Capítulo 41: El enemigo hace dos años

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Que la intención sea buena no significa que el resultado también lo sea.

— Anónimo

Los dos se prepararon para el viaje. En una situación normal usarían cascos, como aquella vez en Mewni, cuando la fiesta de Star, pero era evidente que si se caían de Nachos un casco no los salvaría, por lo que optaron por ir más cómodos.

Cargaron algunos víveres en las alforjas de la retaguardia del dragón, pues necesitarían algo con lo que alimentarse durante el viaje. Además de que también llevarían algo de dinero, pues habrían de aprovechar el viaje y quedarse un par de días en alguna posada. Y, por último, algo de ropa de recambio.

Una vez listos, salieron con destino a la biblioteca Borquel.

Eclipsa se sentó primera en la motocicleta, tomando con confianza los cuernos del ciclodragón. Giró la cabeza hacia la izquierda y miró a Marco con gesto expectante.

— Sube —indicó acompañado de un gesto con la cabeza.

Por la expresión de su rostro, se veía que aún no estaba del todo cómodo yendo en la parte trasera del asiento. Aunque no tenía sentido alargar el momento, pues no cambiaría nada. Suspiró resignado y se sentó, aún con cierta duda.

— Sujétate. —El muchacho obedeció y colocó ambas manos en la cintura de la mujer. Eclipsa pudo sentir la delicadeza con la cual Marco palpaba su abdomen, y le hizo gracia—. Marco, si me sujetas de la misma forma que sujetarías a una princesa acabarás cayéndote. Sujétate bien.

— De acuerdo —respondió tras un breve silencio.

Al final el tipo rodeó la cintura de la mujer y se aferró con firmeza, apoyando su pecho en la espalda de la mujer. Fue inevitable que al hombre le subiese el rubor al rostro.

Por su parte, Eclipsa, pese a aun estar superando su situación con Globgor, no pudo evitar sentirse contenta al sentir a Marco tan cerca de ella. Una parte de ella le decía que no pusiera en marcha el motor y se quedasen más tiempo de aquella forma. Pero no se sentía del todo bien haciendo algo así, pues, en el fondo, temía utilizar a Marco por despecho, y no quería eso.

Esos sentimientos de calidez no perduraron mucho, pues en el momento en el que Eclipsa arrancó, la adrenalina se apoderó de ella y la hizo acelerar más para disfrutar de la sensación de velocidad. En cuanto a Marco, este se aferró con mayor firmeza al torso de la mujer, solo que este ya no se sentía avergonzado, sino que rezaba a todos los dioses que había conocido a lo largo de su vida para salir ileso de aquella situación.

Llegaron antes del mediodía, pues la velocidad a la que iban hizo que el tiempo de viaje estimado fuera inferior al que pensaban. Eclipsa frenó con un derrape, y respiró con pesadez, denotando una marcada sonrisa en su rostro. El viento la había despeinado, y ahora tenía los cabellos erizados, como si estos fuesen unos arbustos. Ella notó que, pese a haberse detenido, el tipo aún seguía sujeta a él.

— Marco, ya hemos llegado, puede soltarme si quieres —dijo, sonriendo y mirando hacia atrás.

Halló con sorpresa al tipo congelado en un estado de alerta. Su rostro se mostraba, si cabía, más lívido de lo que ya de por sí era.

— Marco, ¿estás bien? —preguntó con cierta preocupación.

— No puedo creerlo, estamos vivos —susurraba para sí, mirando a la nada—. Mi abuela tenía razón, rezar sirve. No volveré a dudar de la religión. De ahora en adelante llevaré un rosario.

Tras un rato la mujer consiguió calmar al humano, y finalmente pudieron ir hacia la biblioteca. En aquel sitio vieron a un montón de criaturas de todas las razas, o al menos de la gran mayoría. Varios de los transeúntes miraban con cierto asombro al humano, pues su aspecto recordaba al de un cadáver andante. Hasta cuando entraron a la biblioteca varios de los presentes, quienes parecían a estar enfrascados en profundas lecturas, despegaban los ojos de los libros para observarlo. Eclipsa no se había percatado de ello, pues ya parecía estar acostumbrada a la apariencia del tipo.

El bibliotecario los recibió con cortesía. Se trataba de un semibestia búho, tan antiguo como varios de los libros de las estanterías. Su barba le llegaba hasta las rodillas, y se ocultaba tras el mostrador. Movía el pico con parsimonia y hablaba en voz baja, denotando su respeto por las reglas del lugar.

Eclipsa le hizo un par de preguntas rápidas mientras Marco se deleitaba con la extensión del lugar. No era más grande que la biblioteca de la academia Ledge, ni su arquitectura resultaba ser tan pulcra como la de esta, pero tenía un encanto diferente. Las estanterías estaban hechas con madera de roble y se alzaban hasta cinco o seis metros. Desde allí podía ver que había más plantas, pues los pisos de arriba eran las que secciones con barandillas para evitar que nadie se cayera. Por lo menos, debía de haber allí unas siete u ocho plantas.

Un empujoncito debajo del mentón le cerró la boca al tipo, pues del asombro la había dejado abierta. Miró al responsable y halló a Eclipsa sonriendo.

— Tengo un papel con las secciones en donde podemos buscar los libros que necesitamos —dijo esta, mostrando una hoja con varios apuntes—. Vamos, hay que ponernos a estudiar.

