Capítulo 5: Este es mi mundo

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De recuerdos estamos hechos y de recuerdos nos haremos, porque el futuro es un recuerdo que aún no ha sucedido.

— Anónimo

Star y los reyes se habían ido finalmente a sus vacaciones junto con la familia Lucitor, dejando el castillo a cargo de la Alta Comisión Mágica y de los guardias.

El día que todos se fueron fue imposible no enterarse. Marco estaba en la cama cuando escuchó un sonido peculiar, algo similar a un torrente de llamas incandescentes. Asomó la cabeza por la ventana y vio que en la entrada del castillo se había levantado una enorme columna de fuego, de la cual se mostró un carruaje bastante elegante y de porte victoriano con toques de rojo intenso. Los reyes salían por la puerta del castillo: Moon, vestida igual que siempre, pese a que se iba de vacaciones; River, armado con una lanza, pintura tribal y sin la parte de arriba de su traje, se veía muy feliz, y Marco creyó conveniente no pensar demasiado en el por qué. Detrás de ellos unos guardias traían las maletas para el viaje. Solo faltaba Star. Como si de pensarlo Marco hubiese hecho un llamado al cielo, de la ventana de la habitación de la chica se vio una explosión, y algo salió disparado de ella dejando tras de sí una estela de humo de colores fluorescentes que se desvaneció con lentitud. Una nube, o más bien Nubi, apareció justo al lado del carruaje, y aquello que había salido disparado de la ventana cayó encima de este. El humo se disipó lo suficiente para mostrar que se trataba de Star. Parecía estar lista y alegre.

— Star, ¿dónde está tu maleta? —pudo oír cómo le preguntaba Moon a su hija, a pesar de estar lejos de ellos.

La rubia alzó la varita y la hizo brillar, acto seguido una segunda explosión se produjo en su habitación, y algo más salió disparado de la misma forma que lo había hecho la chica. Nubi extendió un poco su cuerpo hacia un lado, y justo ahí cayó la maleta de Star.

— Vamos —dijo esta, emocionada, lanzándosela a uno de los guardias y provocando que este casi se cayera.

Y después de aquella exhibición de excentricismo, todos subieron al carruaje y se fueron de la misma forma que vinieron.

Dos semanas, pensaba Marco, dos semanas en las que mataría el tiempo estando junto a Eclipsa. Desde aquella travesía en los túneles secretos de las ratas, si es que seguían siendo secretos, el castaño le había tomado cariño a la mujer, y tan solo hacía menos de una semana que se conocían.

Después de aquello habían hecho más cosas juntos. Un día Eclipsa invitó a Marco a que intentase tararear con ella, y este quiso negarse de forma amable, pues le daba un poco de vergüenza, pese a ya haber cantado junto a Tom en medio de la calle, y también de haberse convertido en un símbolo de revolución y rebeldía para un grupo de princesas jóvenes. Pero, solo por ser Eclipsa quien estaba delante, prefería evitar desentonar por error. Mas la mujer, con su buen humor e insistencia, animó al chico a que lo hiciese, y acabó consiguiéndolo. Al principio, Marco no lo hacía muy bien, cuando trataba de tararear miraba en algún momento a Eclipsa, y no podía evitar reírse debido a la situación embarazosa. A ella le hizo gracia, y Marco solo se rio más. Pero, al final, pudo atreverse a hacerlo sin doblegar su temple, aunque cuando ella le sonreía este rompía su tarareo de forma momentánea para soltar un resoplido acompañado de una pequeña carcajada muda. En aquella ocasión gastaron todo el día en ello.

Otro día decidieron adentrarse en la cocina por la noche para preparar un plato juntos. Marco tuvo ganas de mostrarle a Eclipsa cómo preparar sus famosos nachos caseros. Fue necesario explicarle qué eran los nachos, y la frase clave fue "triángulos de maíz", cosa que, sin una explicación previa habría quedado muy raro e incomprensible. La cocina no era algo a lo que Eclipsa estuviese acostumbrada, pues, como a toda reina, siempre se le servía la comida que preparaban los cocineros reales. Así que fue Marco quien guio en esta ocasión. Le explicó los ingredientes que necesitaban y qué hacer con ellos, paso a paso. Y todo marchó bien al principio, pero, cuando ya solo quedaba degustar la comida, ocurrió un imprevisto: Star entró en la cocina. Curiosamente no había entrado dando una patada a la puerta, quizá porque estaba algo dormida. Fue derecho hacia el grifo para tomar un vaso y servirse un poco de agua. Pasó justo delante de Marco y Eclipsa con los ojos casi cerrados, y tan abstraída como había entrado, se había ido. Marco se había puesto nervioso en ese momento, y Eclipsa...

