Capítulo 12. Corto, fugaz y tímido

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

—No me puedo creer que me hayan dejado solo. Son los peores amigos del mundo. Los detesto.

Zenitsu apretó la barbilla contra el pecho y se cruzó de brazos, haciendo un puchero infantil y ridículo. No entendía cómo era posible que todo le saliera tan mal siempre: No sólo no había encontrado pareja para el baile, sino que había sido vilmente rechazado por todas las chicas a las que se lo había pedido. Y lo cierto era que, a pesar de su predilección por amargarse ante cada pequeño fracaso, aquello no lo había llegado hundido del todo; se había podido consolar pensando que al menos pasaría una buena noche con sus amigos, con quienes siempre podía contar, y tal vez incluso huir de esa estúpida fiesta con ellos y largarse a disfrutar de la noche por su lado. Sin embargo, ni siquiera ellos habían hecho el esfuerzo mínimo por consolarlo y, en cuanto habían tenido la oportunidad, lo habían dejado solo. Y aquella traición le dolía más que cualquier rechazo por parte de una chica.

—Ese maldito Inosuke —gruñó para sí—, después de todo lo que he hecho por él.

Porque, aunque Inosuke no fuera consciente, Zenitsu le había hecho una favor enorme: no contarle a Tanjiro nada sobre sus sentimientos, a pesar de todas las ganas que tenía de hacerlo desde que se había enterado.

Se decía a sí mismo que no lo había traicionado porque esperaba recibir algo a cambio algún día; aunque él sabía, en el fondo, que el motivo real era que el chico le importaba. Más o menos. De algún modo, suponía. Si no, no podría haberlo aguantado todo ese tiempo. Por muy bien que le cayera Tanjiro, Inosuke era inaguantable a veces; así que algo de cariño debía de guardarle si era capaz de pasar el tiempo con aquel cerdo sin querer suicidarse.

Y por ello —porque le importaban tanto esos dos— le había dolido enormemente que lo abandonaran de un modo tan frívolo. Entendía que quisieran pasar un rato a solas, bailando o haciendo lo que quisiera que estuvieran haciendo (Zenitsu prefería no saberlo); pero es que llevaban más de media hora sin dar señales de vida. Y Zenitsu ya estaba cansado de esperar solo, mientras veía a todo el mundo pasándolo bien.

Oh, cuánto los odiaba. Y cuánto odiaba a las mujeres. Cuánto odiaba el cruel mundo en el que había nacido.

Estaba tan enfrascado en sus desdichados pensamientos, preguntándose por qué había de ser tan desgraciado, que no se dio cuenta de que Aoi y Kanao se le habían acercado, mirando en rededor, buscando.

—Oye, tú —lo llamó Aoi. Sólo entonces Zenitsu levantó los ojos, y su rostro se iluminó al pensar que por fin alguien le prestaba algo de atención—. ¿Dónde están tus amigos?

Zenitsu se levantó de un salto y se apoyó en la mesa del ponche, con una media sonrisa un poco ridícula, intentando adoptar un aire seductor que no le pegaba demasiado. Su pena se había esfumado tan rápido que Aoi se preguntó si realmente había estado triste o sólo tratando de montar una escena.

—No lo sé —respondió—. Pero a mí me tienes aquí, preciosa.

Aoi puso los ojos en blanco. Kanao seguía peinando con la mirada los alrededores, con expresión impaciente. Zenitsu imaginó que empezaba a echar de menos a Tanjiro, y le dieron ganas de contarle que los gustos del chico no la favorecían tanto como ella podía pensar; pero optó por callarse y no meterse en aquel triángulo amoroso.

—Nos apetece bailar un rato con nuestras parejas —dijo Aoi, sentándose en la silla de la que se acababa de levantar Zenitsu—. ¿No sabes adónde han ido?

Zenitsu, viendo que no despertaba ningún interés en ellas, negó con la cabeza y se sentó a su lado, con aires de rendición.

—Eso me gustaría saber —susurró, con molestia—. Me han dejado solo, los muy canallas.

Kanao, con un poco de inseguridad, imitó a su amiga y se sentó a su lado. Parecía inquieta. A Zenitsu no le gustó que la chica ya fuera tan dependiente de la presencia de Tanjiro. Temía que le fuera a romper el corazón en cualquier momento de la manera más cruel: sin saberlo.

Al fin y al cabo, Tanjiro era un buen chico, pero también un ciego para ese tipo de cosas. No parecía haberse dado cuenta de lo que Kanao sentía por él, y cuando eso sucediera la chica estaría tan enamorada de él que ya no podría remediarlo. Porque Tanjiro era tan bueno y dulce que seguiría portándose con ella de aquella manera casi romántica, sin saber que no hacía otra cosa que alimentar los sentimientos de la pobre Kanao.

—Bueno... Mientras podemos aprovechar para descansar —dijo Kanao, tratando de restarle importancia al asunto para calmarse a sí misma. Igualmente, no dejó de buscar a Tanjiro con la mirada, sin volver a abrir la boca.