El tipo asintió y siguió a la mujer. Esta parecía moverse con soltura por los pasillos formados por las estanterías. Alguna vez tenía que alzar la mirada para ver la sección y comprobaba el papel, luego seguía caminando.

Al principio tomaba alrededor de unos diez libros, los cuales parecía que guardaban relación entre sí. Y a medida que ambos leían, apuntaban cosas en unos cuadernos personales que habían preparado con anterioridad. Después de leer varios libros, Eclipsa volvía con el bibliotecario y solicitaba una nueva tanda para buscar.

Ambos se pasaban casi todo el día sentados en aquellas sillas de madera que resultaban ser bastante cómodas pese a las horas que se sentaban en ellas. Solo paraban para comer, ir al baño y dormir, aunque en alguna ocasión Marco sugirió estirar un poco las piernas.

— Ah. Necesitaba salir un rato —dijo Eclipsa saliendo de la biblioteca y estirándose hasta escuchar un leve crujido. Al oírlo, el tipo y ella intercambiaron una mirada de sorpresa, luego ella sonrió con cierta pena—. Creo que me estoy haciendo mayor.

— Disimulas muy bien los más de trescientos años de edad —señaló en este.

— Gracias, y tú —tenía la boca abierta a punto de decir algo. Su intención era corresponder el cumplido del tipo, pero, al fijarse en su aspecto carente de vitalidad, al menos en apariencia, no supo que decir— eres más vivaz de lo que uno se esperaría —sonrió con cierta inseguridad, intentando aplacar la incomodidad que ella misma se había generado.

Este se rio, notando la incomodidad de la mujer.

— Bueno, ahora se me da de maravilla hacer el muerto —bromeó con la intención de restarle importancia al tema, pero la mujer no se veía menos incómoda que antes—. ¿Damos un paseo?

Esta asintió, y ambos siguieron el camino empedrado que transitaban los habitantes y turistas. A sus lados: edificios hechos de piedra lisa y madera. Alguno de ellos locales tales como herrerías, sastrerías, carnicerías, almacenes y bares.

Intentaba evitar las zonas centrales, pues en estas se juntaban todos los mercaderes, los músicos y las grandes aglomeraciones de personas. Si bien buscaban huir por un rato de las respiraciones opacas, los cambios de páginas y los rechinidos de las sillas de la biblioteca, no buscaban un escándalo. Tan sólo querían deambular sin rumbo fijo con la intención de charlar.

Pese a sus intenciones, era inevitable no escuchar los pasos marcados de la gente, las conversaciones casuales de algunos, las risas y gritos provenientes de las tabernas y el eco de la música que ya se estaba quedando lejana par ambos.

Pese a las distracciones, Eclipsa no parecía menos apenada que antes. Marco la miró de reojo y luego volvió al frente.

— Oye, no tienes que preocuparte por mi aspecto. Sé que a lo mejor no lo parece, pero estoy bien —aseguró este.

Era difícil no preocuparse teniendo en cuenta que algo tendría que haber hecho para terminar así. De vez en cuando miraba el torso desnudo del muchacho, y no podía evitar reparar en lo marcado que tenía los músculos. No es como si no se hubiera fijado antes, pues desde que había vuelto hacia lo posible por no admirar al tipo de vez en cuando. Lo cual era difícil, ya que siempre vestía con aquellos pantalones de cuero azabache y la piel de jabalí en la espalda, dejando expuesta toda su parte delantera.

Al menos así fue al principio, cuando Eclipsa miró mejor, se fijó en varias de las cicatrices que tenía: un en el pecho, otra en la espalda y una de costado. No se veían graves, ni profundas, ya que estás había cerrado bien en la piel del tipo, y no resaltaban a menos que uno las mirase, pero eso no las quitaba de su sitio, cosa que era lo que en verdad le importaba a la mujer.

— Lo sé. Sé que no debería preocuparme por ti. Pero cuando te veo no puedo evitar fijarme en tu cuerpo. En tus heridas —pronunció con cierta resignación—. Hasta ahora no te lo he preguntado en serio por ello, pero la verdad es que quiero saberlo. ¿Qué le hiciste a tu cuerpo, Marco? ¿Por qué lo hiciste?

El humano siguió caminando por un momento sin decir nada, sopesando cuáles serían sus palabras.

— Cuando Hekapoo me llevó con ella tras ir a verte me escapé y hui a su dimensión. Allí busqué una forma de liberarte mientras sobreviví a los peligros del lugar y mejoraba mi pericia con la magia oscura. Tenía mi cuerpo de adulto, así que cuando regresé volví a mi aspecto de adolescente. Sabía que no podría hacer frente a todos los peligros que podrían presentarse en el castillo con ese cuerpo, así que decidí utilizar la magia oscura en un proceso de mutación para hacer que mi cuerpo creciera —se miró las manos—. Y funcionó. No sólo crecí, sino que mi fuerza y resistencia también crecieron más de lo que esperaba. Me canso menos y los golpes no duelen tanto. Fue todo un acierto.

— Una mutación como esa no debe ser instantánea, o indolora. Tu cuerpo lo evidencia. Una palidez casi mortis y una decoloración similar tanto en ojos como en cabello, eso no es sólo porque sí, es producto de un dolor constante e insoportable. Producto de un estrés extremo propiciado por el sufrimiento.

