༺ doce ༻

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──Por la Luna, ¿qué has hecho esta vez? ──susurré con cuidado de no alzar la voz pese a la impresión de verlo así.

Agust me miró desde allí y sonrió de esa forma habitualmente sarcástica suya mientras se desvanecía.

──Estoy perfectamente gracias por preocuparte ──susurró con la voz débil.

──Agust estás sangrando ──farfullé mientras caía de rodillas a su lado.

Mis piernas temblaban demasiado como para ponerme de pie, lo único que pude hacer era comprobar si tenía fiebre, que por suerte resultó ser negativo.

──Jiming tranquilo, sólo es una herida de espada, ayúdame a coserla ──susurró.

Su mano buscó la mía y por algún motivo no dudé en dársela con fuerza y acariciar su piel con el pulgar.

Las imágenes de mi padre en sus últimos días volvieron a mi mente en ese instante y de pronto no era Agust a quien socorría sino el hombre que me dio la vida, mi familia, a quien no pude salvar y a quien vi morir lentamente entre mis brazos.

──Beta, hey, mírame ──murmuró Agust, devolviéndome a la realidad con un toque en mi mejilla──. Tienes que ayudarme o moriré desangrado, por favor, sólo sigue mis instrucciones lo más deprisa que puedas ──farfulló.

A pesar de que todo mi cuerpo temblaba y me sentía congelado, de algún modo pude asentir sin voz. No dejaría que nadie más muriese en mis brazos.

──Necesito que busques un maletín pequeño bajo tu cama, todos los soldados lo tienen, ¿de acuerdo? ──indicó debilitado.

Sin poder articular palabra volví a asentir. Poco a poco solté su mano que había aferrado como un salvavidas y gateé a duras penas hasta la cama, buscando bajo el somier aquel maletín de emergencias con el escudo del ejército grabado.

──Bien, trae la vela sin apagarla. ──Señaló el pequeño candelabro en la mesita de noche.

Con una mano temblorosa le hice caso y llevé hasta él lo pedido.

──Tranquilo, todo irá bien ──balbuceó.

Era irónico que yo debía ser consolado cuando era él quien estaba sangrando, pero en ese momento su grave voz era lo único que me frenaba de ponerme a llorar o desmayarme.

──Busca una aguja e hilo en el maletín, por favor ──susurró con un leve temblor en la voz.

Podía ver el inicio de sudores fríos en su cuerpo, lo que era una mala señal, pero me di prisa y aunque apenas podía sostener nada en mis agitadas manos logré abrir el maletín y buscar lo que decía.

──Necesito que desinfectes el material en el fuego, ¿sabes...? ──murmuró.

Su voz se desvanecía por momentos así que me di prisa en pasar la aguja y parte del hilo por la pequeña llama de la vela. Después me di un golpe en la cara para obligarme a mantenerme alerta y buscar la herida.

Al desabrochar su hanbok el aliento se me paró en la garganta, pero seguí apartando prendas hasta que vi su torso desnudo. Me habría fijado en lo trabajado que estaba, pero no era la prioridad.

──Déjame hacerlo ──susurró──. Sostén mi cuerpo sentado, sólo eso.

Asentí de nuevo, pero realmente mi cabeza estaba a kilómetros de distancia de allí aún cuando lo agarré de las axilas y prácticamente lo senté en mi regazo y mantuve su cabeza apoyada en mi pecho.

En todo momento aparté la mirada, porque si veía aquello vomitaría. No quería pensar qué haría en el campo de batalla, rodeado de sangre y heridos. O cuando tuviese que matar a un soldado enemigo con mis propias manos. Una cosa había sido apuntar a una diana o cortar un árbol, pero una persona era muy distinto.

──Eh, ¿estás bien? ──susurró Agust.

Cuando bajé la mirada me percaté de que había terminado de coser la herida, así que volví a dejarlo en el suelo para dejarlo descansar y también guardar todo aquello que eran claras evidencias.

──S-sí, claro ──mentí, luchando contra la imagen de mi padre perdiendo la vida a través de su mirada──. ¿Te duele mucho?

Hice a un lado el maletín y apague la vela para evitar levantar sospechas con la luz. Mientras me acostumbraba a la oscuridad, me tumbé a su lado, mareado.

