𝐎𝐂𝐇𝐎

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8. ERES UN IDIOTA, PEVENSIE

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             AL DÍA SIGUIENTE, Lucy y yo nos dirigimos hacia la entrada del castillo cuando el rey Lune nos avisó de que era hora de acoger a Aravis, una princesa tarkaana.

Había sido la compañera de viaje de Shasta y por lo que él nos había contado había estado hasta ese momento en la casa de un hombre muy anciano recuperándose de unos arañazos de león. Pensé inmediatamente en Aslan. Pero no creía que fuese él porque en mi mente no tenía sentido que hubiera sido él el que hiriese a una niña.

Llegamos hasta el vestíbulo. Allí, Shasta hablaba sobre algo de manera tímida a su padre y a una niña con la tez morena y cabello rizado marrón oscuro. El rey Lune nos miró y después Aravis nos dio un repaso a las dos. Parecía intimidada por todos nosotros, sonreí con ternura.

—Aquí te traigo a dos amigas, querida —le dijo el rey con una expresión amable. Era un hombre generoso que le había ofrecido vivir con ellos—. La reina Lucy y la bruja Audrey te ayudarán a integrarte y te acompañarán a tus aposentos.

—De acuerdo. Muchas gracias.

Aravis se marchó junto a nosotras, que comenzamos a hacerle preguntas en seguida. Intentamos ser lo más amigables con ella, pues si nos poníamos en su lugar estaríamos afectadas por todo lo ocurrido con anterioridad, y también confundidas.

— ¿De quién eres hija? — le preguntó Lucy.

— Soy la única hija de Kidrash Tarkaan, el hijo de Kidrash Tarkaan, el hijo de Illsombreh Tisroc, el hijo de Ardeeb Tisroc, quien desciende en una línea directa del dios Tash.

Aunque me habían explicado cómo funcionaban las familias y creencias de los calormenos, no entendí nada de lo que había dicho la muchacha, pero sonreí y asentí.

— ¿Qué te ha hecho llegar hasta aquí? -le pregunté yo-. Quiero decir, siendo una niña con una vida en la realeza, debe haber algo que te haya hecho huir. No quiero ser entrometida, no hace falta que contestes.

—Oh, tranquila. Contestaré gustosamente —la niña me miró con una pequeña sonrisa—. He pasado toda mi juventud en el corazón de Calormen. Mi madre y mi hermano mayor murieron hace tiempo, y mi padre se casó con una mujer cruel que lleva mucho intentando deshacerse de mi. Quería que me casara con Ahoshta Tarkaan, y mi padre cedió. Se trata de un cortesano adinerado pero desagradable, lo desprecio.

—¿Como Rabadash?— pregunté ceñuda.

—Es un poco más tonto que Rabadash.

Lucy murmuró que Rabadash no debía ser muy inteligente de igual manera teniendo en cuenta que ahora era un prisionero de Anvard. Llegamos hasta la puerta de los aposentos de Aravis y la abrimos para dejarle paso a su nueva habitación.

—¿Te gusta? —le dijo Lucy.

Aravis dio una vuelta completa mientras admiraba cada parte de ese cuarto. La verdad era un lugar hermoso con increíbles vistas al reino de Archenland. Había mucha luz en él, además de ser muy espacioso y de tener una decoración espléndida.

—Es perfecto —anunció ella—. Aunque con tal de marcharme de mi hogar cualquier cosa es suficiente para mi. Esto es mucho más de lo que jamás me habría esperado cuando huí.

Acabamos en su saloncito privado del castillo hablando sobre cómo conseguir ropas para ella y sobre muchas otras cosas. Aravis era una niña amable y educada, aunque a veces podía mostrar pequeños signos de arrogancia y egocentrismo. Pero era normal teniendo en cuenta de que era una muchacha criada en la realeza como una princesa con mucho valor. Ella sabía de dónde venía y era complicado perder las raíces y valores inculcados. Pero nos caía muy bien y sabíamos que podíamos ser amigas. Era una buena chica.

—¿Y qué tal con Shasta?— le llegué a cuestionar en un momento de la tarde.