A la vez que Eclipsa soltó aquellas palabras, Marco se giró a su izquierda se vio por un momento reflejado en un espejo. Recordó como su cerebro le pidió un y mil veces que desistiera. Pero no se lo permitió. Desafió a la razón y a la cordura con el objetivo de salvar a Eclipsa. Por ello soportaría semejante sufrimiento. Y, tal vez, en parte, porque pensaba que ese era un castigo merecido por lo ocurrido con los daskins y los jazirs.

— Valió la pena. A decir verdad, me pareció un precio pequeño a pagar para obtener las herramientas para salvarte.

Hubo un silencio corto y pesado.

— Perdiste tu oportunidad de ser adolescente.

— Ya viví mi adolescencia, dos veces. No me arrepiento de ello.

— También dejaste atrás a tus amigos —dijo con pesar, pues no le resultó sencillo—. Es probable que no puedas volver a juntarte con ellos.

— Bueno, yo no soy la única persona que lo dejó todo atrás —desvió los ojos hacia ella—. Tú dejaste atrás toda tu vida. Toda. Y no tuviste oportunidad de negarte. Yo, en cambio, decidí hacerlo. Te volviste alguien muy importante para mí, y dejarte morir por los crímenes que te atribuyeron no me pareció justo —la miró a los ojos, y ambos detuvieron su paso—. Merecías vivir, merecías ser feliz. No negaré que duele dejar a mis amigos atrás, pero más me habría dolido dejar que te mataran.

Ella dibujó una media sonrisa y miró hacia un lado, reflexiva. Le recordó a aquella vez en su celda, cuando el joven Marco apareció y le prometió rescatarla. Aquella vez temió por él, pero también sintió esperanza en aquella promesa.

— Sí. Recuerdo aquel día en la celda, cuando viniste a verme. Pensé que sería la última vez que nos veríamos. Pero, cuando regresaste aquella noche, pensé que no podía ser menos que un milagro —alzó la mirada—. Hiciste mucho por mí desde entonces. Me rescataste, me ayudaste a salvar a Globgor, me acogiste en tu reino y también me ayudaste a ser aceptada.

Marco sonrió.

— Bueno, ya te lo dije, tú también me ayudaste mucho en su momento, así que no me importó hacer todas esas cosas por ti. Después de todo, eres alguien importante para mí —dijo con firmeza, intentando que el rubor en sus mejillas no desprestigiase sus palabras.

Sí, Eclipsa sabía que Marco sentía algo por ella, y que desde que escaparon ella no le había dicho nada al respecto. A decir verdad, tal y como estaban las cosas, no consideraba oportuno hablar de ello ahora. Lo haría en algún momento, estaba segura de ello, pero, por el ahora, se conformaba con las cosas tal y como estaban.

— Tú también eres importante para mí —sonrió esta.

— Y, pese a que me gusta que me adules, hay una cosa de las que mencionaste en las que en verdad no te ayudé —Eclipsa respondió con un rostro confundido, así que Marco procedió a explicar—. En el concierto, cuando usaste tu faceta metalera. Eso no fue idea mía. Fue Globgor quién me dijo que te lo comentara.

Al oír eso, Eclipsa se mostró totalmente sorprendida. Después de todo lo ocurrido, y pese al "trato" que habían hecho en aquella comida, no se habría esperado una ayuda altruista por parte del trol. Le hizo pensar que, quizá Globgor estuviese perdiendo esa rabia que le demostró cuando rompieron la relación.

— No me lo habría esperado, si he de ser sincera.

Se notaba que aquello había hecho pensar a la mujer, y que por eso ahora se mostraba un tanto melancólica.

— Oye, hasta ahora yo también había evitado preguntarte al respecto. Pero —hizo una pausa— ¿qué fue lo que pasó entre tú y Globgor? Es decir, me imagino que ustedes —quiso decirlo sin ser brusco— se distanciaron. Pero no sé por qué —ella posó los ojos sobre los suyos—. No tienes que contarme si no quieres —alzó ambas manos y las colocó delante.

Alguno de los transeúntes casi los choca, y ambos se percataron de que seguían parados en el medio del camino.

— Sigamos caminando —sugirió Eclipsa—. Te hablaré de ello.

El humano asintió y ambos continuaron con el paseo.

— ¿Recuerdas el día que ganaste el torneo, y que justo después yo me fui? —Marco respondió con un sonido de afirmación—. Pues, fui a ver a Globgor —explicó lo ocurrido en la cueva de los trols médicos, y cómo aquello le rompió el corazón—. Y entonces tú me encontraste en la noche.

Marco se quedó en silencio. Se sintió helado por un momento.

— Entonces, fue por celos —comentó con cierto deje de lamentación. Ahora que lo había oído, Marco no podía evitar pensar que había propiciado la separación del trol y de la mujer.

— Más o menos. Pero, por favor, Marco no quiero escucharte decir que eres culpable de ello —respondió, adivinando los pensamientos del humano.

— Pero, es verdad.

— No me importa. Ya te has martirizado bastante. Además, yo soy la principal responsable de ello, nadie más.

Las palabras y el significado que traían consigo flotaron en el aire por unos segundos antes de que Marco respondiera.

— De acuerdo. Pero, ¿cómo estás tú al respecto? Sé que te fuiste al bosque luego de aquello, imagino que para despejar un poco la mente mientras estabas con Ankir y Arnol. Y ahora tuviste que volver a ver a Globgor.

