Capítulo 23: Donde nace y muere el odio

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No toda bruja es mala ni todo héroe es un santo. Detrás del aspecto general siempre hay cosas que se nos escapan.

— Anónimo

Marco se había quedado sorprendido al oír lo que Atsnir acababa de decir.

— ¿Quieres que me una a la revolución?

— Así es. Eres alguien fuerte y de buen corazón. Me interesa tenerte entre los míos para que nos ayudes a escapar de todo este tormento.

Escapar. Era justamente lo que buscaba, pero que no quería hacer por miedo a que Xenium tomase represalias contra ellos. Aunque, querer que todos los daskins escapasen sonaba un poco idílico.

— Me gusta tu propuesta, pero ¿cómo quieres salvar a todos los daskins? ¿No sería más fácil que lo intentaras con los que están aquí?

Atsnir negó con la cabeza.

— No, hermano. No sería justo que solo se liberen unos pocos. Cada daskin en pie es alguien que puede servir a la revolución. Y cada aliado es un daskin que quiere vivir. No podemos traicionar ese sentimiento. De aquí saldremos todos. No puede quedar ni un solo daskin en esta maldita ciudad.

Tenía voluntad, de eso no había duda.

— Pero, repito, ¿cómo tienes pensado salvar a todos?

Atsnir sonrió.

— Haciendo un golpe conjunto. Somos muchos más que los jazirs, solo necesito liderar a mi gente y convencerlos para que se unan a mí y realicemos este golpe. Todos huiremos a la vez, y reduciremos a los guardias que nos ataquen. No podrán detenernos a todos, y si alguien cae por un dardo tranquilizante, lo arrastraremos con nosotros. No será fácil, pero es posible llevarlo a cabo. Muchos de mis hermanos y hermanas distribuidos por toda la ciudad ya saben quién soy, pues mi fama me precede. Eso es lo que me permitirá guiarlos a todos a través de mensajes que los jazirs no leerán.

De nuevo, se le veía muy seguro de sí mismo, como si en su cabeza todo estuviese fríamente calculado, y el resultado fuese positivo. Su convicción le recordaba a la de varios líderes revolucionarios sobre los que había oído hablar en la historia. Quizá, aquel tipo estuviese destinado a marcar un antes y un después en la vida de los daskins, o más bien, en su historia. Resultaba imposible no emocionarse.

Marco le sonrió al tipo de piel morena.

— Cuenta conmigo.

— Así me gusta —respondió Atsnir, devolviéndole la sonrisa al humano—. Bueno, solo quería hablarte de ello. Ya te iré hablando de cuándo nos moveremos y lo que haremos. Por el momento guarda silencio acerca del tema y así evitarás y nos evitarás problemas.

— Comprendido.

— Por cierto, ¿qué estabas haciendo antes de que viniera? ¿Te sentaste delante del árbol?

— Oh, eso. La brisa fresca de la noche se siente agradable en las heridas, así que me siento y apoyo las manos en un tronco para que así sanen antes.

— Eres un tipo extraño, Marco, pero un buen tipo, a fin de cuentas —Atsnir se puso de pie y se dispuso a marcharse—. Asegúrate de descansar que, a partir de ahora, tendrás que estar preparado para cualquier cosa.

Marco asintió y Atsnir se fue con el resto. Todo aquello dejó un tanto pensativo al humano. Hasta ahora no había visto a Atsnir como un líder revolucionario. Él no era alguien que le diese esa sensación, aunque no podía negar que si se le veía alguien rebelde al desafiar a los jazirs con la mirada. Sí, viéndolo así, sí que tenía algo de sentido que Atsnir pudiera ser un revolucionario. Pero, ¿qué tan bueno sería? ¿Acaso tendría en su mano todas las herramientas necesarias para que su plan tenga éxito? O si no las tenía, ¿sabía cómo conseguirlas? Aquello era algo nuevo y revelador para él así que le tomaría un poco de tiempo hacerse a la idea y acostumbrarse a ella.

