No pude protegerte

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Archie Struan

—¡Charlie, Andrés!— grito a los despistados al notar un sitio aparentemente seguro. —¡Todos, rápido por aquí!

Jade entra tan rápido como una bala luego de dar una rápida vuelta al ser la que más lejos se encontraba por ese ataque inesperado de locura. Nick en cambio hace pasar primero al resto y quienes teníamos con que defendernos nos pusimos dentro de últimos.

Una juguetería.

Así es. Es el lugar perfecto en este centro comercial ya que por precaución a los niños y el cristal, tienen unas rejas coloridas de algún acero resistente envolviendo su alrededor, su puerta es de madera a comparación del resto de puestos y perfecta distracción para calmar a los niños.

Sin embargo tiene sus contras, el como vamos a salir ahora por ejemplo.

—¿Están todos dentro?— cuestiona Verónica revisando a su hermana y demás compañeros.

Por otro lado Michelle y Nick tapan la entrada con los juguetes más grandes y estantes de los mismos.

—E-eso creo.— tartamudea Daniel y usa su inhalador.

—Mira Andrés, son tus favoritos.— Charlie señala un kit de carreras mientras tiene al peque en sus rodillas quien exaltado por todo lo que ha pasado comienza a sudar en grandes cantidades.

—No me siento bien.— articula Andrés mostrando estar mareado.

—No digo yo, después de todo lo que corriste.— Comenta Gabriela cruzando los brazos con una media sonrisa.

—Entonces tendrás que descansar un poco.— Charlie lo abraza y besa la frente.

Por consiguiente toma una balsa de uno de los estantes más altos y le pide a Mike que la sople, también buscando entre las mantas en forma de animales y los peluches de ositos tomó los que le parecieron más cómodos.

Al terminar Mike de inflar la balsa, todos los grupos se acomodan en un lado de la juguetería no tan grande y Charlie arropa a su pequeño hermanito.

***

—Estuvimos revisando el almacén y al parecer se dejaron estos— Daniel y Verónica salen de la puerta trasera con una caja llena de bolsas de almuerzo y bebidas. —, y estas.— mientras que en la otra habían manzanas.

Dejaron las cajas en el suelo para que todos se acercaran, habían un total de cinco almuerzos, tres jugos, dos aguas, una cola y once manzanas.

—Va a ser complicado repartir esto.

—Denlen un almuerzo al flojo, nunca se sabe cuando se va a volver a desmayar.– me agrede Dulce.

—¿Flo-jo?— Indaga Bela en mi dirección y luego mira a la castaña.

—Así es pequeña, este señor de aquí es un flojo.— me muestra con orgullo y suspiro profundamente.

—Bien, demosles los almuerzos a más críos y el resto a ingeniárselas.

Así que luego de mi plan sobre la distribución, Daniel separa un plato para él y empieza repartiéndoles al resto.

Primero para Bela, con un jugo de manzana.

El segundo para Karol, en compañía de un agua tal cual fue su pedido.

En tercer lugar Gabriela, quien al instante pidió llevarse la cola.

Pero cuando Daniel se agacha para ofrecerle su bandeja a Andrés, él de repente se abalanza sobre su cuello mordiéndolo con toda su fuerza y sin pensarlo gasto otra bala en disparar al chico infectado.

Las chicas soltaron gritos y los chicos taparon sus oídos, mientras que Andrés perdía sangre por un agujero en la cabeza, Daniel se retorcía en el suelo.

—¡¿Qué haz hecho?!— grita Charlie.

—¡¿Qué mierda te pasa?!— Amber reacciona y le quita el cuchillo a Michelle yendo directamente a mi dirección de forma hostil y amenazante. —¡Te acabas de cargar a un niño!

—¡Pero estaba infectado!

La sala se envuelve en gritos cuando de repente nuestros ojos se encuentran observando a Daniel.

—Debemos hacer algo, Daniel aun respira.

—La enfermedad suele transferirse al entrar en contacto con fluidos infectados. Ya sea un mordisco o ingerir algo contagiado, pueda ser agua o alimentos.

—Sí, sí Archie, no es hora de que nos expliques hasta de que estamos hechos los humanos, ¡solo queremos salvar al niño, lee ambiente carajo!— lo calla Dulce.