—¿Qué pasa con él?— me dijo rápidamente con expresión de defensa, como si la estuviese atacando.

—Sólo pregunto. Habéis estado mucho tiempo juntos si lleváis viajando con esos caballos desde Calormen hasta aquí.

—¿Qué quieres que te diga? –Se encogió de hombros– Es un chico normal y humilde. A pesar de ser el heredero de Archenland ha sido criado como un esclavo prácticamente. Necesita aprender muchas cosas.

—¿Pero...? —le animó a seguir Lucy.

—Pero me ha demostrado que vale mucho –admitió la muchacha, sonrojándose un poco y mirando a otro lado, avergonzada–. Debo admitir que lo subestimé al comienzo, y he sido muy altanera junto a él. Desde que me defendió cuando Aslan me hizo esos arañazos supe que me había equivocado con él. —tragó saliva y nos miró, se notaba que se encontraba incómoda hablando del chico—Además, vino a la casa del ermitaño a ofrecerme vivir aquí junto con su familia, si eso no significa que le importo, no se qué es...

—Claro que debes importarle.

—No me agrada más sólo porque ahora sepa que no es de clase baja como creía al principio -se retractó ella rápidamente-. Ya había cambiado mi opinión respecto a él antes.

— Seguro que seréis buenos amigos. — le afirmó Lucy con una dulce sonrisa.

— Ese es el caso — ella rodó los ojos — No paramos de discutir siempre. No sé cómo será esto de convivir juntos.

— Oh, créeme que te entiendo — dije rápidamente — Conoces al Sumo Monarca, Peter el Magnífico, ¿verdad? Pues nosotros nos conocimos hace unos catorce años y desde entonces siempre hemos tenido peleas entre nosotros.

— Bueno, últimamente no ha sido así — Dejó caer Lucy con diversión, mirando a otro lado — Ahora parecéis muy unidos.

—Eso no es lo que quiero decir, ese es un tema aparte —ahora la que se sentía intimidada era yo—. El caso es que esas peleas son seguramente vuestra manera de expresar vuestro afecto.

—¡A mi no me gusta Shasta!— se defendió Aravis rápidamente.

Lucy y yo intercambiamos miradas divertidas, intentando no reír. Sólo con esa contestación tan repentina y con mejillas sonrojadas –cuando en ningún momento habíamos dicho que le gustara Shasta– nos confirmó que lo que decía no era cierto.

—Aravis —Lucy la miró enternecida—, creo que todavía te queda mucho por vivir.

[...]

Justo antes de almorzar me encontré con Peter en una sala de donde habían salido algunos cortesanos narnianos. Habían estado hablando de estrategias y planes que a mi no me incumbían. Edmund me lanzó una rápida mirada antes de salir, sonriendo con picardía porque sabía que me quedaba sola con su hermano en unos segundos.

Peter me miró alzando la mirada del mapa que tenía en la mesa. Sonrió un poco mientras me analizaba de arriba a abajo.

—Ese vestido te hace ver pequeñita. Eres bajita.

Fruncí los labios al escuchar eso, ya tenía bastante con saber que hasta dentro de mucho tiempo no dejaría de aparentar dieciséis o diecisiete años, que encima tenía que estar Peter riéndose de mi estatura.

—Deja de reírte de mi altura.

—¿Qué altura, Sawyer? Busca un poco de altura y cuando tengas alguna me reiré de ella.

—Eres un idiota, Pevensie —dicho esto le lancé una bola de aire con enfado haciendo que el mapa se estampase contra su cara.

Peter quitó el papel de su rostro y me miró con sorpresa.

—Deja de ser tan mala conmigo, o te juro que me enamoraré de ti —bromeó él.

— Creo que ya es tarde. Te tengo encandilado —bromeé.

— Eso es cierto —murmuró acercándose a mi.

Me quedé paralizada. Sabía que él sentía cosas hacia mi, pero nunca me esperaba esas frases tan... directas. En especial cuando era experto en ser un idiota que se alejaba de mi para rechazarme durante todos esos años.

No quiero más que lo que lo mejor para ti, de verdad, pero a veces desearía que lo mejor para ti fuese yo.