— Sí, el bosque —repitió, repasando lo ocurrido allí. Tenía recuerdos frescos acerca de aquel sitio, después de todo, había sido tan solo hace unas pocas semanas que había vuelto—. La estadía con ellos me ayudó a despejar la mente, pero, por las noches, las pesadillas me invadían —explicó, tal vez con demasiado detalle, como la imagen de Globgor la atormentó cada noche, y cómo la hizo sentirse en la más profunda miseria—. Pero, al final, tuve el apoyo de alguien de mi pasado, y me ayudó a levantar cabeza y seguir a delante.

— Me alegra escuchar eso —respondió el humano, ofreciéndole una sonrisa.

— Sí, yo también. Cuando vi a Globgor —continuó con el resto del comentario— pensé que sería peor de lo que fue en realidad. Supongo que mi mente exageró un poco todo lo ocurrido.

— Tal vez, pero es normal. Fuiste rechazada por aquel monstruo que más querías, y no es fácil superar eso. Conozco el sentimiento, y por ello puedo decir que el tiempo ayuda a que se pase —le colocó una mano en el hombro y le apretó con afecto—, y una mano amiga también ayuda a que el tiempo sea más ameno.

La mujer sonrió con afecto.

— Gracias, Marco. Espero que esta mujer mayor no te moleste demasiado —comentó con gesto humilde y bromista.

— Para nada. Después de todo, tú me ayudaste a mí en mis momentos de melancolía —miró hacia el suelo—. Tan solo me hubiese gustado poder estar ahí para ti cuando sufriste todo esto.

— No te preocupes. A fin de cuentas, fui yo quien se fue al bosque —esta también bajó la mirada—. A mí me habría gustado estar ahí para ayudarte con todo esto del reino.

— Ni lo menciones. Tenías motivos para ausentarte. Lo importante es que ahora estamos juntos.

— Sí, tienes razón —sonrió esta, mirando hacia adelante otra vez—. Oye, tengo una idea. ¿Y si prometemos no martirizarnos por lo ocurrido y centrarnos en hacer lo mejor de aquí en adelante?

Marco respondió con una sonrisa.

— Me parecería maravilloso.

Sin que se dieran cuenta, llegaron hasta uno de los jardines del lugar. En el medio de este había un árbol de cerezos del cual caían pétalos rosados. Ambos se detuvieron y se quedaron mirando la escena por un momento. Hasta que Eclipsa inspiró profundo.

— Bueno, creo que es hora de volver a la biblioteca —soltó, echando todo el aire de los pulmones.

— Sí, aún hay mucho por investigar —convino este, y ambos dieron media vuelta.

Los estudios y las investigaciones continuaron por dos largas semanas hasta que llegó el momento de volver al reino. Salieron del lugar justo después de desayunar. En esta ocasión, fue Marco quien condujo, después de negarse rotundamente a que Eclipsa volviese a hacerlo.

Se detuvieron cuando sus estómagos así lo pidieron y luego continuaron hasta llegar al reino trol.

Aterrizaron en la entrada sin inconveniente alguno. Cuando Marco detuvo el motor se dio cuenta de que Eclipsa aún seguía rodeándole el abdomen.

— Eclipsa, ya llegamos —le recordó, pero esta no pareció reaccionar.

El tipo se giró hacia atrás y vio por el rabillo del ojo que la mujer se había dormido apoyada en la piel de jabalí de su espalda. Se veía tan tierna recostada sobre él. Incluso le pareció ver un hilillo de saliva cayéndole por el labio inferior. No quiso despertarla, pero tenía que hacerlo.

— Oye, Eclipsa —la sacudió un poco—, despierta. Ya hemos llegado.

La mujer arrugó la cara en un gesto de molestia y luego abrió los ojos mostrando nada más que dos finas rendijas. Sacudió la cabeza y luego abrió más los ojos, pero aún se mostraba desorientada. Miró a Marco con los ojos entrecerrados por la luz del sol.

— ¿Ya llegamos? —preguntó con voz suave y somnolienta.

— Sí, ya puedes bajarte.

Esta se desprendió del tipo y se bajó del ciclodragón de mala gana. Se estiró sin reparo y luego se cubrió un bostezo. Intentó quitarse el sueño de encima de la mejor forma posible. Mientras esta terminaba de desperezarse Marco dejaba a Nachos aparcado en un costado antes de volver junto a esta.

— Tienes un poco de saliva en el labio —le dijo de repente.

Esta se llevó los dedos al sitio indicado por el humano y cuando notó el líquido tibio y viscoso abrió los ojos de golpe. Se le enrojeció la cara de vergüenza y todo el sueño que había cargado consigo se esfumó en un instante. Aquello provocó que Marco se riera, y luego caminaron hacia la fortaleza.

A su paso, gran parte de los trols que los veían los saludaban: a Marco con cierto respeto y cercanía; y a Eclipsa con emoción y admiración.

Cuando llegaron a la entrada de la fortaleza los guardias los recibieron con alegría y afecto. Dentro Forkest los saludó como si estos fueran de su propia familia.

— Por fin están de regreso.

— Sí, es bueno volver —comentó Marco, mirando a todas partes—. ¿Y Globgor? —preguntó al no verlo por ningún lado.

— Por aquí. Síganme.

