Capítulo 17

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Los copos de nieve tiñen en su aterrizaje la superficie que tocan, creando una suave capa blanca que se vuelve cada vez más espesa, convirtiéndose en un abrazo helado. Dentro de ese paisaje, un cálido abrazo encierra el cuerpo de un chico delante de la lápida del difunto mejor amigo de este. Las lágrimas que caen por el rostro de Lincoln pierden la calidez al mezclarse con la tumba de Clyde, teñida de blanco. Pasando los minutos, donde el silencio se vuelve perpetuo hasta que el joven albino lo rompe en algunas preguntas, donde la respuesta es dicha por su hermana con voz insegura, hablando sin soltar el afectuoso gesto que le brinda calor.


El par de hermanos salen del terreno donde descansan los difuntos, caminando por la fría acera sin separarse, siguiendo un ritmo semejante a la ligera caída de los copos. No hablan, no rompen el silencio, pasando por personas ajenas al duelo de Lincoln, escuchando como ellos hablan sobre la pronta Navidad, tan cercana que el día de mañana comienza tal festividad. Por las casas que dejan detrás están decoradas con luces de colores que intercalan, muñecos de nieve grandes con abrigo y rostro, las abrazadoras risas ignoran la tristeza que brindan el arrollador frío de afuera.

—¿Qué harás? En casa, con las demás —pregunta Lucy con duda de haber lanzado esa incógnita, pensando desde hace tiempo al reconocer como Lincoln recordó lo que ayer decidió guardar en un baúl, a beneficio de este para perdurar su felicidad. Lucy observa de reojo el perfil de su hermano, quien no parece querer levantar la mirada, ocultando de manera parcial el rojizo tono que se formó en los párpados.

—No sé —la respuesta de Lincoln es tardada, escuchada tan baja que parece la voz de Lucy, monótona careciendo de vida.

Los pasos se vuelven los únicos ruidos que hacen el par, callando la voz al ser innecesario. Aunque Lucy desea ser una fuente de apoyo, el habla para ella no es su fuerte, sin saber el cómo reconfortar un alma en pena de esa manera. A causa de esto, los dedos cálidos de la niña agarran la mano helada de su hermano, quien aferra el agarre al instante.

El recorrido se vuelve instantáneo, ignorando el entorno al repasar en cada cajón de su memoria, la mente del albino se organiza y coloca cada pieza del rompecabezas. Todos los hilos conectados dejan de ser el enfoque de Lincoln al ver delante suyo. La esquina de su casa, donde no logra descifrar el tiempo que pasó afuera, ¿treinta minutos?, ¿quince, o una hora? Posiblemente lo último, no lo sabe con certeza. Una presión en su mano obliga a dejar el reino de su mente.

—Yo estoy contigo, Lincoln. Como antes, cuando pasó eso —la voz de Lucy alivia el cuerpo de Lincoln, sonriendo aunque sea poco notable la línea curvada en el rostro de la niña.

—Sí —responde el albino, soltando una risa ahogada de la alegría que le da la escena que tiene delante suyo, inusual como única. Lincoln exhala e inhala unos segundos para que el peso que siente, se disuelva y suelte sus músculos congelados—. Gracias, Lucy.

Compartiendo una sonrisa entre los dos hermanos, avanzan en la acera que en toda su vida han caminado, donde en los años se han familiarizado tanto que, la sensación de extrañeza que les surge ahora es sorprendente, lo sienten ajeno y nuevo. Deteniendo el pasar cuando se encuentran delante de la puerta, es pasajero cuando la mano de Lincoln baja la perilla congelada y dar el primer paso en el interior del hogar. Aunque, la definición de la palabra ya no es adecuada para él, no le brinda el calor que hoy a la mañana, sin conocimiento de su estado, se sentía tan cómodo y abrazante.

Acompañado con su hermana detrás suyo, Lincoln entra con pasos lentos pero concisos, como si tuviera trampas en el piso de la casa, inspeccionando la sala que, observa dos cabelleras en el sofá. Una castaña y otra rubia, Lori y Lynn, dan vuelta la cabeza al escuchar el ruido de los pasos, arrugando el rostro de la sorpresa que les da verlo otra vez. Lori se levanta con rapidez, seguida de Lynn quien se queda a espaldas de la mayor. El semblante de la rubia no deja la pizca de culpa que le da ver el rostro envuelto en gaza de su hermano, pero la sonrisa en ella no se le borra, alzando los brazos como si estuviera apunto de abrazar a Lincoln al tenerlo cerca.