Aoi asintió y se recostó un poco en la silla. La música era ahora más lenta, más romántica. Zenitsu suspiró; era la música perfecta para bailar. Y él sin pareja. Odiaba estar ahí en ese momento. Imaginó cómo habrían sido las cosas si Tanjiro le hubiera permitido invitar a su hermana: Nezuko habría aparecido con un hermosos vestido rosa y con el pelo recogido de manera elegante. Le habría sonreído toda la noche y, cuando hubiera comenzado a sonar la música lenta, lo habría conducido hasta el centro del pabellón y le habría permitido agarrarla por la cintura. Zenitsu suspiró, ruborizado ante el simple pensamiento. Sólo cuando notó la cabeza de Aoi recostarse sobre su hombro salió de sus ensoñaciones para centrar su atención en la chica, sorprendido cuanto menos.

—Oye —dijo ella, mirándolo por el rabillo del ojo—. No olvides que me debes un baile.

Zenitsu se giró hacia ella con todo el cuerpo. Se quedó quieto unos segundos, asimilando las palabras que acababa de oír. Entonces el corazón le empezó a latir con más fuerza, más alegremente que nunca, y sus mejillas se calentaron.

—¡Oh, dulce Aoi! —exclamó, al borde de las lágrimas—. ¡Gracias, mil gracias!

Aoi liberó su mano de entre las de Zenitsu, que se la había agarrado con fuerte gratitud, e intentó calmarlo con malas palabras y ceños fruncidos, infructuosamente. Se arrepintió enseguida de haber sido tan compasiva y haberle dicho aquello. Kanao no los miraba, a pesar del escándalo que montaban; seguía con la vista clavada en la multitud de enfrente, estirando el cuello para ver mejor. De pronto, abrió mucho los ojos y se levantó de golpe, una sonrisa dibujándosele en el rostro. Pero la expresión de alivio le duró poco, y pronto se transformó en una de preocupación y contrariedad. Le tocó el hombro a Aoi, que dejó de luchar contra Zenitsu para hacerle caso, y señaló al frente con la barbilla.

—¿Inosuke? —dijo Aoi.

Efectivamente: de entre la muchedumbre se había abierto paso un jadeante Inosuke, que ahora iba hacia ellos a toda velocidad. Se le había soltado el pelo y llevaba la corbata aún más floja que antes. Sus ojos estaban muy abiertos, llorosos, y le temblaban los labios. Además, pudo apreciar Kanao cuando lo tuvo más cerca, llevaba la camisa manchada de tierra.

Y en los dedos tenía sangre.

Zenitsu y Aoi también se levantaron rápidamente, y entonces Inosuke los reconoció. Aceleró el paso, y cuando llegó hasta ellos agarró a Zenitsu por los hombros, con ansiedad, tirando de él hacia sí.

—Fuera. Ya —dijo, su voz teñida de miedo.

—¿Qué? —Zenitsu le bajó los brazos y se los agarró, intentando calmarlo con la mirada—. ¿Qué te pasa ahora? ¿Dónde está Tanjiro?

Kanao empezó a temerse lo peor. El corazón empezó a latirle con más fuerza, y notó que le costaba respirar de pronto. Se apoyó en Aoi, que la abrazó por los hombros. Ella también se olía algo malo.

—Fuera —repitió Inosuke, sin mirar a las chicas—. Le han hecho daño... —Entonces, se mordió el labio y apartó los ojos, temiendo que las lágrimas afloraran y los allí presentes lo vieran. Sus siguientes palabras fueron casi una súplica—: Por favor, ven.

—¿Daño...? —Zenitsu tragó saliva, pero no lo interrogó más. Con un gesto de cabeza le indicó que lo seguiría, e Inosuke se dio la vuelta y echó a correr sin pensarlo. Kanao y Aoi hicieron ademán de ir tras ellos, pero Zenitsu las paró—. Avisad a la señorita Shinobu.

Las chicas fueron a quejarse, pero no lo hicieron al ver la seriedad en la expresión del rubio. Él asintió, insistiéndoles con la mirada, y entonces echó a correr detrás de Inosuke.

Kanao se agarró con más fuerza a Aoi, la ansiedad comiéndosela por dentro, y entonces ambas se adentraron en la multitud para encontrar a la enfermera.

···

—¡Tanjiro!

Zenitsu se quitó la chaqueta para mejorar su movilidad y se arrodilló frente a Tanjiro. Inosuke había llegado antes y se había sentado a su lado, muy cerca. El chico estaba en el suelo, sobre la hierba del patio, con las piernas cruzadas. Se había quitado también la chaqueta y se había abierto la camisa, y tenía la mano apoyada por debajo de las clavículas. A Zenitsu lo recorrió un escalofrío al detectar, entre sus dedos, un hilo de sangre. Lo miró a la cara, a la luz de la luna, buscando signos de dolor en ella. Tanjiro, sin embargo, sonreía con tranquilidad fingida, con las cejas ligeramente arqueadas, sin mirarlos.

—Estoy bien, de verdad... —musitó—. Le dije a Inosuke que no hacía falta montar tanto revuelo.

