Capítulo 18

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La puerta del cuarto de Lincoln se abre, entrando el propietario dejando paso libre a la gótica de la familia, de una manera formal. Pasando sin saber el motivo de la reunión inesperada por parte del albino en el cuarto de este; se queda de pie quieta en medio de la habitación, buscando por unos momentos cambios de decoración, o cualquier otra cosa. Familiarizada con las cuatros paredes, recordando por unos instantes las noches de escritura poética entre los dos, y el desahogo sentimental que compartían.

—¿No te vas a sentar, Lucy? —pregunta la voz de Lincoln, atrapando la atención de la niña, quien mira detrás suyo. Aun debajo de los oscuros cristales, los ojos de distintivos colores se abren por sorpresa.

—Ah, sí, ya voy —responde la niña, caminando hasta la cama del chico y sentarse, aún con postura erguida.

Lincoln antes de sentarse al lado de su hermana, cierra la puerta con traba; incluso cuando el hogar está sumergido en el silencio, no confía en la privacidad que ha obtenido de repente.

La cómoda cama se siente dura, convirtiéndose en piedra al absorber la tensión del aire. Ninguno de los dos hermanos habla, esperando la llegada de una valentía que se manifieste en alguno de ellos.

Y es lo que sucede en el chico, girando el cuerpo de manera ligera, creando un forzado contacto visual.

—Quería hablar algo contigo —habla Lincoln, tragando saliva después de terminar. La reacción de Lucy es alarmante, congelando la respiración por un instante—, primero, quiero decirte gracias. Sin ti, ahora estaría muy confundido, por lo de no recordar… todo eso —la voz del chico decae, como la mirada de él. Su lengua juega en un baile donde no puede mencionarlo, incapaz de poder describir en voz alta la sensación de ver a Clyde, delante de una lápida. Las palabras en aquella piedra no pueden salir de su cabeza, “un buen hijo, un gran amigo, incluso con sus debilidades, fue y será recordado como una gran persona”. Un sollozo es tragado, recuperando las líneas de su voz, desechando la idea de colapsar.

—No podía quedarme viendo sin hacer nada como una alma pura que se infectaba poco a poco, por las malas energías de esta casa —responde Lucy suspirando al final, aflojando los delicados hombros consigo. De una manera, la voz de Lincoln le trae calma. La niña mira de frente al chico, atenta a las gasas encima de su rostro. Ahora la mejilla desinflamada coloreada por un color magenta más débil, es tapada por un parche de gasa, dejando al descubierto la otra mejilla menos maltratada. En la frente del muchacho está más descubierta, enrollada por una única capa de tela blanca, dejando a la vista la larga cabellera albina.

Lincoln al escuchar la intocable manera de hablar de Lucy, sonríe de manera minúscula, soltando una risilla de alegría. Eso no había cambiado, y eso le brinda una chispa de calidez.

—Sobre lo otro, te seré franco. ¿Qué pasó en el campamento? —pregunta Lincoln, logrando captar la minuciosa acción de Lucy cuando los dedos de ella se aferran entre si, al igual que el encogimiento de hombros—. Ese día te estaba esperando —sigue relatando, mirando la pared delante suyo; mirando los comics que tiene apilados en un librero, sin prestarles atención—, no podía hacerlo solo, quizá por eso explote así con Lola. Ahora no me come la culpa como antes, pero ese no es el caso. Cuando volviste, te fuiste a tu cuarto sin siquiera saludarme, y te esperé esa noche para poder hablar y escuchar tus poemas, lo que sea, mientras no estuviera solo otra vez.

Una sonrisa en los labios de Lincoln se forma, mientras relata algunas partes donde aun siente la ansiedad de ese esperado reencuentro. Lucy mira el rostro de su hermano, mordiéndose la parte interior del labio, ¿realmente alguien estaba esperando tanto su regreso?

