Capítulo 19

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Las estaciones marcan un comienzo y un fin de recuerdos, con cada hoja de árbol marchita teñida de marrón, o el último copo de nieve del invierno. Los años transcurren sin notar cuándo el día de ayer se aleja aún más, sufriendo cambios en el hogar de los Loud. Sin arreglos, con el timbre electrocutando al tocar, las goteras con moho, los problemas con las instalaciones de agua, eso no cambia mucho, el ambiente de familia numerosa perdura. Pero hay algo que cambia, la ruidosa e icónica familia.

En un mueble vidriado con dos manijas circulares de madera, detrás del vidrio conserva cuadros con fotos de la numerosa familia, decorando con algunos viejos premios de las premiadas chicas. Transcurriendo el tiempo, las fotos crecen en cantidad, siendo la más reciente la del cumpleaños número 17 del chico albino, quien esta apreciando tal foto en ese momento.

No se ve feliz, aún cuando toda la familia está reunida, intentando colocar la mejor sonrisa mientras él solo observa al frente, siente un fuerte recelo por algunas de las chicas en la foto. La madurez les llegó a muchas de ellas, después de cinco años, es evidente. Los cambios no perecen nunca, no mueren hasta el día del fallecimiento.

—Al menos fue un cumpleaños menos molesto —comenta Lincoln, recordando cómo fue el día de ayer, logrando saludar a todas sus hermanas mayores que fueron de visita, y después crear un muro entre Lucy y Lily para sentirse más aliviado.

El albino se da vuelta, dejando de ojear la foto, se dirige hasta la cocina, comenzando a preparar el café en la nueva cafetera que su madre compró. La altura del muchacho es más mayor que hace cinco años, logrando pasar por unos cuantos centímetros a Rita. La cabellera albina de Lincoln cae hasta los labios del muchacho, quien aun no se ha arreglado para comenzar el día, creando olas enredadas en blanco cabello. Las facciones del rostro se ven más refinadas, logrando salir de la etapa donde los granos no paraban de aparecer, para obtener un rostro algo atractivo.

Mientras espera que las gotas ámbar casi ennegrecidas caigan en la jarra, las manos de Lincoln comienzan a preparar la masa para los waffles, terminando de hacer seis, repartiendo dos en tres platos. Mientras que a uno en específico, le vierte más miel que los demás. Dejando en la mesa, Lincoln se dispone a servir el amargo café en la taza preferida, por ser regalada como obsequio de cumpleaños de parte de Lily.

Al primer sorbo caliente, se sienta en la mesa, interrumpiendo la cálida paz por una niña que no para de restregar su mano por los párpados.

—Buen día, hermano —saluda Lily, bostezando al finalizar. El cansancio en el rostro de la niña se elimina al ver el desayuno, oliendo en el ambiente un rico aroma—. ¡Waffles, y con mucha miel! —la chillante voz de la niña se compara con la energía que guía el pequeño cuerpo de ella, hasta la silla acompañante de Lincoln.

—No estreses a tu hermano desde temprano, Lily —ordena Rita, llegando al comedor con los cabellos desordenados, sin poder disimular las ojeras en su rostro. Aún así, sonríe hacia la figura de su hijo antes de servirse café—. Buen día, hijo.

—Buen día, mamá.

La alegría que le produce la dulce imagen de su hermana desayunando junto a él, le provee ánimos incluso después de un cansador día. La sonrisa de Lincoln perdura, acabando así el desayuno de él, mirando el plato que acomodó en la mesa sin ser tocado.

—Mamá, ¿y Lucy? —pregunta Lincoln, acomodando los brazos en la mesa como apoyo, mientras se inclina un poco hacia delante. Antes de que su madre le responda divagando en la mente de ella, la figura de una chica sin considerar alta, entra.

—Suspiro, aborrezco los lunes —comenta Lucy, vistiendo el pijama de ella que consiste de unos pantalones largos negros holgados, mientras que la parte de arriba, viste una remera un poco ajustada con patrones negros y blancos en líneas horizontales, donde le llega hasta la ingle. La vestimenta que usaba antes, se convirtió en el pijama de la chica. El cabello de Lucy no cambió mucho, intercalando peinados de vez en cuando para dejar a la vista uno de sus ojos.