Inosuke sacudió la cabeza y se inclinó sobre él para apartarle la mano con suavidad, pero el chico no se dejó, esbozando una mueca. El rostro de Inosuke estaba ensombrecido por una creciente ira, mezclada con la preocupación.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Zenitsu, incapaz de asimilar la situación. Sólo unos minutos antes sus amigos habían parecido llenos de dicha, alejándose de él para ir a bailar juntos. ¿Cómo habían llegado a eso?

—Lo han atacado —gruñó Inosuke, apretando los puños sobre sus piernas—. Esos capullos del otro día. Nos han cogido por sorpresa. Llevaban una navaja.

—¿Qué...? —Zenitsu hizo memoria: recordaba que Inosuke había mencionado algo sobre unos chavales del curso inferior a los que había vencido en una pelea después de que hubieran ido a por Tanjiro. Imaginó que se refería a ellos—. ¿Por qué?

A las emociones que reflejaba la cara de Inosuke se les sumó la vergüenza. Se mordió la uña del pulgar, arranchando hierba ansiosamente con la otra mano.

—Nos siguieron al ver que salíamos —respondió, en voz baja—. Nos vieron bailar. Dijeron que nos arrepentiríamos por ello.

Tanjiro no dijo nada. Había dejado de sonreír, y miraba a Inosuke con los ojos cristalizados. Extendió la mano libre para apoyarla sobre la de él, pero él la rechazó con un movimiento.

—Iban a por mí —siguió Inosuke—. Supongo que estaban cabreados porque les metí una buena paliza la última vez. Y yo podría haber ganado, pero... —Cerró los ojos y suspiró, frustrado—. Gompachiro tuvo que meterse.

—Iban a hacerte daño —dijo Tanjiro, con la voz rota—. Tenían un arma.

—Sólo querían asustarnos. No nos habrían hecho nada si tú no los hubieras atacado.

—¿Y qué iba a hacer? ¿Quedarme quieto mientras te arriesgabas por mí?

—No fue por ti. Entérate: no fue por ti.

Tanjiro tragó saliva y los dos mantuvieron el contacto visual, en tensión. A Inosuke le temblaba todo el cuerpo, y poco a poco su expresión se fue suavizando. Pareció arrepentirse al instante de lo que había dicho; pero no se retractó, aunque en el fondo sabía que se había pasado. Dejó de morderse las uñas y dejó que los brazos le cayeran a ambos lados del cuerpo.

Zenitsu seguía sin comprender muy bien qué había sucedido, ni por qué Inosuke estaba tan afectado. Creía entender que Tanjiro había intentado proteger a Inosuke metiéndose él en la pelea, aunque eso no le pegaba mucho al chico. Pero, de no ser eso, ¿cómo había acabado herido entonces?

Vaya. Inosuke sí que debía de importarle.

—¿Te apuñalaron? —dijo Zenitsu, intentando determinar la gravedad de su herida a pesar de no poder verla.

Tanjiro negó, sin dejar de mirar a Inosuke.

—No llegaron a eso —murmuró—. Sólo me rozaron. Es un pequeño corte.

—No dejas de sangrar —dijo Zenitsu.

—De verdad, no es nada.

—Cállate ya —espetó Inosuke. Sin hacer caso a las quejas del chico, le apartó la mano a la fuerza para ver bien el corte. No era muy profundo, pero sí largo. Se sacó del bolsillo unas servilletas que había robado dentro y las presionó contra la herida, arrancándole a Tanjiro una exclamación de sorpresa y dolor—. Apriétate ahí.

Tanjiro obedeció, viendo que era imposible convencerlos de que estaba bien. Inosuke se levantó entonces y le tendió una mano.

—Levántate. Vamos a la enfermería.

—No es necesario...

—Levántate ya, imbécil.

Tanjiro se permitió recuperar un segundo la sonrisa al oír el insulto, y entonces se agarró a Inosuke para levantarse. Zenitsu también lo ayudó, imaginando que la herida no era lo único que debía de dolerle; aunque no hubieran dicho nada, estaba seguro de que aquellos matones debían de haberles hecho más que un simple corte. Se preguntó cuantos golpes tendrían que haber aguantado hasta ahuyentarlos.

—Es increíble. Tenemos que contárselo al director —dijo Zenitsu, pasándose el brazo de Tanjiro por los hombros.

Tanjiro suspiró y asintió. Inosuke no dijo nada más.

···

—Bueno, ya estás —dijo Shinobu, terminando de ajustarle las vendas a Tanjiro—. No es nada. Mañana te podrás quitar el vendaje sin problema. Desinfecta bien y listo.

—Muchas gracias, Shinobu —respondió Tanjiro, abrochándose la camisa.

Entonces la enfermera se giró hacia Inosuke, que estaba sentado junto a la puerta con el ceño fruncido. Estaba tan de morritos como Zenitsu durante el baile.

—¿Quieres que te eche un vistazo a ti también? —le dijo—. Parece que también tienes algún moratón.

Inosuke negó frenéticamente con la cabeza ante la preocupada mirada de Tanjiro y Zenitsu. La mujer no insistió.

