• Nefarious •

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La Víspera de Año Nuevo es una de esas celebraciones que jamás he podido soportar. Todos celebrando un año más de vida insulsa y banal llena de reuniones para tomar el té y jugar al billar.
Todo aristócrata que se precie debe ir a la fiesta que organiza Claudius Bennington en su suntuosa mansión.

Me encuentro en el vestidor, rodeada de infinidad de trajes elegantes de colores muy variados. He de elegir uno para asistir a la velada en el hogar del señor Bennington.

—¿Ha elegido ya un vestido, mi señora? —pregunta Alonzo, mi sirviente de más confianza, con voz suave a mis espaldas.

Señalo uno de colores rojo sangre y negro con mangas de farol, confeccionado a medida para mí por la mejor modista de Londres. A día de hoy sigue siendo mi favorito.

—Como deseéis —Hace una reverencia y me ayuda a ponérmelo. Después me aplica un toque de maquillaje muy sutil y acomoda mi cabello castaño en un elaborado moño sujeto en su lugar por una redecilla de rubí y obsidiana—. Estáis muy hermosa, mi señora.

—Gracias, Alonzo.

Tras bajar la escalinata hasta el recibidor una sirvienta me coloca el chal y me abre la puerta de la mansión. En el amplio jardín ya me espera el coche que me llevará a la Mansión Bennington, tirado por dos corceles purasangre de pelaje negro como la noche. Ambos animales relinchan nerviosos cuando me aproximo. Saben lo que soy.

—¿Cuánto cree que tardaremos? —quiere saber Alonzo, de pie junto a la portezuela. La abre y me tiende la mano para que suba al carruaje.

—No mucho. Deberíamos estar de vuelta en media hora.

Asiente y subimos ambos. El carruaje se pone en marcha de inmediato y me sumo en un agradable sopor provocado por el traqueteo de las ruedas sobre el suelo empedrado de Londres.

Diez minutos más tarde traspasamos las puertas de hierro forjado del jardín de la Mansión, pero hay algo extraño. En lugar del jolgorio propio de estas celebraciones provocado por el ir y venir de carruajes, el incesante parloteo y niños de clase baja tratando de colarse, lo que se escucha es un silencio casi sepulcral. Y hay carruajes, pero muchos menos de los que uno se esperaría. Además, son de la policía.

Nos detenemos cerca de la puerta de entrada, abierta de par en par, pero lejos de los vehículos tirados a caballo. El mayordomo de Claudius Bennington se acerca junto con un agente de la ley.

—Señorita Von Neumann... —comienza el policía con voz grave y rostro serio. Hago mi mayor esfuerzo para mantener un semblante neutro, lo cuál tras tanto tiempo no me es difícil—. He de informarle de que la fiesta ha sido cancelada. Ruego que regrese a su residencia. Mañana recibirá la visita de un agente de policía.

—¿Y eso por qué? —exijo saber, sujetando el chal con fuerza.

—Mi señora —interviene el sirviente. Tiene los ojos húmedos. Hipócrita—. El señor Bennington... Su prometido ha sido asesinado...

A continuación, ambos hombres ven como me fallan las piernas, por lo que Alonzo se apresura a sujetarme firmemente para que no caiga al suelo. Tras cruzar unas breves palabras con ellos, Alonzo me ayuda a subir al carruaje y nos alejamos de la ahora lúgubre mansión.

—Parece que ha llevado a cabo el encargo de forma exitosa.

—Eso parece, Alonzo.

De nuevo en mi hogar, un joven de casi treinta años, con cabello y ojos negros y ropajes oscuros nos espera en la entrada. Es Paul, un sirviente que tengo desde hace diez años para "tareas especiales". Es muy obediente y su eficiencia ha conseguido que le conserve todo este tiempo. Pero hoy tiene un brillo extraño en los ojos. Uno que antes no estaba ahí.

Bajo del carruaje por mi propio pie. Ya no queda nada de la jovencita conmocionada por la muerte del prometido que había nombrado heredera de su testamento a su querida futura esposa.
Paso frente a Paul con la cabeza alta, sin hacer caso a su mirada inquisitiva y anhelante. Estoy segura de que algo le ronda la mente.

Vuelvo al ropero y me desnudo. Justo al lado está el cuarto de baño, dónde la bañera ya está llena de leche tibia con pétalos de rosa y alhelí para relajar mis músculos y mi mente. Me sumerjo en el líquido y dejo escapar un suspiro.

