó por los aires, provocándole una tos seca.

Abby ahuyentó el polvo con una de sus manos, a la vez que se vio obligada a detener su llanto para inspeccionar cada rincón del ático con el ceño fruncido. Buscó el sonido que ya se había silenciado. Fue como un golpe, un impacto dentro de su cabeza.

El pecho le subía y bajaba constantemente, así que luego de un par de segundos sin alguna otra señal extraña, sin haber encontrado un reloj en la habitación—algo que la dejó inquieta—, tragó saliva e intentó calmarse, respirando profundamente.

Sentir que estaba alucinando no era un buen comienzo para limpiar su imagen...

Con ayuda de una caja a su lado, se apoyó para levantarse, el golpe de su coxis con la madera fue duro, soltó un quejido. ¿Por qué había venido? Ah, sí, claro, el estéreo.

Secó las lágrimas que quedaron en sus mejillas con sus manos, e indagó detrás de un par de cajas apiladas. Por el rabillo del ojo vio que una de ellas decía "fotos" y tenía dibujado un corazón bastante deforme, que seguramente lo había hecho una pequeña Abigail Clancy. Se sintió tentada a revisar, pero lo mejor era no pasar de nuevo por otra crisis como esa o sino perdería la cabeza.

«Mente ocupada, Abby, mente ocupada».

Bingo, encontró el estéreo de Gustave Clancy debajo de una pila de cajas con juguetes.

Lo levantó con ambos brazos y subió las escaleras, perdiendo el equilibro por segundos, chocándose con varias cosas a su paso. El estéreo era pesado y bloqueaba su visión.

Cuando llegó a la habitación de sus padres, apoyó el aparato sobre la mesa de roble. Instaló el estéreo con rapidez y, al encenderlo, colocó el cassette del walkman para comprobar si aún funcionaba. What a Feeling comenzó a reproducirse nuevamente. El estéreo no perdió la magia.

Se alejó y fue hasta el baño para lavarse la cara. Frente a ella, su reflejo le recordaba las noches de insomnio y no lo arreglaba ni con el agua fría del grifo. Las ojeras estaban bastante violáceas. Debía comprar maquillaje con urgencia.

Un sonido la interrumpe y la deja estática. Aquel sonido vino del exterior. Sonó de nuevo y de nuevo. Abby lo reconoció como una bocina.

Bajó las escaleras con agilidad. Pasó por la sala, esquivó los tarros de pintura dando zancadas y comprobó quién era por la mirilla de la puerta, sin éxito, no se veía nada. Abrió la puerta para salir al porche. A simple vista, no había nadie. Pero sí había una furgoneta estacionada frente al portón del garage.

—¡Hey!—exclamó acercándose a toda prisa para espiar el asiento de piloto—. ¿Qué está haciendo? ¡Esto es propiedad privada! ¡No puede estacionar aquí!

Nadie. No había absolutamente nadie dentro.

Miró a su alrededor extrañada y luego se agachó para ver debajo del auto y comprobar si había alguien del otro lado.

Nada.

Pasó un rato agachada, hasta que una fuerza externa deslizó hacia afuera el palillo con el que se sostenía el cabello y las hebras rubias le cayeron en cascada sobre el rostro.

—¡¿Qué mierda...?! —soltó.

Comenzó a levantarse mientras colocaba su cabello hacia atrás con una mano. Estaba a punto de cometer un arrebato físico e insultar al ser que se atrevió a eso, pero al liberar su campo de visión, se detuvo en seco. Alguien estaba frente a ella con una combinación de vestimenta metalera y friki. Alguien que reconoció perfectamente en cuanto conectó sus ojos glaucos, con los fuertes ojos avellana, que la escaneaban intensamente.

—¡Hey, hola! —exclamó Abby, con una sonrisa amigable de por medio.

Pero Eddie Munson no respondió por un largo intervalo de tiempo.

Notó una punzada de nerviosismo a medida que el silencio se prolongaba durante lo que le pareció una eternidad. Se vio encasillada en una situación incómoda dónde estaba siendo regañada con un simple, pero imponente, ceño fruncido.

El entusiasmo de Abby se fue desvaneciendo a la vez que se removía en su lugar y desviaba la mirada a otra dirección.

