Capítulo 15. Volver a encontrarte

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A Inosuke le dolía todo el cuerpo. Estaba tumbado sobre una superficie fría y dura, notando cómo algo se le clavaba entre los omoplatos. Intentó moverse, pero un latigazo de dolor insufrible azotó su cuerpo y lo obligó a quedarse quieto, ahogando un grito. Le costaba respirar, y el poco aire que entraba a sus pulmones era caliente y le hacía toser.

La mayor parte del dolor se centraba en su abdomen. Haciendo un esfuerzo terrible, se llevó los dedos hasta el estómago, pero los apartó al instante, asustado. La carne se había abierto. La sangre brotaba a borbotones, incesante. Caliente, como todo lo que lo rodeaba. La incertidumbre y el miedo hicieron que empezara a temblar.

No veía muy bien por culpa del dolor, que le nublaba la vista; sólo podía distinguir las siluetas de los edificios derrumbados y el color naranja del fuego que lo consumía todo. Volvió a toser, manchándose los dientes de sangre. Agradeció por primera vez en su vida haber perdido la máscara, pues el sofoco hubiera sido aún peor de haberla llevado puesta.

¿Qué había pasado? No podía recordarlo bien. La cabeza le daba vueltas y todos sus pensamientos se habían convertido en una masa sin forma que luchaba por buscar algún sentido a lo que estaba sucediendo. Creía haberse desmayado en algún momento, y desde que había despertado su consciencia pendía de un fino hilo que de vez en cuando se tensaba demasiado y hacía que todo se oscureciera a su alrededor por unos instantes. Intentando calmarse, se centró en su respiración, controlándola para que la hemorragia de su herida se cortara un poco y para que la sangre le subiera al cerebro.

Necesitaba recuperarse cuanto antes. Todo a su alrededor era caos, y temía que hubiera más heridos como él. Que sus amigos lo necesitaran.

—Vamos... —gruñó, apretando los puños con la poca fuerza que le quedaba, intentando apoyarse sobre ellos para incorporarse—. Vamos...

Sin embargo, la sangre no paraba de manar. Su visión seguía siendo entorpecida por nubes negras que no podía hacer desaparecer por mucho que parpadeara, y su cuerpo respondía cada vez con más dificultad. Por si fuera poco, el humo y las cenizas que lo rodeaban hacían muy complicado usar la Respiración de Concentración Total. Se atragantaba constantemente con la sangre y el hollín, y la tos que lo sacudía le producía tanto dolor que se le saltaban las lágrimas.

Sólo entonces se dio cuenta de que necesitaba ayuda.

Ya incapaz de mantener los ojos abiertos, se atrevió a palparse de nuevo el abdomen, y esta vez presionó con las manos desnudas, intentando ralentizar el desangramiento, como última medida desesperada.

—So... corro —dijo, en un hilo de voz, consciente de que nadie lo escucharía—. Gompanjiro... Monitsu... Ayuda...

Mientras tanto, un desesperado Tanjiro corría a través de los escombros de la ciudad, jadeando y tosiendo por culpa del humo, con la cara manchada de sangre y el haori ennegrecido. Las llamas habían estado muy cerca de alcanzarlo, pero gracias a la Danza del Dios de Fuego había logrado escapar por los pelos. Sin embargo, ahora estaba exhausto; debido a una mala caída anterior, se había roto mínimo un par de costillas, y las piernas le dolían como si se las hubieran aplastado. Le costaba moverse, pero aun así no podía parar de correr.

No encontraba a sus amigos.

A ninguno de ellos.

Los había perdido de vista varias horas atrás, antes de que la pelea con aquellos demonios a simple vista menores se complicara. Se habían encontrado con tres de ellos, y habían decidido repartirse el trabajo; pero las técnicas de sangre de estos habían sido mucho más peligrosas de lo esperado, y habían terminado por sumir la ciudad donde se habían estado ocultando en el mayor de los caos. Tanjiro se sentía desfallecer cada vez que recordaba los gritos que habían llenado el aire durante horas. Hombres, mujeres y niños habían pedido ayuda a voces, desesperados; en vano, pues las llamas habían alcanzado a todo aquel que no había sido sepultado por los escombros de sus propios hogares. Todo culpa, principalmente, del demonio contra el que Tanjiro había luchado, que poseía un poder muy similar al de Nezuko pero mucho más poderoso y de mayor alcance. Él había causado la mayor parte de la destrucción, unido a una demonio joven, rival de Inosuke, quien tenía la habilidad de lanzar arañazos a través del aire, capaz de atravesar incluso personas y edificios. El demonio que se había enfrentado a Zenitsu, mientras tanto, se había dedicado a asesinar a sangre fría a los supervivientes con golpes de una espada hecha de su propia sangre coagulada. Y ninguno había podido evitar que se produjera toda esa masacre.

