La vista desde aquí no es tan mala

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Archie Struan

Ya había vuelto, Aftil, sinceramente no te extrañé. Mi vuelo había llegado bastante temprano y las carreteras no estaban vacías. En las calles había algo de caos. Pero asumí que era el caos de siempre en esta aburrida ciudad.

—Maldito tráfico.— maldigo a todo lo que exista mientras me bajo del auto para analizar un poco más la situación. ¿Quizás hubo un accidente?

Mis ojos se agrandaron a más no poder, la ciudad estaba destrozada, las personas corrían sin un rumbo específico ¿La razón? Aquél rumor del que llamaban viejo loco se había vuelto real. Ha comenzado el fin y yo estoy en medio de varios autos estancados sin saber exactamente qué debo hacer ahora.

Aquellos pensamientos los mando a volar una moto Rali, no hacia ruido, pero la persona que conducía se veía desesperada, con una mirada fija hacia el camino que tiene delante, sus cabellos rubios volando con el viento y aunque casi me pasa por encima, a penas notó mi presencia.

Quedé tambaleándome, necesitaba reaccionar rápido.

—Ayuda… por... favor...— Alguien cayó junto a mí, jadeando y sufriendo, con una gran parte de su cara destrozada pidiendo ayuda hacia algo obviamente incurable.

Sacudiendo mi pierna me alejé buscando donde refugiarme o como salir de aquella situación. Así que evité a la mayoría de personas y tuve la suerte de no encontrarme con ningún muerto viviente.

Me dirigí hacia el callejón que estaba entre el hospital y un edificio de renta, lugar donde había una chica matando a todo lo que se le acercara con una mirada sin temor; su cabello largo y castaño resaltaba su precioso rostro, con pequeñas salpicaduras de sangre pareciendo parte de ella.

—¿Piensas quedarte ahí parado mirándome?— preguntó lanzando una tapa de basurero por encima de mí, con tanta fuerza llegando a clavarse en la cabeza de una de esas cosas a mis espaldas.

—La vista desde aquí no es tan mala.— provoqué indirectamente y su cara mostró una media sonrisa de confianza.

Tal gesto que, con aquél aspecto espeluznante, completamente cubierta de ese líquido rojizo hizo que mis hormonas se revolvieran inconscientemente.

Esta chica hizo realidad la frase que todos suelen decir, "amor a primera vista", a pesar de que estaba muy consciente de que era solo la adrenalina del momento.

El callejón se encontraba lleno de cadáveres en el suelo, algunos amontonados y otros despedazados, creo que ni siquiera un zombie podía ser tan cruel como la despiadada agresividad y agilidad que mostraba esta chica.

—Y... ¿Vas a sobrevivir conmigo o piensas que te cargue como princesa y te salve?— cuestionó la hermosa castaña jadeando.

—La segunda opción suena tentadora— bufé y ella soltó una gran carcajada —.¿Puedo preguntar tu nombre?

—Me llamo Dulce, Dulce Lidice.— se limpió el sudor y algunas gotas junto a él.

—Hermoso nombre, el mío es Archie Struan.— hice una pequeña reverencia y le ofrecí mi mano.

—¿Estás coqueteando en medio de un apocalipsis?— cuestionó negando la mano. —, ¿Tan desesperado estás?

—No existe el momento equivocado señorita Lidice.— sonreí con seguridad y ella rió fuertemente una vez más, apretando su estómago.

Se limpió las lágrimas de risa, se agachó para señalar a un no muerto y preguntó: —Por cierto, ¿sabes qué son estas cosas?

Me acomodé los lentes y expuse: —Eso de ahí es un zombie— me miró poco convencida, por lo cual continué mi explicación. —. Se trata de un cadáver que, a través de algo ha sido reanimado. Un zombie, por lo tanto es un muerto viviente. Las representaciones más comunes muestran a los zombies como seres de nula inteligencia, aunque de gran fuerza física, o al menos, la suficiente para despedazarte solo usando sus manos.

Sus ojos se abrieron como platos sorprendida y luego cambió a ponerse completamente seria cayendo en la realidad, corrió hacia a mí sacando de su bolsillo una navaja y clavándola por encima de mi hombro.

—A v-veces también sigilosos— pronuncié tragando saliva para deshacer el nudo que se formó en mi garganta.

—¿Me estás diciendo que esto de aquí es un zombie?— indaga ella. —. En plan ¿de esos que salen en las películas y series?

—Exactamente.

—Entonces aquel viejo de mierda tenía razón.— dijo por lo bajo, pero lo suficientemente alto como para escucharla.

—Bueno, o son zombies, o todos en la ciudad tomaron una droga que los vuelve caníbales.

—Creo que haces muy malos chistes, Archie.— burló.

—Y yo creo que…— pasé mi pulgar por sus labios y limpié un poco de sangre. — debemos irnos de aquí.— hablé señalando con el dedo pulgar a mi espalda.

Detrás de nosotros por la entrada del callejón al menos unos diez zombies estaban viniendo en nuestra dirección.
Otros ocho aproximadamente salieron del hospital por una puerta de emergencia.

—¡Vamos!— agarré su mano y la llevé por la escalera de incendios del edificio a su lado.

Corrimos hasta la azotea; desde arriba se veía absolutamente todo, parecía un escenario de ficción apocalíptica.

—Si hubiera sabido que comenzaría hoy, hubiera comido un desayuno no tan ligero— puse mis manos en la cintura y observé el paisaje. —. Parece una película.

—Sí, y el siguiente en morir eres tú— Me ofrece un revolver 357 magnum y una navaja extra. —. No uses el arma a menos que sea necesario, solo tiene siete balas y podrías llamar la atención.

—¿De dónde la sacaste?— Cuestioné revisando el revólver. —, ¿En qué gastaste una bala?

—¿Qué? ¿Ahora me vas a decir que eres policía?— indagó irónicamente, pero se le notaba esa intriga que hace que una pregunta pierda su sarcasmo.

—No, pero me serviría de mucho saber de dónde mi compañera de supervivencia sacó un arma, siento que mi vida peligra más contigo que allá afuera.— Sonrío maliciosamente.

—Sólo digamos que... conozco un lugar— Enunció. —. ¿Compañera de supervivencia? Nos conocimos hace diez minutos.

—En diez minutos me salvaste la vida dos veces y yo a ti una, así que digamos que estamos destinados a seguir este camino juntos.— Dulce rodó los ojos e hizo una media sonrisa a mi respuesta.

—Que sepas que llevarme a rastras de la mano no cuenta como salvarme la vida.— Puso un par de tubos por fuera de la puerta de la entrada interior bloqueandola y se sentó en la esquina de la edificación.

—¿Y ahora qué?

—No tengo ni la menor idea.

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