━ 𝐈𝐈: La Casa de los Susurros

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N. de la A.: cuando veáis la almohadilla (#), reproducid el vídeo que he enlazado al presente relato y seguid leyendo. De este modo lograréis una mayor inmersión y gozaréis de una mejor experiencia.

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──── RELATO II───

LA CASA DE LOS SUSURROS

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Nunca sigas las voces.

( NO OLVIDES VOTAR Y COMENTAR )

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        ABRIÓ LOS OJOS DE GOLPE. Con el corazón latiéndole desbocado bajo las costillas, se incorporó en la cama y escrutó con desasosiego las inmediaciones de la habitación, en busca de aquello que la había arrancado de su apacible duermevela.

Varias gotas de sudor resbalaron por su columna vertebral al reparar en que el dormitorio se encontraba sumido en la más absoluta penumbra, a excepción de algunos recovecos que permanecían iluminados por la luz de la luna. Las sombras fluctuaban en aquellos lúgubres rincones, bosquejando tétricas formas que se proyectaban en las blancas paredes.

Veloz como un rayo, estiró un brazo y encendió su lamparita de noche. El cálido fulgor que inundó la estancia hizo que soltara todo el aire que había estado conteniendo, aliviada. Poco a poco sus pensamientos se fueron aclarando, dejando atrás la paranoia en la que se habían visto atrapados desde que aquellos perturbadores susurros se habían entremezclado con sus sueños, haciendo saltar todas sus alarmas. Respiró hondo y exhaló despacio, tratando de normalizar el ritmo de sus desbocados latidos.

Flexionó las piernas y las rodeó con sus largos y delgados brazos, para después apoyar la frente en sus rodillas. No cerró los ojos, dado que no contaba con el valor suficiente para planteárselo siquiera. En su lugar, se limitó a contemplar la piel desnuda de sus muslos. Aquella pequeña —a la vez que odiosa— cicatriz que se había hecho siendo una niña, mientras jugaba con su hermano en el río.

Ya más tranquila, suspiró.

Empezaba a pensar que estaba volviéndose loca. De hecho, ya había perdido la cuenta del número de veces que había puesto en duda su cordura desde que estaba allí, desde que se había mudado a aquel tranquilo pueblecito del sur de Arkansas para poder iniciar una nueva vida. Y a cada día que pasaba en aquella maldita casa tenía más claro que había algo raro en ella. Algo que se escapaba de toda lógica y razonamiento, pero que ahí estaba, haciendo que su estancia en el que se había convertido en su nuevo hogar se tornara de lo más desagradable.

Si bien era cierto que los dos primeros meses a su llegada habían transcurrido sin ningún contratiempo, las cosas habían comenzado a torcerse a raíz del tercero, cuando ya creía estar adaptada a su nueva rutina. Ruidos extraños, objetos que se esfumaban sin dejar rastro y que luego reaparecían en cualquier otro rincón de la casa... Y los susurros. Voces que la despertaban en mitad de la noche: murmullos, llantos y balbuceos. Espeluznantes cacofonías que, tan pronto como abría los ojos, dejaban de escucharse, como si no fueran más que un mero producto de su imaginación. Y al principio lo creyó así. Se aferró a la idea de que el estrés producido por la mudanza le estaba jugando una mala pasada. Que tan solo era una mala racha, algo pasajero.

O al menos eso era lo que le había dicho su psicólogo, quien lo había achacado a la inmensa presión a la que había estado sometida aquel último año. Lo cual no sonaba descabellado, y más teniendo en cuenta lo inestable que era emocionalmente.

Pero ya no estaba segura de nada. No cuando aquellos episodios eran cada vez más recurrentes y terroríficos, provocando que se sintiera insegura en su propia casa. Ya no sabía qué pensar al respecto, y eso era algo que la estaba trayendo de cabeza. Porque si de una cosa estaba segura era que no podía marcharse. Había invertido todos sus ahorros en la compra de aquella vivienda, de modo que no podía irse así como así. Tampoco mantenía ningún tipo de contacto con su familia, por lo que la opción de pedirles ayuda a sus padres o a su hermano quedaba automáticamente descartada.