El trol los llevó hasta la parte de atrás de la entrada, en la sala tras el trono. Allí encontraron a Globgor con los brazos apoyados en una mesa. Sobre esta se encontraba una maqueta del reino. El salvaje reparó en la presencia de ambos al entrar, y se giró hacia ellos.

— Ya están aquí —comentó, volviendo su atención a la maqueta.

— Sí. ¿Qué es eso? —preguntó Eclipsa.

— Una maqueta representativa del reino trol. Esto de aquí —señaló a una zona pintada de negro— es el terreno que hemos perdido ante El Devorador.

— Se ve muy detallado —comentó Marco, acercándose para admirar los edificios pequeños hechos con madera y roca que componían todo el territorio.

— Le pedí a un artesano que lo haga. Pensé que podría servir de algo tener una vista clara del terreno.

— Yo creo que será de ayuda. Todo en el reino sigue en orden.

— No había nada de lo que esté pendiente más allá de los cultivos, la caza y los materiales. Sigue habiendo suficiente comida almacenada para cuando llegue el invierno. Y suficientes pieles para cubrir a aquellos que más las necesitan. Por lo demás, no hay nada relevante a destacar —informó como si ya estuviese preparado para dar ese tipo de detalles—. ¿Tuvieron resultados en la investigación?

Marco y Eclipsa se miraron el uno al otro y sonrieron con complicidad. El hombre carraspeó su garganta, listo para hablar.

— Señorita, ¿quiere usted hacer los honores? —invitó este con voz exagerada y gesto noble.

— Me place tomar su palabra, caballero. Será todo un honor relatar lo descubierto —respondió, también exagerando el gesto noble.

Globgor crispó el ceño en una expresión de desagrado e impaciencia.

— Tras muchas, muchas horas de investigación y quebraderos de cabeza, conseguimos averiguar quiénes eran esas tres mujeres que acompañaron a los osgos. O, más bien, a qué raza pertenecen —la mujer sacó una hoja enrollada de uno de los bolsillos de las mochilas de viaje, y lo desenrolló sobre la mesa. En este se vio la imagen dibujada de tres mujeres de aspecto horrible, cada una un poco más distinta que la anterior.

— ¿Qué son? —preguntó Forkest apareciendo entre ellos.

— Sagas —reveló ella, dejando que los presentes se familiarizasen con la palabra—. Estas son criaturas que nacieron de las más puras intenciones malvadas de la vida. Su único objetivo es crear dolor y sufrimiento, además de la búsqueda incansable de poder. Suelen ser solitarias, pero, de vez en cuando, tres de ellas se juntan para formar un aquelarre. Este mismo está compuesto por una saga de cada tipo: la saga marina —señaló a la que parecía tener escamas en la piel y cabellos compuestos por algas—. Como su nombre indica, esta es una criatura que suele habitar el agua, ya sea en lagos o mares. Tiene la capacidad de espantar a muchos con una sola mirada, permitiendo que solo los más valientes puedan resistir su hechizo horrendo. La segunda —llevó el dedo hasta la que mostraba el aspecto de una anciana de imagen repulsiva, ojos saltones y pelos tan enmarañados como las zarzas de los bosques—, la saga cetrina. Su piel y pelo son verdes, lo cual puede hacer que se la confunda con una dríade, pero la realidad es otra. Estas mujeres habitan los pantanos y engañan a los machos cambiando su apariencia para luego desgarrarlos. Y, por último —apuntó a la última mujer de la hoja, aquella con aspecto más decrépito, pero amenazante. Su pelo era similar al de la anterior, pero la diferenciaba más por llevarlo hacia atrás, con huesos varios atados a estos, como abalorios, y dos cuernos sobresaliendo del límite entre su pelo y la frente—, la saga nocturna. Esta, de piel azul oscuro o púrpura habitan en el inframundo —al pronunciar eso los dos trols se miraron con cierta sorpresa—. Posee las mismas habilidades que sus otras hermanas, y otras adicionales como el uso de la magia, poder volverse etérea y el control sobre las almas.

— ¿En serio? —preguntó Forkest, incrédulo.

— Hemos investigado mucho sobre ellos —comenzó Marco—. Leímos varios libros con criaturas que coincidieran con la descripción de estas mujeres. Luego buscamos libros específicos acerca de ellas. Y después testimonios de encuentros ocurridos en todo el territorio y más. Estamos bastante seguros de que son estas criaturas.

— Lo entiendo, y no dudo de su tiempo invertido —se defendió Forkest—, es solo que, por lo que ustedes dicen, estas mujeres parecen ser unas criaturas terribles. Sin embargo, no nos dieron muchos problemas cuando nos atacaron.

— Sí, y sin embargo hay una cosa negra engullendo todo el reino a paso de tortuga.

— En cualquiera de los casos —cortó Globgor, imponiendo su palabra—. Suponiendo que fueron ellas, ¿sabemos qué es esa cosa negra? Y lo que es más importante, ¿cómo nos deshacemos de ella?

Eclipsa sonrió con satisfacción.

— Es una maldición. Para ser más precisos, una de asimilación. Y como su nombre indica, se trata de una masa negra que busca apoderarse de todo aquello cuanto alcanza. Si bien parece inofensiva es mejor no tener contacto físico con la sustancia, o acabará por cubrirte por completo, limitando tus movimientos, debilitándote con cada intento por quitártela de encima y, al final, asfixiándote al introducirse en tu cuerpo.