El poco tiempo que le quedó de noche lo utilizó para drenar la vida de diferentes árboles, y así no secarlos ni debilitarlos en demasía. Luego volvió con el resto de daskins y se dedicó a dormir.

Aquellas marcas en la espalda desaparecieron con rapidez, todo gracias a las curas de las mujeres y al dedicarse cada noche a drenar vida a los árboles. Sanó en menos de una semana, cosa que sorprendió a muchos, o más bien, a todos. Por explicación solo pudo decir que sanaba rápido, sin darle mucha importancia, y con eso llegó a convencer a los daskins. Pero a Xenium poco le importaron esas explicaciones, pues su esclavo luchador estaba listo para volver al círculo.

Cada quince días Xenium llevaba a Marco consigo a la mansión de Vilguem, y lo obligaba a luchar contra otros daskins. Absolutamente ninguno de sus oponentes pudo ofrecerle pelea, y Marco no pudo ofrecerle a ninguno otra salida que no fuera la derrota, la cual llevaba a la posterior muerte de los mismos. Lo único que era capaz de hacer era dejar a los esclavos inconscientes para que, cuando el momento de su muerte llegara, no tuvieran que agonizar.

Tal y como había dicho Xenium, Marco no tuvo que matar a nadie, pues de eso ya se encargarían los propios jazirs. Aquello se había vuelto un aspecto distintivo de él, algo que lo caracterizaba, y de lo que Xenium sacó provecho.

— A muchos de ustedes les molesta que mi esclavo no mate a su oponente, y tienen razón en reclamar sangre. Así que se me ocurrió proponerles un reto a todos. Si alguno es capaz de traer a alguien que pueda golpear tres veces a este piel roja, entonces será obligado a matar a su oponente. Hasta entonces, mi esclavo no se manchará las manos.

Y ese fue el desafío que Xenium les planteó a todos. Eso los enfureció hasta rabiar, pero a su vez hizo que tuvieran un enorme respeto hacia Xenium, ya que tenía a su disposición a un esclavo imbatible.

Marco, por su parte, solo se limitaba a intentar hacer sufrir lo menos posible a sus contrincantes. Había dado por inútil su idea de intentar salvarlos, así que solo se dedicaba a hacer que los combates durasen lo suficiente como para calmar las ansias de pelea de los jazirs, pero no tanto como para alargar el sufrimiento del oponente.

Normalmente, los esclavos sólo combatían una vez por sesión: ganaban o morían. Pero, en el caso de Marco, aceptaron hacer que este tuviese combates consecutivos, con la esperanza de que eso lo agotase. Mas era inútil.

Con el tiempo, los oponentes que se enfrentaban a Marco perdían toda voluntad de lucha, y se daban por derrotados, pese a saber que eso los llevaría a la muerte.

Eso molestó a los jazirs, quienes se aburrieron de ver como alguien se rendía y luego moría. Además de que se volvía más difícil traer esclavos buenos para combatir.

Para solucionar esta situación, tuvieron una temporada de receso para que cada jazir consiguiera nuevos esclavos. Cuando este periodo, el cual duró un mes, se acabó, el grupo obligó a Xenium a no traer a su luchador al círculo. Él podía seguir acudiendo a las reuniones, pero tenía terminantemente prohibido traer a cualquier luchador que estuviera bajo su mandato.

Así, Marco no tuvo que volver a pelear más con nadie, al menos no, hasta nuevo aviso. Sí, eso le quitaba un gran peso de encima al saber que no tendría que enviar a más inocentes a las puertas del purgatorio. Sin embargo, se sentía culpable por toda la sangre que se había derramado en el círculo por su culpa. Siempre recordaba los rostros de aquellos a los que había derrotado, solo para después ser asesinados. Su corazón se llenó de culpa. Y de resentimiento.