En otras palabras: estaba sola.

Luego de tomar una temblorosa bocanada de aire, se pasó una mano por la cara y volvió a tumbarse en la cama, dispuesta a permitir que el sueño la venciera de nuevo. Aunque esta vez no apagó la lámpara, temerosa de las sombras que siempre acompañaban a la semioscuridad. Calmas, sibilinas y acechantes.

Se aovilló como una niña pequeña y se tapó con las sábanas. Probó a cerrar los ojos, tratando por todos los medios de dejar su mente en blanco. Lentamente su respiración se fue estabilizando hasta alcanzar un ritmo monótono y pausado. Sus músculos se relajaron, quedándose laxos sobre el mullido colchón, y ella dejó de ser consciente de todo.

Empezó como un simple bisbiseo. Una voz suave y trémula que se sobreponía a los sonidos diminutos del silencio, a las cosas inaudibles que, por lo general, suelen pasar desapercibidas. Esta se deslizó por el suelo enmoquetado y reptó por las paredes recientemente pintadas.

Casi de manera inmediata volvió a abrir los ojos.

Una nueva capa de sudor humedecía su frente y la parte baja de su espalda, causándole un estremecimiento. Su fisonomía se crispó en una mueca de pavor al darse cuenta de que, incluso despierta, seguía escuchando aquellos enervantes cuchicheos.

Se tapó los oídos con las manos, pero no le sirvió de nada. Las voces parecían haberse metido en su cabeza, oyéndose por encima de sus propios pensamientos. Desesperada, se cubrió con la almohada en tanto las lágrimas comenzaban a rodar por sus pálidas mejillas. Quiso gritar hasta desgarrarse la garganta, pero todo cuanto podía hacer era gimotear.

Fue entonces cuando las voces, antes ininteligibles, empezaron a articular palabras con sentido. El vello de la cerviz se le erizó cuando, de entre todas las cosas que le estaban diciendo, una de ellas fue pronunciada con muchísima más claridad que las demás.

Su nombre.

Cerró las manos en dos puños apretados, clavándose las uñas en sus sudorosas palmas, y comprimió la mandíbula con fuerza, como si estuviera debatiéndose consigo misma. No sabía por qué, pero el miedo que le mordisqueaba las entrañas estaba siendo sustituido por la imperiosa necesidad de seguir las voces, que no dejaban de llamarla, hilarantes. Su conciencia no paraba de repetirle que no las hiciera caso, que fuese más fuerte que ellas, pero su cuerpo se había convertido en un ente extraño que no parecía querer responder a ninguna de sus órdenes.

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Cuando quiso darse cuenta, ya estaba cruzando el umbral de la puerta que conducía al pasillo. Había dejado de ser la dueña de sí misma para convertirse en un títere, una marioneta que nada podía hacer contra los hilos que la mantenían prisionera. Lo único en lo que podía pensar era en los susurros, en aquello que querían enseñarle.

Sus piernas seguían moviéndose por sí solas, como si gozaran de libre albedrío, conduciéndola hacia la planta baja, donde la oscuridad era muchísimo más opresiva y asfixiante que en el primer piso. Se tomó unos instantes para poder mirar a su alrededor, a la espera de nuevas indicaciones, para posteriormente avanzar hacia la puertecita que había bajo las escaleras.

Las voces la guiaron hacia las profundidades de la vivienda: el sótano.

Descendió al nivel inferior como una autómata, con la linterna de su móvil —que había cogido antes de abandonar la habitación— como única fuente de luz. No fue hasta que rebasó el último escalón que se percató de que allí abajo los murmullos eran mucho más intensos.