—Sin palabrotas, niña —reprende la madre con el dedo índice, sonando dura aunque el adormecimiento de la mujer no lo haga notar. Lucy no dice nada, agarrando de la heladera el jugo de naranja para servirse para ella, y al notar que Lily no se sirvió, lo hace para la niña también.

—Buenos días —dice Lucy mientras se sienta y le pasa un vaso a la niña.

—¡Gracias, hermana! Buenos días —responde alegremente, aun sin tragar el bocado que tiene en la boca.

—Buenos días, hermanita —saluda Lincoln, levantándose de la mesa y dejando su plato como la taza en el fregadero. Pasando al lado de la gótica, él juega con el despeinado cabello de la chica, sin tener una queja por parte de ella—. Hoy se te vería lindo si usas el cabello así —dice Lincoln mientras separa en dos el fleco de la chica, revelando los dos ojos de ella.

—¡Se te ve lindo! —comenta la pequeña Lily mientras toma un sorbo del jugo, casi ahogándose al no haber tragado bien.

—Muchos mortales inútiles me verán —es la respuesta de Lucy, el tono monótono no desaparece en ella. Se lleva un pedazo de waffles a la boca, que es interrumpido en pleno viaje por la mano de Lincoln, revolviendo aún más la negra cabellera antes de alejarse

—Eso porque eres linda, hermanita —contesta el albino, alejándose de la escena para dejar solas a las chicas para prepararse y seguir con la semana. A espaldas de Lincoln, la hermana víctima del repentino gesto afectuoso, sonríe mientras observa de reojo la retirada de él.

El chico sube al primer piso de la casa, tan vieja con algunas reparaciones que no lograron perdurar tanto, arruinados a causa de las hermanas restantes que siguen debajo del techo de su madre. Entrando al pasillo estrecho sin ningún cambio, perdurando la misma pintura de siempre con una capa reciente en las paredes. Caminando con lentos pasos hacía el otro extremo, donde la puerta del baño se encuentra, la mirada de Lincoln se desvía entre cada puerta que pasa. Recordando cada despedida de sus hermanas mayores, donde ahora él es el mayor de sus hermanas restantes.

La habitación de Lori y Leni fue la primera en ser desalojada, cuando la mayor de todas llegó a los diecinueve años, entrando a la universidad de economía donde se esforzó para lograr tener una beca, con ayuda de su pareja junto a un empujón de su madre, logró rentar un apartamento compartido con Bobby. Mientras el caso de Leni, tardo unos meses más para llegar a la conclusión sería de qué quiere dedicarse y ganar dinero para sustentarse, encontrando una mano amiga al caerle una comisión demasiado estricta, donde estrujando el cerebro y pinchando los dedos incontables veces, la influencia se enfoco en el nombre de Leni Loud. Una joven mujer de veintidós años que sale ese nombre en pequeñas palabras en revistas de moda. La habitación ahora está ocupada por Lola, motivo por el cual el rostro de Lincoln hace una mueca de molestia, percibiendo que la misma llama de ira sigue ahí.

Al lado, la habitación de Luna y Luan es la siguiente que le trae fotogramas de sus partidas, una más calmada que otra. Luna se fue de la casa a los meses que Leni, causado por una discusión atónita entre su madre, todo a causa de que la chica mientras intentaba auto publicarse las canciones de ella, en busca de una fama semejante a la de su ídolo, cayó en vender sustancias ilegales y nocivas. Dejando sola a Luan, aprovechando el espacio adicional para emprender su negocio a mayores, consiguiendo llamados en los pueblos cercanos, causando buenas reseñas, en duda si comenzar la universidad o seguir con el crecimiento del negocio. Dejando caer en la segunda opción que por el momento, le está saliendo bien. Aquella habitación ahora es propiedad de Lana, obteniendo privacidad por su edad entrante a la pubertad.