Para su sorpresa, fue ahí cuando él pareció ceder, y lo que era un gesto negativo, se fue aflojando hasta convertirse en una sonrisa lobuna. Una sonrisa burlona, muy al estilo de él cuando caías en sus juderías.

Abigail no supo si golpearlo en el brazo, sentirse ofendida de nuevo o aliviada. Después de tanto tiempo sin verlo, se sentía como comenzar de nuevo, en cierta forma.

—Deberías haber visto tu cara, fue majestuoso. —soltó con entusiasmo.

—Jesús, Eddie, ¿cómo puedes hacerme esto?—reclamó, ocultando la cara detrás de las manos—. Sabes cuanto odio los momentos incómodos, maldita sea. Vas a matarme.

—Fue algo así como: "Carajo, está enojado" —la imitó con exageración, fingiendo que su cuerpo tiritaba. Abby bajó las manos y lo observó con los ojos entrecerrados y boquiabierta—. "Perdí a mi mejor amigo para siempre y quedé humillada."

—¡No es cierto! ¡No estaba temblando así! —se cruzó de brazos—. Pareces un Chihuahua.

—Empecemos de nuevo, tenemos que reconstruir tu dignidad. Hola, pukie —articuló con formalidad, estirando la mano para devolverle el palillo—. Me siento tentado a preguntar cómo hiciste para sostener tu cabello con esto.

—Hola, rarito —propinó, recibiendo el objeto ofrecido.

Abby se giró y le mostró como volvía a sostener el cabello con el palo. Cuando finalizó, volvió a él.

¡Ta-raan—soltó ella con un movimiento teatral de manos—. Pan comido.

—No entendí nada —confesó y al segundo, cambio su gesto de confusión a uno ofendido, cuando miró en dirección a la casa—. ¿Estás haciendo una fiesta sin mí?

Abby rodó los ojos, porque sabía muy bien que él detestaba las fiestas. Eddie era más de sentarse alrededor de una fogata en el medio del bosque, con una guitarra, cervezas, hierba y un grupo de amigos que se sepan la discografía completa de Metallica.

—No, estoy remodelando —responde con una sonrisa de suficiencia, girando sobre su eje para dirigirse adentro. Eddie la siguió—. Justo tengo que mover la cama de mis padres al sótano, ¿vas a ayudarme?

—Bueno, pero no esperes que me ponga a limpiar —advierte, colocando un cigarrillo entre sus labios.

—Jamás se me ocurriría, limpias muy mal —dijo ella, abriendo la puerta.

—¿Hay galletas?

—¿Te graduaste? —repuso, girándose para poder verlo.

Hubo un breve silencio. Lo único que se oía era Maniac en el estéreo, a un volúmen moderado, y a Eddie sacando un encendedor del bolsillo delantero de la chaqueta. Encendió el cigarrillo. Inhaló y exhaló. Se tomaba su tiempo para dar una explicación convincente a la rubia, mientras ella ladeaba la cabeza.

—No, pero...

—¡Eddie!

—¡Peeeero! —alargó, listo para justificarse—. Tengo una racha de B que me está salvando el culo, por ahora.

—Llamar a una racha de B «salva culos», en el último año, de verdad es ser optimista. —Profesó un silbido largo, mientras tomaba camino hasta la cocina—. Nuestro sueño de abrir un taller mecánico juntos se va volando.

Buscó el cenizero de su padre, que se hallaba en el marco de la ventana, y lo dejó sobre el desayunador. Con un dedo le indicó al contrario que lo use.

—¡Ja! mira quién habla... —contraatacó, a la vez que se acercó al desayunador y se sentó en la silla—. La misma persona que se fue y desapareció por casi DOS años.

Eddie se encargó de que la palabra "dos" sonara más fuerte que la música.

—¿En serio? —le espetó—. ¿Qué no leíste la carta?

Él dio otra calada y sacudió las cenizas en el cenicero.

—Sí, pero tendrás que hacer más que una carta si quieres que supere tu cruel abandono.

—Ugh, eres un dramático.

