Capítulo 35: Tú no eres Globgor

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Nunca conozcas a tus héroes, o podrían dejar de serlo.

— Anónimo

— Oye, aún no estás curado del todo —le dijo Kala, frunciendo el ceño.

— No me importa, las heridas más graves ya han sanado, así que me iré —dijo Globgor, saliendo de la parte baja de la cueva—. Además, no quiero seguir encerrado aquí más tiempo.

La trol se encogió de hombros.

— Como quieras. Mi labor es curar a los trols, no evitar que se vuelvan a hacer daño —respondió esta, limpiando algo de ungüento restante en uno de los cuencos que había en la mesa. Vio por el rabillo del ojo como alguien se levantaba de su petate, y entonces se giró hacia él—. ¿Qué, tú también te iras?

— Sí. Este sitio es aburrido, y como pase más tiempo encerrado acabaré por estrellarme la cabeza contra la pared hasta quedar inconsciente —dijo Kogler, poniéndose en pie, y encaminándose hacia la salida—. Me largo. Espero que no se mueran del aburrimiento.

Kala se quedó mirando con expresión indiferente al de hueso irse hasta desaparecer. Luego volvió a centrar su atención al cuenco que limpiaba.

— Al menos podrían dar las gracias.

Al salir de la cueva, Globgor tuvo que cubrirse los ojos porque la luz del sol lo lastimó después de estar varios días sumido en la oscuridad. Esperó un momento a que estos se adaptarse para poder ver el panorama.

Había varios trols moviéndose de aquí para allá con parsimonia. Cómo no, eran trols de la roca. Estos movían piedras y minerales de un lado a otro. Quizá para llevarlos a la herrería y usarlos allí, o quizás para la construcción o reparación de un nuevo edificio.

Otros, los salvajes, transportaban comida y pieles. Algunos se iban a cazar, y otros parecían que ya volvían con alguna presa lista para ser desollada.

No podía ver mucho, pues la cueva en donde se curaba los trols estaba algo apartada de los edificios, lo cual era normal, pues el descubrimiento y expansión de aquella cueva había sido después de la construcción del reino. Recordaba que en sus tiempos se trataba a los heridos en sus propias casas.

Pese a no estar tan cerca, se podía ver con claridad aquella cosa negra abarcando algunas zonas. Aquello llevó al trol a entonar la mirada, impotente ante la situación actual del reino.

Escuchó que alguien vino detrás suyo, y se dio la vuelta para ver de quién se trataba.

— Rayos. Unos pocos días encerrado y un poco de luz me obliga a agachar la cabeza —se quejó Kogler, cubriéndose los ojos con el brazo—. Cómo se nota que no podemos pasar demasiado tiempo en las sombras, ¿eh? —comentó con naturalidad, casi como si estuviese siendo amistoso. Incluso llegó a acercarse a Globgor y a colocar un brazo alrededor de su cuello—. Bueno, ahora que salimos, ¿qué vamos a hacer?

El salvaje miró a este de forma hostil a la vez que alzó una ceja, y luego le apartó la mano con cierto deje de desprecio.

— Tú no sé a dónde irás. Yo... —Globgor calló un momento al darse cuenta de que no sabía qué es lo que haría ahora. Sólo había querido salir de aquella cueva para respirar algo de aire fresco, pero, en su situación actual, no tenía claro lo que iba a hacer— tampoco sé a dónde iré. Pero una cosa es segura, no quiero que tú estés conmigo.

— Aw, ¿así que estás enojado conmigo? —se burló sobreactuando su ofensa—. Y yo que pensé que podíamos ser amigos.

Aquella actitud tan despreocupada y poco seria ponía de los nervios al salvaje. Quería enviar a Kogler a la mierda, pero continuar con la conversación solo lo haría seguir y seguir. Así que optó por echar a andar hacia el bosque e ignorar al de hueso.

— Oh, y ahora huyes de mí —comenzó a seguirlo—. ¿De verdad sigues enojado? —preguntó, pero no obtuvo respuesta—. ¿Qué? ¿Es porque no ganaste el torneo, o porque quién lo ganó fue el humano? —siguió sin responder—. ¿O a lo mejor es por esa mujer? —tampoco contestó esta vez, pero aquella pregunta había provocado que Globgor sufriese un pequeño cambio en el ritmo, cosa que le llamó la atención a Kogler, y le hizo sonreír—. Así que es por ella —Globgor aceleró el paso, y Kogler hizo lo mismo para no perderlo—. Aún no puedes olvidarla, incluso después de esa discusión tan fuerte y seria. Lo peor de todo es que sabes que se fue para estar con ese humano, y, aun así, aun sabiendo que no merece la pena, sigues pensando en ella —no hubo respuesta, y Kogler comenzaba a cansarse de las evasivas del salvaje—. Si te soy sincero, no sé qué le viste a esa zo... —no llegó a terminar la palabra, pues un puñetazo en la mandíbula lo hizo callar.