Y por último, la última hermana mayor que abandonó el hogar hace solo unas dos semanas atrás, consiguiendo más de una beca en toda su adolescencia, influenciando en más de un deporte y más de un cazarecompensas. Y ahora, con un contrato de jugosa cantidad de dinero, está entrenando Béisbol antes de llevar a cabo los partidos que firmó. Ahí, sigue durmiendo su hermana favorita, notablemente entusiasta de tener la privacidad que siempre pidió, celebrando eso a sus catorce años.

Saliendo de la divagación en recorrer los recuerdos que, aun no logra captar de cuándo pasó todo eso, o cuándo llegó a cumplir los diecisiete años, incluso aunque haya sido ayer su cumpleaños. Antes de seguir avanzando otro paso, se acuerda de algo, provocando que se dé vuelta y camine hasta su cuarto con rapidez al tener el tiempo corriendo.

—Soy un idiota —dice al aire con fastidio. Abre la puerta de su cuarto, sitio que no ha cambiado demasiado, logrando poner todo en orden y sin tener un escándalo en el suelo, aunque se ve bastante vacío el lugar. Aparte de todo eso, en la cama del albino se encuentra descansando un gran bolso negro, pareciendo pesado por el hundimiento en el colchón. Sin retrasarse, va hacia el armario, encontrándose con pocas mudas de ropa en él, pero con más catálogo que remeras naranjas. Agarra una muda de ropa que aparenta ser un uniforme.

Agarra la mochila que está colgando al lado de la puerta, casi saliendo corriendo hasta la salida y toparse con la entrada del baño. Antes de golpearla para saber si está ocupado, sale Lana del diminuto cuarto. Las miradas cruzadas entre ellos se quedan congeladas por un breve momento, hasta que los ojos del albino se transforman en la misma mirada de siempre; dura y sin ánimos de gastar más saliva de lo necesario. Lana baja la mirada, aunque la niña haya crecido bastante, teniendo una altura que le llega más abajo que los hombros del albino, sin tener ninguna pizca de timidez como cuando era una niña, es todo lo contrario cada vez que se choca con su hermano mayor.

—Buenos días… Lincoln —saluda Lana con una voz más femenina a causa de las hormonas y repentinos cambios físicos, como las remarcadas curvas en las caderas y un notable aumento de busto, que se disimula con la remera holgada de ella. Aparte del peinado de trenzas que le llega hasta la mitad de la espalda, arreglado por las propias manos de Lana quien, hace un tiempo la imagen de ella le preocupa.

—Buenos días —es la única respuesta seca que consigue Lana de su hermano, entrando pasando al lado de ella sin siquiera mirarle por un momento. La mochila colgada en uno de los hombros de Lincoln, con el balanceo choca sin intención el rostro de la chica que solo logra quejarse.

La mochila de Lincoln cae en el suelo del baño, consiguiendo privacidad teniendo la puerta con traba detrás suyo, cuelga el uniforme antes de sacarse la remera y el pantalón. Caminando hasta la ducha, abriendo la lluvia para ajustarle a una temperatura cómoda, despojando la última prenda que tiene encima. En la anatomía de Lincoln, delgada pero no tanto por los beneficios de las hormonas y un periodo de ejercicios, se deja envolver por la tibia lluvia en la piel. Unos centímetros encima de la nuca, una notable falta de cabello blanco se distingue mientras se restriega la cabellera. Una cicatriz de un tiempo atrás, recordando cada vez que siente ese vacío llano.

En esos cinco años el físico no fue el único en cambiar, sino que también las relaciones con sus hermanas, siguiendo el mismo camino desintegrando sin poder crear un nuevo puente. En casa despedida de sus hermanas mayores, él no se alejaba de las escaleras, saludando con la mano sin siquiera molestarse en cambiar la mirada fulminante. La única hermana que tuvo una despedida más misericordiosa, fue Leni que le robó un abrazo que no pudo romper. Los momentos de ayuda acabarían para todas ellas, a excepción de Lucy quien sigue visitando la habitación del albino, aunque sea solo por ayuda para los poemas, o una charla que dure menos de diez minutos. La cercanía de ellos avanzaba en cada momento, teniéndose uno al otro, más que nada en caso de la gótica.

