Relato 4: El lobo y la oveja

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Había una vez un lobo. Su manada lo había abandonado a su suerte en ese lugar tan frío y cubierto de nieve. No sin antes, horrorosamente, haberle arrancado todo su suave pelaje.
Estaba congelado.
Estaba triste.
Estaba resignado a morir.

Había una vez una oveja. Vivía atrapada en un corral. Sola. Era la única oveja. Estaba rodeada de más animales, pero ni una otra oveja.
Una pareja de granjeros eran lo más cercano a sus padres, ellos le exigían a la pobre oveja que les diera lana, así los abrigaría y además, conseguir dinero vendiéndola. Según los granjeros, era la única forma de que ella fuera útil en este mundo. Aunque la oveja no pudiera hacer que su lana creciera tanto y tan rápido, los granjeros le exigían, porque creían saber cuál era el límite de la oveja. Pero no sabían que ya estaba en su límite.

Un día, la oveja encontró un defecto en su corral y decidió escapar. No tenía lana, así que tenía frío. No le importó. Quería huir. Quería liberarse de esa presión.
En ese momento la oveja logró ver a un lobo. Un pobre lobo con frío y cabizbajo. Se veía triste, aunque se mostrara feroz al resto, tal cual como debía ser un lobo.
El lobo vio a la oveja y mostró su falsa actitud feroz. La oveja se acercó y se acurrucó al lado del lobo. Después de todo, sabía que él no estaba bien. El lobo confundido solo se limitó a apartar a la oveja e irse. Los granjeros llegaron y se llevaron a la oveja de vuelta.

Eventualmente el lobo visitaba a la oveja. La observaba por afuera del corral y notaba la crueldad de los granjeros con ella. El resto de los animales y los propios granjeros alejaban al lobo. Nadie les quitaría a su oveja. Era su única oveja.

El tiempo pasó y un día la oveja se cansó. Dejó a los granjeros y al resto de los animales de lado. Su lana ya había crecido, y cuando los granjeros abrieron la puerta del corral para quitarle una vez más la lana, ella escapó.
Corrió en busca de su pobre lobo sin pelaje. En cuanto lo encontró, vio lo peor. El pobre lobo estaba pasando por la peor etapa de su vida. Cuando su pelaje por fin estaba volviendo a crecer, su manada volvió y se lo volvió a arrancar, esta vez, también dejando heridas que teñían la blanca nieve de un fuerte color rojo.
La oveja se acercó sutilmente, el lobo ya no podía ni quería hacer nada, no le importó.
En ese momento, la oveja se acurrucó una vez más al lado del lobo, entregándole su calor. El calor de su lana.

— Hey. — Dijo el lobo. — Tu bella lana se está tiñendo con el rojo de mi sangre.

— Lo sé. — Respondió dulcemente la oveja.

— ¿Y no te importa? — El lobo se apartó un poco. — Si tu lana deja de ser blanca y pura, sufrirás.

— Lo sé. Aún así, ya he hecho bastantes sacrificios, dejé a mis granjeros y al resto de mis amigos. Escapé y me revelé contra lo que me hacían. Pero eso no es nada comparado con tu sufrimiento.

El lobo nunca había escuchado unas palabras tan dulces y sinceras. ¿Confiaría en la oveja? Su propia manada lo había traicionado, después de eso, decidió no confiar en nadie.

Pero confiaría en la oveja.

El lobo y la oveja empezaron a estar mucho tiempo juntos, y aunque la oveja volvió a casa, los granjeros entendieron la situación de la oveja y el resto de los animales tuvo que aprender a aceptar que la oveja también pasara tiempo con el lobo y ya no solo con ellos.
Poco a poco las cicatrices del lobo se curaban.

Si la oveja tenía problemas, el lobo la abrigaba con su pelaje.

Si el lobo tenía problemas, la oveja lo cubría con su lana.

Se ayudaban mutuamente, cada uno para conseguir la felicidad del otro.

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