—Y lo eres —aseguré mirándole a los ojos—. Yo sé lo mejor para mi, y sé que eres tú. Deja de torturarte con esos pensamientos.

Él sonrió y cerró sus ojos con alivio. Justo cuando agarró mis manos e iba a darme un dulce beso, la puerta de abrió de par en par.

Se trataba de Corin y Cor.

Nos miraron con sorpresa por la cercanía entre nosotros y sentí mis mejillas arder cuando Cor comenzó a reír dando palmadas, mirándonos sin parar de soltar carcajadas.

— ¡Sabía que esto pasaría! Era cuestión de tiempo. —le miré con vergüenza. No me podía creer que un niño me estuviera intimidando con sus palabras— Por si ya habéis dejado de manosearos o besaros, el almuerzo está listo.

Soltó otra carcajada.

—Cállate, Corin —le espeté de mala gana pasando por su lado y empujándole con una ráfaga de aire que yo mandé.

Corin acabó estampándose contra la mesa debido a la fuerza del aire que yo envié hacia él. Me miró con sorpresa y Cor comenzó a reír con ganas. Peter me miró negando con la cabeza y formando una pequeña sonrisa. Parecía que le divertía verme así de avergonzada.

—¡Sólo digo lo obvio!— siguió diciendo Corin— ¡Tampoco es para que te pongas así!

Salí de la sala y nada más hacerlo escuché que Corin le susurraba algo a Peter.

—Esta mujer está completamente demente cuando le tocas la fibra sensible. Tenga cuidado, tiene pinta de ser salvaje, Sumo Monarca.

Peter soltó una risita que hacía dar brincos a mi corazón cuando la escuchaba.

—Lo tendré en cuenta, ahora vayamos a comer. Vuestro padre nos estará esperando.


Tras el almuerzo que tomamos en la terraza, y que estuvo compuesto por fiambre de aves y empanada de carne, vino, pan y queso, el rey Lune arrugó la frente y lanzó un suspiro, diciendo:

—¡Ay! Todavía tenemos a ese infeliz Rabadash en nuestro poder, amigos míos, y no nos queda más remedio que decidir qué hacer con él.

Lucy estaba sentada a la derecha del rey, y Aravis a su izquierda. Edmund ocupaba un extremo de la mesa, Peter y yo estábamos sentados en el centro, y Lord Darrin estaba colocado frente a Edmund. Dar, Peridan, Cor y Corin estaban en el mismo lado del rey.

—Su Majestad tendría todo el derecho a cortarle la cabeza —declaró Peridan—. Un ataque como el que se llevó a cabo lo coloca al mismo nivel que los asesinos.

—Es muy cierto —dijo Edmund—; pero incluso un traidor puede enmendarse. Yo conocí a uno que lo hizo. —Y adoptó una expresión muy pensativa.

Lucy, Peter y yo lo miramos con una mezcla de tristeza y amor. Edmund me miró y yo le sonreí con dulzura, haciéndole saber que todo estaba bien. El pobre seguía martirizándose a día de hoy por lo ocurrido con la malvada Jadis. Ed había cambiado y ahora era un hombre increíble, no merecía vivir bajo la culpa sobre lo que pasó años atrás. Era diferente al muchacho que una vez entró en el armario de madera de la casa del profesor Kirke. Era un Edmund renovado, Edmund el Justo, y jamás dejaría que nadie ni nada -ni siquiera él mismo- le hicieran pensar que era peor persona de la que era en realidad. Era mi mejor amigo y le quería sobre todas las cosas.

—Matar a Rabadash podría llevarnos a una guerra con el Tisroc —declaró el rey Lune—. Su fuerza está en el número y un ejército numeroso jamás cruzará el desierto. Sin embargo, no sirvo para matar a hombres, ni siquiera traidores, a sangre fría. Si le hubiera rebanado la garganta en la batalla me habría quitado un peso de encima: pero esto es algo distinto.

—Mi consejo —dijo Lucy— es que su Majestad vuelva a ponerlo a prueba. Dejadlo libre si hace la solemne promesa de actuar rectamente en el futuro. Tal vez mantenga su palabra.