Una única vez donde Lisa se atrevió a charlar con el albino, regalando un artefacto donde según ella lograría tener el control en sus propios sueños, ser el Dios que controlará todo, todo en excusa para pedir perdón y una posible oportunidad de redimirme, solo recibió un desdén crudo por parte de Lincoln, recalcando las acciones que ella cometió. Fue la primera y única vez donde Lisa trató de ganar el perdón del albino. No como Lola que, solo le dedica miradas cortas y rápidas en Lincoln; ignorando tal hecho, mientras no se meta en el medio del chico, él no dedicará ninguna palabra a la chica.

Terminando la ducha, Lincoln se termina de alistar hasta ponerse el uniforme, vestimenta que se ve desde lejos que es de un cocinero, faltando el gorro que no es el típico en forma cilíndrica y alargada, sino que se asemeja más a una boina blanca. Hace tan solo un año, él con ayuda de un poco de influencia por su apellido, entró en un restaurante como ayudante de cocinero y como mozo, escalando hasta donde ahora él cocina los platillos teniendo a un ayudante a su lado. Claro está que, a causa de su edad, no esta registrado como un empleado en blanco, pero gracias al carisma y empleo en la cocina, el jefe lo tiene como un aprendiz de gran calibre, disgustando la idea de perderlo

Suelta un suspiro mientras se observa al espejo, el comienzo de semana siempre es el más difícil, pero no es esa la molestia que siente. Sacudiendo la cabeza, Lincoln agarra la mochila para irse del lugar. Pasando por la puerta de entrada, el ruidoso motor que tiene delante del garaje, escoltando a Lily, Lisa, a las gemelas y a Lucy dentro suyo, le atrae la mirada por un momento cuando el conductor sale a saludarlo desde la ventana.

—¡Hey, Lincoln! ¿Te llevo? —pregunta una voz amable como firme al mismo tiempo, saludando con una mano mientras el rostro jovial del hombre pelinegro se ve. Stan, el novio de su madre, quien hace ya dos años de pareja cumplen. Un hombre que es más joven que su madre por unos años de diferencia, gentil aunque parezca ser todo lo contrario por la imagen impotente que da por su mirada, que contrasta con la figura delgada que tiene.

—No, gracias. Mejor voy en bicicleta —responde Lincoln saludando a Stan con la mano, dedicando una leve sonrisa de agradecimiento mientras camina hasta el garaje, donde descansa la bicicleta del albino.

Aunque no lo ve, siente la mirada lamentable que le dedica Lola a él, no es idiota. Aun dentro de aquel auto familiar con siete asientos, comprado por la nueva pareja de padres para asistir a las necesidades de las niñas, no le es difícil captar la diminuta figura de una sombra serpenteando para observar desde la lejanía.

—Cómo gustes, amigo. Buena suerte el día de hoy —se despide el hombre delgado, dando marcha a las ruedas para alejarse de manera ruidosa del lugar.

Sin mirar cómo se aleja el vehículo del hogar, saca la bicicleta que, fue comprada con su propio dinero, escogiendo ese modelo por el simple hecho de tener un color anaranjado tan intenso. Comenzando la marcha, Lincoln se dirige hasta su trabajo que está cerca de su preparatoria, próximo a graduarse sin dificultades entre el estudio y los horarios laborales. Que lo tiene solucionado por reducirle unas horas para que se le acomode, teniendo que salir apresurado para llegar a tiempo sin ni un minuto tardado.