— ¿No tienes nada mejor que hacer que venir a fastidiar? ¿O es que solamente quieres que te reviente la puta ca...? —tampoco terminó de decir su frase, pues Kogler le había devuelto el golpe mientras se reía.

— Sí, eso es, pelea conmigo, demuéstrame de lo que eres capaz, antiguo rey —dijo Kogler, sonriendo y preparando los puños para la acción.

El salvaje se recompuso y enseñó su dentada tan amenazante como el filo de docenas de dagas. Aumentó un poco su tamaño y erizó todo el cabello de su cuerpo.

En cambio, el de hueso parecía disfrutar con aquello, tanto que pegó su frente a la de Globgor para provocarlo aún más. Por un momento pareció que allí mismo se desataría otra cruenta batalla entre los dos, pero Globgor se contuvo y recobró la compostura, pues, pese a querer partirle la cara a Kogler, sabía que solo estaría jugando a su juego, y que sólo le haría perder el tiempo.

— No tengo tiempo para esto —dijo, recobrando su tamaño habitual—. Mira cada uno consiguió lo que quería, yo tuve la pelea por el trono que pedí y tú luchaste a rienda suelta, yo perdí la oportunidad de volver a ser rey y tú fuiste derrotado. Ya no hay motivos para que nos relacionemos, así que, si no te importa, déjame en paz. ¿De acuerdo?

Sus palabras parecieron afectar a Kogler, pues, este cambió su expresión por una de decepción mezclada con desaprobación.

— Vaya, no sabía que eras tan fácil de derrotar —bajó los puños—. No tengo interés en pelear contra llorones. De haberlo sabido no te habría seguido —dijo, dándole la espalda y marchándose.

Podría haberle dicho algo, pero no quería darle la oportunidad de extender más su estadía. Quería perderse un rato. Y eso hizo.

Caminó por un rato sin un rumbo fijo con tan solo la necesidad de moverse y despejar la mente. El recuerdo de Eclipsa aún seguía fresco en su memoria y en su corazón, y quería intentar dejarlo de lado.

Sin embargo, le era difícil no pensar, pues, a medida que se perdía en el bosque, su mente iba profundizando más en todo lo ocurrido, y eso lo llevó a pensar en lo que ocurriría. Descubrió con pesar que no sabía qué hacer con su vida.

Era insólito, la idea era tener por fin la vida que deseaba con su amada, regresar al reino y recuperar el trono que le correspondía, y a partir de ahí vivir su vida como la de un gobernante respetado por su pueblo. En ningún momento había contemplado un escenario en el que lo perdiese todo. Quizá por tentar a la suerte, o quizá porque siempre todo salía como planeaba, y lo del fracaso resultaba algo nuevo para él.

No sentía deseos de ningún tipo, tan solo dolor y confusión, acompañados de una sensación potente de desorientación. Ni siquiera pensaba en salvar al reino de esa cosa negra, pues no sabía cómo, y aunque lo supiera, no podría hacerlo solo. Por aquel motivo era que quería volver a ser rey, porque un pueblo necesita a un monarca tanto como éste a su pueblo.

A su paso encontró marcas de garras en los árboles, gruesas como sus dedos. Además de eso la madera estaba aplastada y había huellas en el suelo. Eran patas, y por su forma podía jurar que eran las de un oso, uno grande. Además, sentía el olor, ese olor fuerte a haces mezclados con roña y pelaje. Por la intensidad estaba seguro que si seguía ese camino llegaría hasta la bestia.

Se quedó pensativo por un momento, evaluando la posibilidad de buscar un enfrentamiento con el animal. Podía evitarlo con facilidad, si quería, pero una pequeña parte de él le pedía que fuera. Aquello le hizo recordar a algo que su padre le había dicho tiempo atrás: "cuando te encuentres perdido, deja que tu instinto te guíe. Recuerda, eres un salvaje, tienes esa ventaja".

Tal vez el contexto no fuera el mismo al que su padre se refería, pero no tenía muchas opciones, además, tal vez un encuentro salvaje lo ayudaría a despejarse.