Pese a que no lo mostraba, su desprecio hacia los jazirs se hizo más evidente con el tiempo. Lo que al principio le pareció mejor que la cárcel, se convirtió en una tortura en vida. No le importaban los trabajos forzados, pero haber destruido tantas vidas de forma indirecta (o directa, dependiendo del punto de vista) lo marcó por dentro.

El problema era que él no era el único que sufría por sus acciones. Por lo que supo, Tarka fue obligada a acostarse con algún que otro noble. Como la primera vez, se resistió, lo cual desembocó en un castigo propiciado por latigazos. Y sucedió más veces.

A los jazirs les había llamado la atención la idea de doblegar el espíritu de aquella mujer, pero se estaban cansando de tener que lidiar con su resistencia, y en cualquier momento pasarían a utilizar métodos menos ortodoxos. Y así lo fue.

Un día uno de los miembros de la familia de Xenium hizo un anuncio. Se haría público el castigo que le darían a Tarka. La llevaron hasta el patio, y allí la azotaron como era usual, cosa que no sorprendió a nadie, pero que tampoco agradó a ninguno. Sin embargo, el castigo no se detuvo ahí. Al parecer, había mordido a un noble al intentar obligarla a hacerle una felación, y por ello le arrancaron los colmillos inferiores y superiores. Luego le quemaron la piel con un aza que marcó al rojo vivo el símbolo de la casa Xenium en sus carnes. Y, por último, la ataron a un árbol de pies y brazos durante toda una noche, desnuda, sin comer ni beber.

Y a quien intentase alimentarla, sufriría el mismo destino que ella.

Todos los presentes observaron con horror el cruel destino de la mujer. Algunos tuvieron que apartar la mirada por el dolor ajeno que sentían al verla en ese estado. Otros lloraban al compadecerse de ella.

Marco se sintió impulsado a acercarse hacia aquel malnacido que la había torturado de aquella forma, pero, cuando caminó dos pasos con la firmeza propia de un roble, alguien lo sujetó del hombro. Por la fuerza del agarre, Marco podría haberse soltado con un simple tirón, pero por mera curiosidad, se giró a ver de quién se trataba. Atsnir.

El moreno tenía los ojos clavados en Tarka, pues no los había apartado en ningún momento. Se le notaba más serio que de costumbre, pero, por su postura y su agarre, parecía estar calmado.

— Marco, sé qué es difícil, pero no hagas lo que estás a punto de hacer.

— ¿Acaso debemos quedarnos aquí sin hacer nada?

— Sí, por el momento. Pero no te preocupes, ya llegará nuestro momento —su voz había cobrado un tono gélido y cortante, capaz de rasgar la voluntad de cualquiera, como si en aquellas palabras calmadas estuviese contenido un odio sin parangón.

El tono era firme, pero suave, casi como si hubiera susurrado. Probablemente nadie más que él lo habría escuchado, y quizás fuese porque nadie más pareció dispuesto a revelarse contra aquel jazir.

Comprendió que, pese a la rabia que le producía ver así a Tarka, Atsnir tenía más ganas que él de darle su merecido a aquel noble, por lo que también comprendió que el esfuerzo que este estaba haciendo para no lanzársele al cuello y morderlo hasta arrancarle la yugular, era tremendo. Y perder la compostura cuando este se contenía como ningún otro sería vergonzoso.

— Respetaré tu decisión. Pero, si no fuera por ti, yo estaría encima de ese desgraciado.

— Lo sé, y te lo agradezco, hermano.

Marco se calmó y volvió a la parte más profunda de la multitud. Poco a poco, los daskins se fueron y volvieron a sus actividades, todos, menos Atsnir. Él, a diferencia del resto, se quedó dónde estaba, mirando fijamente a Tarka. No se movió para comer, ni para dormir, ni para ir al baño. Todo el tiempo que estuvo allí se quedó de pie, frente a ella, sin decir nada. Hasta se negó a comer cuando alguien le trajo algo de comida con el temor de que los jazirs pensasen que era para Tarka, pero Atsnir la rechazó con un simple movimiento de mano.