Pero el abrazo no se logra completar, alejando una de las manos por un repentino golpe de Lincoln, borrando la sonrisa ingenua de Lori, distinguiendo un sorprendente giro inesperado en la mirada del albino. Lo recordó, es la afirmación que pasa por la mente de Lori, mojando la esperanza de poder construir la oportunidad de redimirse.

—No te atrevas a tomarme, Lori —ordena el albino sin mostrar culpa de haber golpeado la mano de la hermana mayor, manifestando en ese ataque la ira que muestran los ojos de él.

Detrás de Lori, Lynn se acerca a la escena tentada de tener cercanía con Lincoln, observando con el ceño erguido de desconcierto. Atrae la mirada fulminante de su hermano, notando como los nudillos de él se vuelven blancos de tanta presión que ejerce. La niña gótica decide no entrometerse, se mantiene delante de la puerta cerrada, observando con los lentes puestos como se forma la tensión en el aire, hilando en una pesada manta irrompible.

—Lin, te lo podemos explicar —habla la hermana aficionada al deporte, nombrando el apodo que años atrás ella lo bautizo al albino. La rudeza se vuelve flácida en el cuerpo de Lynn, al igual que con su voz. Los labios de la niña se quedan separados, buscando las palabras que listas para salir se desarman en el interior de Lynn. Perdiendo contra la voz de Lincoln.

—¡No, Lynn! Podían haberme preguntado a mí, como Luan lo hizo. ¡¿Por qué creyeron lo que dijo Lola?! NUNCA, tocaría a alguien de esa manera, son mis hermanas, ¿en serio creyeron que era capaz de abusar de alguien? —entre la rabia que es soltada cada palabra que pronuncia Lincoln, derramando consigo lágrimas que fluyen con el mismo sentimiento. Los brazos de Lincoln se niegan ante el intento de Lori de otro abrazo, disparando una mirada fija en ella, quien solo se dispone a largar lágrimas de los ojos.

El silencio es la única respuesta de las dos Loud, mirando el suelo con vergüenza entre el sermón que Lincoln pronuncia con pena. Sintiendo eso tras descubrir que, lo dicho por Lucy es cierto. Ninguna de las dos chicas niega eso, reafirmando otra vez lo que con temor no quería saber. En la tensión del aire, Lincoln suelta un suspiro suave de inconformidad, observando otra vez los ojos de Lori y Lynn, compartiendo líneas rojas debajo de los ojos que, tenían desde antes.

—Son mis hermanas —dice el joven albino, consiguiendo que Lori vea el rostro de él, agrietando aun más la herida en ella, cargando la mayor culpa al ser la mayor. La decepción en los ojos de Lincoln es difícil de describir para Lori, que están fijos en ella, rechazando la figura que tiene en frente de él, de su hermana—, es… es increíble.

Es la última oración que dice antes de subir con fervor las escaleras, dejando atrás a sus hermanas que, aun deseando el hecho de correr detrás de él y explicarse, la duda de cómo lo harían, se enredan en las piernas de ellas. Lucy mira la melancolía que se forma en los corazones de sus hermanas, mirando el suelo con vergüenza, rencor, impotencia, son los únicos colores que se pintan en el cuerpo de ellas. La niña gótica sigue el recorrido de su hermano en subir las escaleras, sin antes dejar un último mensaje.

—Rompieron a la familia —la voz es seca, llena de razón. Llegan esas palabras a Lori como a Lynn, de la misma manera, como un flechazo con la punta bañada en azufre.

Las piernas de Lincoln corretean hasta terminar en el primer piso, mirando cada escalón que sube, sin prestar atención lo que tiene delante. Hasta que, la pequeña figura que al lado suyo se forma, atrae los ojos azules del muchacho. Endureciendo la manera de dedicar la mirada, guardando las palabras que desea escupir, suelta un chasquido proveniente de su lengua. Le resta la importancia de las heridas que tiene el rostro de Lola, aun cuando las dos mejillas estan tornadas por un color magenta notable, casi como si estuvieran por dejar escapar sangre.