Siguió los rastros hasta dar con la bestia, esta se encontraba arrancando a bocados la carne de una criatura con la que se había hecho. Era del tamaño de un ciervo, y si bien el cadáver del animal estaba tan desgarrado que parecía irreconocible, por el olor de su sangre Globgor pudo asegurar que, efectivamente, se trataba de un ciervo.

Tal y como había supuesto, el rastro pertenecía a un oso, y parecía ser uno del monte, pues era tan grande como él en su estado de crecimiento. Aún no había reparado en su presencia, pero Globgor no estaba dispuesto a atacar por la espalda: quería una pelea de fuerza.

Se colocó a cuatro patas, aumentó su tamaño y erizó su pelaje. El oso pareció sentir la hostilidad del trol, pues paró de comer y giró la cabeza.

— Pelea —dijo Globgor, permitiendo que su instinto de cazador lo inundase y le dictara qué hacer.

El oso no entendió las palabras del monstruo, pero comprendió a la perfección sus intenciones. Se colocó en posición y cargó hacia Globgor.

El trol esquivó la carga y luego se lanzó al cuello del oso, pero era muy grande y no fue capaz de morderlo. El animal lo apartó de un golpe y luego le dio un zarpazo en el rostro. Globgor cerró todos sus ojos y se echó hacia atrás. El dolor le impedía abrirlos y ver cuando sería atacado.

No hubo compasión en ningún momento, porque el oso cargó una y otra vez, golpeando a Globgor en la pierna y luego intentando hacerle un corte. El trol era capaz de evadir algunas acometidas gracias al olor de la criatura, pero no podía reaccionar con la misma velocidad que si la viese con sus ojos.

Sin querer acabó chocando contra un árbol y el oso se le echó encima. Entonces comenzó un forcejeo que el trol no parecía que iba a ganar, cuando algo impactó de costado contra el animal y lo obligó a apartarse.

— ¿Necesitas ayuda abatir a un animal —preguntó alguien con voz burlona, alguien que por su tono y entonación Globgor conocía, por desgracia—, antiguo rey?

Aquella expresión fue lo que le dio a Globgor una pista de quién se trataba aquel individuo.

— Tiene que ser una broma. —Abrió los ojos como pudo y lo comprobó.

Frente a él estaba parado Kogler con los puños en alto y una sonrisa altanera marcada en su rostro.

— No eres como decían los ancianos del reino —se mofó mientras lo miraba por encima del hombro.

Aquella distracción le costó un ataque sorpresa al de hueso, quien, antes de poder darse cuenta, se encontraba tirado en el suelo con el oso encima suyo. Tuvo que hacer acoplo de su fuerza para contenerlo y evitar que sus fauces le llegasen al rostro.

Para la fortuna de este, Globgor se lanzó, poderoso cual gigante, al cuerpo de la bestia. Se aferró con ambas manos al costado de esta y tiró tanto como pudo, apretando los dientes, para alejar a esta de Kogler.

Consiguió quitarle el oso de encima y tirarlo hacia un lado, lo cual produjo un gran estruendo, pero no pareció causarle daño alguno al oso, más allá de una pequeña molestia. Este se puso en pie y sacudió la cabeza. Kogler hizo lo propio y se colocó junto a Globgor, ambos se miraron y este sonrió, en cambio el otro tornó más sería su expresión.

— ¿Dúo de caza? —propuso Kogler con cierto tono animado.

— No parece que haya más opción.

El oso se lanzó por ellos y Globgor fue quien corrió a interceptarlo. Kogler, por su parte, comenzó a darle golpes reiterados en las costillas, cosa que no parecía surtir mucho efecto.

— Golpea en otro lado —gritó Globgor mientras hacía fuerza.

— Bájamelo para que le parta el cráneo.

— Que gran idea. Jamás se me habría ocurrido —comentó con un tono irónico y evidente.

Kogler frunció el ceño, miró al oso y le dio un fuerte pisotón. Esto provocó que la bestia se tambalease por el dolor y cayera al suelo, junto con Globgor. El salvaje tomó a la bestia de los brazos, le colocó una pierna encima del cuello y la sujetó tan fuerte como le fue posible.

— Ahora —le dijo al de hueso.

Kogler dibujó una sonrisa maliciosa y se aproximó al oso crujiendo sus nudillos.

Un par de horas después los dos descansaban sentados en el césped mientras una de las piernas del oso se cocinaba al fuego de la hoguera. Ya había oscurecido, pero ninguno de los dos pensó en moverse de aquel sitio.