Al no trabajar ese corto periodo de tiempo, Atsnir recibió unos fuertes latigazos. Lo arrastraron, lo ataron, lo forzaron y lo castigaron, pero él siguió regresando al lugar de siempre, a permanecer de pie, mirando a su compañera.

Al final, los jazirs desistieron, y lo dejaron estar, pues ya iba siendo hora de dormir.

En un momento dado de la noche, Marco se levantó un momento para ir al baño, y vio a Atsnir aún de pie frente a Tarka. Ella estaba despierta, con la cabeza abajo y el cabello cubriéndole el rostro. Parecía moverse de forma mínima y minúscula. Pensando que estaría por interrumpir algo, Marco se detuvo.

— ¿Por qué lo haces? —preguntó Tarka con voz rota y dolida.

— Ya sabes por qué.

Atsnir se oía sereno, y seguro.

— Yo no te lo pedí.

— Lo sé. Sabía que no me lo pedirías, así que lo hice por mi propia cuenta.

No estaba muy cerca de ellos, pero creyó ver un par de lágrimas caer por la barbilla de la mujer.

— Gracias —dijo con dificultad, como si se le hubiese hecho un nudo en la garganta.

Atsnir no dijo nada, solo permaneció allí, junto a ella, en silencio.

Al amanecer liberaron a Tarka del árbol. Atsnir la cubrió con su camisón de tela, y la llevó consigo hasta donde los suyos, allí limpiaron a la mujer y luego le trataron las heridas. Justo después le dieron algo de comer, pero ella no tuvo mucho apetito.

Aquel quedó como un episodio terrible y pesado en la mente de todos los daskins de la casa Xenium. Y marcó un terrible sentimiento de desprecio y odio hacia los jazirs. Incluido Marco, quien también se había decidido a apoyar la causa de Atsnir, y escapar de aquel sitio. Pero, si antes de irse podían darle una paliza a aquel que le había hecho aquella atrocidad a Tarka, mejor.

Una noche, sucedió algo inesperado. Alguien comenzó a tocar una campana fuera de la mansión, despertando a los daskins en sus habitaciones. Todos se levantaron pesarosos y quejumbrosos. Ya que nadie sabía a qué se debía el escándalo. Al salir, vieron a uno de los hombres con un palo en una mano y una campana en la otra.

— ¿Qué está ocurriendo? —preguntó uno, casi susurrado, a su compañero.

— Pieles rojas, escuchen —comenzó el jazir que sostenía la campana—. La hija del señor Meldion se ha perdido. Encuéntrenla, peinen el bosque si hace falta, pero encuéntrenla.

Entre los presentes se produjo un pequeño murmullo que no hizo más que irritar al jazir de la campana. Tenía el ceño fruncido y las venas de la frente se le habían hinchado, y más de uno tuvo miedo de que alguna de ellas explotase, a excepción de varios, que más que preocuparse, deseaban que esas venas estallasen, para así, bañarse en la sangre de uno de aquellos miserables.

— Silencio. Vayan a buscar a la hija de Meldion de una vez.

Más de uno quiso negarse rotundamente a tener que interrumpir su descanso para ir a buscar a la hija de uno de los nobles. Mas estos sabían cuáles serían las consecuencias de tal acción. Ni siquiera podían quejarse de ello, o se le consideraría como un intento de oposición, así que solo quedaba agachar la cabeza y obedecer.

Tal y como se les dijo, los daskins comenzaron a buscar por todas partes. Las mujeres por la casa, ya que eran quienes pasaban la mayor parte de su tiempo de trabajo en las labores del hogar, mientras que, los hombres fueron a los bosques.