Los pedidos no son muchos, los platos de comida que estan en la carta tampoco son complicados, adiestrado en esas recetas después de tanto cocinarlas. Los compañeros de trabajo no le dicen mucho mientras las hornallas están pretendidas, escuchando uno que otro grito al haber conflictos internos, empeorando todo por el calor de la cocina. El olor a comida, las transpiración, las fuertes conversaciones entre cocineros, es lo que concluye otro día laboral en el relativamente nuevo restaurante de Royal Woods. Apurando el paso hasta la bicicleta atada en el pasillo, donde abre la puerta trasera de uso exclusivo para el personal. Aguantando la mochila en la espalda, donde guarda los pesados libros y los cuadernillos de la preparatoria, con una mano saca un desodorante en aerosol para echarlo por todo el cuerpo; así logrando eliminarse el oloroso rastro de sudor junto al hedor de comida.

—Qué asco, me falta una ducha. Si Cristina se acerca, se espantara —comenta Lincoln, guardando el desodorante para subirse en la bicicleta. Partiendo hacia la preparatoria de Royal Woods, que aunque está cerca del trabajo, no tiene más que cinco minutos para llegar.

Corriendo hasta la entrada, un grupo de tres chicos lo esperan haciendo gestos para que se apure, mientras el retumbante sonido del timbre se escucha de fondo.

—¡Dale conejito, apura esas patas traseras! —grita Liam, usando una mano como si fuera un megáfono, motivando las risas de los terceros, también las del Lincoln.

—¡La bicicleta no se ata sola! —responde Lincoln a gritos agitados, pasando por el lado de los demás chicos que lo siguen detrás corriendo.

Las risas joviales inundan el pasillo vacío, a causa del diminuto grupo inseparable, incluso después de perdidas. Ninguno de los chicos se aburren en toda la jornada escolar, charlando trivialidades, dejando de lado en algunas ocasiones las charlas frikis para dar lugar a otros temas más impulsivos. Como son las chicas que ellos están enamorados, incluso de la propia pareja que algunos tienen, que es el único caso de Liam. En más de una ocasión, la mirada fija de Lincoln se fija en la figura media alta de Cristina, ese cabello largo castaño que a la luz del día se ven reflejos rojizos, restos de la anterior coloración que se hizo, las notables curvas de su cadera suben hasta la cintura de la chica.

—¿Eres un acosador? —pregunta el chico de cabello rojizo de manera bromista, atrayendo la atención de Lincoln, enrojeciendo el rostro del albino.

—¡No! —responde casi gritando, obteniendo la atención de terceros en la cafetería. Las risas de sus amigos no tardan en llegar

Otro comienzo de semana termina cuando sale de la preparatoria, despidiéndose de los chicos, montando la bicicleta dejando salir un suspiro.

«Aún no se termina», piensa Lincoln, pedaleando el camino habitual hasta la casa Loud, se desvía para ir hasta el viejo y aún desarreglado local de Flip, teniendo palabras caídas en el cartel donde dice “Flip’s: Comida & Combustible“. Apenas entra desde la puerta automática, la salida no es tardada, teniendo dos batidos en manos, recordando las palabras de aquel viejo. «¿Otra vez? Mucha azúcar para un joven como tú, hará que te crezcan muchos granos, niño». Siguiendo con otro dicho acompañado de un gesto obsceno que ignoró. Agarra la bicicleta, sostiene uno de los batidos apoyando entre su antebrazo y el pecho, teniendo en esa misma mano el otro envase. Y así, al lado suyo las ruedas se mueven guiadas por la otra  mano del albino, agarrando el medio del manubrio, intentando agarrar el sorbete con sus labios, inclinando la cabeza hacia delante.

La cadena enreda la rueda delantera con el marco del vehículo del albino, quien tira el vaso vacío al basurero que tiene al lado, dando otro sorbo al segundo haciendo un molesto ruido. Lincoln saluda al guardia de seguridad, entrando al cementerio pareciendo como si ya tuviera memoria muscular en ese espacio. Llega a la tumba que decidió visitar, una rectangular placa de hormigón donde tapa la tierra que entierra el cajón, es decorada con muchas flores, unas más marchitas que otras, dando vida a la lápida de Clyde. Lincoln se sienta en frente de su amigo, dejando el vaso medio lleno cerca de las flores.