— Oye, están muy buenos —comentaba esta mientras masticaba uno de los que llevaba queso encima—. Por cierto, no te parece que Star estaba un poco dormida, ni nos notó aquí —dijo, despreocupada.

Tal parecía ser, que Marco había sido el único que se había puesto nervioso, y era normal, con la situación delicada en la que estaban, no sabía cómo se podrían tomar el hecho de que la antigua reina oscura estuviese amistando con él. Si ellos eran tan supersticiosos y exagerados como la gente pintaba a la mujer en los libros históricos, lo mejor sería mantener un perfil bajo.

— Eh, te vez muy callado, ¿por qué no comes uno? —ofreció esta, acercándole uno de los nachos.

Cierto era que quizá no sería bueno que se supiera que ambos estaban simpatizando, pero, si al menos se trataba de Star, entonces, quizás, no había nada de lo que preocuparse, teniendo en cuenta que ella creía que Eclipsa no era una mala persona. Así que el muchacho se calmó y aceptó con gusto el nacho que le ofreció Eclipsa.

Aquellas experiencias, pese a ser pocas, habían acercado más al muchacho a esta. Incluso a él le sorprendió la rapidez con la que se estaba encariñando con ella, pero, curiosamente, le parecía factible dada la personalidad de Eclipsa. Pensando en ello se dio cuenta de que esa personalidad la hacía alguien con quién a uno le resultaba fácil relacionarse, cosa que decía mucho de ella, pues daba a entender que siempre estaría dispuesta a conocer a cualquiera, sin ningún tipo de discriminación, siempre invitando a la otra persona al diálogo sano y agradable. O al menos esa era la sensación que tenía el muchacho, y la forma en la que la mujer lo había recibido la primera vez que se vieron solo reforzaba su pensamiento.

Ahora que los Star y los reyes ya no estaban, decidió volver a la torre para reencontrarse con la mujer. Ya se había hecho una ruta en el castillo para bajar lo más rápido posible al jardín sin perderse. Al menos hasta que encontrase una mejor.

Ya estaba frente a la torre. Como cualquier persona normal, podría haber ido por las escaleras, pero cuando Eclipsa no tarareaba, los guardias se mantenían despiertos, y el chico no quería ser descubierto. Así que, en los días anteriores descubrieron otro método para subir a la torre, uno que a Eclipsa no le hizo mucha gracia debido a su riesgo, pero que a Marco no le importaba. Junto a la torre, o más bien, pegado a sus muros, crecía una enorme enredadera, la cual estaba fuertemente arraigada a la pared, lo suficiente como para que Marco trepase por ella sin que hubiese peligro alguno.

Se dio a la tarea con pericia e inmediatez. Cuando se ubicó junto a la ventana de la torre se quedó quieto un momento.

— ¿Se puede? —preguntó a la espera de recibir una respuesta. Ambos habían acordado que, antes de entrar, Marco preguntaría si podía hacerlo, y así evitar que se produjesen situaciones incómodas, como aparecer cuando la mujer se estuviese vistiendo.

— Adelante —oyó del otro lado de la pared.

Esa fue la señal para entrar sin que hubiese contrariedad alguna. El chico se desplazó hacia la izquierda hasta apoyarse en el marco de la ventana y entrar.

— Buenos días.

— Buenos días, Marco —saludó esta, girándose un momento hacia él.

Eclipsa se encontraba sentada en un taburete mientras pintaba algo en un cuadro que tenía justo delante de ella. Por el momento no se parecía a nada a lo que Marco pudiese otorgarle similitud alguna con algo que conociese. Solo vio un poco de azul por aquí y por allá.

— ¿Qué pintas?

Ella sonrió.

— ¿Curioso? —preguntó girándose a él.

— Sí, es solo por saber.

— Bueno, pues si no te importa, prefiero que lo sepas una vez que esté terminado. Puedes unirte a mí y pintar algo también, si quieres. Hay otro taburete por ahí, y también hay más pinceles.

— Pues... supongo que no me matará sacar a relucir mi lado artístico —se quedó pensativo un momento—. Por cierto, ¿de donde sacaste los pinceles y las pinturas?

— Los pinceles los hice con cabello de rata y unas ramas. La pintura con algunos frutos del bosque, por eso no hay mucha variedad, pero con lo que tengo puedo hacer bastante.

— Wow, eres una mujer con recursos.

— Gracias, mi madre me enseñó a aprovechar todo lo que estuviese a mi disposición.