—Está bien. Entonces os podéis ir en cuanto llegue tu hermana, Tanjiro —dijo. Tanjiro asintió, aunque seguía sin gustarle que hubieran llamado a Nezuko sólo por eso—. Yo voy a hablar con el señor Rengoku. Esto no puede quedar sin consecuencias.

Dicho esto, se dirigió a la puerta. Pero antes de salir, Inosuke la agarró por la manga del vestido, reteniéndola.

—Oye —dijo, llamando su atención. Se había ruborizado levemente—. ¿Podrías no decirle...? Bueno...

Shinobu lo miró, expectante; pero Inosuke no se atrevía a decir nada más, abrumado por la vergüenza. Sin embargo, ella lo entendió. Le dedicó una sonrisa tranquilizadora y le dio una palmadita en la cabeza.

—No te preocupes. Rengoku es un buen hombre. Lo entenderá, sólo...

—No hay nada que entender —la cortó Inosuke—. Pero no quiero que todo el instituto se entere. —Al escuchar estas palabras, a Tanjiro se le paró el corazón, como si le acabaran de dar un puñetazo en el pecho—. Por favor.

Shinobu miró a Tanjiro, viendo el dolor en sus ojos. Sintió una gran pena por él, pero no dijo nada más. Le dijo a Inosuke que no tenía que preocuparse y se marchó.

Un pesado silencio cayó al instante sobre los chicos. Zenitsu se había sentado al lado de Tanjiro, sujetándole la chaqueta. Inosuke estaba lejos de ellos, como si de pronto le avergonzara tenerlos cerca. No los había vuelto a mirar desde que habían llegado a la enfermería.

La fiesta ya había acabado, prácticamente. Habían pasado una hora en la enfermería, contándole a Shinobu lo sucedido, tranquilizando a unas nerviosas Kanao y Aoi y convenciendo a Tanjiro de que debían llamar a Nezuko. Los tres estaban agotados, y una extraña tensión se había formado entre ellos después de todo lo sucedido. Zenitsu miró a Inosuke, intentando descubrir qué se le pasaba por la cabeza; pero no fue capaz de sacar nada en claro.

Tanjiro suspiró y cogió la chaqueta que Zenitsu le tendía. No sabía qué decir, tampoco. Tenía el corazón roto. No entendía como en cuestión de unas horas todo había cambiado tanto; sólo un rato atrás había sido el chico más feliz de la fiesta, bailando con Inosuke y admirando su hermosura hasta la saciedad. Y cuando el joven le había dicho que quería hablar con él, había sentido que la euforia lo volvería loco. Habían salido fuera, sin soltarse las manos, y se habían ocultado tras un árbol. Allí, Inosuke lo había acercado más, mirándolo a los ojos, con la luz de la luna bañándole la cara, y con decisión había abierto la boca para empezar a hablar, haciendo que a Tanjiro se le saltara el corazón.

Entonces, Yahaba y Susamaru habían aparecido. Y a partir de ese momento todo había salido mal.

Después de interponerse entre la navaja e Inosuke, había esperado poder acabar con aquel sinsentido y volver a su conversación con Inosuke como si nada. Ser el héroe esta vez. Pero aquello no había sido el final, y después de muchos golpes y de soportar infinidad de insultos y escupitajos por parte de los matones, Inosuke no había vuelto a ser el mismo. De pronto se mostraba avergonzado junto a Tanjiro. Como si las palabras de Susamaru lo hubieran calado hasta el punto de creérselas. Como si hubieran eliminado de su corazón cualquier cosa que hubiera podido sentir por el pelirrojo. Y el simple hecho de pensar en que lo había perdido por ello, porque ahora temía de veras que los vieran juntos y se burlaran de él, lo estaba matando.

Hubiera deseado que sus amigos no hubieran estado ahí presentes para echarse a llorar a solas.

—¡Tanjiro!

La puerta se abrió de golpe, sobresaltando a Inosuke, casi tirándolo de la silla. A la enfermería entró entonces una agitada Nezuko, vestida con ropa de estar por casa y un abrigo negro. A Zenitsu se le iluminó el rostro, mientras que Tanjiro la miró con desasosiego. La chica se lanzó hacia su hermano, lágrimas de preocupación en sus ojos, y le tomó la cara con las manos, moviéndosela para verla desde todos los ángulos, asegurándose así de que no tenía heridas en la cabeza.

—Nezuko, tranquila, estoy bien... —la consolaba su hermano mientras ella sollozaba y le decía lo preocupada que se había sentido—. Ha sido una pelea tonta, de veras.

—Oh, mi hermanito, ¿cómo han podido hacerte esto? —lloraba ella, abrazándolo y besándole la frente—. Cómo puede haber niños tan crueles. Cómo...

Entonces, se giró hacia Inosuke y Zenitsu. El primero sintió que los ojos de Nezuko se le clavaban en el corazón; la pena que los inundaba le afectó de un modo inimaginable. Al igual que aquella vez que había visto a Tanjiro llorar en la azotea, no fue capaz de entender como alguien tan bello y puro podía sentir tanta tristeza. Zenitsu también lo pensó, o al menos eso creyó Inosuke cuando el rubio eliminó su estúpida sonrisa y miró a Nezuko con congoja.