Marco se movió entre los árboles con total naturalidad. De hecho, se permitió moverse por las ramas de estos, como si este se tratase de alguna clase de primate. Mientras iba moviéndose de rama en rama pensó lo fácil que sería escapar de allí en un momento como aquel. También se le pasó por la cabeza que él no sería el único que pensaría eso.

Varios de sus compañeros se quedaban en las partes no lejanas de la mansión, pues más adentro del bosque podría haber criaturas peligrosas, y más en la noche, cuando era más difícil ver qué tenía uno delante.

El humano, en cambio, se adentró en lo más profundo. No se preocupó porque tomasen su gesto como un intento de huida, ya que, en medio de aquella confusión, aquello era de lo último que se preocuparían, además, tenía planeado volver, así que no tenía motivos por los cuales preocuparse.

A la vez que saltaba de rama en rama, fue observando el suelo por el que pasaba, en busca de algún tipo de marca o algo que le indicase que la niña había estado por allí, y así lo fue. Vio un pequeño camino, algunas pisadas de animal en el césped y algunos arbustos destrozados. Lo preocupante era que, muy cerca de las pisadas del animal, se podían ver las de unos pies humanoides, pequeños, aquello puso alerta al castaño, quien se dio prisa, siguió el rastro.

Más pronto que tarde, Marco llegó hasta un oso que se hallaba buscando efusivamente algo, o a alguien. Las huellas de la niña se habían perdido, así que no sabía a dónde podría haber ido. A menos claro, que no se hubiese esfumado, sino que la hubiesen atrapado. Un pensamiento terrible, pero que no acabó de convencer al humano, ya que, consideró que, de haber sido así, debería de haber sangre esparcida por todas partes. Y, sin embargo, no veía ni tan solo una gota.

El oso rugió de forma amenazante y luego se oyó un pequeño grito de terror entre unos arbustos. Y en ese momento, tanto el animal como el humano supieron dónde se encontraba la niña.

El animal rugió y se lanzó hacia el arbusto, y Marco también se lanzó para defender a la pequeña. Una patada lateral en el hocico del animal fue todo lo necesario para hacerlo caer y sacudir la cabeza. Miró, confundido, al allegado, y se encontró con un par de ojos desafiantes frente a él.

Del arbusto salió la niña que Marco había estado buscando, y se escondió detrás de sus piernas. Marco podía sentir como ella se aferraba con fuerza a su muslo, mientras temblaba de puro miedo.

— ¿Eres la hija de Meldion? —preguntó, secamente.

Ella no dijo nada, no era capaz. Solo asintió como buenamente podía en su estado actual.

— De acuerdo. Quédate detrás de mí, o podrías salir herida.

La pequeña de cabello corto y amarillo como las hectáreas de trigo que había en el campo, se separó de Marco y dio un par de pasos hacia atrás. No muchos, pues aún tenía miedo.

La bestia de delante miró a Marco llena de furia y se lanzó por él sin pensárselo dos veces. El humano se mantuvo firme ante la inminente embestida de su oponente. De un giro tomó a la criatura de una pata y la lanzó hacia atrás. Al instante, la niña salió corriendo y se colocó al otro lado del humano.

Aquello no había hecho más que sorprender y, como mucho, aturdir al oso. Este se puso a cuatro patas y se sacudió un poco antes de mostrarse listo, de nuevo, para la acción. Se lanzó por Marco, y esta vez, el muchacho supo que no podría hacerle nada con golpes normales. De tener su espada, la batalla duraría un parpadeo, pero tenía que conformarse con los puños.

— Niña, cierra los ojos —indicó el tipo.

La pequeña estaba tan aterrorizada que no dudó ni un segundo siquiera en obedecer las indicaciones de Marco. Este último aprovechó el momento para transformar sus brazos. Hacía tiempo que no lo hacía, y no había olvidado cómo hacerlo, pero la sensación le resultó de lo más peculiar. Nostálgica.