Aquella descripción le produjo a Forkest un estremecimiento que le recorrió todo el cuerpo y le puso los pelos de punta.

— ¿Por qué esas mujeres estarían interesadas en nuestro reino? —preguntó el trol mientras se pasaba una y otra vez las manos por los brazos, buscando reducir su escalofrío.

— Tenemos la teoría de que debe haber en el reino trol alguna fuente de magia que las atraiga.

— Pero no la hay, llevo años en este sitio, y conozco muchas de las historias que se guardan aquí. He servido a muchos reyes, así que sé lo que digo.

Eclipsa bajó un momento la mirada y se fijó en la maqueta, queriendo encontrar en ella alguna respuesta lógica a aquella cuestión.

— Entonces no sé qué fue lo que motivó a las sagas a aliarse con los osgos para llegar hasta aquí.

— Eso no importa —dijo Globgor, impaciente—. Dijiste que habían encontrado una forma de deshacerse de esa maldición. ¿Cómo lo harán?

Eclipsa sonrió.

— Atacando al núcleo de la maldición y erradicándolo. Al eliminar el centro de su fuente de poder se provoca una irrupción en su continuidad, lo que a su vez provocará que el resto de la masa se desintegre poco a poco.

— ¿Y cuándo podrían eliminarlo? —preguntó con la seriedad que su fruncido ceño evidenciaba.

La mujer ensanchó su sonrisa.

— Esta tarde.

— ¿Esta tarde? —dijo casi sin poder creérselo.

— Así es —intervino el humano, colocando una mano en el hombro de Eclipsa—. Solo necesitamos saber cuál es el centro de la maldición y luego buscar un lugar desde el cual Eclipsa pueda utilizar su magia.

— Y si esta maqueta es una fiel imagen del reino, entonces el centro debe estar ubicado por aquí —señaló la mujer a una fuente cubierta de pintura negra.

— Y creo que esta torre de aquí puede ser un buen lugar de disparo —señaló Marco a un atorre no muy lejana a la fuente. Esta estaba cubierta por una buena cantidad de sustancia negra, pero aún mostraba partes perfectamente escalables, al menos, con las habilidades de Marco.

— ¿Qué estamos esperando, entonces? —inquirió Globgor—. Cuanto antes nos deshagamos de esa cosa, mejor. Un problema menos.

— Al menos déjanos comer un poco y descansar. A la tarde nos encargaremos de ello —dijo Marco.

— Sí, así me dará tiempo para hacer que se corra la voz y todo el reino trol se entere de ello. No habrá trol que no esté presente para ver cómo el rey Marco y Eclipsa, la mujer de voz estridente, eliminan al Devorador —dijo Forkest.

Marco estuvo a punto de levantar una mano y decirle que no hacía falta, pero era demasiado tarde, el trol ya se había ido de la sala debido al ímpetu que lo sobrepuso.

Globgor resopló resignado.

— Supongo que, si dos años no fueron suficientes para que esa cosa acabase con el reino, dos horas no harán la diferencia.

— Sí. O tres —añadió Marco.

— O cuatro —sumó Eclipsa.

— Solo avísenme cuando vayan a hacerlo. Mientras tanto me aseguraré de que los guardias se preparen en caso de que algo no salga bien —dijo este, saliendo de la habitación.

Hombre y mujer se quedaron solos, se miraron un momento y luego se encogieron de hombros.

Tal y como se había planeado, después de comer y de un merecido descanso, Marco y Eclipsa acudieron al lugar en donde llevarían a cabo el hechizo para deshacerse de la maldición.

Allí los esperaron una cantidad inmensa de trols, los cuales gritaban de la emoción al ver a ambos acercarse. Forkest no había decepcionado, pues hasta había trols asomando por las ventanas de los edificios, expectantes al desenlace de los acontecimientos.

En el límite de la masa de la maldición se encontraban los guardias trols a los que Globgor había preparado. Cada uno de ellos con un garrote en mano y una piedra plana como escudo en la otra.

Absolutamente todo el pueblo estaba allí. O al menos, eso parecía.

— Tenemos elenco —mencionó Marco al ver a todos mientras avanzaba hacia la torre—. Espero que no tengas miedo escénico.

La mujer sonrió elocuente.

— Marco, he cantado frente a todos en la arena. No creo que esto me asuste.

— De acuerdo. En ese caso —flexionó las piernas, transformó sus brazos y le dio la espalda a la mujer—, ¿estás lista para subir?

Esta mostró un rostro convencido y se subió a la espalda del tipo, aferrándose al cuello de este, como si fuese alguna clase de mochila.

— Subamos —dijo esta.

Marco comenzó a trepar por el muro usando las ventosas de sus manos. Lanzaba una mano hacia arriba, estirándose y abarcando más terreno. Luego subía y hacía lo mismo con la otra.

El ascenso fue rápido, y antes de que pudieran darse cuenta, ambos ya estaban arriba, en lo más alto de la torre. Eclipsa se bajó de la espalda del tipo y se aproximó al borde del edificio, justo del lado desde el cual se veía aquel punto céntrico de la sustancia oscura, y del cual habían hablado. Esta notó el peso de una mano en su hombro y se giró hacia el humano.