—Tal vez también los monos se vuelvan honrados, hermana —respondió Peter con sarcasmo—. Pero, por el León, si la rompe otra vez, que sea en tal momento y lugar que cualquiera de nosotros le pueda arrancar la cabeza en combate limpio.

—Se probará —repuso el rey, y luego se dirigió a un miembro de su séquito—. Haz venir al prisionero, amigo mío.

Trajeron a Rabadash encadenado, y al contemplarlo cualquiera habría supuesto que había pasado la noche en un calabozo asqueroso sin comida ni bebida, cuando en realidad había estado encerrado en una habitación bastante cómoda y se le había facilitado una cena excelente. Pero estaba tan enojado que no había tocado la cena y se había dedicado a dar pataletas y gritos como un niño pequeño, según me habían contado Edmund y Peter.

— No es necesario decir a su alteza real -dijo el rey Lune- que según la ley de las naciones así como por todas las razones que rigen una política prudente, tenemos tanto derecho a vuestra cabeza como nunca lo ha tenido un hombre mortal sobre otro. Sin embargo, en consideración a vuestra juventud y la mala educación, despojada de toda gentileza y cortesía, que sin duda habéis recibido en el país de los esclavos y los tiranos, estamos dispuestos a poneros en libertad, ileso, bajo estas condiciones: primero, que...

— ¡Maldito seas, perro bárbaro! — nos sorprendió a todos el estúpido príncipe prisionero — ¿acaso crees que escucharé si quiera tus condiciones? ¡Fu! Hablas con mucha grandilocuencia de educación y no sé qué otras cosas. Eso es fácil hacerlo, ante un hombre encadenado, ¡ja! Quítame estas repugnantes cadenas, dame una espada, y que cualquiera de vosotros que se atreva discuta eso conmigo.

— ¿Se puede ser más cínico? — no pude evitar preguntar en voz alta con cara de asqueada.

Rabadash me dirigió puede que la más horrible mirada que jamás me había dado nunca. Incluso peor que Jadis. Parecía que me escupiría en cualquier momento.

—No te atrevas a dirigirme la palabra y encima para indultar a mi persona, sucia ramera...

No le dio tiempo a seguir la frase, porque todos los nobles, Peter, Edmund y Corin se levantaron de sus asientos y miraron a Rabadash con la furia en sus ojos.

Peter apretó sus puños y sus labios, dispuesto a rematar a aquel desgraciado.

— ¡Padre! ¿Puedo darle un puñetazo? Por favor.

— ¡Te juro que te golpearé tan fuerte que te mataré con mis propias manos! —Fue lo que gritó Peter, mientras Edmund desenvainaba su espada y miraba a Rabadash con enojo.

Mi corazón latía a mil por hora y miraba a todos los que se habían levantado para defenderme con los ojos muy abiertos. Estaba muy sorprendida, porque todo había ocurrido muy rápido. Y ciertamente yo podía defenderme sola, pero se agradecía que ellos se pusieran frente a mi para poner en su lugar a aquel idiota.

—¡Orden! ¡Majestades! ¡Nobles! —gritó el rey Lune—. ¿Es que poseemos tan poco sentido de la contención que dejamos que nos irrite la mofa de un necio? Siéntate, Corin, o abandona la mesa. Pido a su alteza que escuche nuestras condiciones.

Peter y Edmund se sentaron a la vez que el resto. Peter me miró con una mezcla de enfado por lo recién ocurrido y de aprecio hacia mi. Agarró mi mano con fuerza descargando en su mirada hacia Rabadash toda la ira contenida. Debía admitir que me gustaba esa faceta de él; no la violenta, si no la defensora y determinada.

—Yo no escucho condiciones de bárbaros y hechiceras —declaró Rabadash—. Que ni uno solo de vosotros ose tocarme un pelo de la cabeza. Cada insulto que me habéis lanzado será pagado con océanos de sangre de Narnia y de Archenland. Terrible será la venganza del Tisroc, tal como están las cosas; pero matadme, y los incendios y las torturas en estas tierras del norte se convertirán en un relato con el que aterrorizar al mundo durante mil años. ¡Cuidado! ¡El rayo de Tash cae desde las alturas!