El chico sonrió y luego decidió tomar asiento y no interrumpir más a la mujer. Se situó delante de ella para no ver lo que pintaba, y de paso para que ella tampoco viese lo que pintaba él, pero no sabía qué pintar. La situación actual lo había tomado por total sorpresa. Quizá un autorretrato, como le habían enseñado en clase artística en el colegio. Solo necesitaba una foto suya, y para su suerte su celular tenía alguna que otra. Buscó la indicada y se dispuso a dar el primer trazo... pero se quedó a mitad de camino para que el pincel tocase el lienzo. Ya había hecho un autorretrato antes, quería hacer algo un poco diferente en esta ocasión, algo más... artístico. Tras pensar en muchas de las grandes obras artísticas que los pintores de la tierra habían realizado, decidió cómo haría su pintura.

El tiempo transcurrió sin que ninguno de los dos se diese cuenta. Ya era mediodía cuando Eclipsa le dio unos últimos toques a su obra y dejó su pincel en un vaso con agua oscura por los restos de pintura que se habían mezclado allí. Se estiró un poco llevando los brazos hacia arriba, mientras se tomaba de uno de ellos con el otro y suspiraba con satisfacción.

— Ya he acabado —anunció cantarina.

— Sí —respondió este mientras tenía la lengua afuera y la mirada entornada en un gesto de concentración—, yo —dio unos cuantos trazos hasta que se quedó observando el cuadro—, yo también.

Este también dejó el pincel a un lado y se levantó de su sitio para ver el cuadro de Eclipsa. Aunque en lo primero que se fijó fue en ella, que tenía pintura en la cara y en los guantes. A este se le inflaron las mejillas por la risa al verla.

— ¿Qué ocurre? —inquirió esta confundida, pero risueña al ver la expresión de Marco.

— Tu cara, está llena de manchas de pintura.

Esta se miró en un espejo que tenía en la mesita cerca de su cama y vio como tenía unas pocas manchas esparcidas por doquier. Algunas en su frente, otras en la mejilla, y una en el mentón.

— Ja, ja. Tienes razón, pero tú también tienes manchas de pintura, Marco.

— ¿En serio?

La mujer le dejó el espejo y este también comprobó cómo se había manchado en toda la parte derecha de la mandíbula.

— Ni cuenta me di.

Eclipsa ya había aprovechado a limpiarse con un pañuelo blanco que tenía por allí cerca. Y mientras Marco había bajado el espejo ella se le había acercado para limpiarle la mancha que este tenía.

— Ya está —dijo tras quitarle la mancha.

— No hacía falta —dijo Marco, un tanto apenado—. Por cierto, ¿qué dibujaste?

Esta solo señaló hacia el lienzo con la palma abierta. Marco giró la cabeza y observó aquello que la mujer había pintado. Se trataba de un barco enorme llegando a un puerto desde altamar acompañado de una puesta de sol. Había hecho mucho juego con las sombras y los reflejos en el agua. Hasta había dibujado las siluetas oscuras de algunos tripulantes del barco. Se notaba que el dibujo había sido hecho con cariño.

El muchacho se acercó más para admirar los pequeños detalles con los que había poblado el lienzo.

— Es genial —dijo con asombro.

— Gracias. Me inspiré en el trabajo de mi padre.

— ¿Tu padre estaba en un barco?

— Mi padre era el capitán de un barco —buscó en unos de sus cajones un pergamino enrollado y lo desenrolló mostrando en este la imagen de un hombre de mirada tranquila vestido de marinero, con una pipa y una frondosa barba blanca que no superaba su cuello—. Era él, Alphonse Butterfly.

— Se le ve de porte sereno.

— Sí, él era así. Alguien tranquilo, calmado y sereno. Mi madre me dijo que yo me parecía bastante a él, aunque heredé la energía y el espíritu indómito de ella.

— Se oye como un buen hombre.

— Sí... lo fue.

En la voz de Eclipsa a Marco le había parecido notar cierto aire de melancolía, quizá algún recuerdo doloroso, o quizá simplemente lo extrañaba. Fuera cual fuera el caso, no le gustaba al chico ver a Eclipsa así.

— Oye, Eclipsa, ¿quieres ver el mío? —animó este para distraer a la mujer.

— Oh, claro —dejó el pergamino de nuevo en su sitio y pasó a ver el cuadro del muchacho—. A ver qué has hecho...

Frente a Eclipsa se mostraba un cuadro que, por los colores y el aspecto, a primera vista parecía ser un autorretrato de Marco, sin embargo...

— Eres tú, ¿no?

— Sí.