──Se me pasará, al menos he dejado de sangrar ──balbuceó──. ¿Puedo dormir aquí?

──Claro ──dije sin pensarlo.

Conforme más me adaptaba a la oscuridad, más tranquilidad ganaba. Agust estaba a salvo, nadie moriría esa noche, me recordé, pero de todas formas sentía inquietud por todo mi cuerpo.

──¿Qué ha pasado? ──susurré entonces, acercándome para mantener la confidencialidad.

Agust giró el rostro, aún tumbado boca arriba, rozando mi nariz con la suya consecuentemente. Estábamos bastante cerca, pero de ese modo me cercionaba de que seguía respirando, así que no me molestó.

──Unos guardias del norte me vieron y me siguieron por la frontera, uno de ellos me alcanzó pero conseguí librarme de ambos al llegar al bosque ──explicó con sus ojos cerrados.

No quise forzarlo a decir más, debía descansar así que guardé silencio tras ello, observando y escuchando cómo su respiración se realentizaba. Entonces me puse en pie e hice acopio de fuerzas para levantarlo a pulso en mis brazos y llevarlo hasta la cama. Por desgracia en el proceso se despertó un poco.

──No te vayas ──musitó adormilado, buscando mi mano──. Abrázame, tengo frío.

Sin decir nada más me tumbé a su lado en la cama, posteriormente pasando las sábanas por encima de ambos. Dejé pasar esa petición por esa noche porque estaba herido y no parecía en sus cabales, pero creí verlo sonreír ladeadamente cuando me abracé a él.

Su cuerpo era sorprendentemente tan cálido que escondí por inercia mi rostro en su pecho, como cuando era cachorro y buscaba el refugio de papá. Pero en aquella ocasión no había cariño familiar, solamente era preocupación y la angustia de no saber si volvería a ver esos ojos traviesos, su sonrisa torcida o a escuchar sus comentarios impertinentes. Y a pesar de ello, la calma ganó la lucha contra la angustia y me quedé dormido poco a poco.

Cuando desperté al sonido de las trompetas, Agust no estaba conmigo en la tienda, en su lugar abrazaba las sábanas con ese olor a bosque. Habían leves manchas de sangre, pero nada que no pudiese disimular en caso de otra revisión.

Con un gran bostezo me peiné y me coloqué el uniforme para presentarme delante de la tienda. Mientras el general Kim comprobaba que todos estaban presentes, me puse a pensar dónde estaría Agust. Quizá se hospedaba en la tienda del rey, o cerca, y había vuelto allí. En ese caso debía hablar con él.

Pero primero tocaba desayunar o me desmayaría.

──Parece que has visto a un muerto ──bromeó Hoseok conforme me acercaba a él.

Su rostro radiante me hizo sonreír como un espejo, era prácticamente imposible no contagiarse de su optimismo.

──He dormido fatal ──murmuré.

──Recupera energías con el desayuno o te ganaré en todos los duelos ──canturreó alegre.

Casi las mismas personas de siempre nos reunimos en su tienda, que por algún motivo era un pelín más grande que el resto, a excepción de los generales.

Nuestra porción de ese día consistía en arroz con pequeños trozos de carne y después galletas, así que me guardé dos trozos de costillas en un pañuelo.

──¿Guardas comida para después? ──susurró Hoseok a mi lado.

──Algo así ──respondí inmediatamente, intentando no levantar sospechas──. A veces me quedo con hambre.

Él no añadió nada más, así que nos quedamos escuchando a uno de los soldados cuyo nombre desconocía, pero parecía cercano a Kim.

──... es enorme, pero bloqueé el fuego con mi escudo y le hice un corte en el cuello con mi espada. ──Celebró.

En la tienda se extendió un murmullo al que no presté atención, porque de pensar que podía referirse a Red mis músculos se tensaron inconscientemente.

──¿Al dragón del rey? ──murmuré con la vista en el arroz, intentado parecer calmado.

──¡Sí! ──respondió el soldado──. ¿Quieren verlo?, ese monstruo me respeta.

──El miedo no es respeto ──repliqué entre dientes.

Sin embargo nadie me escuchó, todos esos alfas tenían las feromonas demasiado subidas como prestar atención a un beta, lo único que querían era humillar a Red.