Tenía a la fiera delante suyo, y ahora estaba listo para abatirla. Se lanzó hacia adelante con un impulso sombrío y esquivó la carga del animal. Uno de sus brazos se quedó atrás, y se aferró al cuello del oso, y tiró de él, tumbándolo. Marco se acercó rápido y le aplicó una llave alrededor del cuello. Provocando que su oponente se revolviera hacia un lado y hacia otro, intentando liberarse de aquella asfixia, pero le fue imposible.

Decidido a acabar con él, Marco apretó con toda su fuerza, a la vez que drenaba vida en un intento por acelerar el proceso de fallecimiento del oso. Sin embargo, el coloso era une fuente inagotable de energía. Y, en vez de reducir los esfuerzos, los aumentaba. Aquello colmó la paciencia del humano.

En un movimiento decidido a acabar con el animal, giró los brazos y el enorme cuello del oso produjo un sonoro crujido. Cuando Marco notó que la bestia había dejado de luchar, aflojó los brazos, y soltó un largo suspiro de alivio.

Se dejó caer en el césped, volviendo sus extremidades a ser las de siempre. Cerró los ojos y respiró de forma rápida y entrecortada. Pelear contra una criatura así sin su espada resultaba, sin lugar a dudas, agotador.

Sintió el suave tacto de una mano pequeña en la suya. Abrió los ojos y giró la cabeza, y allí vio a la pequeña, con los ojos bañados en lágrimas, y con el rostro lleno de una profunda preocupación. Marco se levantó de forma trabajosa y le tendió la mano a la pequeña.

— Vámonos.

Este tomó la mano del hombre casi al instante y ambos emprendieron paso. La pequeña debía de estar traumatizada, pues el moreno sentía como temblaba. No medía palabra, y Marco lo agradecía. No tenía nada en contra de la pequeña, pero no sentía deseos de entablar conversación con la estirpe de los jazirs, y menos en los tiempos que corrían, cuando no se sentía ni un poco afín con ellos.

Llegaron hasta la mansión. Su padre estaba allí esperándolo con los ojos rojos por las lágrimas. Cuando la pequeña lo vio, corrió hacia él y se le echó encima, envolviéndolo en un abrazo de alivio cubierto en lágrimas de consuelo. El padre miró al humano y le agradeció de la forma que pudo, ya que, por su voz, no se le entendía del todo lo que decía. Marco solo asintió sin añadir comentario alguno, y todos los daskins fueron enviados a las habitaciones para volver a trabajar por la mañana.

Al día siguiente, Marco fue llamado por el mismo Meldion para tener una charla. Cuando se presentó el hombre lo recibió con una amable sonrisa.

— Has venido —dijo, con voz suave y de un tono un tanto bajo.

— Me dijeron que me había llamado. ¿Qué es lo que necesita?

— Tan solo quería darte las gracias por salvar a mi hija. ¿Cuál es tu nombre?

Al principio dudó un momento si decirlo o no, pero a los pocos segundos se decidió a hacerlo.

— Marco.

— Marco —repitió con suavidad—. Gracias por salvar a mi hija.

— Solo hice lo que me pidieron.

El jazir torció un momento la cabeza. Este parecía notar el tono impersonal y un tanto hostil del muchacho. Lo cual, no era de extrañar.

— Bueno, tal vez. Pero, aun así, significa mucho para mí. Y me gustaría que acompañaras a mí y a mi hija en un desayuno, juntos.

Una petición peculiar que no dejó indiferente al muchacho, pero la cual le resultaba un tanto incomoda.

— Agradezco la oferta, pero me necesitarán en las labores del campo y otras de fuerza.

— No te preocupes, mientras uno de la familia te reclame, en este caso yo, no estarás faltando a tus labores —dijo, guiñando un ojo, acompañado de una sonrisa—. Así que no debes preocuparte de ello.

— No lo sé.

— Insisto.

El tal Meldion parecía estar decidido a no dejarlo ir a menos que aceptase su oferta. En vistas de no tener opción alguna, Marco se resignó a aceptar la proposición del tipo.