— Se ve algo cuadrado, y lleno de figuras geométricas.

— Lo sé, he tomado como ejemplo a el cuadro que pintó Dalí, es de un estilo muy peculiar.

— Ah. ¿Y este Dalí es famoso?

— Bastante, ¿por?

— No, por nada. Es que los humanos me resultan peculiares, y sus gustos también.

— ¿Nunca has ido a la tierra?

— No.

De pronto a Marco se le encendió la bombilla de la idea.

— Entonces, ya sé lo que podemos hacer hoy... —fue interrumpido por un rugido proveniente de sus entrañas—. Después de comer.

Un par de horas más tarde Marco se encontraba en su habitación en el castillo, cuando alguien tocó la puerta. Este se acercó a la puerta y abrió para ver de quién se trataba, esperando que fuera ella. Sonrió.

— Pasa —invitó este con su mano.

— Con permiso —dijo Eclipsa al entrar. Observó todo cuanto había allí, pues nunca había visto la habitación de un chico adolescente —. Esta es la primera vez que veo tu habitación.

— Lo sé. Hogareña, ¿no?

— Sí... Pintoresca también.

— Tal vez es porque soy mexicano —dijo, riéndose—. Bueno, en cualquier caso, quise que vinieras aquí para poder ir a la tierra con un portal, así podrás verla por primera vez.

— Oh, suena interesante. ¿Y por qué un portal aquí? ¿Con tus tijeras lo podrías haber hecho en cualquier lado?

— Sí, pero Hekapoo puede detectar portales, ya me lo demostró una vez. No es raro que yo use portales, y menos si es para ir a la tierra y volver. Pero si estos son abiertos desde tu torre, entonces no creo que Hekapoo lo pase por alto como si fuese alguna casualidad o algo así.

Eclipsa meditó las palabras del muchacho, y comprendió los motivos de este.

— Tienes razón —sentenció—. Eres bastante astuto, Marco Díaz.

— Gracias, pero cuando tu vida depende de tu astucia a diario una acción como esta no es tan impresionante —dijo para restarle importancia mientras sacaba las tijeras de su bolsillo—. Bien, si ya estás lista, podemos partir.

Eclipsa llevaba consigo su sombrero y una sombrilla, además de su abrigo, todos ellos del mismo color: púrpura.

— Estoy lista, adelante.

El muchacho abrió un portal y ambos lo atravesaron, dejando la habitación vacía una vez más. Cuando ambos llegaron al otro lado, Marco se encontró nuevamente en su ciudad. Ambos estaban en el parque en donde la gente salía a pasear con sus perros, o con sus parejas. Al joven le trajo viejos recuerdos. Aspirar el aire del lugar, el cual era una mezcla de frescura, aroma canino y a comida. Inspiró hondo y luego suspiró con satisfacción.

— Estoy en casa.

Eclipsa, por su parte, sentía todo aquello como algo nuevo para ella. Veía algo parecido al jardín del castillo, pero era más grande, había más árboles y arbustos que flores, y bancos, muchos bancos. Gente paseando por caminos de piedra junto a otras personas, otras haciendo lo mismo, pero con algún perro amarrado a una especie de collar y una cuerda. También veía a niños pequeños jugando con una pelota. Palomas revoloteando por el lugar y parándose en fuentes, o bebederos que parecían estar hechos específicamente para ellas.

— ¿Qué te parece el lugar?

La mujer aun no era capaz de cambiar su expresión de estupefacción al ver todo aquello.

— Es... distinto. Toda la gente va de un lado a otro con calma, hablando los unos con los otros, como si no tuvieran que trabajar ni nada que se le pareciera.

— Eso es porque ya son más de las cinco de la tarde. Muchas personas terminan su horario laboral a esa hora. Y muchos suelen venir al parque a pasear. Ven, vamos a sentarnos en un banco —dijo este para llevarla a un sitio en donde reposar, pues ambos se encontraban, prácticamente en el medio de todo.

— ¡Cuidado! —dijo la voz de una chica que se acercaba con prisa.

Rápido, Marco se giró y vio la silueta de alguien acercándose en skateboard a gran velocidad. Sin pensarlo se puso delante de Eclipsa, cerró los ojos y se cubrió para detener el impacto, pero este nunca llegó a producirse.

— ¿Marco? —preguntó la voz de la chica que había frenado— ¿Eres tú?

Esta vez aquella voz le resultó familiar al muchacho. Bajó sus brazos y abrió los ojos. Frente a él se encontraba un rostro conocido.

— ¿Jackie?

— ¿Cómo estás? Hace semanas que no te veo por aquí.