Finalmente sus pies se anclaron en el suelo, frente a una pared de ladrillo. En un acto reflejo alzó una mano y la posó en la fría superficie. Un hormigueo le recorrió el brazo que tenía extendido, desde la punta de los dedos hasta el hombro.

Las voces provenían del otro lado del muro.

Con un gesto vacío de toda expresión, avanzó hacia el otro extremo del sótano y, tras rebuscar entre un sinfín de cajas aún sin desembalar, cogió una pala. No titubeó a la hora de golpear con ella la pared. Al principio, esta se resistió, pero, luego de un par de minutos de constantes embistes, acabó cediendo, formando un amplio agujero del que solo emanaba lobreguez.

Un fétido olor la obligó a cubrirse la boca y la nariz. Este era tan repugnante que varias arcadas amenazaron con hacerla vomitar, pero, por suerte para ella, logró contenerlas. Con su otra mano cogió el móvil —que había colocado estratégicamente sobre una de las cajas para que alumbrara la zona sin necesidad de tener que estar sujetándolo ella— y atravesó el agujero para ver lo que se escondía tras él.

Cuando al fin pudo saciar su curiosidad, la sangre se le heló en las venas.

El terror le desfiguró la cara. Miró a su alrededor, asustada, con el pelo entorpeciendo su visión y el pulso acelerado. Sus ojos no daban crédito a lo que veían, como si aquello fuese un escenario más de sus múltiples pesadillas.

Ante ella se encontraba lo que, desde tiempos inmemoriales, había permanecido oculto en aquella casa. Un oscuro secreto del que nadie parecía haber tenido constancia, ni siquiera el agente inmobiliario que se había encargado de enseñarle la vivienda.

Algo que ella jamás debía haber descubierto.

Numerosos cuerpos de seres humanos yacían amontonados en el suelo, unos encima de otros. Algunos eran ya simples esqueletos. Otros, en cambio, se hallaban en avanzado estado de descomposición, de ahí el fuerte hedor a podredumbre.

Aquella tétrica imagen la impactó tanto que, en cuanto fue capaz de reaccionar, se precipitó hacia la salida de aquel mausoleo que debió haberse mantenido intacto. Sin embargo —y para su sorpresa—, los trozos de pared que había derrumbado con la pala se elevaron por los aires como por arte de magia, volviendo a su lugar correspondiente y, por tanto, cerrando el agujero como si este nunca hubiera existido. Dejándola completamente encerrada e incomunicada con el exterior.

Horrorizada, se abalanzó contra el muro y lo golpeó con todas sus fuerzas. Gritó y lloró hasta quedarse sin voz, incapaz de voltearse hacia los cadáveres que había tras ella. Aquellos que no dejaban de hablarle en susurros, regocijándose a su costa.

Recordándole que ahora era una de ellos.

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· INFORMACIÓN ·

— ೖ୭ Fecha de publicación: 31/10/2019

— ೖ୭ Número de palabras: 1661

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· NOTA DE LA AUTORA ·

¡Hola, calabacitas!

Bueno, pues aquí tenéis un nuevo relato corto de terror. Es una versión mejorada de una historia corta que escribí hace varios años. De hecho, la publiqué en otra plataforma de escritura, antes de conocer Wattpad. Sin embargo, no ha sido hasta el mes pasado que me he animado a hacerle un lavado de cara. Soy demasiado vaga y me daba mucha pereza, para qué mentir x'D Pero quería publicar algo así por Halloween y, bueno, este ha sido el resultado u.u

¿Qué os ha parecido? ¿Os esperabais ese final? ¿Ha conseguido arrancaros algún escalofrío? Ya sabéis que me encanta leer vuestras opiniones en la caja de comentarios :3

Y eso es todo por el momento. Espero de todo corazón que os haya gustado. Si es así, por favor, no olvidéis votar y comentar, que eso me anima muchísimo a seguir escribiendo =)

Besos ^3^

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