Les trajeron tés, pasteles, y bollería artesanal, entre otras exquisiteces dulces. Meldion le hablaba con calma de varias de las delicias que tenían en los platos. Hablaba largo y tendido, con gran entusiasmo de la composición, la historia y la producción de aquellas comidas. Una charla trivial, sin mucha finalidad más allá del conocimiento, pero Marco debía admitir que resultaba agradable.

Al cabo de un rato apareció la hija de Meldion, la cual sonrió al ver al humano allí presente. Casi saltando encima de la silla se les unió en el desayuno y devoró con gran entusiasmo los pasteles rosados que tenía a su alcance.

Varios daskins, compañeros del tipo, acudían a ellos para traer más alimentos, y para servir más té. El moreno se sentía mal por ello, ya que él estaba allí, disfrutando de una comida agradable junto a Meldion, mientras que ellos seguían trabajando.

Esperó ver las miradas de recriminación de sus compañeros, pero no las halló. Fue extraño. En los rostros de los daskins se podía ver una expresión calmada y satisfecha. Por si eso no fuera, ya de por sí, lo suficientemente extraño, Meldion daba las gracias a todo daskin que se acercaba para servir un poco más de té, o que traía un poco más de comida. Y este llamaba a los daskins por sus nombres. La pequeña hacía lo mismo que su padre, y también les ofrecía a los sirvientes un poco de comida, puesto que, cuando ella la probaba, le encantaba tanto que quería que los demás también probasen su dulzura.

Aquel día Marco descubrió que existían jazirs de buen corazón, y que trataban a los sirvientes con mayor respeto que el resto de los suyos.

Meldion le pidió a Marco que se convirtiera en el guardia personal de Nilda, su hija, y que también pasase tiempo con ella para jugar. Le explicó que él también jugaría con ella, pero, sobre todo, necesitaba a alguien que la protegiera. Supo por Nilda que él había podido abatir a un oso con sus propias manos, y era por eso por lo que quería que fuese él un protector para ella. Quizá fue por curiosidad, o quizá porque eso le daba a Marco cierta esperanza de no tener que volver a ver más las peleas clandestinas entre daskins. Pero el humano aceptó.

A partir de ese día, Marco pasaba la mayor parte del tiempo junto a Nilda. Cuando estaban a solas la pequeña le explicaba un montón de cosas. Animales pequeños y adorables que veía en los árboles, juegos que había aprendido de su padre o de algún sirviente, y a veces hablaba de las aventuras llenas de magia y princesas que leía en los libros que tenía en la biblioteca. Fue así, como un día cualquiera, la pequeña le habló a Marco de su madre. Al parecer, esta había fallecido por una enfermedad hacía tres años, cuando Nilda tenía cinco. En el poco tiempo que había estado junto a ella la tuvo como una mujer amable y tranquila. Nilda contaba maravillas de ella, aunque, alguna que otra vez, se le notaba en la cara la ausencia de esta.

Al final, Marco acabó por encariñarse con la pequeña Nilda, y decidió hablarle un poco de su vida. Le dijo que él era un humano, y que venía de otra dimensión. También le contó que tenía amigos en otra dimensión aparte de la suya, y que en esta había conocido a muchas princesas, visto castillos, y experimentado la magia. Magia brillante, llena de colores y chispitas.

La niña se mostraba maravillada ante tales historias, tanto, que sintió deseos de viajar a esas tierras distantes de las que tanto hablaba el moreno. Cuando Meldion se les unía, después de terminar con algunas tareas suyas, Nilda le contaba todo lo que Marco le había dicho, pero de una forma un tanto más infantil, esta exageraba un poco más las cosas, y se saltaba algunas otras para ir a las partes que a ella más le gustaban. Meldion sonreía al escuchar a su hija tan emocionada, y luego le dirigía la sonrisa a Marco.