— S-sí, es que yo... —le resultaba un poco incómodo encontrarse de repente con Jackie, ya que hacía menos de un mes que habían roto, y no esperaba encontrarse con ella. O, mejor dicho, no había caído en ello— me fui a vivir a Mewni por un tiempo.

— Es verdad —dijo esta, dejando caer el canto de su puño en la palma de su otra mano—. Creo que Ferguson y Alfonzo habían dicho algo. ¿Y qué tal te va ahí? ¿Qué tal está Star?

El chico no se podía creer la naturalidad y confianza con la que ella le hablaba. ¿De verdad habían pasado por la misma ruptura? Quizá Jackie era más madura de lo que él pensaba. Él, sin embargo, a pesar de ser un adulto con el cuerpo de un niño, no se sentía a gusto aún.

— Todo me va bien, es un sitio entretenido. Y, en cuanto a Star... —se pensó lo que iba a decir antes de hablar— digamos que ella está disfrutando de unas pequeñas vacaciones.

— Ah... ¿Y quién es ella? —señaló con la mirada a la mujer detrás de Marco.

Este se había olvidado por un momento que Tenía a Eclipsa a su espalda. Se sintió culpable de golpe al no presentarlas.

— Oh, lo siento —se apartó un poco para no estar en medio de ambas—. Jackie, ella es Eclipsa, es familiar de Star, la traje a la tierra para que conozca un poco cómo son las cosas por aquí.

— Ya veo. Encantada —respondió la rubia con una sonrisa.

— Eclipsa, ella es Jackie —presentó este invitando a la mujer a saludar a la chica señalando a esta con ambas manos.

— El placer es mío —respondió la mujer dando una ligera y sutil inclinación, lo que denotó sus refinados modales cultivados por la realeza—. Marco me habló de ti cuando me contaba cosas de la tierra.

— ¿Es en serio? —sonrió esta, pues el comentario le había hecho gracia. Le dedicó una mirada rápida al chico, quien no había dicho nada, pues, al parecer, se había quedado congelado por un momento al oír ese comentario—. ¿Y qué te dijo de mí?

La mujer sonrió con alegría, mas, tras su sonrisa, guardaba ciertas intenciones perversas, pues sabía que ante ella tenía una oportunidad de oro para hacer pasar vergüenza al muchacho. Giró la mirada hacia él, y este, al ya no estar siendo observado por Jackie, le hacía señas de negación a la peliverde, obviamente para evitar que esta hablase del tema. Lo cual provocó que ella sonriera aún más.

— Bueno, él me comentó que tú eras una de sus amigas, y la chica más genial de su escuela —no pudo evitar dirigir su mirada a los ojos del chico, los cuales parecían contener una profunda preocupación infantil.

Este esperó ver en el rostro de la chica algún gesto de burla, o alguna risa debido a lo embarazoso que eso resultaba.

— Aw, es eso cierto, Marco —dijo este mirando al muchacho.

Este solo se quedó mirándola sin saber que decir, como si se hubiera congelado.

— Un clásico de Díaz —exclamó dándole un golpecito en el hombro, no fue fuerte, aun así, el muchacho se llevó una mano al hombro—. Bueno, yo seguiré patinando, que unos amigos me esperan en el parque de skate. Que disfruten de su tarde —miró a Eclipsa—. Y espero que te guste la tierra.

— Gracias, creo que habrá cosas entretenidas para hacer aquí.

Jackie se fue tras saludar a ambos, dejándolos solos de nuevo. Todo había sucedido sin ton ni son, y Marco se había quedado allí, sin saber qué sacar en claro de esa situación. Al ver el comportamiento de la chica y el de Eclipsa creyó que ya era lo suficientemente adulto como para seguir preocupándose por la situación entre él y Jackie. No habían sido pareja por mucho tiempo, y si lo miraba bien, aquello había sido más bien un pequeño amor de instituto. Algo que aprendió cuando estuvo en la dimensión de Hekapoo, pero que no había asimilado hasta ahora.

Notó el codo de la mujer hincándole con sutileza.

— Ves como no estuvo tan mal.

— Sí —respondió sin más—, no lo estuvo —se quedó mirando a la chica alejarse hasta perderse entre la gente—. Aun así, comienzo a ver que al final si serás un poco malvada. No es la clase maldad que yo pensaba, pero está claro que la posees.

Eclipsa se tomó aquello como un halago y se rio llevándose una mano a los labios. Momentos después, ambos prosiguieron con su visita a la tierra. Marco se llevó a la mujer a pasear por el lugar y le enseño algunas de las cosas más comunes de la tierra, como su colegio, otros parques, y algunas estatuas emblemáticas.