Lucy y yo reprimimos una carcajada al escuchar lo ridículo que se veía y sonaba. Era patético.

— Y ¿se engancha alguna vez en un saliente a mitad de camino? — preguntó Corin burlándose de la escena de Rabadash al acabar la batalla dos días atrás cuando recitó la misma frase.

— Corin, debería darte vergüenza —lo reprendió su padre—. Jamás te burles de un hombre excepto cuando sea más fuerte que tú: entonces haz lo que quieras.

En eso yo no estaba tan de acuerdo. Rabadash en mi pensamiento se merecía cualquier cosa considerada vergonzosa o malvada.

—Ay, insensato Rabadash —Suspiró Lucy.

Entonces notamos una presencia en el ambiente que nos hizo girar y mirar asombrados al recién llegado.

Me levanté de un salto y miré al Gran León con la mayor admiración con la que había visto nunca a nadie. A pesar de que hubiera rechazado cumplir mi deseo el día anterior, yo amaba a Aslan igual que sabía que él me amaba a mi. Se veía majestuoso andando entre nosotros con la melena en alto.

Peter soltó mi mano para mirar al león con una expresión boquiabierta.

—Rabadash —dijo Aslan avanzando entre nosotros—, presta atención. Tu fin está muy próximo, pero todavía puedes evitarlo. Olvida tu orgullo, pues ¿qué posees de lo que puedas enorgullecerte? Despréndete de la cólera, pues ¿quién te ha hecho algo malo? Y acepta la clemencia de estos buenos reyes.

Rabadash hizo un gesto muy típico de él (el cual aún así me tomó desprevenida, pues yo pensaba que todo el mundo veía a Aslan de la misma manera que nosotros); puso los ojos en blanco. Puso unas muecas horribles que intimidaban en Calormen, pero en Archenland no resultaron tan inquietantes.

—Creo que va a vomitar –nos dijo Lucy.

—¡Demonio! ¡Más que demonio! —le gritaba el príncipe a Aslan. Pensé que era un total necio si se pensaba que podía hablarle así al Gran León—. Te conozco. Eres el diablo perverso de Narnia. Eres el enemigo de los dioses. Entérate de quién soy yo, horrible fantasma. Desciendo de Tash, el inexorable, el irresistible. Que la maldición de Tash caiga sobre ti. Las montañas de Narnia serán reducidas a polvo. El...

—Ten cuidado, Rabadash —le advirtió Aslan—. Tu castigo se encuentra más cerca ahora: ante la puerta, y acaba de levantar el pestillo.

— ¡Que el cielo se desplome! — chilló el príncipe — ¡que la tierra se abra! Pero ten por seguro que desistiré jamás, hasta que haya arrastrado por los cabellos hasta mi palacio a la reina bárbara, esa hija de perros, esa...

Ya había sido suficiente. Habíamos escuchado demasiado a aquel infeliz. Lo encaré con enfado junto con sus hermanos. No íbamos a permitir que hablara de esa manera de nuestra querida Susan. Jamás.

Ha sonado la hora— declaró Aslan.

La sangre dejó de hervirme por el enfado y de repente comencé a reír, satisfecha por lo que mis ojos veían. Rabadash había comenzado a transformarse en otra criatura diferente a un hombre. Su cuerpo estaba cambiando al de un asno. Literalmente en cuestión de segundos había acabado transformado en aquel animal.

Todos reíamos con ganas.

Rabadash comenzó a gritar e implorar misericordia. Todos le miramos con asco y desprecio mientras él pasaba de hablar a emitir sonidos propios de un asno. Lo miré con ojos entrecerrados y una sonrisa ladeada mientras me cruzaba de brazos.

—Ahora escúchame, Rabadash. -dijo Aslan-La justicia se mezclará con la clemencia. No serás siempre un asno.

Todos reíamos al ver que el asno movió sus orejas al escuchar eso.