Sin decir nada, sin importarle la mirada de presa que tiene en el rostro la niña, mostrando un temblor en la diminuta mandíbula de ella, Lincoln vuelve a ponerse en marcha. Cerrando la puerta de su habitación detrás suyo, no le importa el examinar nada, deja caer el cuerpo de él en la cama. A los segundos, un suspiro se escapa, ignorando el ardor que siente en la mejilla lástima chocando con la tela. La dolencia que le provoca en la cabeza el reorganizar los recuerdos sueltos, no es el motivo de que las lágrimas sean liberadas, sino las cuchillas que sienten perforando el corazón, los numerosos puñales que no esperaba algún día vivirlo.

Garantizando el hecho de haberse esmerado en el ser la mejor versión de él como hermano, sentía que nunca sucedería una traición a la imagen de él, que eso lo protegería de cada insulto que viaje dentro de las paredes. Y aún así, recibiendo carencia de apoyo por todo lo que estaba arrastrando por un tiempo, confiando en un único hombro que lo ayudo a llorar, recibe siete puñales a espaldas de él.

Una última caída de lágrima despide a la visión de Lincoln, quien cerrando los ojos se sumerge en el caos que se convirtió su mente.

—•—


La noche llega enfriando todavía más a los árboles, obligando que los habitantes del pequeño pueblo de Royal Woods se resguarden en sus hogares, incluso si esas paredes no le dan el calor que buscan. Dentro de la cocina donde la madre de los once niños Loud, ella se encuentra preparándose para comenzar a hacer la gran cena, tarea que está acostumbrada a realizar, lo que se nota en la poca coordinación al desenvolverse.

En busca de ayudar, detrás de la mujer rubia llega la salvación de ella, o al menos, un par de manos inexpertas que le facilitará la tarea.

—¿Te ayudo? —se ofrece Lucy, preguntando con duda en la monótona voz de la niña. Se acerca hasta la mesada, poniendo las dos menos encima del frío aluminio, sabiendo la respuesta.

—Sí, hija, te lo agradecería mucho —responde con cierto asombro al principio, pero la gratitud que siente se muestra en el rostro de Rita. La sonrisa de la madre es regalada a su hija, primera de las chicas que recibe tal gesto, a causa de que ella no es participe del conflicto que carcome a la familia—. Primero lávate las manos.

Siguiendo la instrucción de la madre, Lucy se higieniza antes de seguir otras ordenes, cumpliendo el rol de una ayudante de cocina, comenzando a pelar la piel de unas papas, sin antes haberlas lavado con agua. Al lado de la niña, Rita corta en cubos la verdura. Aprovechando la privacidad en la cocina, sin nadie en la cercanía, encontrándose todas sus hermanas en sus cuartos, como también Lincoln, Lucy suspira antes de abordarse a hablar.

—El campamento no sirvió tanto como esperaba —relata Lucy, obteniendo un ruido de sorpresa por parte de su madre, quien la observa sin parar de realizar su tarea.

—¿En serio? Quizá cambió después de tanto tiempo, me acuerdo que cuando salí, me sentía capaz de poder escribir una trilogía completa de tanta inspiración. Después eso se esfumo al estar tan feliz del embarazo de Lincoln—responde la madre, sonriendo con añoro, recordando ese momento que le llenó el cuerpo de felicidad tan jovial—. ¿Te parecen muchas papas?

—Creo que son pocas, aunque no sé si vamos a comer mucho, al menos hoy. No tire las cartas, pero intuyo eso —la respuesta de Lucy amarga el rostro de Rita, mientras la gótica observa como la mano de la madre está indecisa si agarrar otra papa y cortarla, ella no deja pasar ningún segundo perderse—. Mamá, ¿conoces a algún Dick, que trabaje en ese campamento… por casualidad?

—¿Dick?... Dick… ¿Sigue trabajando en el campamento? —pregunta Rita soltando el cuchillo por un momento, observando con sorpresa lo que dice su hija, buscando la respuesta en el monótono rostro de ella. Lucy solo asiente, causando un suspiro en Rita, levantando las cejas ante lo inesperado que le parece—. Es increíble, creí que abandonaría ese lugar, o al menos acabar despedido.