Diez minutos después llaman a la puerta, fastidiando mi paz y mis ensoñaciones. Los recuerdos de mi antigua vida.

—Mi señora —Alonzo entra en la estancia y hace una leve reverencia—. Paul desea hablar con usted.

Se me escapa un segundo suspiro y salgo de la bañera. El frío no tiene tiempo de tocar mi piel cuando ya estoy cubierta por una toalla de felpa.

Me pongo un vestido algo menos formal, sin tanto vuelo ni lazos y de color azul de Prusia, mi tierra natal. El pelo lo mantengo suelto. A continuación me dirijo a mi estudio. Allí ya me está esperando Paul, que ni siquiera se digna a hacer una reverencia, como venía haciendo cada vez que me veía. Hasta ahora. El brillo de hace media hora sigue en sus ojos. Eso me irrita, pero lo disimulo.

—Alonzo me ha dicho... —comienzo, pero el me corta.

—Sí, señora Von Neumann. Quiero pedirle algo, y la verdad, espero que me lo conceda. Estamos casi en 1889.

Tras mi escritorio, aprieto las manos hasta convertirlas en puños. Miro el reloj de pared a mi derecha y, efectivamente, quedan cinco minutos para que comience el nuevo año.

—¿Y qué es lo que deseas? —pregunto ocultando mi irritación bastante bien. Aunque realmente conozco su respuesta.

Paul se pone firme frente a mí, su mirada llena de codicia por algo más valioso que el dinero que le pago por sus servicios.

—Señora. Llevo diez años trabajando para usted. Diez años en los que le he sido completamente fiel y accedido a realizar todas sus demandas por muy deplorables que fueran —declara—. Y tras el asesinato de hoy creo que merezco eso que anhelo desde que acepté trabajar para usted.

—¿A saber?

Abandono mi lugar tras el escritorio y le rodeo hasta quedar entre el joven y la puerta. Él se acerca a mí, de manera que sólo nos separa medio metro.

—La eternidad, señora Von Neumann. Deseo la inmortalidad. He guardado su secreto durante todo este tiempo —sonríe con malicia y continúa—. Si no me garantiza la eternidad, le aseguro que le contaré a todo el mundo que es un vampiro y también la mujer perversa y retorcida que está detrás de todos los crímenes que he cometido en su nombre.

Finjo un puchero y me aproximo tanto a él que apenas queda aire entre nosotros. Coloco mi mano izquierda en su hombro derecho y los dedos de la derecha encuentran el camino hasta su mejilla, donde le acaricio suavemente manteniendo el contacto visual.

—¿Estás seguro de querer eso? No tendrás una verdadera vida. Mírame a mí. Sola. Habiendo visto morir a todos los que me importaban.

—Eso no es problema. A mí no me importa nadie salvo yo mismo.

—Así sea pues.

Sonrío y él lo hace de vuelta. Acerco mi boca a su cuello muy despacio. El olor de su sangre me provoca náuseas. Bebedor, fumador de opio y frecuentador de burdeles y salones de reputación cuestionable. Muy poco refinado.
Mi sonrisa se hace más amplia al oír los latidos de su corazón, que se aceleran ante la expectativa de volverse inmortal.

Entonces, en un visto y no visto, agarro su cuello y después de un desagradable chasquido con tinte a hueso el chico cae en mi alfombra. Sus ojos abiertos todavía reflejan la satisfacción que momentos antes hubiera sentido por creer que iba a convertirlo en vampiro. Pero eso jamás iba a pasar, especialmente con su descortesía y su asquerosa sangre.

—Deberías formular mejor tus deseos, Paul —río, mirando su cadáver con una sonrisa cruel—. La muerte también es eterna.

Alonzo, oculto en las sombras de una esquina, me mira inquisitivo.

—Mi señora, ¿dejará que yo me ocupe de ese tipo de trabajos a partir de ahora?

—No, Alonzo. Prefiero mantener lo sobrenatural y lo mundano todo lo separado que me sea posible —le guiño el ojo, dirigiéndome a la puerta—. Saca la basura, por favor. He de descansar.

Él asiente en silencio desde el rincón y yo abandono el estudio en el momento en que las campanadas del reloj de pared marcan el comienzo de un año más.

Suspiro. Habré de buscar un sustituto, pero por suerte, los humanos malvados y corruptos son bastante abundantes.

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