— Has apelado a Tash —siguió el león—. Y en el templo de Tash te curarás. Debes colocarte ante su altar en Tashbaan durante la gran fiesta de otoño de este año y allí, a la vista de todo Tashbaan, tu forma de asno desaparecerá y todos reconocerán en ti al príncipe Rabadash. Pero mientras vivas, si en algún momento te alejas más de quince kilómetros del gran templo de Tashbaan volverás a convertirte al instante en lo que eres ahora. Y de ese segundo cambio ya no existirá marcha atrás.

Se produjo un corto silencio y nos estremecimos para después intercambiar miradas como si hubiésemos despertado de un sueño. Aslan había desaparecido; pero había un brillo en el aire y la hierba, y alegría en mi corazón que me aseguraba que no se había tratado de un sueño: y el asno seguía delante de nosotros.

El rey Lune, del cual me había dado cuenta que era muy bondadoso, pareció sentirse mal por su enemigo al verlo en tal estado.

—Alteza real, me apena sinceramente que las cosas hayan llegado a este extremo. Su alteza es testigo de que no ha sido cosa nuestra. Y desde luego estaremos encantados de proporcionar a su alteza una nave con la que regresar a Tashbaan para el... —carraspeó su garganta— tratamiento prescrito por Aslan. Disfrutaréis de todas las comodidades que la situación de su alteza permita: la mejor de las embarcaciones para ganado; las zanahorias y cardos más frescos...

Pero Rabadash, digo, el asno, no muy contento le dio una patada a uno de los guardas. Era un desagradecido, porque a pesar de todo el rey Lune estaba siendo generoso con él. Si fuera por mi, ese hombre estaba ya muerto.

Se lo llevaron de allí finalmente y todos nos levantamos dando por terminado el almuerzo. Al día siguiente volvíamos a Cair Paravel y yo tenía muchas ganas. Anvard era increíble, pero mi hogar era mi hogar, a penas me dio tiempo a disfrutarlo de nuevo cuando volví de Tashbaan.

Fue por eso que organizaron un gran banquete de despedida esa misma noche. Lucy y yo nos arreglamos con hermosos vestidos y ayudamos a Aravis también a vestirse.

El gran banquete marcó la auténtica diversión del viaje, pues se situó en el césped frente al castillo con docenas de faroles para alumbrar y ayudar a la luz de la luna. Corrió el vino, se relataron historias y se contaron chistes, y luego se hizo el silencio y el poeta del rey, junto con dos violinistas, fue a colocarse en el centro del círculo.

Lucy más tarde contó a todos nuestra increíble experiencia al entrar en Narnia. Relató nuestra entrada y todo lo que nos pasó, Edmund y yo estuvimos callados durante la parte donde Jadis nos raptaba. Nos lanzamos miradas rápidas, pero yo le miraba con dulzura y tranquilidad para enviarle fuerza. Él también me sonrió dándome a entender que estaba bien. Peter a mi lado me agarró la mano.

A mi me pidieron hacer una bonita demostración de mis habilidades y yo formé con mis manos bolas de fuego que saltaron al aire e iluminaron aún más el banquete cuando ya había anochecido por completo. Todos aplaudieron y yo hice una elegante reverencia. Estaba orgullosa de mi misma por ser la bruja legítima de Narnia, le había quitado el puesto de hechicera a Jadis y a día de hoy seguía llevándolo en mi.

Para cuando acabó la cena, Edmund y yo ayudamos a Peter a subir a sus aposentos, pues esa noche había bebido mucho vino. Estaba algo contento y gracioso, y no queríamos que nadie más lo viera en ese estado.

—La noche de hoy... ¡espléndida! ¡Espléndida!

Edmund y yo reímos en voz baja mientras yo tapaba la boca de Peter con mi mano para evitar que gritara más y que las personas en el castillo pensaran algo de él negativo para su imagen. Peter no lo estaba poniendo fácil. Además, besó la mano que yo utilicé para tapar su boca y después me miró con ojos soñadores.

—Eres hermosa, Sawyer —me dijo haciéndome sentir desfallecer.

Edmund a nuestro lado simuló que vomitaba a la vez que llegábamos a la habitación de Peter. Lo tumbamos en la cama mientras él comenzaba a reír de manera cómica. Edmund y yo no sabíamos qué hacer para callarle de una vez por todas.