—Gracias —dijo ella, en un hilo de voz—. Gracias por quedaros con él, por cuidarlo.

Inosuke entrelazó los dedos sobre su regazo y bajó la mirada hasta ellos. Nezuko volvió entonces a colmar a su hermano de mimos y preguntas, mientras él hacía lo imposible por calmarla, y Zenitsu intentó acercarse a ellos para entablar conversación con la chica. Inosuke se mordió la lengua con tanta fuerza que la boca le empezó a saber a sangre.

—¿Cuidarlo? —pensó, notando cómo le escocían los ojos—. No, no lo he cuidado.

Poco a poco, los nervios de Nezuko se fueron apagando. Sólo entonces aceptó sentarse en la silla que Zenitsu le había cedido y dejó de interrogar a Tanjiro. El joven parecía agotado: ya no decía nada y mantenía los ojos gachos. Nezuko supuso que debía de haber sido una noche complicada, y que era hora de volver a casa.

—¿Vivís cerca? —les dijo a los amigos de su hermano, cuando salían del instituto.

—Bueno... —Zenitsu se frotó los brazos; con la noche había llegado una brisa demasiado fresca, y ni siquiera la chaqueta de su traje lo podía proteger—. Yo vivo a media hora andando. Aunque este —señaló a Inosuke con el mentón— vive bastante lejos.

Inosuke se bajó las mangas para abrigarse un poco más y asintió.

—Da igual.

Nezuko contempló a los muchachos, pensativa. Entonces sonrió y dijo:

—¿Por qué no pasáis la noche en casa? Es muy tarde y hace demasiado frío como para que os volváis ahora andando.

Inosuke y Zenitsu se miraron, y después miraron a Tanjiro. Él parecía tan sorprendido con la invitación como ellos, pero no dijo nada.

Lo cierto es que era una propuesta tentadora. Realmente hacía frío y estaba muy oscuro. Además, era muy difícil decir que no a aquellos ojos que tenía Nezuko, tan amables y persuasivos. Zenitsu aceptó casi al instante; Inosuke apartó la mirada y se encogió de hombros.

Era extraño: le asustaba seguir cerca de Tanjiro, pero al mismo tiempo no quería separarse de él. Aquella noche habían sucedido demasiadas cosas, y sentía que necesitaba aclararse con él. Aunque ahora mismo no sabía cómo. Lo único que sabía es que la ansiedad que había sentido una hora atrás aún no lo había abandonado, y que tal vez empeoraría si se separaba tan pronto del chico.

Finalmente, accedió a pasar la noche en la casa de los Kamado, ante la incrédula mirada de Tanjiro, quien había temido que no volvería a saber de él durante un tiempo.

Así pues, caminaron en sepulcral silencio hasta la casa de Tanjiro. El único que a veces hablaba era Zenitsu, que intentaba sacarle conversación a Nezuko de todas las maneras posibles, obteniendo tan sólo respuestas cortas (pero amables) y sonrisas cansadas. La chica se mantenía cerca de su hermano, que andaba cabizbajo; mientras que Inosuke permanecía tan lejos como podía, con las manos en los bolsillos y la espalda arqueada. Volvía a notar un horrible nudo en su garganta y sentía que, si se acercaba demasiado a Tanjiro, algo dentro de él estallaría, aunque no sabía exactamente qué.

Cuando llegaron a la casa, la sensación de ahogo en Inosuke aumentó considerablemente. Aquel lugar que tantas veces le había parecido el paraíso, siempre limpio y oliendo tan bien, de pronto le daba miedo. Nezuko, Tanjiro y Zenitsu entraron primero, quitándose los zapatos y dejándolos en la entrada; pero Inosuke se quedó un momento en el umbral de la puerta, intentando tragar saliva, de pronto deseoso de salir corriendo y ponerle fin a aquella incómoda situación en la que se había metido sin saber cómo. Mil preguntas le cruzaban la mente, confundiéndolo, mareándolo. Sentía tantas cosas que era incapaz de comprender...

Para empezar, ¿por qué se sentía incómodo?

Lo ignoraba, pero tampoco tenía ganas de comerse la cabeza buscando la respuesta. Zenitsu y Tanjiro se giraron hacia él, expectantes. Tanjiro tenía las cejas arqueadas y se mordía los labios, como si fuera a echarse a llorar de pronto. Inosuke odiaba verlo así, y sólo le dieron más ganas de huir. Mantuvo la mirada, intentando no romperse, y sólo cuando Tanjiro la apartó para meterse en su habitación fue capaz de relajarse un poco. Se quitó las zapatillas, cerró la puerta tras de sí y siguió a sus amigos.

—¿Vais a querer cenar algo? —dijo Nezuko, desde el pasillo. Zenitsu e Inosuke se introdujeron en la habitación de Tanjiro, quien se había sentado en la cama—. Tenemos un poco de arroz, por si os apetece...

—No te preocupes, Nezuko —dijo Tanjiro, levantándose y asomándose a la puerta—. Por favor, descansa. Ya has hecho suficiente por hoy.