—¿Lo conoces? —la pregunta de Lucy es casi una afirmación, que es dicha con desdén al creer que ni su nombre sabía.

—Era un compañero de clases, gustaba de mi en aquellos entonces. Era un poco torpe, siempre estaba sentado al lado mío. Ahora que me acuerdo, hasta fuimos vecinos una vez porque se mudo en mí vecindario el último año de preparatoria. Pela cuatro zanahorias, por favor, Lucy. Son muy chiquitas, agarra otra —en la mitad del relato, Rita se desvía mientras ve como su hija saca las verduras de la heladera. La mujer mira arriba, esperando que la niña termine la tarea. Los ojos de ella se divagan por unos momentos, excavando más en el baúl de los recuerdos—. Pero, aunque lo pude considerar un amigo, se puso raro en un momento.

—¿Raro, cómo? —pregunta Lucy deteniendo la tarea por un instante, separando las sílabas sin darse cuenta.

—No sé, cuando empecé a salir con tu padre. Me lo cruzaba más de lo normal, hasta me parecía raro verlo tanto afuera de la preparatoria. Quizá sea paranoica, eran otros tiempos aquellos, todos estábamos siempre afuera haciendo una estupidez o incluso dos —sigue relatando, escapando una sonrisa nostálgica recordando las tardes de su adolescencia, llenas de vida, pintadas con colores que no puede obtener ahora—. ¿Te preguntó por mí?

—Más o menos —responde con desgano, pasando una zanahoria a su madre. En medio de la tarea, Lucy deja escapar un suspiro mientras pronuncia tal acción. Los instantes fotogramas pasean por su mente, tan frescos que, puede jurar que aun siente el olor de aquella noche pasar por sus narices—. Te recordaba.

—El amor platónico de la adolescencia nunca se olvida, al parecer —responde Rita con gracia, intentando ocultar con humor la cierta incomodidad que le genera. Reaparece por unos segundos la sensación que muchas veces vivió con Dick, el sentirse perseguida por la lejanía dentro de las sombras—. ¿La pudiste pasar bien en el campamento?

—Tan bien como un fantasma en una fiesta de princesas coloridas —contesta Lucy sin gracia, dificultando la charla entre Rita quien desea buscar el ritmo a su hija, sin entender si eso es bueno o malo—. Creo… que hubieron momentos fenomenales —mintiendo, Lucy logra escaparse de la mirada que le da Rita, quien ahora se encuentra sonriendo con orgullo, tirando las zanahorias en la olla que larga un cálido vapor.

—Me alegro por ti, cariño.

La cena termina de cocinarse, mientras Lucy va a avisarle a todas sus hermanas con simpleza el aviso de que bajen, Rita se encuentra en el comedor terminando de acomodar la mesa. Paseando por los cuartos, Lucy no logra establecer una charla con Lisa, quien solo se mantiene en silencio en los dos intentos de Lucy, repitiendo tal fracaso con el cuarto de Lincoln, insistiendo aun más en esa tarea, bajando el tono de voz a uno más fraternal. Recibe únicamente “después comeré, no tengo hambre ahora”. Después de eso, sintiendo que es inútil, baja con las demás chicas que caminan de manera incompatible al habitual escándalo de los Loud.

—•—


—¿En serio no vas a bajar, Lola? —pregunta la gemela de la recién nombrada, escapando una enorme frialdad en la voz de Lana, quien ya es la segunda vez que le hace esa pregunta.

La niña que habitualmente trae vestidos puestos, se encuentra en la cama tapada de pie a cabeza, escondida en un bulto donde una diminuta voz se escapa de vez en cuando. La ronca voz de su gemela proporciona dolorosos puñales en el pecho de Lola, rompiendo las grietas que se desploman en ella.

—No —el murmullo de la niña alcanza a la figura que se encuentra en la puerta de la habitación, sin atreverse a salir del escondite que unas fuertes manos pueden desplomar.