Los ojos amables de Lincoln miran la figura de su hermana, intentando ocultar el brillo de melancolía que tiene. Los pulgares de Lucy comienzan a moverse en círculos entre ellos, guardando silencio, bajando la mirada hasta que, la mano de Lincoln detiene los dedos de ella. Crispando por la acción de su hermano, mira el rostro de Lincoln de repente. Los azulados ojos tiernos de siempre, incluso después de perder parte del brillo, logran relajarla.

—En el campamento, no la pasé muy bien —habla Lucy con el mismo tono de voz de siempre, ahogando las emociones en su voz, pero no puede hacer lo mismo con el cuerpo tenso de ella. Contando los detalles junto a los eventos que sufrió, las manos de Lucy se juntan con la delgada mano de su hermano, apretando entre ellas el cálido contacto que le ofrece—… Cuando llegó papá a buscarme, no pude decir nada. El supervisor no estaba, se había tomado licencia para ir al hospital. Así, yo… —Lucy no logra reanudar la marcha de su voz, suspirando mientras sigue esforzando simular su solidez, ignorando el temblor en sus manos—, ahora no puedo ser una doncella vampírica —confiesa con la voz casi rota, bajando la mirada mientras los dientes superiores de ella muerden su labio. Lincoln no logra entender a lo que se refiere, arrugando el ceño esperando una aclaración —. Le tengo miedo… a la oscuridad.

La delicada voz de la niña se termina de quebrar, bajando aun más la mirada ocultando el frío rostro de ella, sucumbiendo ante las emociones que aborda. La mano del albino se aleja de la niña, para abrazar el hombro de ella, acercando el cuerpo de Lucy al suyo. Las suaves manos de Lincoln acarician la cabellera azabache de la niña, calmando de manera progresiva el temblor que Lucy sufre al largar las lágrimas. La calma logra derrocar los temores de la niña, sonando la nariz mientras se levanta los lentes para secarse las lágrimas. Sentándose derecha de vuelta, se separa por un momento de su hermano, lo que no dura mucho el espacio. Los dedos del muchacho pasan por las mejillas mojadas de ella, levantando los lentes sin que Lucy pueda hacer algo al respecto. Los ojos expuestos a plena vista, mirando con sorpresa la acción de su hermano, muestran que no solo las lágrimas son el único rastro de tristeza. Las ventanas del alma de Lucy, muestran el océano donde se está ahogando.

—No te dejaré sola, como tu nunca me abandonaste a mí —consuela Lincoln seguro de las palabras, sonriendo para salvar el brillo que tiene los ojos de la niña. Ella se tira a los brazos de Lincoln, aferrándose con fuerza al cuerpo cálido del niño.

—Linc, ¿te puedo pedir algo? —pregunta la voz suave de Lucy.

—Lo que sea.

—¿Podemos pasar la navidad juntos? No quiero pasarla sola con nuestras hermanas —declara la niña, restregando el rostro de ella por la remera naranja de su hermano—. Ayer la cena parecía… un funeral.

Lincoln se detiene para pensar, expresando con el rostro la mala idea que a él le parece, la sensación de cólera y desagrado que sentirá al verle el rostro a sus demás hermanas, pone en duda si prometerlo. Pero el agarre tan fuerte de Lucy, las gotas que chocan contra él y se expanden en la remera, provocan una dualidad de opinión.

—Por favor, no te dejaré solo. Nadie te hará nada… solo no me dejes sola, por favor —la súplica de Lucy rompe el corazón del albino, rogando por la compañía de él. Lincoln acaricia la suave cabellera de ella sonriendo, desvaneciendo la duda que sentía.

—Te lo prometo, todo por ti, hermanita —responde Lincoln acariciando con la voz, aliviando la tensión de la niña, quien comienza a soltar al chico de manera lenta. Los sollozos ahogados por el abrazo, invaden la sala con más volumen.

—Gracias, gracias, Lincoln —contesta con dificultad, pasando las manos por los rastros de lágrimas, como si estuviera retrocediendo años, convirtiéndose en una desconsolada niña. Lucy se aferra de la mano de su hermano, apretando con temor de que pueda separarse de la calidez.

—Entonces, ¿bajamos?