──¡Vamos a verlo! ──gritaron algunos.

Mi mandíbula cayó de la sorpresa. No dejaría que nadie hiciese daño a ese dragón, me había encariñado demasiado en tan sólo dos noches. Pero nadie me escucharía, así que lo mejor que podía hacer era tomar mi caballo y seguir al resto para vigilarlos.

Cuando llegamos al claro bajé del corcel. Había conseguido ganar un poco de velocidad a caballo, por lo que fui de los primeros en llegar. Aquel soldado alfa desenfundó su espada y se acercó al dragón empuñando el escudo por delante.

──No es buena idea ──murmuré.

Hoseok llegó tras de mí y se colocó a mi lado con una de las expresiones más serias que le había visto nunca.

──Esto no me gusta ──susurró cerca de mí.

Le dirigí una mirada preocupada, pero presté atención a los movimientos del otro soldado desde los arbustos. No quería que ni siquiera se acercasen, pero si lo impedía podrían volverse contra mí.

──Y ahora mirad ──exclamó el soldado empuñando la espada──. A estos monstruos sólo se les puede enseñar su lugar de una forma.

Al verlo acercarse con una mirada amenazadora en sus ojos, sentí un impulso y desenfundé mi propia espada.

──¿Qué haces? ──murmuró Hoseok, tomando mi muñeca.

──Déjame ir, sé lo que hago ──susurré.

Él, no muy convencido, dejó ir mi mano y mis pies se pusieron en marcha casi por instinto, corriendo hasta el soldado para pararme frente a él, apuntándole con el arma. Red se agitó detrás de mí, pero por el momento no pareció tener intenciones de escupir fuego.

──Apártate, Park ──masculló el soldado entre dientes.

──No ──espeté──. Apártate tú de él.

Vi por encima de su hombro al resto acercarse un poco, lo que agitó más a Red.

──¡Atrás todos! ──grité en dirección al círculo, mientras retrocedía sobre mis pies, sabiendo que el dragón no me haría nada.

El general Kim avanzó con su caballo, poniendo la mirada en el soldado y yo.

──No quiero disputas, caballeros ──gritó.

El otro alfa gruñó por encima de su voz, lo que me alertó y llevó a frenar su espada con la mía. Red rugió detrás nuestro, pero solamente se movía inquieto dentro de la jaula.

──No me obligues a hacerte daño, beta ──gruñó el soldado.

Casi se me escapó una risa mientras empujaba su espada y le sentaba de una patada en el estómago. Con mi arma sostuve su mentón, orgulloso de mí mismo.

──Aléjate y no te heriré ──mascullé entre dientes.

──¡Basta!

Al escuchar el grito alcé la mirada, viendo a los guardias con sus espadas desenfundadas y al resto atentos a nuestros movimientos. De entre los árboles surgieron unas cuantas figuras, entre ellas el rey, cuya voz había escuchado.

Al ver mi atención sobre el monarca, el soldado alcanzó su arma a centímetros de distancia de su mano y pudo desarmarme de un golpe. Lo siguiente que sentí fue el filo de la espada cortando limpiamente mi pómulo.

──¡He dicho basta, soldado Choi! ──gritó de nuevo el rey.

Pero él se mantuvo amenazante, con sus fríos ojos puestos en mí como dos cuchillos dispuestos a matarme.

De reojo vi la figura del monarca acercarse a caballo con su propia espada y realizar un corte seco en la mano de Choi, interponiéndose entre él y yo.

──Si hay algo que odio son las disputas entre soldados del mismo bando ──masculló tras un gruñido que me obligó a apartar la mirada──. Fuera, y no me haga repetirlo esta vez.

Mientras Choi realizaba una reverencia hasta el suelo como disculpas, aproveché para darme la vuelta y correr hasta Red, que se acercó por los barrotes hasta mí.

──Estoy aquí, pequeño ──susurré mientras acariciaba su cabeza tras ser ofrecida sumisamente── no dejaré que te hagan daño.

Red cerró sus ojos mientras le mimaba. Ni siquiera presté atención al rey o al resto de soldados y guardias, solamente quería calmar al dragón.

──Vuelvan a sus tiendas ──ordenó el monarca en un grito.