—Ninguna de las dos culpables de todo quieren dar la cara —insulta Lana sin guardar una pizca del ácido que derrama de la lengua, perforando la tela que se esconde Lola con la mirada—. Son un par de cobardes.

La puerta se cierra de un fuerte golpe, escuchando unos duros pasos alejarse acompañada de un comentario por parte de Lana que no logra entender, pareciera un insulto, o un pensamiento al respecto todo esto. En la reconfortante oscuridad que le brinda un poco de calidez, Lola pasa una de su mano en los ojos, limpiando cualquier rastro de lágrimas antes de tirar las mantas afuera. Al levantarse, la larga melena rubia de Lola, se encuentra despeinada sin algún cuidado, incluso en los enredos de cabellos que son evidentes.

—Cobardes —repite Lola, observando la puerta cerrada. Como si no hubiera dormido por una noche, los párpados de la niña estan hinchados junto a una rojiza irritación en ellos, idéntica situación se encuentran las mejillas de ella, a diferencia que un fuerte color magenta se encuentra en ellos.

Los pies de la niña contactan con el suelo, caminando de manera coja por el desgano que está amarrada, abre la puerta y se dirige hasta el cuarto de Lisa, tocando sin detenerse por dos minutos, consiguiendo la perdida de paciencia de la propietaria y consigo, la puerta abierta.

—… —la mirada de Lisa es igual de silenciosa que su respuesta al abrir la puerta. El rostro más desalineado que lo habitual, debe a la consecuencia de haber llorado toda la tarde, no únicamente por la restricción de su pasión como castigo.

—¿Podemos hablar? —pregunta Lola, mostrando la decadencia que ha obtenido la orgullosa voz de ella, ahora débil para demandar—. Lo necesito, por favor.

—No vuelvas a tocar así la puerta —responde la castaña antes de dejarle paso al cuarto de ella. La advertencia es certera, punzante como un arma blanca a punto de apuñalar si la desobediencia la arrincona.

Lola entra pasando al lado de Lisa con cuidado, apurando el paso cuando entromete la privacidad de la científica. El lugar sigue igual, aunque más vacío que anteriormente, y no por la organización, sino por la falta de material científico, pareciendo ahora una habitación común con mucho espacio de sobra.

Detrás de Lola camina la propietaria hasta la cama de ella y tirarse boca abajo. Manteniendo esa misma postura por unos minutos, gira la cabeza al lado de la intrusa, esperando la pregunta de ella que no se atreve a largar.

—Comunícate —ordena Lisa con la voz ahogada por la almohada.

—¿Por qué lo hiciste?

—Expláyate.

—Confesar todo, no entiendo —dice la niña mientras camina con pasos lentos a la cama, sin soltar el agarre que tiene su mano en el delgado brazo de ella, simulando un abrazo—. ¿Por qué motivo?

—Te puedo preguntar lo mismo —responde Lisa al levantarse de la cama, sentándose en el borde de la misma, dejando colgar las cortas piernas en la orilla—. ¿Por qué mentiste con un tema socialmente tan serio como es una mentira de un abuso?  Me intriga, incluso cuando lo hiciste, quise saber el motivo de todo esto.

—… —Lola no responde al instante, el viaje de los ojos al suelo por sentir una lluvia de balas, cortan la voz de la niña. Si lo dijera, no es ni la mitad de una excusa.

—Orgullo, motor de muchos humanos. Por eso lo hiciste, una desobediencia de una persona agotada por un simple capricho. ¿Realmente ese fue el motor de este desastre? —la insistente mirada de Lisa no se baja mientras suelta la hipótesis. Sin obtener respuesta por parte de Lola aún, hasta que levanta la mirada, abriendo la boca a punto de lanzar una palabra que se ahoga. En el segundo intento no falla.

—Creo que sí —responde Lola cabizbaja, apretando el fuerte agarre que le da a su brazo. Los dientes de ella se muerden el labio, ¿realmente lo hizo por eso?—. Qué estúpida, por Dios —susurrante pensamiento es soltado por Lola, provocando una oleada de sentimientos que provoca el incremento de fuerzas en las autolesiones. Las uñas de la niña se acercan a la piel de manera violenta, rasgando el pálido color convirtiéndolo en rojo.