— Ya estamos aquí. Después de tanta investigación finalmente podremos deshacernos de esta maldición —dijo este mientras miraba hacia El Devorador. Luego se giró hacia la mujer—. ¿Estás lista?

— Al pasar cada página de cada uno de los libros que leí allí tenía presente la imagen de esta cosa desapareciendo —levantó sus manos y estas brillaron de forma intensa—. Estoy lista.

Marco asintió y luego se apartó un poco de la mujer. Esta extendió los brazos hacia los lados y cerró los ojos. Se concentró en generar energía mágica en sus manos, las cuales irradiaban cada vez más luz. Las mejillas también se le encendieron, y las picas en estas brillaron como el mismo sol. Un par de brazos extras salieron en ambos costados de la mujer, haciendo que esta tuviera seis en total, todos ellos con las mismas marcas de corrupción. La piel menguó en un tono lavanda. Dos antenas le salieron del cabello. Y, por último, un par de alas hermosas similares a los de una mariposa. Estas eran de un color más oscuro que el de su piel. Eran más claras en la parte que conectaba con la espalda de la mujer, y se oscurecían a medida que se acercaban al límite. El contorno de las mismas era de color negro, y varias manchas de picas negras estaban dispersos por los extremos de estas.

Aquella era la primera vez que Marco veía a la mujer en su forma de Butterfly. Suponía que tendría una, pues, tanto Moon como Star habían demostrado tenerla, así que no pensaba que Eclipsa fuese la excepción, por lo que no le extrañaba que la tuviese. Aun así, no pudo evitar quedarse maravillado al verla con ese aspecto.

Eclipsa abrió los ojos y los clavó en su objetivo. Los seis brazos se movieron de forma simultánea y apuntaron hacia el centro. La intensidad de la magia en estos llegó a un punto álgido, hasta que, al final, la mujer disparó el rayo de luz que acabaría con la maldición.

La magia impactó contra la negrura y comenzó a producir ondas similares a las que produce el agua cuando una piedra cae en ella. Eclipsa mantuvo la canalización hasta que la sustancia que limitaba con el rayo desapareció. Solo entonces se detuvo.

Allí donde el hechizo había caído no quedó más que un montón de tierra seca, pero sin rastro alguno de aquella cosa. El área era considerable, pues Eclipsa había eliminado toda la zona en un radio de diez metros.

Algo cansada, Eclipsa bajó los brazos y soltó un leve suspiro.

— ¿Estás bien? —preguntó Marco a su lado.

— Sí, es solo que hacía tiempo que no usaba esta forma. Falta de costumbre, supongo.

— Bueno, lo importante es que parece que lo conseguiste.

— Aparentemente sí, solo habrá que esperar a ver qué sucede en los próximos días. Si la masa se desintegra, entonces todo habrá sido un éxito.

Ambos miraron a la zona limpiada por la mujer, admirando por un momento el punto desde donde, en principio, empezaría a deshacerse la sustancia.

De pronto, un pequeño temblor hizo que los dos se tambalearan encima de la torre. Eclipsa se aferró a los brazos de Marco y este hizo lo mismo para mantener el equilibrio.

— ¿Qué fue eso?

— Mira —señaló la mujer al Devorador.

Con horror, Marco observó cómo la maldición menguaba y se retorcía como un especie de gelatina. Entonces, ante todo pronóstico, esta comenzó a expandirse. Los trols abajo se mostraron igual de asombrados que ellos, pero no pudieron permanecer quietos, pues la sustancia negra se les echaba encima. Todos salieron corriendo mientras los guardias hacían un esfuerzo inútil por detener a aquella cosa.

Los trols de los edificios, al ver el percal, bajaron a toda velocidad y se unieron a la multitud que huía despavorida.

— ¿Qué está pasando? —preguntó Marco, horrorizado.

— La maldición, debió de cambiar al entrar en contacto con mi magia. Eso significa dos cosas: que no era una maldición de asimilación, y que aquel no era el centro del cual provenía.

— Entonces, ¿cómo nos deshacemos de ella?

— Necesitaría realizar un hechizo que me ayudase a encontrar el punto del cual se genera la maldición, pero no tengo los elementos necesarios para hacerlo.

— ¿Y qué elementos...? —quiso preguntar, pero vio como la masa comenzaba a subir por las paredes de la torre, amenazando con llegar hasta ellos—. Lo hablaremos luego. Tenemos que salir de aquí.

Eclipsa batió las alas y despegó los pies del suelo, hasta colocarse sobre Marco.

— Sujétate —le dijo a este, tendiéndole los brazos.

El tipo se aferró bien con sus manos de monstruo, y con cierto esfuerzo, Eclipsa se lo llevó. Sobrevolaron por encima de los trols, y desde las alturas vieron todo el percal.

— Aún hay trols en algunos edificios, hay que avisarles —dijo Marco—. Déjame sobre aquel edificio —señaló con el rostro, y Eclipsa hizo caso.

En cuanto se bajó, Marco volvió a la normalidad uno de sus brazos y se llevó los dedos a la boca. Soltó un silbido fuerte, el cual fue respondido con un rugido estridente. Nachos aterrizó justo a su lado, y Marco no perdió nada de tiempo en subirse.

— Ve hacia aquel lado y avisa a todos que deben salir del reino. Que los trols salvajes intenten ayudar a aquellos que aún están en sus casas, ya que son los más rápidos. Diles que son órdenes mías. Yo iré por aquel lado —señaló hacia atrás.