—Por favor.— Verónica suplica con angustia, pero niego con la cabeza.

—Por ahora, no hay cura, los hemos perdido— Charlie rompe en llanto y bajo la cabeza al cruzar miradas con Daniel, sus anteojos se habían roto del impacto contra el suelo y unas lágrimas de sufrimiento corrían por sus mejillas sin parar. —, no hay nada que podamos hacer.

Verónica se acerca a él para consolarlo y le aprieta con lo que le queda de fuerzas.

—N-no quiero morir.— balbucea a duras penas Daniel con sus últimos alientos.

—Perdón, perdóname Daniel, no pude protegerte. No pude hacer nada.

Los ojos del chico habían comenzado a quedarse en blanco perdiendo el brillo de la vida y lo que antes eran palabras de auxilio ahora se habían vuelto gemidos hambrientos. Con mucho dolor en el pecho Dulce y yo nos encargamos de alejarla de él.

Mientras que Charlie aún yacía abrazando el cuerpo de aquella pequeña criatura a la que no le debía haber tocado sufrir tal desgracia.

(. . .)

9 Años Después del Descubrimiento del Abuelo

He cumplido mis 18. Mi abuelo había sido trasladado a un hospital psiquiátrico fuera de Aftil hace tiempo, mi padre ignoraba el hecho de que sus experimentos estaban siendo cada vez más escalofriantes y el día de hoy me encuentro una vez más sentado en esta sala de espera en la que probablemente he pasado la mayor parte de mi vida desde que mamá murió, esperando por aquél señor que condenó a mi abuelo por defenderme.

Es mi culpa.

Es mi culpa que él esté allá.

Recibiendo esos tratos que debían haber sido para mí.

Cuando de la nada una niña de nueve años con un largo cabello negro entra a la sala tomando la mano de su padre. Sus ojos brillaban y caminaba dando involuntarios saltitos.

—Soy el señor Lebel, vengo a ver a mi esposa.— dirige la palabra el señor que la acompaña hacia la recepción.

—Claro señor, por aquí por favor.— la chica deja su puesto y pasa a mi lado.

No puedo aguantar la curiosidad y termino siguiéndoles.

La niña aún iba con mucha alegría junto a aquel señor padre al que se le notaba también la emoción del reencuentro con su esposa.

La de recepcionista los llevó por un pasillo en el que siento un lijero deja vú, hasta que abren unas puertas y bajan unas escaleras en su interior.

Desconociendo lo que encontraré espero a que se me adelanten unos pasos para luego seguir detrás y así hasta bajar a una sala completamente pintada de blanco.

Me escondo tras una de las paredes de las escaleras con un pie en el primer escalón.

Cuando veo que el señor junto a la niña se encuentran con mi padre y  sus caras comienzan a tornarse aterradas, el tan emocionado semblante de la niña se fatiga y el miedo se pintaba en aquél rostro. En cambio el padre mostraba tristeza y desilusión, sus ojos se cristalizaron y débilmente soltó la mano de su pequeña hija dando un paso adelante.

Donde comienzo a ver lo escalofriante que los había vuelto un volcán de emociones tan repentinamente.

Una enfermera, de cabello negro y brillante con una verdinegra sombra que rodeaba sus ojos, marcas de jeringas en sus brazos, piel pálida y venas sobresalientes, su voz exalaba como un gemido, ella estaba, muerta.

Muerta.

Pero aún así estaba de pie.

Sin embargo a mi padre se le había postrado una sonrisa en la cara, pulsando un botón que dejó salir a la pobre enfermera sin saber que esto se saldría de control.

En consecuencia y como todo un animal salvaje la mujer lanza a su esposo al suelo y comienza a arrancar la piel de su cara. Mientras la pequeña niña observaba paralizada esa escalofriante escena.

—¡Saquen a la niña de aquí!— ordena mi padre y aquellos guardias que habían quedado anonadados sacudieron sus cabezas y atendieron a la orden.

Yo salgo corriendo pero antes de lograr salir de allí logro escuchar el susurro de Thomas.

—No debía ser así.

(. . .)

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