Kogler se rascaba los huesos que le sobresalían de los puños con las garras que le había arrancado al animal. Por su parte, Globgor comprobaba el estado de la carne. Se acercó a ella y la olfateó un poco, luego enterró las uñas y arrancó un trozo generoso.

— Ten —se lo lanzó a Kogler, quien lo atrapó en el aire.

— Así que tus facultades de lucha se fueron a la cocina, ¿eh? —se burló, arrancando un buen trozo de carne de un bocado.

Globgor no respondió, solo se limitó a comer, alargando el silencio residual un par de segundos.

— ¿Por qué me seguiste? —preguntó tras un corto rato.

— Así que sí quieres hablar, antiguo rey —pronunció antes de tragar lo que tenía en la boca—. Era aburrido estar en la ciudad, no había nada que hacer, así que decidí seguirte para ver lo que hacías. De haber sabido que lucharías contra fieras tan grandes te habría seguido desde el principio.

— Ah. Ya veo —sin añadir más. Por su expresión, tampoco parecía que tenía ánimos de continuar esa conversación, ni ninguna otra. No se veía desanimado, pero se le notaba un rostro desmotivado.

— ¿Y tú qué? ¿Tantas ganas tenías de luchar contra las fieras? —soltó para no caer de nuevo en el silencio, pues le resultaba aburrido.

— No, tan solo quería estar solo.

— Claro, claro —le dio otro mordisco a lo que tenía—. Por eso te peleaste contra el primer animal que viste, ¿no?

— No, no lo entiendes.

— Entonces explícate, porque así no hay quien te entienda.

No supo si fue por el cansancio, por la situación tan extravagante en la que se encontraba, o quizá porque ya estaba desesperado, pero la idea de hablar con sinceridad con Kogler no le parecía tan desagradable. No lo pensaba porque creyese que el trol podría abrirle los ojos, sino porque, teniendo en cuenta su situación actual, nadie lo escucharía. En esos momentos, Kogler era lo más cercano a un amigo que podría tener.

Lamentable, pensó para sí.

Con los ojos clavados en el suelo dio un largo suspiro y luego elevó la mirada hasta dejarla fijada en la fogata.

— Quería alejarme de todo y no pensar, por eso fui al bosque. Pero resultó inútil. No puedo dejar de pensar en todo, por más que lo intente, no dejo de repasar una y otra vez en toda esta mierda. Y cuando sentí el olor del oso pensé que a lo mejor algo de caza podría distraerme.

— ¿De qué rayos estás hablando?

Globgor frunció el ceño y se fijó en él.

— ¿Acaso no me has escuchado? —preguntó el salvaje, un tanto molesto.

— Sí, y sigo sin entenderte. No eres claro. Tan solo dices cosas incomprensibles esperando que te entienda.

Aquello hizo que el monstruo de pelaje turquesa se pusiera de pie.

— Por el amor a los ancestros. Estoy hablando de todo lo que me ha ocurrido: dejé mi reino —alzó una mano y comenzó a contar con los dedos—, fui cristalizado, volví trescientos años después, cuando ya todos a los que alguna vez conocí murieron, perdí el torneo contra un humano, mi única oportunidad de volver al trono, y mi exmujer está enamorada de él. Todo lo que hice aquella noche hace siglos fue para terminar aquí, solo y sin nada.

Kogler terminó de masticar su trozo de carne con calma y luego tragó.

— ¿Y cuál es el problema? —preguntó de forma desinteresada.

Aquella pregunta hizo que el rostro de Globgor se crispara en una mueca de evidente molestia.

— ¿Que cuál es el problema? —alzó la voz—. Dejé atrás todo lo que tenía por la mujer a la que amaba. ¡Todo! Mis amigos, mi familia, mi reino. Y no me importó, porque creía que ella valía la pena. De verdad lo creí —se quedó mirando un momento las llamas, dejando que el crepitar de la madera llenase ese silencio momentáneo que se había producido—. Pero fui un idiota. Ahora me encuentro solo, sin nada que hacer. No sé qué rumbo tomar. A dónde ir. No sé nada.

El trol apretó los puños, lleno de rabia e impotencia. De nuevo el fuego fue lo único que llenó el pesado silencio que se había producido tras liberarse de todo aquello que lo estaba carcomiendo.

Se quedó quieto a la espera de recibir una respuesta del de hueso, pero no intercambió miradas con él.

— ¡Ja! Patético —aquella respuesta hizo que Globgor hiciese a un lado su autocompasión y le lanzase una mirada asesina a su interlocutor—. Dejaste tu antigua vida atrás y lo perdiste todo por una mujer. Seguro que sabías a lo que te arriesgabas, y aun así decidiste ir. Tan solo has conseguido lo que te has buscado.