—Te traería una cerveza, aunque no hayas llegado a probarla. La odiarías —bromea Lincoln a lo último, ahogando una risa sin gracia—. Está rico, aunque casi me lo termine yo, mala idea —sigue charlando el albino a la lápida inerte, como si tuviera a su amigo frente a él sin querer responderle. Un hábito que no puede dejar, sin querer olvidar al amigo que nunca decidió abandonarlo, él tampoco desea hacerlo. El chico pasa la mano por la tumba, sacando algunas hojas secas.

La charla no deja de fluir, como si realmente estuviera frente de él, le cuenta cada suceso que le ocurrió hoy, cada detalle, recurriendo a hablar sobre Cristina, y comentando una que otra palabra de Lori. Parecía una típica juntada de amigos para las pocas personas que pasan al lado del chico, mirando con extrañeza, o incluso tristeza.

—Hasta aquí te dejo, viejo, es muy tarde y ya me dio hambre —dice Lincoln mirando el horizonte donde el Sol empieza a despedirse. El albino se levanta del suelo, estirando la cadera y la espalda, crujiendo tras ese movimiento. Pasa la mano por la esquina de la lápida, acariciando el rasposo tacto—. El Jueves te digo sobre los spoilers del Volumen 29 de Ace Savvy: Siguiente Generación. Pon tu apuesta en la mesa, amigo —terminando de hablar, le da una última palmada a la lápida para irse. El corto recorrido hasta la salida, no ve a ninguna persona caminando, sería una sorpresa cruzarse a alguien con su misma edad. Solo ha visto a personas mayores con una flor, o incluso sin nada para tener una charla y así no olvidar la existencia de quienes ya no están.

A solo unos pasos de la entrada donde la mitad del umbral está cerrado por las rejas, una pareja que es conocida por Lincoln entran con paso apurado, agarrando un ramo de flores cada uno.

—¡Señores McBride! Cuánto tiempo —saluda Lincoln sacando las manos de los bolsillos, sorprendiendo a la pareja que calma los pasos.

—¡Lincoln! Parece que coordinamos de vuelta —contesta Howard mostrando una sonrisa donde la carencia de un diente es notoria, notando la vejez en él cuando las mejillas se arrugan en su piel. El hombre se acerca al alto cuerpo del chico, propinando un abrazo estrujante de un solo brazo.

—No puedo creer lo alto que estas, hijo, aun me acuerdo cuando nos pedías ayuda para alcanzar la azúcar, ¿te acuerdas, Howard? —pregunta Harold imitando el gesto de su marido, esforzando en que no se escapen las lágrimas que se juntan en sus arrugados ojos. La risa agradecida de Lincoln no tarda en llegar por los comentarios de la pareja, mirando con cierta admiración a estos dos, apreciando cada charla que tiene la oportunidad de tener.

—Estoy un poco apurado, le deje un Frip’s —contesta el albino con una mueca, como se estuviera lastimando a él mismo tras esa confesión. La pareja solo asiente, dando espacio al chico sin eliminar la sonrisa.

—Nuestra casa está abierta para ti, hijo, cuando quieras pasar, puedes hacerlo —responde Harold abrazando a su pareja, poniendo el brazo encima de los hombros para acercarlo a él.

—Gracias —contesta el chico para luego despedirse, como también lo hace con el guardia que espera en la entrada el cierre.

Lincoln se sienta encima de la bicicleta, colocando la linga de seguridad en el torso como si fuera un tahalí, retoma el camino a la casa Loud. El último día donde acostara la cabeza en la almohada en ese pequeño cuarto, por fin ha llegado.

¡Buenas! Espero que les este yendo bien esta noche. Por fin, este fanfic estará llegando al final este Lunes con la última actualización. La posibilidad de una secuela es escasa, pero no cero, teniendo en ella una posible redención o algo así... Pero como digo, la posibilidad es escasa. Espero que les haya gustado, no se olviden de comentar y votar. Muchas por leer.

Por cierto, estos días estaré trabajando en unos one-shot donde publicaré en "Relato de TLH", si alguno llega a ser muy apoyado, quizá les haga un fanfic o algo así. Eso será avisado cualquier cosa.

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