—¿En qué momento se ha puesto así?— preguntó Edmund ceñudo.

—Creo que con la última copa de vino.

Peter intentó quitar sus botas pero no podía, además parecía haber perdido fuerza con la bebida. Edmund y yo tuvimos que ayudar a quitarle el calzado.

—Eres insufrible —le decía su hermano.

—He conocido a gente de lo más insufrible, pero ellos también me han conocido a mi —decía él mirando al techo.

Yo reí un poco mientras preparaba su habitación para que durmiese, Peter hablaba con Edmund.

—¿Dónde está Sawyer?— preguntaba Peter, pues no me veía, yo miré a Edmund y puse un dedo en mis labios haciéndole saber que no debía decírselo. Yo estaba en una esquina, pero Peter no me veía.— ¿dónde está, Ed?

—En seguida vuelve.

Edmund intentó no reír, pues Peter se había creído sus palabras.

—Es tan hermosa.

—Sí, ya lo has dicho antes. Eres muy pesado, hermano.

—Es que es lo que pienso. Siempre lo he pensado, ¿sabes? Siempre la vi hermosa. He sido un idiota estos años.

—A ver, básicamente estás enamorado de una chica que aparenta diecisiete años.

Le miré con los ojos entrecerrados y tuve ganas de lanzarle una bola de aire para callarlo. Edmund me miró divertido, estaba disfrutando.

—Da igual. Los dos hemos aceptado que esto será así. ¿Crees que está enamorada de mi?

—No lo sé, Peter. Pregúntaselo.

—Se lo preguntaré. —Asintió muy serio, aún mirando al techo. Yo me sentía en las nubes escuchándolo hablar así de mi—Espero que me diga que lo está. Creo que lo está. Pero ella no me dice "Te quiero" como una persona normal. Ella ríe y niega con su cabeza y después me dice "Eres un idiota, Pevensie".

Edmund sonrió al escuchar eso. Eso sonaba a que ambos estábamos enamorados y eso me gustó mucho. Era una increíble sensación ver que Peter hablaba así de mi, con tanto amor en sus palabras. Siempre decían que los borrachos dicen la verdad, ¿no es así?

Edmund decidió que era momento de dejarnos a solas y se marchó de allí. Yo me senté en la cama y miré sonriendo a mi amado.

—Peter, cariño —le llamé.

Al escuchar mi voz, Peter rápidamente se incorporó y me buscó con su mirada. Al dar conmigo me miró y sonrió con una expresión algo graciosa, iba realmente bebido. Sus ojos brillaban y sus labios estaban enrojecidos.

—Túmbate conmigo, Sawyer.

Asentí y me tumbé a su lado. Peter no tardó en abrazarme y darme un largo beso. Yo reí en mitad del beso porque sus labios sabían a vino.

—Estás borracho.

—De ti.

Eso sonó muy romántico y cursi. Jamás me habría imaginado a Peter diciéndome algo así, nunca.

—Dime, Audrey Sawyer, ¿me quieres?

—Sí...

—¿Estás enamorada de mi?

—¿Lo estás tú de mi?

Peter lo pensó y sonrió mirándome a los ojos, y después a los labios. Volvió su mirada a la mía.

—Todas las voces de mi cabeza me avisaban, y me decían que no lo hiciera. Que no cayese por ti. Que no podíamos hacer esto —me respondió, sumido en sus pensamientos.

—¿Pero?

—Pero no les escuché. Seguí a mi corazón, no a mi cerebro, porque te quiero.

—Eres un idiota, Pevensie.

—¿Esa es tu manera de decirme que me quieres también?

—Te quiero.

Dicho esto pasé mis brazos por su cuello, abrazándolo, y lo besé con pasión. Peter respondió al beso de la misma manera. Adoraba estar así con él. Llevaba tanto tiempo soñando con tener momentos así con Peter que parecía mentira.

Poco después acabamos tumbados y a punto de dormir. Peter me abrazaba desde detrás y yo aspiraba su olor.

Era gracioso que me preguntase si yo estaba enamorada.

Llevaba estándolo catorce años.

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