—•—

 

Unos minutos antes de lo sucedido con el dúo de hermanos, afuera del hogar, caminando acompañada por Luna y Lori, la madre de estas dos dirige a las chicas mientras cargan bolsas de compras en las manos. El trío de mujeres llevan un abrigo donde se protegen del frío; la madre siente la calidez de la gruesa tela marrón del  jersey con cuello de polo; mientras Luna está a su lado, llevando una campera negra con marches en los codos de una tonalidad más clara; y Lori está al lado de la rockera, vistiendo un abrigo invernal color turquesa con capucha, la cual está usando mientras tintinea por las frías ráfagas.

—No sé cómo haré la comida, tendré que acostumbrarme a esto, si sale mal, sepan perdonar —comenta la madre, forzando una sonrisa, queriendo reanimar una charla mientras siguen en la lejanía del hogar. La ida y ahora vuelta del mercado, agotó por completo los temas de conversación, donde han salteado uno en específico.

—Literalmente será diferente a otras navidades —responde Lori, acomodando las manos de las tirantes bolsas, hablando de manera cortada por el frío. La mayor mira de costado a su madre, a punto de preguntar algo que no se anima, lo cual ya fue nombrado. «No puedo creer que nuestros padres se divorcien… todo podía ser evitado», piensa Lori mirando el suelo con una alfombra blanca de nieve, escuchando cada crujido que provocan los pasos de ella.

—Quizá… podemos hacerlo juntas —responde Luna, sintiendo que es en vano comentar algo, sintiendo el desdén por parte de su madre, a quien se le afloja la sonrisa al hablar.

—Quizá —comenta Rita, mirando el lado contrario de donde proviene la voz de su hija. Los ojos de la mujer observan las casas que dejan atrás apenas adelantan unos pasos. Cada ventana que ve, es una familia entusiasta, preparando los últimos retoques de los árboles navideños, o de los niños que juegan afuera con la nieve. Pensándolo, ella no vio a ninguno de sus hijos disfrutar de esa actividad, amargando el corazón de la matriarca—. Será un poquito navideño, ojalá llegue el espíritu navideño jajaja —comenta la mujer mayor, riendo sin gracia, siendo casi cautelosa la risa de Rita. Las chicas solo concuerdan con lo dicho por su madre, contestando de la misma manera que ella.

Las palabras no vuelven a cruzarse hasta llegar a cruzar dos calles más, faltando únicamente dos kilómetros para llegar al hogar; donde el árbol de navidad fue armado por las manos de la madre, sin obtener ayuda de sus hijas. Una de ellas, la que se encuentra al costado suyo, decide soltar unas palabras que la carcomen, sin siquiera poder resolver una duda que la sigue.

—Mamá, eh… el día anterior a todo… El mismo día, cuando salí de fiestas —la tartamuda voz de Luna obtiene la mirada de reojo de Rita, como la mirada de soslayo por parte de su hermana mayor. La chica rockera traga saliva—, cuando volví, me cruce con un hombre raro, no me acuerdo su nombre, creo que era de Forest Woods o algo así. Él me dijo que sabía sobre la mentira de Lola —las últimas palabras de Luna amarran la atención de sus acompañantes, quienes abren los ojos de sorpresa al mismo tiempo. Rita gira la cabeza para ver el rostro cabizbajo de Luna, quien mira a un costado cuando siente los ojos de la rubia—. No sé cómo, ni dónde se enteró de todo eso. Él… él me influenció de cierta manera para decirle a papá, pero no es el punto. ¿Sabes de algún tipo así? Alto, de ese lugar, fumador, misterioso… no sé cómo describirlo —levanta la vista para mirar preocupada, intrigada el rostro de su madre. La duda la come, ¿quién era ese hombre? Rita persiste la mirada de Luna, esperando unos segundos para salir del asombro.