Cuando pasaron por delante de un puesto de helados, Eclipsa se quedó mirando fijamente a este, hasta había dejado a Marco hablando solo.

— Y entonces el fundador tomó las riendas de su caballo cojo y se dirigió... —Marco se había percatado que la mujer a su lado había desaparecido. Miró hacia atrás para ver si simplemente había caminado demasiado rápido, pero se encontró con que esta se había detenido a ver un puesto de helados. Sonrió y sacudió la cabeza antes de acercarse a ella—. ¿Quieres uno?

— Sí —respondió con prontitud. Se percató de su poca falta de modales y se recompuso. Carraspeó su voz llevándose un puño a los labios—, quiero decir: eso sería muy considerado por tu parte.

Aquella reacción le hizo gracia a Marco, quien se acercó al puesto y pidió dos cucuruchos, uno con helado de chocolate y otro con helado de fresa. No le supuso un problema pagarlo, pues siempre podía contar con sus seiscientos cincuenta dólares mensuales. Le entregó el helado de chocolate a la mujer y luego comenzó a disfrutar del suyo.

Eclipsa debía confesar que no tenía mucha idea de cómo se comía aquella especie de bola, pero, por lo que Marco hacía, supuso que tenía que rascar un poco de esta con la cuchara que había enterrada en ella. Se llevó un poco a la boca, y el intenso y frio sabor del chocolate la invadió.

La reacción de la chica le indicó al muchacho que aquella era una buena señal.

— ¿Te gusta?

— Me encanta. En mis tiempos no había de estos.

— Pues en la tierra es algo muy común.

— Me encanta la tierra —decía mientras seguía degustando aquella bola helada de chocolate—. Ojalá hubiera de estos en Mewni.

Al muchacho le gustó ver que la mujer se lo estaba pasando bien. Así que siguieron caminando por un rato más. Cuando se les acabó el helado, se acercaron a un cesto de basura para tirar las servilletas que venían con cada cucurucho y las cucharas. Y detrás de el cesto de basura había un cine con varias películas en cartelera, cosa que a Eclipsa le llamó la atención.

— Marco, ¿qué es este lugar?

— Ah, esto es un cine. Aquí se proyectan películas.

— ¿Películas?

— A ver, ¿cómo te lo explico? —se quedó pensativo un momento—. Es como una obra de teatro, pero es como si la vieras en un espejo gigante. Como cuando los mewmanos se llaman a través de los espejos.

— Oh, ya veo.

— Sí. Pero este es el cine retro, aquí solo se proyectan películas que ya hasta se emiten por televisión, pero los precios son bastante baratos por ese motivo.

— ¿Y tú conoces esas películas?

— Bueno, algunas de ellas sí. Por ejemplo, esa de ahí es Larry Lotter, una película de niños que aprenden a utilizar magia en una escuela de magos —Eclipsa asentía atenta—. Esa de ahí es Krepúsculo, una saga de películas que trata de cómo un vampiro que brilla con la luz del sol y un hombre lobo sin camiseta se enamoran de una chica sin emociones.

Al oír esa descripción, Eclipsa se giró extrañada al muchacho.

— ¿En serio trata de eso? —el chico asintió—. Que cosa más rara... Pero si los vampiros no brillan. Ellos se queman con la luz del sol. ¿Por qué alguien...?

Adelantándose a la pregunta de ella, este solo se encogió de hombros, indicando su incomprensión. Eclipsa siguió extrañada, pero decidió mirar a otro cartel.

— ¿Y esa de ahí?

— Ah, esa es un clásico: Tytanic. Trata de la historia del hundimiento de uno de los barcos más grandes de toda la historia. Paralelamente relata la historia de una pareja que se conoció en el barco y vivió este suceso. La historia es bonita, pero también es algo triste.

Al oír eso, el semblante de Eclipsa perdió la alegría que normalmente mostraba, y se quedó mirando fijamente al cartel.

— Oh, ya veo —dijo sin muchos ánimos.

Era evidente que algo se le había pasado por la cabeza, para el chico humano no era complicado adivinarlo, aunque no hacía falta conocer mucho a Eclipsa para darse cuenta de ello.

— ¿Estás bien?

— Sí, es solo que me recordó a mi padre.

Nuevamente la mujer mencionaba a su padre. Antes el muchacho pensó que distraerla era una buena opción para hacer que se alegrara, pero, dada la situación, pensó que tal vez hacía falta hablar del tema.

— ¿Quieres hablar de ello?