Aquel hombre intentaba criar a su hija solo, después de haber perdido a su mujer tres años atrás. Marco no podía sentir otra cosa que no fuese respeto por aquel tipo. Y así, el humano se descubrió a sí mismo compartiendo charlas y risas con uno de la raza a la que planeaba dejar de lado para huir. Jamás se habría esperado llegar a una situación así, pero ese día lo supo: también había jazirs buenos, no solo existían aquellos que disfrutaban al verlos luchar a muerte, o que los castigaban con agresiones físicas si había algo que les molestase de ello. Sí, no todos eran malos, no todos discriminaban a los daskins, sino que los veían como iguales.

Todo aquello hizo que Marco tuviese un conflicto interno acerca de la imagen que tenía de los jazirs, pero no tuvo tiempo de meditarlo mucho, pues una noche, cuando salió para ir al baño, Atsnir lo buscó para hablar con él a solas.

— Prepárate, la próxima semana se llevará a cabo la gran revolución.

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Comentarios del escritor:

Hoy en la rosita de Guadalupe:

— Madre, ¿escuchaste eso? —preguntó María Juana, emocionada por las últimas noticias.

— ¿Ahora qué, hijita? —preguntó la madre limpiando unos calzones que tenían más agujeros que un queso.

— Atsnir va a llevar a cabo la revolución la próxima semana.

De pronto, la mujer mayor dejó caer la ropa interior en el cubo con agua, sorprendida.

— No puede ser cierto.

— Sí, mamá, es cierto.

— Ay, hija —dijo la madre, llevándose las manos a la cara—. Si todo va bien a lo mejor volvemos a ver a tu padre—. Todo lo que me queda de él es el dedo que casi le arranqué cuando me dio un ataque de hambre en la celda —mencionó, sacando un dedo disecado que tenía en el cuello, atado a un collar, justo para darle un pequeño beso.

— Mamá, ¿ese es el dedo de papá? —señaló la mujer, con gesto expresión preocupada.

— Así es, hija. No pongas esa cara de sorprendida, que esto ya deberías saberlo.

— Pero dijiste que casi le arrancaste el dedo.

— Sí, pero es que luego se lo pise sin querer, y el muy tonto se levantó del dolor, y se arrancó el solo el dedo.

La chica no dijo nada, solo se quedó mirando a su madre, con gesto de reproche.

— A mí no me mires con esa cara, María Juana.

— Mamá, le arrancaste el dedo a papá.

— Yo no le arranqué el dedo a nadie, él fue el imbécil que se lo terminó de arrancar a sí mismo. Además, es un seguro para mí. Si tu padre quiere recuperar su dedo, entonces tendrá que venir hasta mí.

En ese momento, en otra mansión, un que estaba lavando los platos hombre se estremeció, como si un frío repentino le invadiese el cuerpo.

— Ernest, ¿qué te ocurre? —preguntó su compañero.

— No lo sé, sentí un escalofrío repentino. Tengo un mal presentimiento.

— No digas eso, Ernest. Que la próxima semana ya sabes lo que pasará. Podremos ser libres, y volveremos con nuestras familias.

Ernest no dijo nada, solo se quedó mirando el plato que había limpiado, pensativo.

— A veces es peor ser libre que permanecer encerrado.

— ¿Estás seguro de lo que dices?

Ernest dejó el plato anulado y vio el pequeño muñón en donde antes tenía su dedo anular.

— Bastante seguro.

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¿En qué momento esto pasó de ser una historia a ser una pseudotelenovela? Bueno, como dice la canción: "los caminos de la vida no son lo que yo esperaba, no son lo que yo creía, no son lo que imaginaba".

Sí te gustó el capítulo deja un like, o mejor aún, escribe un comentario, el que sea, sin importar que estés leyendo esto después de uno o dos años de su publicación, siempre me alegra leer los comentarios de mis lectores.

Gracias por el apoyo, y nos vemos en la próxima ocasión.

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