La chica se acercó a su hermano y lo abrazó con fuerza, besándole en la frente, sobre su cicatriz. Inosuke los miraba de reojo, recordando todo lo que Tanjiro le había contado sobre ella. Desde luego parecía más cansada que nunca: pálida, ojerosa, débil. Enferma.

—Avísame si necesitas algo, ¿vale? —le pidió, acariciándole el pelo.

Tanjiro asintió, aunque Inosuke supo que era sólo para calmarla; no volvería a molestarla en toda la noche.

Nezuko se retiró entonces, cerrándoles la puerta, y de nuevo quedaron los tres a solas, cada uno en un rincón de la habitación. Tanto Inosuke como Tanjiro parecían agotados e incómodos, y Zenitsu estaba cruzado de brazos, con las gruesas cejas inclinadas hacia arriba.

—Está bien —dijo por fin—, me habéis cansado. ¿Qué os pasa?

Tanjiro dirigió una furtiva mirada hacia Inosuke, y luego intentó sonreír.

—Ha sido una noche extraña. Estoy bastante cansado —dijo, simplemente.

Zenitsu meneó la cabeza y suspiró.

—No hay quien os entienda. Está bien, mañana hablaremos. ¿Dónde vamos a dormir?

Tanjiro se dirigió a su armario y sacó un par de futones un poco pequeños de él, junto con dos cojines. También les prestó a sus invitados algunas prendas de ropa más cómodas que lo que ya llevaban, e Inosuke tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano por no aspirar el aroma de la camiseta que le tocó ponerse.

Zenitsu e Inosuke llamaron a sus familias para contarles que pasarían la noche fuera, y aunque al principio el abuelo de Zenitsu puso algunas pegas, ambos lograron convencerlos sin problema. Entonces montaron rápido los futones a la derecha de la cama de Tanjiro, en absoluto silencio, y enseguida se enfundaron en ellos. Tanjiro apagó la luz y también se hundió bajo sus sábanas, sin dirigirles ni una mirada a sus amigos.

La tensión podía cortarse con un cuchillo.

Zenitsu quería pegarse un tiro.

—Menudos idiotas —pensó, acomodándose—. Lo hacen todo demasiado complicado.

—Qué noche, ¿eh? —dijo en voz alta.

—Sí —respondió Tanjiro. Se subió las sábanas hasta la barbilla, con los ojos sobre el tendido. Pensó que si hacía un esfuerzo suficiente, podría llorar sin hacer ruido—. Aunque al principio no estuvo tan mal.

Zenitsu miró a Inosuke, escudriñando en la oscuridad. El chico seguía con los ojos muy abiertos, pero no respondía a nada.

—La verdad es que no —dijo Zenitsu—. ¿Sabes? Casi bailo con Aoi.

Tanjiro sonrió un poco al notar la ilusión en el tono de su amigo.

—Es una lástima que al final no te diera tiempo —dijo, cerrando los ojos—. Seguro que se habría divertido contigo.

—¿Y vosotros? ¿Os divertisteis?

Entonces, Inosuke se giró, dándoles la espalda, y Tanjiro se mordió el interior de las mejillas. Zenitsu supo al instante que había metido el dedo en la llaga, pero no se arrepintió.

Si él no hacía nada por que esos dos hablaran, nadie lo haría.

—Sí —respondió Tanjiro, suavemente—. Mucho.

···

La luna ya estaba en todo lo alto del cielo cuando Inosuke despertó. La calle estaba en silencio, exceptuando el ruido de algún gato callejero que saltaba de coche en coche y de tejado en tejado; las estrellas brillaban en el firmamento, atenuadas por la luz de las múltiples farolas de la ciudad. Ningún viento que agitara los árboles. Ningún borracho que volviera a casa dando tumbos por las calles. Todo estaba en calma.

Todo, menos el corazón de Inosuke.

Desorientado, empezó a dar vueltas sobre sí mismo, sus manos temblorosas y sudadas. Se levantó instintivamente y se abrazó a sí mismo, con la respiración agitada. Hiperventilaba.

Había tenido una pesadilla. Una horrible.

Ni siquiera podía recordarla con claridad, pero había sido tan espantosa que su cuerpo entero había echado a temblar de puro miedo mucho antes de abrir los ojos. Se mordió el puño y parpadeó con efusividad, tragándose las lágrimas. Todo le daba vueltas, no sabía dónde estaba, no sabía adónde ir, qué hacer, cómo calmarse.

Poco a poco y gracias a los rayos blancos que llegaban desde la ventana fue reconociendo el espacio que lo rodeaba: un pupitre, unas plantas, una cama. Caminó de espaldas hasta dar con una pared y se quedó apoyado en él, con las manos sobre el pecho y el estómago, intentando controlar su respiración. Ya lo recordaba: estaba en al cuarto de Tanjiro. Habían ido a dormir allí después de la pelea en el baile, después de que Tanjiro hubiera sido herido.

Tanjiro... herido...

Se llevó las manos a la cabeza mientras fugaces y confusas imágenes le cruzaban la mente de repente, como un relámpago: unos ojos de cereza empañados por la sangre. Un haori verde a cuadros desgarrado. Fuego, aire caliente.