Red se asustó un poco, moviendo su larga cola en la jaula, pero no atacó.

──Soldado Park ──murmuró el rey, bajando del caballo al fin──. ¿Se encuentra bien?

Le lancé una mirada de reojo, sin consentir a dejar de acariciar a Red. Este se mantuvo atento al intruso, pero calmado por mi presencia.

──Sólo es un corte ──respondí.

El rey enfundó su espada antes de observar mi rostro y después al dragón casi con fascinación.

──Lo sé, no me refería a eso ──susurró, dando un paso en mi dirección.

Red se alteró con un bufido pero me encargué de calmarlo con caricias y palabras suaves.

──No se tiene que preocupar por mí ──mascullé malhumorado.

──Me preocupo por todos mis soldados ──contraatacó él de inmediato, casi ofendido.

Me esforcé por contener mi carácter pero no pude evitar rodar los ojos.

──Eso no es cierto, en las semanas que llevo aquí jamás le vi hablar o siquiera mirar a los de mi escuadrón ──repliqué con un deje irónico en mi sonrisa.

El alfa entrecerró sus ojos y guardó las manos tras la espalda. Sin los guardias o Hwarangs a su lado parecía más indefenso y cercano, así que no me importó mi tono.

──Debería estar agradecido conmigo. ──Bufó con una sonrisa sorprendida──. Ordenaré que no se acerquen a usted o al dragón.

Esa vez reí un poco, incrédulo y ofendido.

──Se llama Red ──mascullé. El animal bufó como si estuviese de acuerdo──. Y no necesitamos su protección, majestad, aunque quizá sus feromonas de alfa no le dejen entenderlo.

Él dejó una pausa y cuando creí que finalmente se marcharía como el resto, se acercó hasta quedar a centímetros de mí y juré percibir aroma a naranja de su aliento.

Sabía que ese comentario había sido demasisdo, pero no me arrepentía. Incluso me habría gustado tener a mi lobo para dejarle saber que un omega lo había humillado de esa forma.

──No sé qué tiene contra mí, pero le sugiero que lo deje a un lado hasta que salga del ejército ──amenazó.

En ese momento dejé de acariciar a Red para encararlo y mostrarle que no me daba miedo, acercándome sin siquiera importarme que nuestras narices rozasen.

──¿Lo ve?, no le importa su gente, solamente el control que tiene sobre ellos ──susurré sin apartar la vista de sus iris──. Sólo quiere protegerme para ganar la guerra y hacerse con el norte, del mismo modo que no le importa arriesgar la vida de Agust para ello o discriminar socialmente a los omegas durante años para tener un país aparentemente poderoso. ──Bufé.

Él estudió mi rostro, desde mis ojos hasta mis labios al hablar, como si buscase algo, pero no tenía dudas o titubeos al escupir aquello que había guardado toda mi vida.

Con la respiración agitada de pensar en los posibles castigos por mi sinceridad, esperé a una respuesta que no llegaba. El rey pareció acercar su rostro, pero terminó por alejarlo más.

──No sabe nada sobre mí ──susurró al final.

──Sé lo que usted decide mostrar al mundo, y es muy esclarecedor ──repliqué.

Después de otra larga pausa, en la que se dedicó a mirarme, carraspeó.

──Si tanto me odia podría matarme aquí mismo ──comentó con cierto sarcasmo.

Esbocé una sonrisa desganada mientras sacaba de mi cinturón los trozos de carne del desayuno envueltos en un pañuelo, para dárselos a Red. Él sacó su lenguaje bífida y se tragó la comida como siempre.

Después de acariciarlo me despedí de él con un beso en su nariz, entonces recogí del suelo mi espada y la enfundé.

──Podría ──respondí finalmente al rey, que me había observado todo ese tiempo──. Pero soy mejor persona que usted.

Caminé por su lado hasta chocar nuestros hombros, en dirección a mi caballo. No miré atrás, no me importaba su reacción, solamente llegué a mi corcel y me subí para volver a mi tienda, trotando en medio del bosque sin prisa, disfrutando del aroma a naturaleza y la suave brisa de otoño para calmarme.

Estaba harto de tratar con aquel tipo de alfas, fuese quién fuese.

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