Él sacó una bolsita transparente del bolsillo izquierdo de la chaqueta y la dejó sobre el desayunador. Abby se acercó y vio los pedacitos de hierba dentro de la misma. Calculó mentalmente unos veinticinco gramos. Si esas galletas se hacían, serían bastante potentes.

—¡Galletas felices, Clancyyy! —canturreó él y en sus ojos cafés, Abby leyó una orden sin derecho a réplica—. Ahora.

—Está bien, está bien.

Eddie gesticuló la victoria, mientras Abby comenzó a buscar los utensilios que usaría para comenzar la preparación; como un bowl, un cuchillo y el batidor. Luego siguió la harina, la mantequilla, las chispas de chocolate y la leche. Todo perfectamente preparado y ordenado en la isla de la cocina.

Inició con la mezcla.

—¿Gus y Marie están de acuerdo con esto? —Cuestionó él de pronto, refiriéndose a los padres de Abigail.

—¿Con qué? —Como respuesta, Eddie señaló la casa con los dedos de la mano que sostenía el cigarro—. Ehh, sí.

—¿Qué quieres decir con «eeh, sí»? —la miró con suspicacia.

—Que sí, que están de acuerdo, ¿por qué no habrían de estarlo?

Eddie le sostuvo la mirada y Abby volvió a sentir aquella presión en el pecho que se le extendió por todo el cuerpo. Sin embargo, siguió en lo suyo, controlando la expresión de su cara, agregando la hierba en una olla con agua para dejarla hervir.

—Estas mintiéndome, Clancy.

—¿A qué te refieres?

—Es obvio, en realidad. —Aplastó el cigarro contra el cenicero—. Escapaste otra vez porque discutieron.

—Bueno... —contestó aliviada, cerrando los ojos por un segundo—. Me atrapaste. Sí, pasó eso.

—¿Y qué fue lo que hizo la rebelde Abigail Clancy esta vez? ¿Rompiste las flores del jardín de tu mamá? ¿No ordenaste tu habitación?

—Encontraron una tableta de Valium.

No era tanto una mentira.

—Bueno, eso no lo esperaba —murmuró y pareció sorprendido—. ¿Desde cuando consumes eso?

—¿Y si hablamos de otra cosa?

—¿Quién te lo consiguió?

—Si te dijera eso, tendría que matarte —respondió, mientras levanta el cuchillo para cortar la mantequilla.

Una costumbre muy típica de Abigail, era hacer bromas para evitar los temas de los que no le apetecía hablar. Su relación con Dan era uno de esos temas. Pero normalmente, cuando hacía eso, no funcionaba con Eddie. Sólo servía para dejar patente de que había algo que quería evitar.

—Abby... —insistió puntual y ella se volvió hacia él.

—Fue un chico, no es nada importante.

Eddie tamborileó los dedos en la madera del desayunador. Clancy sintió un escalofrío de inquietud por la espalda.

—Te lo dije, debes tener cuidado con eso. No cualquiera vende realmente lo que quieres —Abby no volvió a levantar la mirada, solo asintió obediente—. Y... ¿pasó algo con él?

Había una parte pequeñísima de Abby, una parte minúscula, que disfrutaba cuando él se ponía en plan fisgón con su vida personal.

—¿Algo cómo qué?

En sus ojos magnéticos hubo un mensaje indescriptible.

—Ay, no te hagas.

—Sí, pasó algo, pero no fue importante. Ya lo dije.

—Así que tuviste tiempo para un tonto que apenas conoces, pero no para mí. Perfecto.

—Trabajaba en el taller conmigo, debía verlo incluso si no quisiera.

—Dibii virli inclisi si ni quisiri —se burló él. Clancy rodó los ojos mientras batía la mezcla. Eddie hizo una pausa y luego continuó—. ¿Ya viste a Tiff?

—No, ¿y tú?

—Nope —respondió apretando los labios—. No quiere hablarme desde que se fue con el dealer. No habla con nadie, de hecho. Es como un zombie.

—Deberíamos ir a verla, Ed —sugirió Abby—. Ojalá hubiera estado aquí para ella..., tal vez no habría pasado por todo eso.

—No tuviste opción.

Se hizo un largo silencio.

—Sobre eso... —murmuró ella, impotente—. De verdad, gracias por no tomarlo mal.

