Hagámoslo de nuevo

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Jenna Black

Doy un salto en el lugar al sentir un buen golpe de algo chocando con los barrotes de la injusta prisión.

—¿Cómo va todo por aquí?— Veo que no he sido la única en asustarse, tanto Bength como Natalie están mirando al que interrumpió la tranquilidad con mucha molestia en el rostro.

En el pantalón de él yacían unas llaves.

—Estaba mejor antes de que llegaras— Comenta Bength por lo bajo, pero lo suficientemente alto como para escucharlo todos.

—Sí no te gusta puedes irte— Habla el oficial irónicamente y ríe a lo estúpido. —Ah no, que no pueden, porque son unos putos asesinos.

—¿En serio castigarán el "crimen" en un apocalipsis?— Me siento en la cama apoyando mis manos hacia atrás.

—Tiene razón— Agrega Nat apoyándome. —Ustedes también son asesinos si nos guiamos por esto.

—Y desde antes del apocalipsis también lo eran— Suelta el chico golpeado, suena resentido.

—¡Cierren el jodido pico!— El guardia se pega a la reja y aprieta los dientes con mucha fuerza.

—Se ofendió— Burla Bength para luego poner una mirada seria e intimidante directamente a los ojos del oficial.

—Yo... Vuelvo luego...— Él no mantiene firmeza ante la amenaza de iris de Bength y se retira del lugar.

—Ahora que se fue volveré a dormir— Se da la vuelta dándonos la espalda.

—¿Qué fue eso?— Indaga la rubia pasando su cabeza, a medias, entre los barrotes que daban a mi celda.

—¿También te diste cuenta?— Me giro hacia la chica para mirarla a los ojos, subo los pies y me siento como indio en la incómoda camilla.

—¿Estará bien?

Miro detrás de mí echándole un vistazo y devuelvo la mirada a Natalie. —Eso espero.— la rubia pone su mano en mi pierna y la acaricia como consuelo.

—Jenna, yo...— Titubea Natalie sin terminar, es interrumpida por el ruido de pasos agobiantes y llaves chocando entre sí.

—Vamos, no pongas resistencia o será peor— Habla un guardia con al parecer, un nuevo prisionero.

Pasa delante de nuestras celdas y el de las llaves les abre una que estaba al lado de la de Natalie.

Sigo preguntándome,

¿Dónde estamos exactamente?

Este lugar es más grande de lo que creía, realmente no es posible que un lugar así no sea visible.

¿Bajo tierra quizás?

—Está bien, cooperaré, pero suéltame de estas esposas amigo, ¿sí?— Comenta un chico bastante alto, con aún un saco en la cabeza, al que estaban forzando para entrarlo en la cuarta celda.

—No hasta que estés dentro, capullo— reconozco ese rostro y esa voz al instante, es el mismo que me trajo hasta aquí.

Empuja al chico dentro, de una patada, entra con él, quitándole de la cabeza el saco y le da la vuelta para abrirle las esposas.

—Si haces algo estúpido te vas a arrepentir de ello— Le dice el oficial y él simplemente canta a silbidos una canción que no conozco.

Cuando tiene las manos libres actúa con agilidad poniendo al uniformado en un aprieto, le hace una llave lo suficientemente fuerte como para matarlo y/o contenerlo, así que el que tenía las llaves interviene en la situación.

El chico al parecer llama el interés de todos, Bength se había puesto de pie y en el límite de su celda para observarlo mejor, Natalie y yo nos encontrábamos juntas sin apartar la mirada del temerario sujeto.

El de las llaves intenta separarlos y lo logra, el uniformado actúa rápidamente sacando su arma para apuntarle entre ceja y ceja.

El prisionero da un paso atrás y alza las manos abriéndolas, al ver que está en desventaja.

—Fue divertido amigo— Sonríe y casi podría jurar que, en sus dientes se formó un brillo cliché. —Hagámoslo de nuevo.

Difumina su sonrisa mientras que ambos perros del ejército se salen del lugar.

Cierran su celda y el oficial asqueroso intercambia miradas conmigo hasta salir de mi campo visual.

—Uh, hola señoritas— El chico se apoya el codo en la reja pasando su mano por el cabello y con la otra mano haciendo un gesto egocéntrico. —Mi nombre es Alan, ¿y ustedes son? No sé que hacen unas bellas damiselas en un lugar como este.

—Soy Nat...— Le agarro la mano a la rubia para apretarla con fuerza, ya que su inocencia hizo una nube con arcoíris en la que vive un unicornio, y eso al parecer no le deja ver las intenciones del chico.

Hay un silencio incómodo por unos segundos, hasta que Bength decide romper el hielo.

—Tienes huevos Alan.

—Disculpa, ¿Dijiste algo? Es que como estás lejos y eso— Grita Alan con una mano al lado de la boca y la otra haciendo señas al aire.

Ciertamente la distancia entre ellos era la mayor.

Bength lo ignora, da vueltas en la celda mirando fuera de ella, a su alrededor e incluso encima.

—¿Por qué estás aquí?— Indaga la rubia y esta vez no pude evitar que hablara.

—Porque quiero— Nos observa bajando las cejas y tensando el rostro. —Es broma, pero si quiero salir simplemente lo haré— Ríe como si hubiera hecho un chiste nivel comediante profesional.

Natalie y yo lo miramos con extrañeza, pero el chico se halagaba en voz baja a sí mismo.

—Dices que si quieres puedes salir— Arrastra Bength la voz, pero la alza lo suficiente para que llegue a Alan. —¿Cómo lo harías? Porque nosotros no estamos a gusto aquí.

El chico sonríe y se pega a los barrotes, se agarra de ellos y los aprieta.

Hace mucha fuerza hasta que logra zafar uno, todos quedamos anonadados.

—Estamos bajo tierra, es obvio que por la humedad, tuvieran esto poco cuidado— Nos guiña el ojo volviendo a poner el tubo que zafó de vuelta en su lugar. —Pero afuera hay demasiados oficiales como para simplemente salir, créanme, ya lo intenté.

—¿Qué verg...?— Comenta Nat sin acabar la pregunta.

—¿Cómo que, ya lo intentaste?— Cuestiono aún con la boca abierta.

—Estos perros del ejército son un poco... asfixiantes— Se estira la espalda y vuelve a guiñar el ojo.

—Ya sé como salir de aquí— Habla Bength llevándose nuestra completa atención.

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