Tanjiro había perdido su espada luchando, a pesar de que al final había logrado vencer. Al cortar la cabeza del demonio, este había utilizado su último aliento para lanzar un ataque de fuego contra el joven cazador, obligándolo a huir a toda velocidad, viendo como su nichirin saltaba por los aires y se perdía entre las llamas y las ruinas. Pero eso no le importaba en ese momento, pues tenía algo más importante que encontrar.

En primer lugar, había perdido de vista a Nezuko. Las correas de su caja se habían roto en mitad de la pelea, y no había tenido tiempo de mirar dónde caía siquiera. Había hecho todo lo posible por alejar al demonio de esa zona, sin embargo, pero al regresar había encontrado la caja abierta, sin Nezuko. No la había encontrado por los alrededores, y el miedo no hacía más que crecer en su corazón mientras corría con dificultad, llamándola por su nombre con lágrimas en los ojos y sintiendo que le ardía la piel. No sabía cuánto tiempo podría resistir ahí, entre el fuego y el humo, sin desamayarse por falta de oxígeno. Pero eso daba igual. Controlaba la respiración como podía y corría, y gritaba, y seguía corriendo, y...

Olfateó el aire, y entre el olor a madera, carne quemada y muerte, reconoció un perfume familiar. Sintiendo una chispa de esperanza encenderse en su interior, inhaló de nuevo, sin importarle todo el humo que pudiera entrar en sus pulmones, y su corazón se aceleró al confirmar que eran dos los olores que conocía, y que procedían del mismo lugar. Echó a correr a mayor velocidad, ignorando todo el dolor que le azotaba los huesos, y se dirigió hacia una montaña de madera quemada que se alzaba a pocos metros de él.

—¡Zenitsu! ¡Nezuko! —lloró, al encontrarlos allí, tirados en el suelo.

Zenitsu estaba bien. Sólo tenía algunas heridas superficiales en los brazos y las piernas y un buen corte en la ceja que le dejaría marca; pero nada más. Su rostro estaba cubierto de hollín y su haori amarillo casi completamente quemado. Estaba tumbado bocabajo, abrazado con fuerza a Nezuko, que dormía hecha una bola entre sus brazos. Tanjiro cayó al suelo, agotado, y empezó a llorar.

—¿Estáis bien?

Zenitsu no podía parar de sollozar, y ni siquiera cuando Tanjiro se aproximó a él quiso levantarse. Había estado protegiendo a Nezuko con su cuerpo mientras un edificio junto a ellos se desmoronaba, y ahora estaba paralizado por el miedo. Tanjiro se abrazó a ellos también, con fuerza, feliz de que estuvieran vivos.

—Gracias, Zenitsu. Gracias —gemía, mojándole el pelo de lágrimas al rubio.

Nezuko dormía plácidamente, con las cejas relajadas, respirando con calma. La sangre que teñía su ropa le dio a entender a Tanjiro que había sido gravemente herida con anterioridad; pero le alivió ver que ya se había curado casi por completo. Logró por fin levantar a Zenitsu, aunque no que se separara de su hermana, y juntos volvieron al lugar donde estaba la caja, para meter a la pequeña demonio dentro.

—¿E Inosuke? —dijo Tanjiro, dejando la caja en una zona algo alejada del fuego—. ¿Lo has visto?

Zenitsu empalideció de pronto, como si acabara de recordar algo espantoso, y Tanjiro se temió lo peor.

—Oh, no —dijo, llevándose las manos a la cabeza—. Aquella demonio lo alcanzó con su técnica justo antes de que Inosuke la decapitara. Cayó rodando por un tejado y lo perdí de vista. Quise ir a buscarlo, pero entonces... —Se volvió hacia la caja—. Vi a Nezuko. Estaba herida, y pude oír cómo el edificio empezaba a derrumbarse. Iba a aplastarla.