— ¿¡Qué!? —inquirió, furioso.

— Ya me has oído. Sí, puedes despotricar todo lo que quieras porque algo no haya salido como esperabas. Pero eso de andar diciendo que ahora no te queda nada y llorar por lo que has perdido —Kogler lo miró con decepción, negando con la cabeza—, simplemente no eres Globgor.

— Pero ¿qué demonios estás diciendo?

— El Globgor que yo conozco no es una niñita llorona que se queja porque ha perdido su juguete.

— Hablas de mí como si me conocieras, pero tú no tienes ni puta idea de quién soy.

Por primera vez, Kogler mostró una expresión seria.

— No, antiguo rey, sí que te conozco. Mi abuelo me contó historias sobre ti. Me habló de tus hazañas. De quién eras —dijo con total serenidad—. Aquel salvaje que era capaz de hacerse tan grande como una condenada montaña. Un trol tan fiero que hasta los de su clase dudaban si no corría sangre de trol de hueso por sus venas. Un monstruo tan fuerte y despiadado como ingenioso, pues durante su reinado los enemigos de los trols no se atrevieron a poner pie en los bosques cercanos. Eras alguien respetable, alguien de admirar y alguien de temer.

— ¿Y qué con eso? ¿Eh? ¿Qué importa todo eso aquí?

— Que el trol que tengo delante de mí no puede ser el mismo que el de las historias que me contó mi abuelo. Cuando te vi aumentar de tamaño en la arena por primera vez me emocioné al pensar que podría intercambiar puños contigo. Toda mi jodida vida crecí queriendo ser la mitad de trol de lo que tú llegaste a ser. Pero resultaste ser una decepción. Aquel titán del que tanto escuché hablar resultó ser que un débil y patético bebé que no sabe qué hacer cuando la vida no le sonríe.

— Oh, pues lamento no ser el trol que esperabas. Tengo problemas, como todo el mundo. Pero yo no soy el único que los tiene. Tú también eres un idiota, un niño en cuerpo de adulto que no hace más que soñar con imágenes idolatradas de monstruos del pasado. Madura de una puta vez y abre los ojos. Los ídolos no existen, tan solo existe la cruda realidad.

Ambos trols se sostuvieron la mirada, y en el ambiente se sintió como si entre ambos fuese a estallar otra pelea. Kogler se puso de pie, y dejó caer la poca carne que aún le quedaba entre los dedos.

— No, los héroes existen, tú fuiste uno para mí. Pero tienes razón, tan solo me encontré con la realidad —se dio media vuelta e hizo ademán de irse—. Es verdad lo que dicen: mejor no conozcas a tus héroes, porque te llevarás una decepción.

— ¿A dónde vas?

— Al reino. Quise ver si había en ti algo del trol que yo pensaba conocer, pero no, tan solo eres un fracaso de trol que es incapaz de hacer justicia a su nombre.

— ¿Qué? ¿Entonces tan solo has venido aquí para soltar toda esa mierda y luego irte con el rabo entre las piernas? —Kogler no dijo nada, tan solo siguió caminando, y eso solo irritó más al salvaje—. De acuerdo, vete, corre, pero nunca podrás huir de la realidad. Algún día te darás cuenta de que no existe un trol como el que tú te imaginas. Ni lo soy yo ni lo eres tú. Algún día te darás cuenta de la realidad, y te acordarás de mis palabras. ¿Me oíste? —gritó.

Kogler ya había desaparecido entre los árboles, y la oscuridad ya había consumido por completo su figura. Pronto Globgor se dio cuenta de que volvía a estar solo. Tras unos minutos de pie, se dejó caer al suelo, sentado, mirando las llamas. La furia seguía ardiendo en su interior, pero esta estaba mesclada con algo de melancolía y un toque de decepción.

Miró el trozo de carne que Kogler había dejado en su lado y no pudo evitar escuchar las palabras "débil y patético" en su mente.

Lleno de rabia se puso de pie y con sus garras arañó el árbol que tenía a su espalda, dejándolo violentos cortes mientras gritaba de la rabia, llenando la noche con rugidos de frustración.

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Y decían que los brutos no tienen sentimientos... sentimientos de brutos, pero sentimientos al fin y al cabo.

Sí te gustó el capítulo escríbeme un comentario, el que sea, sin importar que estés leyendo esto después de uno o dos años de su publicación, pues me encantar leer a mis lectores.

Gracias por el apoyo, y nos vemos en la próxima ocasión.

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