La cabaña abandonada

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Archie Struan

(. . .)

Luego de aquel suceso inesperado las cosas comenzaron a tener sentido para mí, lo que le haya hecho mi padre aquél día a mi abuelo le dio un vistazo a lo que vendría después.

A pesar de que en aquellos años, ya le creía, ahora todo estaba confirmado.

Por lo que decidí hacer un viaje hacia el psiquiátrico con el plan de sacar a mi abuelo de ese espantoso lugar.

Me encontraba en mi casa, la cual estaba un poco alejada de los edificios de la ciudad, quedaba detrás del hospital por un camino estrecho que terminaba en una humilde chozita que por dentro no tenía más de lo necesario —No éramos pobres, pero mi padre se encargaba de gastar nuestras ganancias en otros asuntos —. Lugar el cual se notaba vacío desde que capturaron a mi abuelo.

Recogí en una mochila un par de cosas que probablemente me serían útiles al ir hacia allá e hice uso del auto de Thomas.

Saliendo de la ciudad admiro por el retrovisor el enorme cartel de despedida que decía "Usted se está yendo de Aftil" y pongo mi pie en el acelerador pasando el límite de velocidad para llegar con más rapidez al sitio.

Tenía mi mirada perdida ya que estaba metida centrada en mi mente ideando un invisible plan, cuando de la nada a mi lado me rebasan un par de camionetas negras de militares. Asustado porque me encontraba excediendo los límites freno bruscamente de sopetón.

Para entonces notar que esos vehículos ni siquiera se dieron cuenta de mi existencia.

Había acabado de pasar el área militar y aún así me sentí intrigado de saber a dónde se dirigían. Por ellos decidí cambiar directamente mi rumbo dirigiéndome tras ellos de inmediato, reduciendo la cantidad de kilómetros por hora para no resultar sospechoso.

Tenía par de metros de distancia cuando se comenzaron a adentrar al bosque, sin pensarlo mucho y con esmero de no chocar por el montón de árboles también les persigo.

Cuando sus motores dejaron de rugir me vi en la obligación de detener el auto.

No estaba muy lejos de ellos, pero me encontraba lo suficientemente alejada como para no ser notada a pesar de encontrarme encima de un vehículo.

Los militares se bajaron de las camionetas, primero un par cubiertos de armas y uniformes, y detrás de ellos unos agarrando a una pequeña niña rabiosa que llevaba un saco de papas en la cabeza y las estremidades amarradas. Se dirigían a la cabaña abandonada que había delante de ellos.

No podía ser capaz de mirar más por lo que decidí retirarme, estratégicamente logré que el sonido combinará con los ruidos de la naturaleza y de sus movimientos.

No podía hacer que mi querido abuelo permaneciera más tiempo dentro de ese peligroso lugar, no sabía cuál sería el próximo paso que daría mi padre y tenerlo allí era un riesgo gigantesco.

(. . .)

—¿Qué cosa, Archie? —cuestiona la castaña —. Deja de husmear y mejor busca la manera de volver a subir para irnos de este lugar.

—Shh, baja la voz y háganme caso — pongo mi dedo índice en los labios y hago gestos con las manos —. Bajen con estreno cuidado e intenten hacer el menos ruido posible, por favor.

—Vamos — informa Verónica.

—Gracias.

Poco a poco comienzan a bajar todos, uno a uno con estremo esmero tal como había pedido.

Cuando me percaté de que ya nadie se encontraba arriba los reuní en un círculo.

—Vale, quiero que vean esto, pero no pueden hacer ningún escándalo —susurré.

—¿Qué es tan importante que requiere de tanta intriga? —pregunta Jade.

—Observa con tus propios ojos.

Doy un paso hacia atrás para que a mis espaldas se note el resplandeciente brillo que provenía de la ranura de una puerta delante de nosotros. Los chicos al asomarse contemplan los mismo que me había dejado anonadado.

—¿Pero, qué mier..? —articula Michelle.

En ese lugar se encontraba Thomas, él estaba sentado en una silla de oficina rodeado de miles de pantallas que mostraban cámaras de seguridad, habían tanto habitaciones del centro comercial, como vistas al pueblo e incluso al hospital de Aftil, el psiquiátrico y mucho más. Como si desde ese asiento controlara todo.

Verónica hace un grito ahogado cuando ve que en una de ellas se notaba a un chico particular junto a un par de ancianos, él estaba llorando pues el par de personas frente a él se encontraban tras una cristalera, a excepción del alrededor que no era muy distinto al de una hogareña y grisácea casa.

—No puede ser, Christopher — suelta Amber, y varios en el grupos hunden las cejas en preocupación.

—¿Christopher? — indago.

—Venía con nosotros — aclara Charlie con palabras entrecortadas.

—¿Por qué no lo enfrentamos ahora que está solo?— pregunta Mike —. Somos muchos, podemos darle par de putazos bien merecidos.

—La respuesta es, porque nos encerró aquí estando solo — habla Dulce —. Y prácticamente allí donde está, se encuentra en su zona de confort por lo que no tenemos ni idea de que puede esconder bajo sus mangas o de cuál es su método de seguridad.

—¿Qué es exactamente lo que está pasando? — Nick busca abrir un poco más la ranura de la puerta.

El roce del objeto con su cuerpo provoca que haga un pequeño chirrido. Pero logramos salvarnos ya que justo en ese instante mi padre decide darse la vuelta frente a sus pantallas. Todos soltamos unos silenciosos suspiros de alivio mientras volvíamos a ponernos de pie unos junto a los otros, alejándonos de la puerta.

—Debemos hacer algo respecto a ese chico, ¿Lo conocen no? — habla Jade —. No pueden dejarlo allí.

—Jade tiene razón —afirmé —, los ancianos se veían como en un escenario de putrefacción, estaban en proceso de transformación... O algo peor... Pueden ser una mutación.

—No, deben estar en proceso, porque la última vez que los vimos fue cuando llegamos y no tenían esos aspectos —agrega Gabriela.

—Pues, sea lo que sea, Chris está en peligro —habla Amber.

—Hey, chicos —llama Michelle —, una salida.

Justo del otro lado de la puerta de la oficina de las cámaras había otra puerta, una más pequeña, pero que llevaba al lado contrario de donde no queríamos ir.

Ideal para la situación.

Sospechosamente ideal.

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