—No pensé que pudieras ser tan tarada, me sorprendes —responde Lisa con monotonía mientras se baja de la cama de un salto. La niña da la espalda a Lola, buscando algo en la mesita de luz, donde una pequeña lámpara ilumina la búsqueda de ella. Del cajón, saca un pendrive que llama la atención fuertemente de Lola, quien aprieta los dientes—, y esta es la prueba. Pero no la necesito más, yo también sucumbí a la estupidez humana —tira el pequeño objeto a los pies de Lola, quien se queda observando con intriga la decisión de Lisa. Aligerando los músculos, Lola suelta su brazo para agarrar el pendrive—. El egoísmo de una científica es el mayor pecado de un humano. No confesé para tu bienestar, sino el mío, que estaba siendo perjudicado después de ver lo que desencadenamos, tu por la mentira, y yo por ocultar todo en la sombras.

El discurso termina por parte de Lisa, quien se vuelve a sumergir en las telas de la cama, agarrando la fina manta verde para taparse hasta la cabeza, dejando colgando su cuerpo en la calidez junto a la oscuridad. Lola no aleja la mirada de aquel bulto donde su hermana se encierra, cuestionando en qué acción debe tomar, el rostro de la niña se baña de lástima. Porque ella siente que todo el daño no solo fue afectado para Lincoln, sus padres y ella, sino que, también se ramifico para dañar a sus hermanas.

—Tenía pensado confesar todo, pero no podía —la suave voz de Lola se resquebraja, acudiendo otra vez al abrazo propio—. Soy muy egoísta, demasiado, y lo sé. Solo tenía miedo de que nuestra familia me terminara odiando… y ahora es así —los cristales se rompen dentro de Lola, sufriendo una gran ola de tristeza en ella. Algunas lágrimas caen, pero son las últimas que tiene—. Quería que me respete, metí el tema del abuso por querer que sea algo que no se pueda arrepentir... No pensé en cómo reaccionarían los demás, no me importaba en ese momento… estaba tan enojada —las palabras de Lola se cortan entre los sollozos, donde la respiración de ella se obliga a tener segundos para poder hablar. Las arrugas en el rostro de Lola surgen como un reflejo de lo que siente, de lo que su corazón bombea.

El helado cuarto se llena por los sollozos de la niña, acordando esas lágrimas de infante como una niña de su edad. Buscando el consuelo o el abrazo de su madre, como las esperadas palabras de que no es odiada, de que aun es hija de ella. Pero lo único que encuentra, es el eco de sus sollozos, y una espectadora que no puede comprender sus propios sentimientos. Debajo de la manta, la niña científica aprieta con los dedos la tela, los músculos se contraen al querer esconderse dentro suyo, intentando descansar en la posición fetal que adopta, ocultándose del ambiente que destruye el hogar.

—•—


Abriendo los ojos de manera repentina, Lincoln se despierta del inesperado sueño que lo atacó tanto como para desplomarse en el escritorio. Restregando los ojos ante la dificultad de mantenerlos abiertos, el adolescente observa el mueble que tiene delante, mientras se estira el cuello a los lados, sintiendo una gran presión dolorosa en esa zona.

—¿Cuándo me dormí? —pregunta para si mismo con la voz seca, sintiendo la necesidad de tomar agua enseguida. Mirando en la esquina, agarra el celular para fijarse y consultar la hora. Las 01 AM le indica, sorprendiendo a Lincoln. Un leve dolor en el estómago le llama la atención, quizá algo que había comido… recordando, no había comido—. Es verdad, Lori y Leni me llamaron y las ignoré —divagando consigo mismo, se deja de masajear el cuello, recordando lo que estaba haciendo antes de caer dormido. Agarra la libreta azulada que tiene delante, recubierta por una plancha de cartón dura. Estando abierta, letras que terminaron en una oración ilegible antes de haber dormido, es lo último que está escrito.

En ese diario, con una lectura que le llevo una hora al menos, reorganizo cada recuerdo que aún no tenía vínculo alguno. Incluso algunas manchas redondas, como gotas que cayeron del cielo, están decorando la tinta negra. Hasta llegar al final, donde una página entera está tachada por rayones de tinta, lo que recuerda el contenido que había: una despedida para sus padres. A continuación, como una terapia que ha estado usando  desde que adquirió esa libreta regalada por Lucy, dejó escrito todo lo que sucedió en estos días donde ha dejado olvidado su querido diario.