— No, no es nada. Es solo que... Cuando era pequeña mi padre me contaba sus historias en altamar y todas ellas me parecían geniales. Un día me dijo que me llevaría en su barco a ver el mar y conocer lo grande e inmenso que era el mundo, pero en uno de sus viajes se perdió, o al menos eso es lo que nos dijeron —confesó con un suspiro pesado—. Nunca volvimos a saber nada de él. Y nunca pude conocer el mar del que tanto me hablaba. Solo pude ver cuadros de barcos y del agua —sacudió un momento la cabeza para recomponerse—. Pero bueno, no me hagas mucho caso, eso ya pasó hace mucho tiempo, además, ya hace mucho que me acostumbré a la ausencia de mis padres —dijo con una sonrisa que a Marco le pareció un tanto forzada.

El castaño sabía que ella no estaba bien, pero en base a su historia se le ocurrió algo que a lo mejor podría ayudarla.

— Oye, Eclipsa —abrió un portal allí en medio—, ven, tengo algo más que mostrarte.

No sabía de qué se trataba, pero la expresión de seguridad en el rostro del muchacho le dijo a esta que de seguro era algo bueno. Entró al portal aceptando la invitación del muchacho, y pasó primero. Justo al otro lado la recibieron los rayos ámbar del sol, los cuales la cegaron un poco. Sintió que el suelo que pisaba ya no era sólido, sino más bien... arenoso.

— ¿Puedes abrir los ojos?

Esta abrió los ojos muy despacio hasta que estos se acostumbraron a la luz. Frente a ella se mostraba una escena similar a la que había en el cuadro que había pintado. Un enorme mar azul que reflejaba los rayos ámbar del sol mientras este se ocultaba poco a poco en el horizonte y pintaba todo el lugar. El sonido de las olas llegando a la orilla hasta que morían a los pocos metros de chocar. Las aves que sobrevolaban el lugar y mostraba una silueta oscura debido al contraste de luces. Y el olor a frescor y sal embriagando su nariz. Era algo que Eclipsa no se esperaba, algo que la hizo pensar en su padre de forma inevitable.

— Ya que tu padre nunca pudo enseñarte el mar, pensé que al menos venir a la playa te gustaría. Este es un lugar bonito... —el chico calló de golpe cuando vio que Eclipsa estaba derramando unas pocas lágrimas—. E-Eclipsa, ¿estás bien? Yo solo quería...

— Marco —dijo esta mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas, más su voz se mantuvo serena—, es hermoso. Es muy hermoso —se giró hacia él y le dedicó una sonrisa melancólica, pero auténtica—. Gracias —se acercó al chico y le dio un abrazo como muestra de afecto—. En verdad, gracias. Significa mucho para mí.

Este se quedó un poco sorprendido al principio, pero al final sonrió y le devolvió el abrazo.

— No es nada, siempre estoy dispuesto a ayudar a mis amigos.

Eclipsa se separó un poco de él, sin quitar las manos de sus hombros, y lo miró con una sonrisa juguetona. Este respondió con una expresión de confusión, aun así, no quitó la sonrisa que tenía.

— ¿Qué?

— Acabas de decir que me consideras tu amiga.

— Bueno, lo que yo quería decir realmente... —quiso intentar parecer menos cursi, pero no parecía conseguirlo.

— Yo también te considero un amigo.

Ambos se miraron con confianza y sonrieron llenos de alegría.

En ese momento, Eclipsa se centró un poco en el cosquilleo que tenía en sus mejillas, las cuales habían hecho contacto con el cuello y oreja del muchacho. Recordó que ya había sentido algo extraño cuando había tocado la mano de Marco en los túneles de las ratas, y había estado pensando en el significado de ello. Ahora parecía que por fin había comprendido lo que era.

— Oye, Marco, hay algo en ti, algo que me resulta familiar. Es como si tuvieras una pequeña parte de mí.

Aquellas palabras al chico le resultaron algo extrañas, y por el contexto de la situación incluso le pareció embarazoso. Parecía el diálogo de alguna telenovela barata. Y normalmente esos diálogos eran los que utilizaban las parejas, cosa que solo empeoró la situación que en un momento parecía agradable.

— ¿Qué quieres decir con eso? —dijo sintiendo el rubor en sus mejillas.

— ¿Acaso tú has leído mi capítulo de hechizos?

Con que se trataba de eso. Saber que se había confundido alivió al muchacho, mas ahora se mostraba nuevamente confundido, solo que por razones distintas.

— Sí, lo he leído... ¿Cómo lo sabes?

— Puedo notar algo de magia oscura en tu interior.