En el rostro del masculino apareció una expresión comprensiva.

—De hecho, lo tomé muy mal. Pero no puedo culparte. No podías decidir.

—Lo siento.

—Historia vieja. —Pasó una mano por su alborotado pelo—. Estás aquí ahora. Y sobre Tiff... no te culpes tanto. Estaba metida en las drogas fuertes mucho antes de que te fueras.

—Lo sé, pero..., no puedo evitar sentir que debí estar aquí... —parpadeó varias veces—. Tienes razón —trató de animarse—, no tiene caso darle vueltas al pasado. Puedo intentar empezar de nuevo ahora.

—Siempre tengo razón.

—Bueno, tampoco vueles tan alto.

Munson se ríe. Y ella pensó en cuanto había extrañado escucharlo y ser la causante de ello. Lo hubiera disfrutado más si no fuera porque su inconsciente le estaba gritando que debía preguntar sobre lo que se enteró en la tienda.

—Eddie —llamó ella, parando de mezclar por un momento—, necesito tu ayuda con algo.

Él apoyó la barbilla en su mano y prestó atención.

—Escupe.

—Escuché en la tienda de pintura, que una madre le decía a otra, sobre... ¿terapia en la secundaria Hawkins? ¿Sabes algo de eso?

—Ah, sí. Hay una consejera para los traumados por el incendio de Starcourt —respondió, restándole importancia y jugando con un anillo.

—Necesito que me consigas el número de la consejera, por favor.

—Emm... —reflexionó unos segundos—. ¿De verdad te afecta tanto esto de vivir sola?

—No es por eso, es por mis padres —se le escapó.

Ya era tarde para retractarse, se vería peor. Mejor dejar que Eddie saque sus propias conclusiones.

Por su parte, él asintió lentamente. Un poco desconcertado e intrigado por su mejor amiga, pero permaneció callado. Abby pensó que otro round de preguntas se desataría, pero no fue así. Eddie se levantó y, a continuación, se dirigió al centro de la sala de estar. Juntó las manos en un aplauso y captó la atención de ella.

—Voy a llevar la cama al sótano —avisó, señalando el piso de arriba.

Clancy dirigió su vista a la ventana. El sol estaba a punto de ocultarse y ella se había pasado todo el día haciendo el aseo y acomodando cosas. No había manera más patética y aburrida de terminar un día, un fin de semana, en plenos veinte años.

Darle las galletas hechas a Eddie, despedirse e irse a dormir no parecía un buen plan. Además, estaba casi segura de que no pegaría un ojo por darle vueltas al lío en el que se había metido.

¿Qué más da? No sabía cuánto duraría su libertad. Cada segundo era valioso, más aún cuando tenía a su disposición a Eddie, su lugar seguro.

—Eddie.

El masculino se detuvo en seco.

—¿Pukie?

—¿Te quedas?

La expresión de Munson transmitió nostalgia. Y Abby se preguntó si también estaría recordando todas las noches que se desvelaron juntos, ya sea ellos dos solos o cuando eran un trío explosivo con Tiffany; en tiempos de preparatoria. Él sonrió ampliamente, ella también en respuesta.

—Yo pago las pizzas —agregó Eddie, antes de desaparecer por las escaleras, con el tintineo de las cadenas chocando el pantalón.

Holiiiiiiiii

Bueno, no me aguanté hasta el 1 de julio, me declaro culpable. Maniac me tiene muy hypeada.

Este capítulo sucede un día antes de la muerte de Chrissy. El siguiente capítulo se sitúa en el episodio 1 de la S4, así que ya estaríamos entrando a la línea temporal de la serie ªªª

Cadena de manifestación para que no se muera Eddie en el vol 2, así puedo hacer otro acto con la quinta temporada🕯️🕯️ EDITADO: si murió, F

¿Tienen alguna sospecha de lo que ocurre con Abby y sus padres? Acepto teorías locas ahr

Yo me meo con estos dos, les juro que en los próximos capítulos tienen diálogos que son cheff kiss

¿Escena favorita?

Mención a Tiffany, OJOOO

Espero que hayan disfrutado el capítulo y que no sea aburrido. VOTEN PORFAAAAA❤️

XoXo

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