—Mejor voy a comer algo, no debe de haber nadie abajo —anuncia Lincoln levantándose de la silla, soltando un gran quejido ahogado al sentir un crujido en la cintura—. Nunca más duermo así.

Al abrir la puerta de la habitación, a punto de dar el primer paso hacia fuera, baja la mirada al notar el extraño resplandor que hay en el suelo. Encima de una bandeja de aluminio, la lonchera que usa para ir a la escuela descansa en la salida del cuarto. Confundido, se agacha para inspeccionar. Al levantarlo, siente el peso que tiene, al abrirlo se da cuenta de que es la cena, sorprendiendo de tal gesto.

«¿Quién habrá sido?... Quizá haya sido Lori… o mamá» piensa el joven albino, mientras lleva la bandeja junto a los cubiertos al escritorio. El rostro de Lincoln se dibuja en la duda, sin saber de quién habrá sido ese gesto que, le parece un abrazo cariñoso, que si es proveniente de sus hermanas, no aceptará algo lleno de arrepentimiento.

Apretando los puños hasta teñir los nudillos de blanco, el recuerdo de tener a su padre encima suyo mientras los puñetazos no paraban de llegar, provoca que casi dé un portazo al salir de su cuarto. El corazón jovial de Lincoln se llena de un fuego que carcome cualquier otro sentimiento, dejando que los humos cieguen los pensamientos. ¿Por qué llegó a eso? Un padre golpear de manera tan desvergonzada y morbosa, ¿siquiera es legal? Bajando por las escaleras guardando silencio, camina de manera lenta entre el frío de la casa cada escalón. Sin poder ver bien, la oscuridad le ciega de manera parcial al albino, quien maldice por un momento el no haber traído el celular.

El primer paso en la planta baja congela la figura del albino, llegando una furiosa ráfaga helada deteniendo todo movimiento de este. Como si fuera un monstruo nacido de las sombras, delante del sofá se encuentra, mirando la pantalla oscura de la televisión. Una figura alta, más alta que el muchacho, se da vuelta para mirar a Lincoln.

—Hijo —llama la voz profunda del padre, denotando sorpresa, quedando congelado como el joven niño que, comienza a dificultar la respiración. Lynn no puede escuchar respuesta alguna, debajo de la oscuridad el rostro de él sonríe, dando un paso para anular la separación que construye el sofá entre ellos—. ¿Cómo estás, campeón? —pregunta el padre con una preocupación aparente, caminando de manera lenta por cautela.

No hay respuesta de Lincoln, alarmando aún más la respiración al ver que la cercanía se construye. Las pupilas del joven se dilatan, temblando mientras las lágrimas se sienten cercanas, como cada paso del padre hacía él. Al tercer ruido de zapato, Lincoln logra retroceder uno de sus pies, mientras con una mano agarra la baranda de la escalera. La acción del muchacho detiene la del adulto, tardando unos segundos para hablar. Pone la mano en el respaldar del sofá, acariciando la tela con añoro, mirando de manera soñadora el mueble. Lincoln no entiende, y no desea comprender, él quiere huir subiendo las escaleras y construir un muro entre la persona que no paró de golpearlo hasta terminar desmayado.

—¿Lo.. recuerdas? —pregunta el padre, mirando de soslayo la figura de su hijo, distinguiendo el rostro de él con dificultad. Lo nota, esa mirada que declara la distancia entre los dos—. Vine a buscar mis cosas. Tu mamá, bueno, la entiendo, pero me dijo que no vuelva más —apunta con una mano al sofá, donde al agacharse agarra el bolso y lo alza, indicando que la declaración es verídica. Lynn mira a Lincoln, inclinando una débil sonrisa hilada por la fuerza—. Hijo, fui un horrible padre, lo reconozco. Nunca debí…

La voz que se lamenta en la sala oscura es arrebatada por otra, matando de una vez las palabras de Lynn. La respiración de Lincoln sigue estando frenética, apretando con más fuerza la baranda mientras escuchaba al adulto.