Tanjiro asintió. Un terrible presentimiento lo acosaba de pronto. El corazón le latía con tanta fuerza que parecía a punto de salírsele por la boca.

—¿Lo oyes ahora? —preguntó.

Zenitsu cerró los ojos, centrándose, colocando las manos tras sus orejas para direccionar un poco su talentoso sentido del oído. Con todo aquel caos era difícil escuchar nada, e imaginaba que para Tanjiro también era difícil distinguir cualquier olor por encima del humo.

—Sí —dijo, tras unos minutos. Su mirada se ensombreció—. En esa dirección. Sus latidos... —Se mordió los labios, incapaz de terminar la frase—. Ve tú. Me quedaré vigilando a Nezuko.

Tanjiro asintió y, con el corazón en un puño, echó a correr de nuevo, cada vez más preocupado por su amigo. Si aquella demonio lo había alcanzado... Aquella demonio que había sido capaz de partir una casa por la mitad de un zarpazo... Tragó saliva. No, seguro que estaba bien. Al fin y al cabo había sobrevivido a Gyutaro tiempo atrás, después de que lo apuñalara en el corazón (o al menos en el lugar donde debía haber estado su corazón). Una demonio menor no podía acabar con él, de eso estaba seguro.

Impulsándose con la poca energía que le quedaba, tratando de mantener viva la esperanza, saltó hasta posarse sobre uno de los pocos tejados que no habían caído junto a los edificios y empezó a buscar entre ellos. Buscando el olor de Inosuke en el turbio aire, haciendo lo posible por ver a través de todo el humo y las llamas, inspeccionó todo la zona, sin dejar de avanzar en la dirección que Zenitsu le había indicado.

Y, entonces, lo olió: sangre.

Se le paró el corazón al percatarse de que olía mucha sangre. Sangre de Inosuke. Acelerando el paso, con las manos temblándole, dio un salto hasta otro tejado, en el que se concentraba todo aquel pesado olor, y entonces lo vio.

Inosuke estaba tirado contra las tejas ennegrecidas, bocarriba, sobre un charco de sangre que se extendía en una ancha línea a sus pies, como si hubiera caído desde muy alto y por culpa del impulso hubiera recorrido con todo su cuerpo el ancho de todo el tejado. Tanjiro corrió hacia él y se tiró al suelo, a su lado, intentando evaluar el daño que le habían causado, y todo su cuerpo se paralizó al ver la herida que le teñía de rojo el torso.

No había sido un corte limpio. Más bien parecía una herida realizada con una sierra, o con unas espadas parecidas a las del propio Inosuke. Se extendía desde su caja torácica hasta su ombligo, y era tan profunda que de haber mirado mejor, Tanjiro podría haber visto las costillas de su amigo, rotas y clavándosele por dentro. El joven cazador sintió ganas de vomitar ante la escena, pero se contuvo. Las lágrimas le resbalaban por el rostro.

—Inosuke... Inosuke... --lo llamó, palmeándole las mejillas.

El aludido abrió los ojos con esfuerzo, parpadeando. Buscó a Tanjiro con la mirada, pero no logró encontrarlo, y eso le hizo fruncir el ceño. Tanjiro se acercó más a él, casi rozando sus narices, y entonces la expresión de Inosuke se suavizó al poder verlo.

—Tan... ji... ro...

Nada más pronunciar su nombre empezó a toser sangre. Tanjiro, alarmado, lo sujetó por la nuca para asegurarse de que no se atragantaba. Lo apoyó contra su pecho, todo su cuerpo temblando, y lo abrazó.

—Tanjiro... Vencí a esa... arpía asquerosa... —dijo Inosuke, intentando esbozar una sonrisa. A Tanjiro se le partió el alma al escuchar su voz, tan débil, tan rota, pronunciando su nombre. Hubiera preferido que se dirigiera a él por uno de sus estúpidos apodos. Ganchito, Gompajiro, Mansito. Lo que fuera menos eso. Al llamarlo Tanjiro le daba la impresión de que se acercaba una despedida, y eso era algo que se negaba a aceptar.

—No hables más. Controla tu respiración. Tienes que detener la hemorragia —le suplicó, intentando que no le fallara la voz, apartando aquellos nefastos pensamientos de su cabeza.