Muerte.

Abrió la boca e inhaló profundamente, como si temiera quedarse sin respiración. Necesitaba aire fresco. Necesitaba...

Vio, entonces, a Tanjiro durmiendo sobre su cama, plácido. Tenía la boca ligeramente abierta, y el pelo le caía sobre la almohada y le rodeaba la cara. Se había quitado los pendientes y los había dejado en la mesita de noche, junto al diario que una vez Inosuke le había robado. Su expresión era una de paz absoluta, imperturbable. Respiraba con calma, sin hacer ningún ruido, e Inosuke pensó que no había visión más pura que aquella.

Verlo así sólo hizo que las imágenes en su mente le parecieran más dolorosas. Había sido un sueño, por supuesto. Sólo un sueño.

Pero, ¿por qué soñaba esas cosas?

¿Por qué se había sentido tan mal aquella noche, después de la pelea?

¿Por qué todo lo que tuviera que ver con Tanjiro hacía que sus sentimientos se intensificaran hasta extremos que nunca antes había alcanzado?

No podía más. Simplemente, no podía. No podía mirarlo, ni oírlo, ni sentirlo.

No quería seguir cerca de él.

Sin pensarlo dos veces, y sin siquiera pararse a coger su ropa, abrió la puerta con cuidado y abandonó la habitación de puntillas, para luego salir de la casa en completo silencio, parándose sólo a coger sus zapatillas.

Esperaba que, al encontrarse fuera, el peso que lo estaba aplastando por dentro desapareciera. O, que al menos, se atenuara un poco. Pero, al cerrar la puerta de la casa tras de sí, lo único que notó fueron una terribles ganas de echarse a llorar.

—Estoy harto —susurró, pasándose la mano por el pelo—. Joder.

Se calzó rápidamente y echó a andar a paso ligero, más deseoso que nunca de llegar a casa. De hablar con su madre, de abrazarla por primera vez en mucho tiempo. Se sentía débil e indefenso. Solo. Tenía frío, hambre y una tristeza inexplicable lo estaba consumiendo tan rápido que temió quedarse sin fuerzas para seguir caminando.

Cuando la primera lágrima afloró, se la enjugó con los dedos y cogió mucho aire, intentando contener las demás. No era el momento de llorar, allí solo, en la calle. Tal vez se lo permitiría una vez estuviera en su habitación, en su cama, sin aquella estúpida camiseta que olía a vainilla. Y después no volvería a salir de allí. No volvería a clase, no volvería a ver a Zenitsu ni a Tanjiro; no volvería a sentir nada, nunca más. Porque lo odiaba.

—¡Inosuke!

A Inosuke se le subió el corazón a la garganta al escuchar aquella voz, la más dulce de todas las voces que conocía, llamarlo. Entonces oyó los pasos, acercándose a él con ligereza, y quiso echar a correr sin mirar atrás.

No se lo podía creer. No era posible que eso le sucediera a él. No era justo.

Apretó los puños y se giró, intentando mantener la compostura. Tanjiro también dejó de caminar, a sólo unos metros de él, con aquella expresión de preocupación que tanto detestaba Inosuke. ¿Cómo se había dado cuenta de su ausencia? ¿Lo había despertado él al marcharse, o simplemente se había equivocado al creer que había estado dormido? Y ¿por qué lo había seguido hasta allí? ¿Por qué no lo dejaba en paz de una vez, después de todos los problemas que le había dado?

—¿Adónde vas? —preguntó Tanjiro, casi en un grito desesperado. Tampoco se había cambiado de ropa, pero se había puesto una chaqueta sobre el pijama—. Me he preocupado mucho al ver que no estabas.

Inosuke chascó la lengua y se frotó los brazos.

—A casa —replicó, sin mirarlo a los ojos.

Tanjiro se acercó un poco más, e Inosuke no se movió. Los dos parecían abatidos.

—¿Por qué? —Tanjiro suspiró—. Es muy tarde, no creo que sea buena idea que...

—¿Y qué más te da?

Aquella respuesta descolocó a Tanjiro, que no esperaba un tono de voz tan cruel por parte de su amigo. Dejó de acercarse para escudriñar su rostro. Podía oler la pena en él: una tristeza tan grande que le hacía querer abrazarlo y prometerle que todo estaría bien.

Le dolía muchísimo no poder hacerlo, pensando que Inosuke lo detestaría.

—¿Cómo? —preguntó, débilmente.

—Que qué más te da. —Inosuke se encogió de hombros y sorbió por la nariz. No podía más, no quería más, no lo soportaba más...—. Seguro que me odias.

Tanjiro levantó las cejas con sorpresa. Después de pronunciar esas palabras, Inosuke se giró, pero no para seguir andando. Sólo no soportaba que Tanjiro lo viera así, al borde de las lágrimas, tan vulnerable. Él se acercó un poco más, con el corazón roto.

—Inosuke —dijo, con mucha suavidad—, yo no te odio.