—Vete de esta casa —costando bastante el soltar esas palabras, Lincoln se muerde la lengua al terminar de hablar. El padre del niño suelta el bolso, cayendo al suelo provocando un ruido seco.

—Hijo, entiendo que estuvo mal. Debes ponerte en mis zapatos, por favor. Fue una… —rogando por la compresión de parte de él, da un feroz paso hacia delante, alarmando al albino frenéticamente.

—¡VETE DE ESTA CASA! —grita sin pensar en la magnitud del volumen, provocando que el cuerpo de Lynn crispe, dejando de avanzar al instante—. Me hiciste esto, ¡me hiciste esto! —Lincoln apunta con su mano el rostro de él envuelto de gasas. El índice del chico esta temblando, guiado por el temor que siente—. No me jodas, no te voy a perdonar nunca, ¿me pedís perdón después de hacerme esto, papá?

La voz de Lincoln se resquebraja, retrocediendo dos escalones de manera lenta, aun incluso cuando su padre no se mueve del lugar, enfocando la mirada persistente en él. Lynn no se puede mover del lugar, las piernas se desconectan, sintiendo las punzadas que atraviesan al corazón del adulto en cada palabra que escucha.

Se agacha para agarrar el bolso del suelo, soltando un sonoro suspiro al salir de sus labios. El señor vuelve a dedicarle una última mirada a su hijo, sintiendo la debilidad que carga al ver que no puede atravesar el muro que él mismo construyo. Una pared de rechazo, donde el odio es revestido en una impermeable capa. Abre la boca en un intento de recrear un nuevo lazo, pero falla, la lengua del padre es cortada por la incesante mirada del hijo. Los ojos de Lynn cargan el peso de la culpa, agobiados por ser causantes de un dolor tan grande al pequeño campeón de su familia, miran el suelo derrotados.

Caminando sin levantar la mirada del suelo, Lynn agarra la manija de la puerta que dirige al exterior de la casa. Traga saliva, sintiendo que puede ser la última vez dentro de ese lugar, donde las pinturas en las paredes fueron hechas por él, donde cada recuerdo entre los años dejaron marcas en el hogar, donde experimento ser padre. La puerta se abre, y él sale por última vez de la casa Loud. El rugido de una camioneta vieja no tarda en romper el silencio, liberando la presión del cuerpo de Lincoln, quien se sujeta fuertemente de la baranda al sentir las piernas débiles. La amenaza huyo por la puerta, dejando libre el camino de su casa sin sentir temor en casa paso.

Volviendo a poder dar un paso sin tambalearse, camina observando siempre detrás suyo, incluso después de escuchar a la camioneta desaparecer. Llegando a la cocina, saca de la heladera una botella de agua fría, bebiendo desde la abertura sin importarle mucho. Después de un largo sorbo, lo vuelve a poner en su lugar, recuperando la respiración calmada, junto a los suaves latidos de su corazón.

Lincoln apoya la espalda en la puerta cerrada del refrigerador, la fría sensación que le trasmite es ignorada por él. La mano recuperada de la inestabilidad, toca el rostro de piel tersa, sintiendo la mejilla con un poco de inflamación, ardiendo al tacto brusco. Subiendo, el párpado derecho se siente más recuperado, observando todo sin la necesidad de abrir de más con fuerza. El dolor comienza a elevarse cuando los dedos llegan a la parte trasera de la cabeza, donde la tela se siente rasposa a causa de la sangre coagulada.

—Debo cambiarme las gasas.

La melódica nostalgia que se escucha en la voz de Lincoln, se compara con la situación del exterior, fría y sin color alguno, más que el blanco. Aunque las luces navideñas dan vida a la nevada, esperando las próximas horas para que empiece la noche buena, esperando la Navidad con entusiasmo, unos más que otros.

¡Buenas! Hoy les dejo este capítulo que, me gusto escribirlo, es algo dinámico. Espero que les guste, siempre es bienvenido un comentario o cualquier cosa que apoye este fic. El cual, ya esta cerca de terminar, el próximo capítulo será el último, y después vendrá un epílogo. En fin, gracias por leerme, y nos vemos en la próxima actualización.

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