Con cuidado de no dejarlo caer, se quitó el haori y lo rasgó por la mitad. Entonces incorporó un poco a Inosuke, arrancándole un gruñido de dolor, y le rodeó el cuerpo con la tela. Intentó ignorar toda la sangre que había bajo él; la carne de su espalda también abierta, indicándole que el corte lo había atravesado por completo. Se preguntó cuántos de sus órganos vitales habían sido dañados. Las lágrimas prácticamente se evaporaban nada más salir de sus ojos.

—Te voy a llevar fuera de aquí —le dijo, sin dejar de llorar, sin apartarlo de su cuerpo—. Te cuidarán en la Finca Mariposa. Pero tienes que controlar tu respiración, por favor. Detén la hemorragia.

Inosuke lo intentó, pero eso sólo provocó un nuevo ataque de tos. Tanjiro cerró los ojos, incapaz de soportar el sufrimiento que le provocaba verlo así, y le agarró la cabeza para apoyar su frente contra la de él. Inosuke también cerró los ojos, con suavidad. Tanjiro podía oír cómo su respiración se iba ralentizando.

—No puedo —murmuró el cazador jabalí—. No creo que pueda.

—No. No digas eso. Cállate.

Tanjiro no entendía nada. No entendía cómo aquello podía haber ocurrido. ¿No era Inosuke la persona más resistente que conocía? ¿La más fuerte, la más increíble? Había sobrevivido a batallas peores. Había evitado la muerte de las maneras más increíbles, casi de forma ridícula. Nunca se había dejado vencer. Nunca se había rendido.

Nunca.

—No te rindas, Inosuke —sollozó Tanjiro—. Por favor. Por favor, te necesitamos aquí. Te necesito.

Tanjiro sintió cómo Inosuke posaba, durante un solo momento de acopio de fuerzas, su mano contra su mejilla, antes de volver a dejarla caer. Se separó un poco entonces para mirarlo. Había abierto los ojos y sonreía a duras penas, y a Tanjiro le pareció que incluso así, con el pelo pegado a su frente por el sudor, la cara llena de hollín y sangre y la vida escapándosele por los ojos, era precioso.

Nunca le había dicho cómo se sentía. Nunca se había atrevido, pues había creído no sólo que no sería correspondido, sino que además Inosuke se empezaría a sentir incómodo junto a él y arruinaría la dinámica del grupo. Y ahora que lo tenía ahí, entre sus brazos, tal vez por última vez, se arrepentía con todo su corazón de no haberlo hecho.

Parecía que ya nunca podría hacerlo.

—Por favor —repitió, en un hilo de voz, apretándole la mejilla. Sin poder evitarlo, lo atrajo hacia sí y lo besó en la frente, manchándosela de lágrimas. Inosuke cerró los ojos de nuevo—. Por favor.

Inosuke meneó la cabeza, lentamente, y haciendo un gran esfuerzo levantó la mano y lo agarró por el uniforme, a la altura del pecho, para sentir sus latidos. Las lágrimas también resbalaban por su cara, dejando surcos negros en sus mejillas. Le temblaban los labios, como si intentara separarlos para decir algo, pero sin fuerza suficiente para lograrlo. Entonces, inclinó un poco el rostro hacia Tanjiro, abriendo un poco la boca, apretándole un poco la mano, tirando un poco de su uniforme, y entonces Tanjiro lo entendió.

Todas aquellas palabras tiernas que siempre le había dedicado el jabalí. Todos esos momentos en los que se había visto abrumado por sus buenas palabras y había tenido que golpearlo para calmarse. Todas esas veces en que se había escondido tras él o le había cogido de la mano al encontrarse rodeado de gente en la ciudad. Todas las cortas miradas, las comidas compartidas, las sonrisas amplias pero sinceras... Ahora comprendía. Había sido un tonto.

Movido por un desesperado impulso, volvió a besarlo, esta vez en los labios. Lo sintió suspirar contra él y lo abrazó con fuerza, sus lágrimas mezclándose en sus bocas, saladas, llenas de hollín. Los dos sabían a sangre y a hoguera, pero no les importó. Se besaron largamente, como si les diera miedo separarse, y sólo lo hicieron cuando Tanjiro dejó de notar el aliento del chico en su boca. Se apartó con mucho cuidado, con la respiración agitada, y contempló el rostro de Inosuke. El muchacho seguía con los ojos cerrados, sin moverse, con el pelo azul pegado a sus mejillas un poco arreboladas. La sombra de una última sonrisa le cruzaba el rostro.

Los sollozos de Tanjiro aumentaron. Empezó a gritarle, a suplicarle y a besarle de nuevo. Lo agarró con fuerza y lo cargó a su espalda, empapándose el uniforme de cazador con su sangre caliente. Le resultaba terriblemente difícil moverse, especialmente con el peso añadido de Inosuke, pero consiguió alejarlo del humo y el fuego y llevarlo con Zenitsu y Nezuko.

Una vez allí lo tendió en el suelo, sobre el haori de Zenitsu, apoyando su cabeza en su regazo, sin dejar de derramar lágrimas. No dejaba de llamarlo por su nombre, pero Inosuke no abría los ojos. Zenitsu no se sentía capaz de apartarlo de él para decirle que ya no escuchaba su corazón latir, y se limitaba a abrazarse a ambos, destrozado, sollozando a gritos con su amigo. Nezuko, que en teoría no podía ser consciente de lo que sucedía, se había despertado y acurrucado sobre el pecho de Inosuke, hipando con lágrimas en la boca, sin hacer ruido, como un animalillo que sabe que ha perdido a un ser querido y no sabe cómo reaccionar.

Inosuke había muerto. El cazador más valiente, leal y apasionado que Tanjiro jamás había conocido los había abandonado. Para siempre.

Para el grupo, el dolor era indescriptible, apabullante, sofocador. Ni siquiera podían entender cómo sólo unas horas antes, aquella misma mañana, el chico había estado corriendo y pegando voces detrás de Zenitsu, en busca de pelea. Que hubiera estado comiendo tempura con su característicos salvajismo, sin compartir con nadie que no fuera Tanjiro. Que hubiera jugado un rato con Nezuko, cargándola en la caja y llevándola de paseo por el bosque, como solía hacer a pesar de las quejas de sus dos amigos.

Todo aquello parecía de pronto tan irreal que dolía. Como un sueño hermoso del que se acabaran de despertar sin quererlo para ser golpeados por la dura realidad. Una realidad sin Inosuke.

Lo enterraron a las afueras de la ciudad, en un bonito bosque que no había sido alcanzado por las llamas, justo cuando el sol comenzaba a salir y los pájaros entonaban sus primeras canciones. Tanjiro había pensado que a Inosuke le gustaría estar rodeado para siempre por la naturaleza. Zenitsu había vuelto a la ciudad y había recuperado lo que quedaba de su máscara de jabalí, para dejarla sobre su tumba, de modo que todo el que pasara por allí supiera que ahí descansaba el rey de la montaña.

A Tanjiro le había costado horas separarse del cuerpo del joven, y cuando por fin lo había hecho había sentido un vacío tan grande que había acabado incluso con su llanto. Ahora, con las manos y la ropa manchadas de sangre seca y tierra humedecida por el rocío, se encontraba arrodillado junto a la tumba, con Zenitsu sollozando a su lado, observando la máscara de jabalí con ojos vidriosos, sin mostrar sentimiento alguno en su ensombrecida expresión.

Los primeros rayos de sol bañaban aquella zona del bosque ahora, alcanzándolos a través de las ramas de los árboles. Poco a poco, el lugar se había ido llenando de movimiento y sonidos. Las flores se habían abierto para recibir el cálido abrazo de la mañana. Algunos animalillos correteaban junto a los árboles y observaban con distante curiosidad a los jóvenes allí arrodillados. Tanjiro tragó saliva y golpeó el suelo al ver con qué paz el bosque iba cobrando vida.

¿Cómo podía el mundo seguir girando cuando una vida tan importante había sido perdida?

Tanjiro unió las manos, sin apartar la mirada de la máscara, recordando su primer encuentro con Inosuke. Aquel día había sido él quien lo había tumbado de un cabezazo, después de que el chico hubiera pateado a Zenitsu hasta hacerlo sangrar. En ese momento, lo único que había podido sentir por él era odio. Era curioso pensar en cómo ese sentimiento había evolucionado hasta provocar que el corazón de Tanjiro se desbordara de amor por Inosuke, cada vez que lo veía, lo oía o lo olía. Una emoción que jamás había experimentado con nadie, y que lo había hecho tan feliz que le había hecho creer en la inmortalidad.

Ahora, el recuerdo de ese sentimiento le producía un dolor tan desgarrador que lo único que le quedaba desear era su propia muerte.

Cerró los ojos tras varios minutos atrapado en las primeras memorias que conservaba de Inosuke, inclinando la cabeza, y nuevas lágrimas afloraron. De pronto le aterró poder olvidar en algún momento todo lo que había vivido junto a él, e hizo un esfuerzo enorme por repasar mentalmente cada recuerdo que había forjado a su lado, por muy pequeño que fuera, por mucho daño que le produjera. Mientras tanto, Zenitsu se limpiaba el rostro con la manga a su lado, sacudido por violentos sollozos, su voz tan afectada por culpa de los gritos de dolor que apenas podía hacerse oír ya. Tanjiro se centró, evocando la imagen de Inosuke en su memoria. Sus ojos verdes. Su pelo azul. Su piel blanca. Su sonrisa decidida. Sus labios ensangrentados...

—Por favor, dioses —rezó, en voz alta—, permitid que volvamos a encontrarnos en otra vida. Dadnos otra oportunidad. Que este no sea el final.

···

Inosuke despertó sin apenas realizar un movimiento. Abrió los ojos, lentamente, su expresión inalterable, y parpadeó un par de veces hasta que su vista se acostumbró a la luz.

Lo primero que vio, por encima de él, fue a Tanjiro, observándolo con una gran sonrisa. Notaba en la cabeza el cosquilleo característico que le producían las caricias de Tanjiro en el pelo y el cuero cabelludo, y se revolvió un poco para acomodarse sobre su regazo.

Estaban en la casa de Tanjiro, en su habitación, este sentado en la cama con la espalda apoyada en el cabecero e Inosuke tumbado sobre sus piernas, disfrutando de sus pausadas pero tiernas caricias, en silencio. La sensación era tan agradable que incluso se había dormido durante, tal vez, un minuto o dos. Tan poco tiempo que apenas había podido diferenciar la realidad de la ficción que se desarrollaba en sus sueños, los cuales había olvidado nada más despegar los párpados.

—Te has dormido —le susurró Tanjiro, risueño. Se inclinó un poco y le besó la frente. Este gesto despertó una extraña sensación de nostalgia en Inosuke—. Puedo parar, si quieres.

Inosuke sacudió la cabeza y se acurrucó más, soltando un gruñido. Tanjiro rio y no cesó en sus carantoñas.

Todo había sido maravilloso desde aquella tarde en que Inosuke lo había acompañado y se habían besado por primera vez. Tras ello, su relación se había estrechado tanto que a ambos les resultaba imposible pasar mucho tiempo separados, sin abrazarse o besarse. Como imanes atraídos por fuerzas superiores a ellos, la necesidad que tenían el uno del otro los unía en momentos como aquel, en casa de Tanjiro, todos los días. Sentirse, tocarse, verse y besarse se había convertido en algo esencial; y ninguno hacía nada por contener esa sed.

La felicidad que los llenaba era superior a nada que hubieran sentido antes, e incluso Zenitsu, que tenía que aguantar sus tonteos todos los días, se alegraba sinceramente por ellos. Inosuke aún no podía creerse que realmente aquel chico de ojos de cereza, dientes perfectos y voz dulce como el amor pudiera quererlo a él. La plenitud que sentía a su lado lo dejaba a menudo sin palabras, abrumado por el afecto que le inspiraba el chico y que le obligaba a comérselo a besos, de un modo bruto y mosqueado, cada poco tiempo. Tanjiro siempre respondía a esto con risas y más besos, dulces y suaves, que le erizaban la piel a Inosuke. No se imaginaba una felicidad superior a la que vivía desde que conocía a Tanjiro.

Sin embargo, aquel día, después de despertarse en su regazo, una extraña melancolía lo asaltó. No sabía a qué se debía, ni por qué le estaba afectando tan de repente; pero pronto tuvo la necesidad de incorporarse para frotarse los ojos, que le empezaban a escocer. Tanjiro lo miró con cierta preocupación, creyendo que tal vez lo había molestado de alguna manera, hasta que él habló para explicarse:

—No, no te preocupes. No sé qué pasa. Creo que he tenido un sueño raro.

Tanjiro lo abrazó y tiró de él con suavidad para tenderlo a su lado. Entonces se separó un poco, sin soltarlo, y ambos quedaron con las cabezas sobre la almohada, frente a frente. Inosuke tenía los ojos vidriosos, pero le ofrecía a Tanjiro una media sonrisa bastante torpe. Este, conmovido, le besó la nariz.

—¿Seguro? —dijo.

Inosuke asintió y se abrazó también a él, dejando su cabeza apoyada en su pecho. Le encantaba escuchar el corazón de Tanjiro. Le gustaba oír cómo sus pulsaciones eran calmadas y de pronto se aceleraban, como si se le acabara de ocurrir algo, justo antes de mirarlo a los ojos para besarlo apasionadamente, movido por un repentino golpe de amor. Le divertía que fuera tan predecible. Le encantaba que se emocionara así sólo con el pensamiento de estar a punto besarlo.

Tanjiro suspiró y volvió a hundir sus dedos en el pelo de Inosuke, con los ojos cerrados. Adoraba pasar así las tardes, tumbado junto a él, escuchando su respiración. Inosuke era la persona más increíble que había conocido. Valiente, divertido, tierno. El amor que sentía por él le dolía de un modo casi físico por lo intenso que era. No podía creerse, ni siquiera tantos días después de su confesión, que aquel chico, el más guapo y maravilloso de todos los chicos, lo pudiera querer del mismo modo en que él lo quería. No entendía cómo una persona que jamás se había abierto al mundo hubiera decidido hacerlo con él. A veces sentía que ni siquiera lo merecía, que Inosuke era demasiado fantástico para él; pero entonces se recordaba que él mismo lo había escogido para amarlo, y que tal vez sí mereciera un poco la pena, a pesar de su inseguridad inicial.

Inosuke lo había vuelto más valiente, fuerte y seguro de sí mismo. Si no, nunca se habría enfrentado a Susamaru y Yahaba tiempo atrás. Era algo que sólo había podido lograr después de verlo en peligro, lo cual había despertado una parte de él que ni siquiera conocía. Porque Inosuke era así de especial: había hecho que Tanjiro se armara de valentía, por primera vez en su vida, para defenderlo y, más tarde, para besarlo por primera vez. Con él dejaba de ser el Tanjiro complaciente y asustado que alguna vez había sido.

Suspiró otra vez, sin creerse lo afortunado que era. Ahí, con Inosuke pegado a él, sintiendo su respiración en su cuello, acariciando su pelo y su rostro, sintió que las cosas estaban como siempre debían haber estado. En paz absoluta, sin posibilidad de que nada perturbara nunca más su felicidad.

Inosuke se acurrucó un poco y Tanjiro lo abrazó con más fuerza. Enterrando la nariz en su pelo para aspirar su fragancia a pino y tierra, le susurró palabras de amor que provocaron sonrojos y gruñidos por parte de Inosuke. Tanjiro rio, lo apartó un poco y lo besó en los labios, brevemente. Inosuke no reaccionó apenas, incapaz de verbalizar todo lo que sentía en ese momento. Sólo se quedó mirando a Tanjiro, con las mejillas rosas, sosteniéndole una mano.

—¿Sabes? —dijo de pronto Tanjiro, en un susurro, justo después de uno de esos arrebatos que le aceleraban el corazón de repente. Se mordió los labios entonces, como pensando bien en lo que diría a continuación, buscando las palabras exactas. Inosuke esperó, observándolo con expectación. Entonces, lo miró a los ojos, y susurró—: Siento que me he pasado toda la vida buscándote.

Al escuchar estas palabras, por la mente de Inosuke se cruzaron varias imágenes: un haori verde. Una katana. Un último beso.

Una voz.

"Permitid que volvamos a encontrarnos".

Apretó más la mano de Tanjiro entre sus dedos y, esta vez, se acercó él para besarlo. A Tanjiro le sorprendió la ternura con la que lo hizo, acostumbrado a su hambrienta agresividad, pero aprovechó para disfrutarlo más largamente, acariciándole la mejilla con la mano libre.

Cuando se separaron, Inosuke tenía los ojos empañados y esbozaba una pequeña sonrisa. Las imágenes habían desaparecido de su memoria, tal vez para no regresar jamás.

—Me alegra que me encontraras.

FIN

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