— Ah, eso —miró a otro lado intentando recordar aquel día—. Sí, me dejé llevar por todo aquello del poder y esas cosas, pero Star dijo que al cabo de un rato me calmé. Bueno, y algo de que Glossaryck tuvo que darme un manotazo en la cara o algo así, pero no recuerdo muy bien lo que pasó.

— Mmm, entiendo. El caso es que eso pareció despertar ciertas dotes mágicas en ti.

— ¿En serio? —dijo un poco confundido.

— Sí. Es más, si quieres, puedo ayudarte a entrar en contacto con esas dotes y dominarlas.

— ¿¡En serio!? —dijo, esta vez emocionado.

— Sí. La magia es como un músculo, si la usas, más fuerte se hace. Pero al principio es como una semilla que tienes que cultivar para que germine y crezca.

— No lo sabía —aprender magia, algo que nunca se le había pasado por la cabeza al muchacho, pero que tenía que admitir que sonaba bastante tentador—. Pues si no te importa, sí, me gustaría que me enseñaras magia.

— Je, je. Perfecto. Si quieres, podemos volver a casa y comenzar hoy mismo.

— ¿En serio? En ese caso... —recordó el motivo por el cual había traído a la mujer a la playa, y consideró que bien podría empezar a estudiar la magia el próximo día. Después de todo, Star, tenían tiempo de sobra—. No, ya lo veremos mañana. Por ahora podemos quedarnos un rato más en la playa.

Eclipsa comprendió que lo hacía por ella, así que sonrió y se separó del todo de este.

— De acuerdo. En ese caso, disfrutemos de lo que queda de la puesta de sol.

— Me parece bien —concordó el chico.

Ambos se sentaron en la arena a ver cómo los últimos rayos del atardecer desaparecían hasta dejar todo a oscuras. El próximo día prometía traer aventuras consigo, tal vez no aquellas que se cuentan en los libros de fantasía, pero sí que sería una aventura para el joven Marco.


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Comentarios del escritor:

Todo iba bien piola entre el chavón mexicano y la mina extravagante, pero, pero, pero... en ese momento Estrellita entró por la puerta de la cocina. Sin embargo, la muy pelutuda no se dio cuenta de que ahí había alguien más.

— No, ¡pará! —la mina rubia giró la cabeza a donde estaba el chavón mexicano—. ¿Marcos, qué hace acá? ¿Vos no viste la hora que es?

— Ah, ¿qué? Hmmm, no. ¿Qué hora es?

— Boludo, son la dos de la madrugada, andá a dormir.

— Ah, sí. Mirá vos, ni cuenta me dí. Pasa que yo tenía hambre y me vine a hacer unos triagulitos de maíz.

Hmmm, Marcos, mirá como te mira Estrellita. Para mí que no te cree un carajo.

— No, en serio, boluda. Me agarró alto hambre cuando estaba en la cama.

Pero Estrellita seguía sin creerse una mierda. Lo que no sabía Estrellita, era que la Eliana estaba escondida debajo de la mesa.

— ¿Y vos qué haces acá? —le preguntó Marcos recontra cagado de los nervios que tenía.

— Y no, yo ando acá porque me agarró sed —la rubia se acerco al mueble para agarrar un vaso y después ponerle un poco de agua de la canilla—. Bueno, che, te dejo que mañana me tengo que levantar temprano para salir con Tomás y mi familia de vacaciones.

— Bueno, dale, nos vemos, Estrellita.

— Dale, Marcos, nos vemos —y la minita estuvo apunto de irse, pero, pero, pero, en el último momento, y justo antes de salir por la puerta, se giró de golpe—. Ah, y, por cierto, Marcos, no andés jodiendo mucho a estas horas, porque si no mi vieja va a venir y... —y ahí fue cuando Estrellita vio a Eliana debajo de la mesa—. ¿Qué carajos está haciendo Eliana debajo de la mesa? ¿Y por qué está con vos?

Marcos le quiso contestar, pero dada la situación se dio cuenta de que no tenía ninguna escapatoria.

— Ya está, cagué fuego.

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Buenas, peña, querido lectores. Ya nos volvemos a ver, otra vez. Me gusta volver a traerles un poco más de marclipsa. Como siempre, es un placer poder compartir tiempo con ustedes.

Sí te gustó el capítulo deja un like, o mejor aún, escribe un comentario, el que sea, sin importar que estés leyendo esto después de uno o dos años de su publicación, siempre me alegra leer los comentarios de mis lectores.

Gracias por el apoyo, y nos vemos en la próxima ocasión.

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