— De acuerdo —asintió esta, seria.

— Nos reencontraremos luego de evacuar a todos —Marco volvió a transformar su brazo humano y luego hizo tomar vuelo a Nachos—. Suerte.

Ambos abandonaron el lugar y volaron en direcciones opuestas. Desde las alturas, Marco iba comunicándole a todos los trols que evacuasen el reino. Los de roca, al ser más lentos, tenían prioridad. Los salvajes tenían que ayudar a aquellos que aún no se habían enterado de la situación.

Al parecer, Globgor había pensado lo mismo. Pues estaba dirigiendo a los soldados para hacer cuanto ruido pudieran para llamar la atención. Mientras ellos se encargaban de eso, él se centraba en buscar a trols que estuviesen en la parte más crítica de la zona.

Afortunadamente, no había nadie, cosa que no era de extrañar después de todo el escándalo. Ya era bien sabido lo que ocurriría aquel día. Además, el rayo de Eclipsa había iluminado toda la ciudad. Era imposible que aquellos que estuviesen cerca no se dieran cuenta.

Más pronto que tarde los trols se reunieron en gran cantidad en un solo punto. Antes de acudir, Marco sobrevoló los edificios una vez más para estar seguro de que no faltaba nadie. Una vez comprobado esto, se reunió con todos y buscó a Eclipsa, cosa que no fue difícil, pues muchos la estaban rodeando.

— Oh no —dijo el tipo para sí.

Se acercó al lugar y pronto comenzó a oír los gritos: "Solo lo has empeorado", "Estábamos mejor antes" y "Devuélvenos nuestro reino". Guio a Nachos para que pasara por encima de la multitud y dio un salto, hasta caer justo delante de la mujer.

— ¿Qué ocurre aquí? —preguntó, serio.

— Por culpa de ella ahora esa cosa va a consumir el reino —respondió alguien de la multitud.

— Fui yo quien preparó esto y quién le dijo a Eclipsa que hiciera lo que hizo. Si alguien tiene la culpa de algo entonces ese soy yo —aseguró el humano.

Aquella reacción tan segura y decidida hizo que todos los trols guardasen silencio, pero eso no hizo que los rostros de todos se relajasen.

— La maldición no era de asimilación, sino otra, por eso el hechizo no funcionó —dijo esta con rostro afligido—. Lo siento. En verdad lo siento.

— Las disculpas no nos devolverán el reino.

— ¿Te harás responsable de esto?

Las acusaciones volvieron a surgir con aquellas palabras. No sería fácil acallar sus voces.

De pronto, de entre ellos, surgió un trol enorme, cuyo tamaño solo sirvió para salir de entre ellos, pues luego redujo su tamaño.

— Dejando de lado quien es o no el culpable, ¿puedes arreglar esto? —le preguntó Globgor a la mujer con expresión seria.

Eclipsa clavó los ojos en los del trol, muy segura de sí misma.

— Sí, sí que puedo. Pero necesito algo para hacerlo.

— Pues consíguelo cuanto antes, y vuelve para arreglar este desastre —dijo este, girándose para dirigirse al resto.

Antes de que lo hiciera, Marco tomó al trol del hombro, provocando que este se voltease.

— Oye —dijo el humano, y el trol lo miró a los ojos—. Gracias.

Globgor le dirigió una mirada severa.

— No te confundas —apartó el hombro para que lo soltase—. No hago esto por ella, o por ti. Lo hago por el pueblo. Estamos en una situación muy delicada como para perder tiempo discutiendo. Y tú cómo rey deberías tomar responsabilidad de lo ocurrido.

— Y eso pienso hacer. Sea lo que sea que Eclipsa necesite, no descansaré hasta que lo tenga. Entre tanto, te volveré a pedir que me ayudes liderando al reino.

— Descuida, no iba a abandonar a los míos. No otra vez —echó a andar hacia adelante y comenzó organizar a todos para moverse.

Mientras Globgor se ocupaba de ello, Marco centró su atención en la mujer detrás suyo. Podía ver en sus ojos la culpa con la que cargaba.

— ¿Estás bien? —preguntó, acercándose a ella.

— Sí —respondió en voz baja—. Marco, siento lo ocurrido.

— Tranquila —interrumpió para evitar que siguiera por ese camino—, esto no es algo fácil con lo que tratar. Pero lo solucionaremos —sonrió, gesto que animó un poco a la mujer—. Y dime, ¿qué necesitas para que podamos solucionar esto?

La expresión de la mujer se ensombreció de golpe.

— No te gustará saberlo.

— Pero es necesario. Cuéntame.

Eclipsa guardó silencio por unos segundos y luego suspiró sin perder la seriedad de su rostro.

— Necesito la varita.

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Vivimos en un ciclo continuo y repetitivo. Da igual quien muera o quien nazca, todo volverá al mismo lugar... la varita.

Nah, solo me pongo dramático, pero ahora en serio, recuerdo cuando en la serie todo el mundo buscaba la varita. Era entretenido. Hasta que la nación de los ships atacó...

Sí te gustó el capítulo escríbeme un comentario, el que sea, sin importar que estés leyendo esto después de uno o dos años de su publicación, pues me encantar leer a mis lectores.

Gracias por el apoyo, y nos vemos en la próxima ocasión.

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