—¿Y por qué no me ibas a odiar? —inquirió Inosuke, pasándose el brazo por los ojos—. Por mí te han atacado esos dos capullos hoy. Ni siquiera valgo tanto la pena. Soy un bruto y un cabezahueca. No soy ni la mitad de bueno que eres tú... —Entonces, se volvió un poco, lo suficiente para que Tanjiro pudiera verle el perfil—. No sé si te hiciste mi amigo por pena o qué, pero ya no aguanto más.

Tanjiro estaba ahora tan cerca de él que podría haberlo tocado de haber extendido la mano. Sin embargo, no lo hizo, temeroso de que Inosuke se rompiera bajo su tacto. Su imagen era, en ese instante, tan frágil como un cristal. Era hermoso, pero dolía como si cortara.

—¿El qué? —preguntó, casi en un susurro—. ¿El qué no aguantas?

—Estar cerca de ti.

—Yo no aguanto que no estés cerca de mí.

Inosuke se giró del todo, los labios fruncidos y las cejas temblándole. Una mezcla de tristeza y rabia le coloraba el rostro.

—¿No me ves? —gritó, señalándose con las manos—. Mira lo que me has vuelto. Un sentimental. Yo estaba tan bien solo... —Se volvió a limpiar las lágrimas con el antebrazo; sentía que ya no podría parar de hablar, y no intentó interrumpirse—. Lo has cambiado todo. Ya ni sé lo que me pasa cuando estoy contigo. Pero hoy... cuando esos dos te han atacado... cuando he visto que te cortaban... —Apretó los dientes—. Nunca en mi vida me he sentido tan terrible como en ese momento. Los habría matado, te lo juro. Y ni siquiera cuando se marcharon pude dejar de... No lo sé, es que... —Hizo una pausa para tomar aire. El corazón le martilleaba con fuerza, y no se atrevía a mirar a Tanjiro a la cara y ver qué expresión ponía—. Me afectas —dijo, dejando los brazos caer—. Me afectas muchísimo. Y no lo entiendo, y me frustra. Todo lo que siento cuando estoy contigo... es demasiado intenso. Me confunde. Me afectas.

Clavó la mirada en la punta de sus zapatillas, esforzándose por no romper a llorar del todo. Nunca antes se había sentido tan avergonzado y, a la vez, tan liberado. Aquella era toda la verdad, y no se le ocurría un mejor modo de expresar sus sentimientos a Tanjiro. Suponía que aquello no era lo que Zenitsu había entendido por una declaración, y que tal vez Tanjiro tampoco lo comprendiera; pero le daba igual. Se lo había sacado del pecho, y eso era suficiente para él.

Y ahora que lo había hecho, ahora que había confesado lo doloroso que le resultaba estar cerca de Tanjiro, supo algo con mucha claridad:

—Sólo quiero que estés conmigo.

Tanjiro se había aproximado tanto que podía ver sus zapatos frente a él. Se abrazó a sí mismo con fuerza, esperando a que le dijera algo. El corazón le latía con tanta fuerza que lo sentía en las sienes.

Un cálido tacto, ya conocido, le acarició las mejillas. Tanjiro había posado sus manos en su rostro, provocando que un escalofrío le recorriera el cuerpo y que una corriente de calor le atravesara la cara. Delicadamente, Tanjiro le levantó la cabeza, obligándolo a mirarlo a los ojos, sin hablar.

El joven volvía a sonreír, emocionado. Tenía los ojos empañados y brillantes, e Inosuke notó cierto temblor en sus dedos.

—Cierra los ojos —le dijo, simplemente, sin apenas separar los labios.

Inosuke creía que se le iba a salir el corazón por la boca. Aún se encontraba demasiado afectado después de todo lo que acababa de confesar, y el nuevo contacto con Tanjiro no lo ayudaba a relajarse. No comprendía a qué venía ese comportamiento, pero estaba demasiado cansado como para quejarse y pedirle explicaciones. Tragó saliva, disfrutó un instante más de la expresión de Tanjiro, y entonces lo obedeció.

Notó entonces que Tanjiro tiraba con suavidad de su cara, hacia él, y sintió su aliento en las mejillas. Sintió el impulso inmediato de apartarse, pero se contuvo, y su cuerpo no se movió ni un centímetro. Aguantó la respiración.

Los labios de Tanjiro se posaron sobre su piel, junto a la comisura de su boca. Eran cálidos, suaves, algo húmedos. Los presionó con ternura, suavemente, e Inosuke dejó escapar un suspiro. Fue un beso corto y fugaz, tímido. Pero para Inosuke fue increíble.

Cuando Tanjiro retiró sus labios, Inosuke dejó los ojos cerrados, siguiendo instintivamente la boca de Tanjiro con la suya, ansioso, pero sin llegar a tocarla. Entonces, Tanjiro le soltó las mejillas, despacio, y se acercó a su oreja.

—Tú también me afectas, Inosuke —susurró.


———————————————————————————

¡¡Holi!! Me pasaba sólo a decir que al final del capítulo anterior podéis encontrar un dibujo que hice basado en él, por si os interesa echarle un vistazo. ¡Muchas gracias por leer, y espero que os esté gustando mi fic cursi y tonto!

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro