Capítulo 13. Madres y hermanas

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Kotoha Hashibira era una mujer buena, tímida y complaciente. Había criado a su hijo en solitario, después de escapar de las garras de su violento marido, y ahora hacía todo lo posible por mantener a su familia y darle a su querido Inosuke todo lo que necesitara.

Era muy joven, muy bella y demasiado ingenua. Había tenido a Inosuke con 18 años, sin conocer nada sobre la maternidad, y desde entonces lo había educado como bien había podido. Inosuke siempre había sido un niño dulce y cariñoso; pero en los últimos años, el joven se había ido volviendo bruto y frío, desobediente y solitario. Kotoha, sin saber cómo reaccionar ante este nuevo comportamiento, lo había dejado ser, viendo cómo su pequeño se alejaba cada vez más y más de ella, sin amigos, sin pasiones más allá de la de meterse en peleas siempre que podía.

Kotoha se había preguntado siempre si aquello podía ser su culpa. A veces se quedaba despierta por las noches, pensando en qué habría pasado si Inosuke hubiera tenido una figura paterna o, al menos, una madre más firme y segura de sí misma. Tal vez entonces habría hecho amigos en clase, o no habría dejado de hablar con ella todos los días. Tal vez habría seguido siendo un poco bruto, pero como todos los chicos a su edad. Tal vez no habría dejado de quererla a ella.

La entristecía enormemente haber perdido el amor de su niñito, pero le dolía aún más verlo siempre solo y no ser capaz de hablar con él al respecto. Temía acercarse a él y recibir una mirada de indiferencia, o regañarlo por algo y enfadarlo. Le asustaba preguntarle por su día y provocar que ya no quisiera entablar más conversaciones con él; o que un día decidiera que estaba harto de ella y se marchara de casa, por lo que nunca le ponía restricciones a la hora de salir a la calle. Nunca lo reprimía por las malas notas, ni por los moratones con los que aparecía en las piernas, ni por ese pelo demasiado largo que no tenía intención de cortar. Guardaba las distancias, le hacía de comer y le hablaba sólo si él le hablaba.

No es que tuviera pruebas de que el joven fuera a hacer ninguna de esas cosas, pero el miedo que le provocaba sólo pensarlo la alejaba de él. Y él no se quejaba, así que suponía que era lo correcto. Lo extrañaba con todo su corazón, pero aquello no era suficiente como para intentar llevarlo de nuevo a su lado. Se podía contentar sólo con verlo todos los días, lleno de energía y salud, con aquellos ojos verdes que había heredado de ella tan llenos de vida.

Por todo ello, por sus miedos y preocupaciones, no cupo en su sorpresa cuando aquella noche recibió una llamada de su hijo diciéndole que pasaría la noche en casa de un compañero de clase. No recordaba cuándo había sido la última vez que Inosuke la había llamado por teléfono, y mucho menos para pedirle permiso para lo que fuera. Pero lo que más la asombró fue, sin dudar, el hecho de que tuviera intenció de quedarse a dormir en casa de alguien. Parpadeó varias veces al escuchar la voz de su hijo, más suave que de costumbre, preguntándole si podía. Tardó un rato en asimilarlo, y cuando lo hizo sus palabras fueron débiles, incrédulas. Inosuke le agradeció en voz baja y colgó, y entonces Kotoha se quedó sentada en el sofá, aún con el teléfono en la oreja y los ojos abiertos como platos.

Un amigo. Inosuke tenía un amigo.

Aquella noche había salido de casa muy malhumorado, en mangas de camisa, y le había gruñido que volvería después de cenar. Kotoha sabía que se celebraba el baile del instituto, pero le costó relacionar aquello con que su hijo saliera a esas horas y vestido de esa manera. Se imaginó, horrorizada, que iría a molestar a sus compañeros y profesores, o tal vez a humillar a las chicas de su clase con burlas crueles y malos gestos; pero ahora que existía la variante de un amigo, empezó a cuestionarse si la idea que tenía sobre Inosuke era acertada o no.

Y eso, el hecho de no conocer por completo los sentimientos de su hijo, la desesperó aún más.

Ahora seguía sentada en el sofá, con las manos sobre el regazo y la televisión puesta, de fondo, mientras en su cabeza se repetía la conversación con Inosuke desde hacía horas. Estaba pálida, temblorosa, con ojos rojos de llorar. Llevaba años apartándose del camino de su hijo, creyendo que eso era lo que él habría querido, y ahora no podía evitar preguntarse hasta qué punto había estado en lo correcto. ¿Y si Inosuke nunca había querido aquello, y ella sola lo había alejado de sí misma? ¿Realmente conocía a su hijo tanto como había creído? ¿Le había negado el amor de madre todo este tiempo sólo por miedo a perderlo definitivamente?

Recordó a su exmarido, un hombre violento que les había hecho la vida imposible a los dos tiempo atrás. Nunca había permitido que Kotoha le hablara si él no empezaba la conversación. Nunca la había mirado de forma tierna, nunca le había preguntado sobre nada antes de actuar, nunca la había avisado de que pasaría la noche fuera. Y Kotoha, ingenuamente, había estado segura de que Inosuke seguiría ese camino, y que el único modo de no perderlo como a su marido era dejarlo ser así. Prácticamente ella lo había forzado a actuar de esa manera, pues nunca le había mostrado que existían otras. Pero aquella llamada había cambiado esa percepción. No entendía qué había cambiado en él que le hubiera hecho llamarla; tampoco estaba segura de si realmente algo había cambiado, o simplemente había sido siempre así, pero Inosuke no se había atrevido a mostrarlo.

Tal vez el más asustado de perder a alguien no había sido ella, sino el propio Inosuke.

Kotoha se llevó las manos a la cara y empezó a sollozar de nuevo. Todas esas nuevas posibilidades la abrumaban sobremanera. Llevaba años cerrándose a sí misma y a su hijo, convencida de que era la mejor manera de no arruinar su relación, y ahora temía que aquella no hubiera sido la forma correcta de obrar. Sin embargo, ni siquiera así se atrevía a preguntarle al propio Inosuke qué es lo que había querido de ella todo ese tiempo. Por mucho que ahora empezara a darse cuenta de la verdadera naturaleza en la relación que tenían, la inseguridad era tan grande que le impedía dar un paso adelante y hablar con él. Tan grande, que no dejaría de alejarlos, cada día más y más, mientras ella lo veía crecer y se preguntaba si la necesitaría, pero jamás haciendo nada por demostrarle que seguiría eternamente a su lado; estaba segura.

Estaba encerrada en esas desperanzadas convicciones cuando alguien llamó a la puerta, y Kotoha pegó un bote en el sofá. Miró la hora en el reloj de la pared: las doce y media de la mañana. De pronto, la invadió el pánico; ¿quién querría visitarla a esas horas, y por qué? No podía ser nada bueno. Las malas noticias siempre se dan por la noche, al fin y al cabo.

Se quedó quieta hasta que volvieron a llamar, con un poco más de insistencia. Entonces se levantó, se cruzó de brazos con nerviosismo y dijo, tan fuerte como pudo:

—¿Quién es?

Hubo un corto silencio en el que Kotoha pudo oír su propio corazón. Entonces, una voz amortiguada por la puerta que la separaba de Kotoha llegó a ella:

—¿Mamá?

A Kotoha se le cortó la respiración al reconocer a Inosuke al otro lado de la puerta. Rápidamente fue hasta ella y la abrió, con una nueva ansiedad creciendo en su pecho: ¿por qué Inosuke había vuelto ahora? ¿Qué había sucedido con su amigo? Empezó a imaginarse diversas escenas: una pelea entre los chicos, o tal vez una broma de mal gusto por parte de su compañero, que sólo había fingido ser su amigo para luego humillarlo. Tal vez se había arrepentido y había decidido volver a su solitaria existencia. Tal vez estaba herido. Tal vez...

—Inosuke —dijo, en un hilo de voz.

Inosuke tenía los ojos muy abiertos y las mejillas coloradas. Jadeaba, señal de que había llegado hasta allí corriendo, y su pelo se revolvía en torno a su rostro, al igual que cada mañana después de levantarse. Llevaba puesta una camiseta que no era suya, debajo de una chaqueta que tampoco era suya.

Y sonreía.

No era una sonrisa muy amplia. De hecho, era apenas perceptible, e Inosuke intentaba ocultarla bajando el rostro; pero para Kotoha era inconfundible. No sonreía como solía hacerlo, con cierta picardía o fingida crueldad, sino de un modo nervioso, dulce. Parecía tan feliz como asustado, y a Kotoha se le saltaron las lágrimas de nuevo. Ahora estaba segura: había estado equivocada todo ese tiempo: su niño lo necesitaba. Ya no sentía ansiedad, sino desesperación por demostrarle que estaba allí para él. Sin preguntarle por el motivo de su pronto regreso, lo tomó por los hombros y lo atrajo hacia sí para estrecharlo con todas sus fuerzas. Y, para su sorpresa y alivio, él también la rodeó con los brazos, algo tímidamente, pero sin dudarlo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó ella, tras un silencio que a Inosuke se le hizo un poco incómodo.

—¿Podemos hablar en el salón? —dijo él, asomando la cabeza bajo su brazo para respirar. No entendía la dramática reacción de su madre, pero tampoco podía quejarse.

Kotoha se separó de él y se enjugó las lágrimas para después cerrar la puerta e ir con su hijo hasta el sofá del que se acababa de levantar. Apagó la televisión, reacia a que nada pudiera distraerla de lo que Inosuke quisiera contarle, y ambos se sentaron frente a frente.

Inosuke parecía un poco indeciso, pero aun así Kotoha supo que no debía temer nada. Ahora estaba segura: Inosuke no era el chico frío y antipático que había creído que era hasta ese momento. Nunca podría haber estado más equivocada en cuanto a su hijo, y él se lo había demostrado esa noche armándose de valor y yendo hasta ella.

Era la primera vez en años que Inosuke se sentaba a su lado para hablar con ella, tal y como hacía cuando estaba en el colegio y le contaba cómo había pasado la mañana. Kotoha no podía dejar de llorar.

—¿Puedes parar...? —pidió Inosuke, cada vez más incómodo—. ¿Qué mosca te ha picado?

Kotoha sacudió la cabeza.

—No es nada, cariño. Cuéntame, ¿qué tal el baile?

A Inosuke le extrañó un poco que su madre supiera sobre el baile, pero no se molestó en preguntar. Estaba demasiado nervioso, demasiado deseoso de hablar con ella. Había corrido hasta casa dispuesto a pedirle consejo por primera vez en su vida, sin importarle el modo en que ella pudiera reaccionar. Sabía que su madre era fría, y que normalmente no se interesaba por su vida; pero después de aprender sobre la relación que Tanjiro y Zenitsu tenían con sus respectivas familias, había sabido que él también quería eso con su madre. Ya le daba igual que ella prefiriera guardar las distancias; esta vez, la necesitaba.

No se había esperado, de todos modos, aquel repentino abrazo que le había dado al verlo llegar. A veces le daba besos en la mejilla cuando volvía a casa, rápidos y secos; pero nunca abrazos. Le había sorprendido tanto que ni siquiera había tenido tiempo de pensar en ello antes de corresponder el gesto. Y ahora, sentado junto a ella, ardía en deseos de acurrucarse en su regazo y contárselo todo con ella abrazándolo. Aunque sabía que eso era pedir demasiado.

—Hay una persona... —empezó a decir, mirándose las manos—. Bueno... Es...

Kotoha esperó a que siguiera hablando, pero Inosuke no continuó. Le temblaba una pierna por culpa de los nervios. La madre no sabía muy bien cómo interaccionar con él en ese momento, ni qué decirle. Así que optó por simplemente posar una mano sobre las suyas y mirarlo con una sonrisa tímida.

Para su gran alegría, este gesto pareció calmar a Inosuke. Cogió aire y la miró a los ojos.

—Me gusta mucho una persona —dijo, en voz baja, algo avergonzado de compartir esa información con ella—. Pero no sé cómo debo portarme cuando estoy con él.

"Él".

Kotoha tragó saliva. Apretó más las manos de Inosuke entre las suyas.

—¿Hablas del chico que te ha invitado a dormir en su casa? —dijo.

Inosuke asintió. Kotoha lo imitó.

El joven había temido que su madre lo juzgara, pero en sus ojos no detectó ninguna emoción parecida al asco o la decepción. Sólo una comprensión infinita, una lástima que le desbordó los lagrimales. Y, a la vez, alivio y felicidad. Como si hubiera estado esperando ese momento desde hacía años.

Fue entonces cuando Inosuke también entendió que se había alejado de ella por motivos erróneos, y también empezó a llorar.

—¿No te molesta que te lo cuente? —sollozó—. Papá nunca lo habría aceptado.

—¿Y qué importa eso? —Como si le hubiera leído el pensamiento, lo atrajo hacia sí y lo tumbó sobre sus piernas, cariñosamente—. Háblame de él.

Así, Inosuke empezó a hablar sobre Tanjiro, sin parar, durante casi una hora. Sobre cómo se habían conocido; sobre sus reuniones para trabajar en el proyecto; sobre su eterna sonrisa, sus ojos de cereza y su extraña cicatriz. Le habló sobre el diario que le había robado, sobre la noche en la azotea, sobre el baile y sobre la pelea contra Susamaru y Yahaba. Y entonces, colorado hasta las orejas, le contó lo que había ocurrido sólo un rato atrás, cuando Tanjiro lo había besado.

—Salí corriendo —confesó, llevándose las manos a la cara—. Me quedé mirándolo sin decir nada, me dio su chaqueta para que no pasara frío y salí corriendo. Lo dejé tirado sin más. ¡Dios!

Kotoha le acarició el pelo tiernamente, con una gran sonrisa dibujada en los labios.

—¿Por qué te fuiste?

—No sabía qué debía hacer.

—¿Y qué es lo que querías hacer?

Inosuke se ruborizó aún más, si es que eso era posible. Se destapó el rostro para mirarla con el ceño fruncido, como diciendo: "Ni de broma te voy a responder a eso", y Kotoha se rio.

—Creo que deberías decirle qué es lo que quieres, simplemente —dijo, tras meditar un momento—. No tienes por qué saber qué debes hacer. Pero si sabes lo que quieres hacer, deberías empezar por contárselo a él.

Inosuke reflexionó sobre sus palabras y suspiró.

Claro que sabía lo que quería. Tal vez lo había sabido desde siempre. Pero decírselo a Tanjiro siempre le había parecido complicado. No es que nunca lo hubiera intentado; es que siempre encontraba una excusa para no hacerlo cuando llegaba el momento.

—De todos modos, seguro que se ha enfadado conmigo —musitó—. Por irme.

—Seguro que no, cariño.

—O se habrá sentido decepcionado. La he cagado.

—Claro que no.

—¿Debería ir a por él?

Kotoha lo levantó con delicadeza y le apretó las mejillas con las manos.

—Creo que deberías ir a descansar. Ha sido una noche muy intensa —le dijo, besándole la frente. Fue un beso más largo, más cálido de lo normal. Inosuke sintió una paz inmensa en su corazón—. Mañana irás a hablar con él. Así tendrás tiempo para pensar en qué decirle.

Inosuke asintió y se puso en pie. Kotoha lo observó marchar desde el sofá, aún con el corazón latiéndole con fuerza. Sentía que la enorme distancia que había creado entre Inosuke y ella había desaparecido de repente.

—Mamá —dijo él de pronto, sin volverse, antes de subir las escaleras hacia su habitación—. Gracias.

Dicho esto, se retiró, y Kotoha empezó a llorar de nuevo.

—Mi niño —repetía, entre sollozos y sonrisas—. Mi pequeño.

···

El día siguiente llegó con un cielo azul sin nubes. El sol calentaba las aceras con alegría, y los niños, aprovechando que no había clase, salían a la calle a jugar a la rayuela o las canicas. El barrio de Tanjiro, concretamente, estaba bastante animado: las mujeres salían a charlar o a hacer la compra, y algunos hombres las acompañaban o sacaban a pasear al perro. Este ambiente siempre ponía de muy buen humor a Tanjiro, a quien le gustaba salir a hacer recados y pasar junto a los críos para preguntarles a qué jugaban, o saludar a sus vecinos y hablar con ellos sobre el tiempo o las clases. Las mañanas de domingo siempre lo llenaban de energía.

Sin embargo, aquel día se encontraba tirado sobre su cama, con los brazos extendidos perpendicularmente a su cuerpo, con la vista clavada en el techo, pensativo.

Zenitsu se había ido hacía cosa de media hora. Le había ayudado a recoger su habitación y a cocinar un buen desayuno para Nezuko, quejándose todo el rato de la ausencia de Inosuke y de su mala educación. Después se había quedado charlando con su hermana, más contento, ruborizándose cada vez que la hacía reír. Cuando había considerado que era momento de retirarse, se había despedido de los dos hermanos y, justo antes de salir por la puerta, le había dicho a Tanjiro:

—¿Estarás bien?

Tanjiro le había sonreído.

—Claro.

Zenitsu lo había mirado con una ceja alzada, inspeccionando su rostro para asegurarse de que no mentía. Tras unos segundos, había suspirado y se había despedido con un golpe en el hombro.

—Nos vemos en clase. Gracias por todo.

—Gracias a ti, Zenitsu.

Y tan pronto como el rubio hubo salido por la puerta, Tanjiro se demoronó. Se encerró en su habitación, de repente serio, y se tiró a la cama, donde había hundido la cabeza en la almohada y había gritado un rato.

Había besado a Inosuke, y él se había ido justo después. Había salido corriendo. Había huido.

¿Cómo había podido hacerlo?

Tras un rato de martirizar su pobre almohada, se había calmado y se había tumbado bocarriba, reproduciendo la escena en bucle en su cabeza. Cuanto más la rememoraba, más detalles imaginaba: una mueca de molestia en la cara de Inosuke, un gruñido asqueado, una mirada de pánico. Y cuanto más imaginaba, más reales le parecían esos detalles inventados, hasta el punto en que olvidó por completo cómo había sucedido todo fielmente. Le parecía que su beso había sido demasiado raro. Probablemente muy húmedo y torpe. Seguro que a Inosuke le había parecido asquerosamente incómodo.

¡Cómo había podido hacerlo!

Cerró los ojos con fuerza, deseoso de que la tierra se lo tragara de una vez por todas. Nunca debería haberlo hecho. Debería haberse estado quieto. Tal vez, como mucho, abrazarlo.

O tal vez ni eso.

Tal vez había interpretado mal las palabras de Inosuke. En el momento había estado seguro de que se había tratado de una confesión, pero ahora empezaba a dudarlo. Tal vez sólo hubiera querido decirle que no le gustaba estar con él.

Aunque...

"Sólo quiero que estés conmigo".

Inosuke le había dicho eso. Eso no lo dudaba; había grabado a fuego sus palabras en su memoria, tan feliz lo habían hecho.

Entonces, ¿qué había pasado? ¿Había ido muy rápido? ¿Había hecho que se sintiera presionado, y por eso había salido corriendo, despavorido?

—Soy un idiota —se dijo a sí mismo, golpeándose la frente con los nudillos—. Idiota. Idiota. Idiota...

—¿Tanjiro? ¿Va todo bien?

La voz de Nezuko al otro lado de la puerta hizo que se incorporara. Nervioso, se pasó la mano por el pelo y se frotó los ojos, esperando que no se le notara demasiado el malestar. Esbozó una sonrisa y dijo:

—Sí, claro. Pasa.

Nezuko abrió la puerta. Llevaba puesta una camiseta de tirantes y unos pantalones anchos. Se había recogido el pelo en un moño con un lazo rosa, y se apoyaba en el marco de la puerta con una sonrisa preocupada dibujada en los labios.

—¿Seguro? Te he notado algo desanimado antes —dijo, acercándose a él para sentarse a su lado.

Tanjiro se puso algo nervioso. Lo último que quería era preocupar a su querida hermana, así que hizo lo imposible por ampliar su sonrisa y negó con la cabeza.

—Estoy un poco cansado. Apenas he podido dormir con los ronquidos de Zenitsu.

Nezuko rio y bajó la mirada al suelo, al lugar donde los futones de Zenitsu e Inosuke habían estado extendidos hasta hacía un par de horas. Apoyó las manos sobre sus rodillas y miró a Tanjiro por el rabillo del ojo, divertida.

¿De verdad creía que podía engañar a su hermana?

—¿Cómo es que Inosuke se fue tan pronto? —preguntó, inocentemente.

Tanjiro se revolvió, algo incómodo, y Nezuko supo que había dado en el blanco.

—No lo sé. Me desperté y ya no estaba —respondió él, fingiendo indiferencia—. Es muy impulsivo. A veces... hace estas cosas.

—¿Huir, te refieres?

Tanjiro la miró, con las cejas alzadas. Ella también se volvió hacia él y le apretó la mano. Tanjiro abrió la boca para decir algo, tal vez una nueva invención, pero ella lo cortó:

—Anoche oí cómo se iba, y luego te escuché seguirlo. Y no soy tonta: vi el modo en que te miraba, y el modo en que tú lo mirabas a él. Seguro que todo lo que sucedió ayer le afectó mucho.

Tanjiro no dijo palabra. Se sentía avergonzado por haber subestimado así a su hermana; al fin y al cabo, era la persona que mejor lo conocía en el mundo. Se limitó a suspirar y asentir lentamente, en señal de rendición. Nezuko le pasó los dedos por el pelo y empujó su cabeza hacia ella para apoyarla sobre su hombro. Él se dejó llevar y cerró los ojos, disfrutando de la fragancia de su hermana: Nezuko olía a flores, a coco y a pastel de fresa.

—¿Pasó algo? —preguntó, acariciándole el pelo.

Tanjiro volvió a suspirar, más largamente, y entonces murmuró:

—Lo besé. En la mejilla.

—¡Oh! —Nezuko abrió los ojos en sorpresa, pero no separó a su hermano de sí—. ¿Eso fue? ¡Cuánto me alegro!

—No, pero... —Tanjiro se acomodó un poco más, y Nezuko lo acarició con más cariño—. Después de eso se fue. Salió... corriendo.

—Oh —repitió Nezuko, menos entusiasmada—. ¿Por qué?

—No lo sé... Tal vez lo incomodé. Oh, Nezuko, no debí hacerlo...

El joven se llevó las manos a la cara, abrumado por la vergüenza, y Nezuko se apartó un poco para poder quedar frente a él. Le apartó las manos con suavidad, obligándolo a mirarla a los ojos, y le dijo:

—No pienses en si debiste hacerlo o no. Lo hiciste porque era lo que tu corazón te pidió que hicieras, y eso es siempre lo más noble que puedes hacer. Ya está hecho, y si a él le incomodó, no hay nada que pueda remediarlo. Sólo puedes hablar con él y aclarar las cosas.

Tanjiro asintió, aún descorazonado.

—¿Y si ya no quiere hablarme?

—Estoy segura de que no será así. Está claro que le gustas mucho.

Al escuchar esto, las mejillas de Tanjiro se encendieron.

—¿Tú crees?

—Por supuesto. Por eso, no des por hecho sus sentimientos. Tal vez no supo cómo reaccionar, simplemente. Lo mejor que puedes hacer es preguntarle tú mismo.

Nezuko, entonces, le besó la frente y volvió a mirarlo a los ojos. La alivió enormemente detectar en ellos una pequeña chispa de esperanza, unos segundos atrás apagada. El joven la abrazó con fuerza y le llenó la cara de besos.

—Eres fantástica, Nezuko. Gracias —le dijo. Ella reía, intentando quitárselo de encima—. Voy ahora mismo a buscarlo. Gracias, gracias.

Y dicho esto, se calzó y salió de casa, henchido de seguridad y con los ojos brillantes.

···

—Tengo que decirle lo que quiero.

—Tengo que disculparme con él.

—Tengo que dejarle claros de una vez mis sentimientos

—Tengo que asegurarme de que no se siente incómodo.

—Tengo que...

Los dos se encontraron al girar la esquina, cada uno andando en una dirección: Inosuke hacia casa de Tanjiro, y Tanjiro hacia casa de Inosuke. Frenaron en seco al verse el uno al otro, a poco más de un metro de distancia, con pelo de recién levantados y mejillas arreboladas. Inosuke aún llevaba puesta la camiseta de Tanjiro, y él se abrazaba a la ropa que el primero se había dejado en su habitación, ya doblada y lista para ser devuelta.

Contuvieron la respiración, mirándose fijamente. De repente, todo lo que habían estado pensando en decirse se volvió un mejunje sin unidad, difuso e inexacto, que se atragantó en sus gargantas y los dejó sin palabras.

Tanjiro miró a Inosuke, inevitablemente, de arriba abajo. Estaba más guapo que nunca.

Inosuke hizo un esfuerzo enorme por no apartar la mirada. Tanjiro era tan perfecto que le costaba mirar.

Prácticamente al unísono, los dos llenaron de aire sus pulmones y dijeron:

—Tengo que decirte algo.

Ambos se sobresaltaron un poco al escuchar al otro hablar, pero enseguida se relajaron. Destensaron los músculos, con sonrisas nerviosas pero divertidas, y dejaron salir el aire en un suspiro de preparación.

—Dime —dijo Tanjiro, con el corazón en la garganta.

Inosuke negó y lo señaló con el mentón. "Tú primero", decía su gesto. Tanjiro dio un paso hacia él, acortando considerablemente la distancia entre ellos. Por un momento temió haberlo incomodado, pero Inosuke no se apartó, y eso le brindó la valentía necesaria para hablar:

—Perdóname por lo de anoche. Fue impulsivo y no pregunté. —Mantuvo la mirada fija en los ojos verdes de Inosuke, que brillaban alegremente bajo la luz del sol primaveral. El joven no dijo nada, así que Tanjiro le tendió la ropa doblada y él la cogió sin romper el contacto visual—. Lo siento si te incomodé, pero por favor, no te alejes de mí por eso. No volverá a suceder.

Inosuke se aferró a la ropa e infló el pecho. Tanjiro sentía que el corazón se le saldría del pecho. Ahora que había hablado y parecía que Inosuke iba a responder, se sintió cobarde. Quiso ser él quien corriera ahora. Deseó que Inosuke fuera rápido y escueto, que aceptara sus disculpas y todo volviera a la normalidad cuanto antes. Que ese incidente fuera olvidado y perdonado.

—Quiero que lo vuelvas a hacer —dijo Inosuke, sin apenas dejar espacio entre palabra y palabra.

Tanjiro abrió los ojos como platos. Desde luego, esa no era la respuesta que había esperado, ni de lejos. Parpadeó varias veces seguidas y se inclinó un poco hacia Inosuke.

—¿El qué? —preguntó, temeroso de no haberlo entendido bien.

Inosuke tragó en seco y se dio unos golpecitos en la mejilla con el dedo índice. La misma mejilla que Tanjiro le había besado la noche anterior. Entonces, llevó ese mismo dedo a los labios de Tanjiro, haciendo que este echara a temblar.

—Quiero que lo vuelvas a hacer —repitió, más pausadamente, con cierta timidez—. Por favor.

A Tanjiro lo sacudió una oleada de ternura que lo dejó temblando. Se humedeció los labios inconscientemente y volvió a inspeccionar los ojos de Inosuke, buscando en ellos cualquier signo que le indicara que estaba de broma; pero en ellos sólo detectó una enorme decisión, unida a esa timidez que le había teñido de rojo la cara. La felicidad que Tanjiro sintió fue tal le fue imposible no mostrar los dientes en una sonrisa emocionada, de oreja a oreja.

—¿Seguro? —preguntó, tan sólo por asegurarse.

Inosuke asintió frenéticamente y dejó la ropa caer al suelo para agarrar a Tanjiro por la cara. Lo hizo con un poco menos de cuidado que él, pero a Tanjiro no le molestó. Soltó una carcajada de pura alegría y se lanzó contra Inosuke para empezar a depositar besos sobre sus mejillas, su barbilla, su frente y su nariz. A él pronto se le contagió la risa, sólo que más suave y nerviosa. Pronto, Tanjiro también sintió los inexpertos labios de Inosuke sobre sus pómulos, y temió que se derretiría bajo sus besos.

En un momento dado, Inosuke lo besó en la mejilla, muy, muy cerca de su boca, y a Tanjiro se le cortó la respiración. Cerró los ojos con fuerza, sin poder dejar de sonreír.

Sin duda, aquella había sido la mejor mañana de domingo de todas.

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