Forest Woods es el pueblo vecino, lo tenemos como a tres kilómetros de acá, pero… no conozco a nadie de ahí, menos a un señor tan raro —responde la madre, arrugando el rostro cargado de duda, enfocando la atención de ella en esa incógnita—. No te juntes con gente rara, será la última vez que vuelvas tan tarde a casa, señorita —ordena la voz autoritaria de Rita, sonando bastante seria ésta vez, sin ocultar el enojo cargado por el asunto de su único hijo—. Sabía lo de Lincoln —susurra para sus adentros, ¿cómo podría ser capaz? Si ni ella ni Lynn sabían, podría haber sido escupido por alguna de sus hijas, pero hubiera sido confesado. Posiblemente. Rita no logra depositar confianza en ninguna de sus hijas que, no puede verlas como las niñas de antes.

—Ni yo conozco a nadie de ahí, ni una amiga o conocida, nada —responde Lori, adoptando un semblante idéntico al de su madre. La mayor conecta la mirada con Luna, compartiendo la duda entre los ojos, al igual que la preocupación. Por la cual, temen que el pequeño Lincoln sea víctima de una injusticia aún mayor—. Ojalá Lincoln no sufra otro malen… tendido —la voz de Lori se corta sin ser consciente de lo dicho, hasta que termina de comentar.

—Aún no entiendo, la verdad —habla Rita callando las voces de sus hijas, quienes adoptan la misma posición silenciosa que han generado la mayoría del tiempo—. No las he criado así, intente tanto que se quieran como hermanos, que no pasen estas cosas… —dice Rita transformando el ambiente frío en hielo a causa de sus palabras. El crujir de las bolsas acompaña en el camino a sus palabras. «Quizá no fui tan buena madre».

—No lo pensé —responde Lori, enfrentando la responsabilidad de ser la hermana mayor, cargando con ella la culpa—. Es un tema muy… delicado, mamá. Temía que Lola tuviera que pasar por eso, otra vez —el hilo de voz de Lori no logra reunir fuerzas, se siente como si estuviera excusando a la falta de decisión que tuvo.

—Es su hermano, quizá haya sido mala madre, pero Lincoln nunca tocaría a sus hermanas así —responde Rita decidida de su posición, irrompible al depositar tanta confianza en aquel albino de quien está orgullosa. La mujer baja la cabeza, hundiendo la mente en la blanca acera—. No puedo creer que, con dinero, un demonio pueda huir y desaparecer su nombre —divaga Rita en voz alta, alcanzando a los oídos de las chicas; quienes al estar al tanto de ese asunto, comparten el mismo desagrado de su madre.

Caminan en silencio hasta que la cuadra donde se denomina la más ruidosa, les provee de una difuminada chispa de calidez, descongelando el agrío rostro del trío. Llegando hasta la puerta, Rita se adelanta para poner su mano en el picaporte. Se da vuelta, mirando con seriedad al dúo de chicas.

—No se olviden del castigo, no podrán pisar ni dar un paso para fuera en todas estas vacaciones. Nada de fiestas —ordena mirando a Luna, quien arruga los labios—, y nada de juntadas después de las doce —pasa la mirada a la mayor de sus hijas, quien no dice nada, aceptando el castigo sin quejas.

La puerta se abre, entrando con alivio por la atmosfera más calurosa que el exterior. Luna es la última en entrar, cerrando la puerta detrás suyo con una ligera patada. La madre jadea por el cansancio, deseando llegar a la cocina y así, dejar las bolsas pesadas en la mesa. Llegando hasta las espaldas del sofá, mira como tres de sus hijas, quienes son: Leni, Luan y Lynn, se dan vuelta para darle la bienvenida. La rubia mayor apunto de responder, descongelando el frío de su corazón por ver a Leni usando una gorra de navidad, un compás de pasos bajando por las escaleras atrapan esas palabras para ellos.

—¿Te ayudamos? —pregunta el único chico de la familia, endureciendo la voz como el semblante en su rostro; aunque la mirada viajante entre todas las cabezas de su hermana, lo alarma. Un ligero apretón en su mano le provee valor, trasmitida por la niña a su lado con gafas.

—•—


La tarde de navidad dentro de la casa Loud, transcurre con las hermanas del albino respetando las paredes invisibles que este crea; sin separarse de la niña gótica, quien acompaña a su madre a realizar la gran cena para la numerosa familia.

Mientras las demás chicas, con una obediencia sin igual a las palabras de Rita, comienzan a decorar la sala, dejando la cocina exclusivamente al trío de cocineros. Las chicas, Leni, Luan y Lynn, sacan las decoraciones del ático, guardadas en unas cajas de cartón gastadas por los años, siendo las mismas decoraciones de navidades pasadas.

—Chicas, ¿no creen que esto es en vano? —pregunta Lynn, quien obtiene las miradas de Leni, quien la observa de soslayo sin entender—. Digo… ¿No sintieron que sigue todo demasiado tenso? En la cena estaremos todos, y… —la voz de la niña deportista decae, mirando a un costado, donde entre todos los artefactos olvidados, observa un espacio en la pared. Lugar donde están acumulados todos sus instrumentos de deportes, castigo por parte de Rita.

—Cállate —responde con hostilidad Luan, levantando con dificultad la caja donde unos cables llenos de luces cuelgan por fuera—. Solo no lo arruines, intentemos no fracasar esta noche —la advertencia de la chica, deja confundidas a las acompañantes, hasta Leni que sin tener la capacidad de entender al instante; el tono tan ajeno de Luan, las sorprenden.

Lana también se une a la decoración, pero la del exterior, liderada por Lori. Ninguna de las dos intercambian muchas palabras, no más de las necesarias para hacer la tarea de manera rápida. La fachada del hogar comenzaba a adquirir color, un falso espíritu navideño pintado para los que pasean delante de la casa.

A la hora de la cena, las huidas dejaron de ser un camino, para cada integrante de la familia, hasta para la joven científica y la niña de las pasarelas; las dos más desalineadas que lo normal en una festividad tan esperada.

Cada chica se sienta en la mesa compartida, esperando que Rita junto a Lincoln terminen de colocar cada platillo en la mesa. Nadie dice nada, las miradas son evitadas por todas, muriendo las voces de todas en cada entrada fugaz de Lincoln. Lola mira el plato blanco delante suyo, con los cubiertos a los costados, sintiendo las miradas de algunas de sus hermanas, interceptando unos ojos que, le quitan el apetito. Las de su gemela que, se encuentra lejos de ella, al lado de Lori y Luna al otro extremo de ella. Mientras la princesa con cabellera despeinada, comparte espacio con la joven científica y Leni.

La comida llega, es repartida, y el silencio sigue en pie de manera invicta. Algunos agradecimientos son dichos en voz alta, compartiendo la falta de alegría donde la navidad pasada, respetaba su título de “la familia más ruidosa”. Lincoln se sienta al lado de Lucy, ignorando el hecho de tener al otro costado a la hermana mayor. El albino pasa la mano debajo del mantel blanco con figuras navideñas repartidas, hasta llegar a los fríos dedos de la niña. Por unos segundos, mantienen ese gesto sin mirarse, observando la mesa con las culpables de la mentira.

—¡Espero que les guste! Mis manos no son tan habilidosas, pero Linc sí que sabe cocinar —comunica la madre, sentándose en su asiento sin antes acariciar los mechones blancos del chico. Recibiendo una sonrisa cordial por parte de Lincoln, quien suelta las manos de Lucy para empezar la cena en silencio.

—•—


—¡Agh! Qué incómodo —comenta Lincoln cerrando la puerta detrás suyo, ganando la seguridad de que no entrarán visitas que romperán la seguridad de su cuarto. La cena terminó hace unos minutos, quedándose por respeto mientras gozaba de los dulces navideños.

De vez en cuando algunos comentarios salían en la mesa, obligando a veces a tener que responderle a su madre, ignorando los intentos de conversación de algunas de sus hermanas, las cuales no eran ofensivas, pero la sensación de rencor sigue muy ardiente en el pecho del chico.

Lincoln se sienta en la cama, agarra el celular que dejó cargando; un descuido de él al haberlo usado como excusa para que el tiempo pase más rápido. Revisando las notificaciones, ignora los mensajes de sus contados amigos, entra en las viejas conversaciones de Clyde. La última conexión del muchacho sigue sin cambiar, lo cual es lógico, pero la mera esperanza de tener un nuevo mensaje de él, no quiere soltarse. Lincoln escribe unas palabras en el teclado, pero los pulgares del albino se detienen en seco encima del icono de enviar. Suelta un suspiro, maldiciendo en voz baja antes de tirar el celular a la cama.

—¿Lincoln? —una voz femenina al otro lado de la puerta lo llama, notando la timidez en ella. El chico se levanta de la cama al instante, caminando hasta la entrada—. ¿Puedo pa… sar? —la respuesta anticipada por parte del muchacho calla la voz de Lucy, mirando la puerta abrirse y encontrarse a Lincoln frente tuyo.

En ese mismo instante, una fugaz luz entra por la redonda ventana cerrada, lo que atrae la atención y mirada de reojo por parte del propietario. Dejando pasar a la tímida chica, quien dejó sola en la mesa excusándose con irse al baño, cierra la puerta para abandonar el ambiente incómodo que hay en el hogar. Lucy camina hasta la ventana, admirando como se ilumina el cielo nocturno por fugaces luces. Lincoln se acomoda al lado de ella, dejando salir una pequeña sonrisa, que es arrebatada al ver la libreta encima del escritorio.

—Prometiste que pasaríamos la navidad juntos —comenta Lucy sin dejar de ver los últimos rastros de pirotecnias.

—Lo sé, solo quería irme ya de ahí, antes de que sean las doce y tengamos que saludar a todas las chicas. Prefiero comer la comida de la tía Ruth antes de eso —responde con amargura, terminando con un tono burlesco que contagia a Lucy, quien asiente ante la declaración de su hermano.

Lincoln mira el reloj digital encima del escritorio, al lado de la libreta. Aún faltan unos minutos para que una gran lluvia de luces invadan el cielo. Lucy deja los lentes en la mesa, indecisa de hacerlo o no, pero no se siente rechazada de verle a los ojos a su hermano, lo que hace cuando suelta una pregunta.

—¿Qué harás?

—¿A qué te refieres? —pregunta Lincoln con temor, pensando en que hubiera ojeado la libreta antes de haber tachado las cartas escritas.

—Sobre todo, nuestras hermanas, sobre nuestro padre; ya sabes, eso —responde la niña con ojos excéntricos, ladeando la cabeza mientras su voz se desarma, perdiendo la certeza de haber preguntado eso.

Lincoln se mantiene en silencio por un buen rato, mirando en frente suyo como cada vez las luces aparecen otra vez.

—Quiero irme de casa. No aguantó estar acá —la respuesta seria de Lincoln, engrandecen los ojos de la niña a causa de la sorpresa. ¿Se ira? ¿Cuándo?—. No puedo hacerlo ahora, pero cuando pueda, me iré. Quizá con ayuda del abuelo, o incluso vivir con la tía Ruth… Unos masajes en los juanetes valen la pena —el chiste por parte del albino causa una risa tardada de Lucy, saliendo de la sorpresa. Lo entiende, ella sabe que su hogar está cambiando, no sabe si podrá volver a ser como antes.

—Llévame contigo, o te embrujare y no podrás dormir —responde Lucy con una sonrisa, bromeando con lo dicho, sin eliminar la amenaza de ella.

Los labios del chico se separan para contestar, callando por las furiosas luces que explotan de manera simultánea, escuchando voces proviniendo de afuera. Mira el reloj, marcando las 00 AM, llegando por fin la esperada navidad para muchas personas.

—Feliz navidad, Lincoln —dice Lucy, soltando una pequeña pero sincera sonrisa sin mostrar los labios. El estupor de el chico se nota en su rostro iluminado por las luces del exterior, correspondiendo el pequeño gesto con su cálida sonrisa, sin avergonzarse de los dientes de conejo que sobresalen.

—Feliz navidad, Lucy —responde Lincoln poniendo una de sus manos en la cabeza de Lucy, acariciando delicadamente los oscuros cabellos de la niña; quien no se queja, al contrario, suelta una risita fugaz.

El tiempo compartido de los hermanos se extienden hasta las 2 AM, hablando como Lincoln extrañaba hacerlo cuando ella se había ido al campamento, conversando en charlas profundas, en charlas humorísticas donde las risas del dúo inundan el cuarto, hasta confesiones de sentimientos. La madre interrumpe en el medio de aquella charla, recibiendo unos regalos para ellos, revelando que lo tenía guardado días antes de todo lo sucedido.

Al llegar apenas las 00 AM, en la cocina de la casa Loud, Luna no pierde tiempo alguno para irse a su habitación para escapar de los saludos; sintiendo una sofocación ardiente, recibiendo miradas curiosas y también de recelo en toda la cena.

En los pasillos escucha unas suaves voces proviniendo de la habitación de Lincoln, ignorando tal detalle, perdiendo interés en ajenos. Hay mucho ruido, muchas voces, y nada de música. El escape a soltar sus pensamientos a base de letras y ritmos pegadizos, le fue arrebatado, volviendo la mente de la adolescente pesado. Al entrar a su cuarto, una leve pregunta aparece en su cabeza, ¿hay algo que pueda hacer música que se haya olvidado? Iluminando la mirada, cierra la puerta y camina hasta la cama de ella, levantando el colchón con una ilógica esperanza de encontrar algo; únicamente divisa papeles viejos con tinta encima, canciones que nunca ha usado.

Llevando a cabo una exploración en el cuarto, sin encontrar nada que le sea útil, termina el último lugar por buscar por segunda vez, su armario. La ropa de ella se encuentra desprolija por su anterior ojeo, donde no exploró con profundidad.

«Quizá encuentre…», piensa Luna mientras mueve todo el ropaje, buscando alguna señal de un objeto musical, o al menos algo donde pueda hacer percusión. Detiene todo movimiento al sentir un frío tacto liso, sin irregularidades. Agarra el objeto y lo revela fuera de las telas. Un espejo de no más de un metro refleja su rostro anonadado. El marco de madera fina, pintado por un rosa pastel donde el brillo se perdió por la vejez, tiene pegado consigo unas pequeñas pegatinas de tiaras, junto a una foto de diez centímetros por diez centímetros, de una niña con vestido lila posando al lado de un Lynn más joven, sonriendo al lado de su hija.

—Esa vez funcionó —comenta Luna a su reflejo, mirando la vieja foto donde es parte del panel. Ella había sido parte de las pasarelas, a los seis años de edad sin poder durar cuatros años en ese mundo que, fue abandonado la perdida de interés. Pero de eso no se refiere Luna, guardando ese objeto que de cierta manera atesora, donde una clase en aquel mundo alejado de la moda, obligaban a plasmar las metas de las niñas, los deseos, ambiciones en voz alta. Reforzando las autoestimas, creando un muro donde ellas podían subir y escapar de la debilidad—, no sé si fue la mejor opción —continua Luna, apretando el marco rígido mientras observa sus ojos preocupados por la duda. La primera vez que reveló esa terapia en su hogar, fue con la llegada de Lola destrozada, acudiendo a ser su apoyo cuando parecía soltar ese mundo donde sigue perteneciendo. Fue su salvadora, pero construir una columna elevada sin tener un cimiento estable es contraproducente.

—Mintió, esta vez fue mentira, me usó —exclama Luna agarrando con mayor fuerza los bordes, arrugando el rostro con enojo. El reflejo de ella se fractura por haber sido tirado contra el suelo, esparciendo los cristales rotos. Luna no se mueve del lugar, mirando los reflejos de ellas en diferentes pedazos de vidrio, los ojos de la chica rockera fulminan en la pequeña foto antigua. Por un corto momento el rostro de esa niña, le produce un gran enojo, mismo sentimiento que ahora siente por Lola.


¡Buenas! Ni yo esperaba que éste capítulo fuera subido tan rápido, a solo dos días subidos del anterior. Pero bueno, espero que les guste este capítulo, el final de esta historia llegará en las siguientes dos actualizaciones. Sin más, no se olviden de dar apoyo, nos veremos después. Que tengan una linda noche.

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