Capítulo 2. Perfecto

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Cuando Inosuke llegó a clase a la mañana siguiente, con la camisa mal abrochada y sin corbata ni chaqueta, se encontró a prácticamente todos sus compañeros reunidos en el centro del aula, riendo. Alzó una ceja y estiró el cuello para intentar descubrir qué llamaba tanto la atención de aquella panda de críos, pero le fue imposible vislumbrar nada entre las cabezas.

—Bah.

Fingiendo falta de interés, se dirigió a su sitio esquivando a la multitud (aunque chocando los hombros con algún tipo de manera no accidental) y tomó asiento, de nuevo con los pies sobre el pupitre.

Bostezó y eructó a la vez y se meció en su silla. Ya había olvidado del todo el incidente del día anterior. A la ira que había sentido terminó por sucederla una indiferencia tan absoluta que, al acostarse por la noche, ya ni siquiera recordaba el nombre de su nuevo adversario. Era muy común en él interesarse por alguien sólo cuando buscaba pelea y olvidarse en cuanto se quedaba sin energía.

Aunque enseguida volvió a acordarse de él. Sus compañeros dejaron de reír tras un buen rato, y entonces escuchó una voz odiosamente familiar alzarse entre algunos cuchicheos. Bajó las piernas y se volvió hacia la multitud. Todos se habían callado para escucharlo:

—Mi hermana y yo solíamos vivir en las montañas, pero allí mi escuela cerró. Tuvimos que mudarnos aquí para poder seguir asistiendo a clase.

Inosuke rechinó los dientes al darse cuenta: ¡todos se habían congregado alrededor de la mesa del bastardo del día anterior! Las chicaslo miraban con las mejillas arreboladas. Los chicos, con ojos brillantes y cierta envidia mezclada con admiración.

¿Qué cojones había hecho para ser tan popular en sólo un día?

—Tu hermana tiene que ser preciosa, Tanjiro —escuchó otra voz, también conocida. Una voz insufriblemente aguda, ahora teñida por cierto aire de peloteo. Inosuke gruñó un "marica"—. Me la presentarás, ¿verdad?

Tanjiro rio, y el resto de la clase se le unió. Inosuke quiso abrirse paso a empujones y aplastarle la cabeza contra el pupitre.

—Creo que es algo mayor para ti, Zenitsu... Pero claro, puedes venir a vernos a casa cuando quieras. ¡Estás siempre invitado!

Una chica se empezó a tocar el pelo.

—Qué buen chico eres, Tanjiro —dijo—. Seguro que ayudas mucho a tu hermana en casa, ¿verdad?

—En realidad es Nezuko la que más cosas hace, no es necesario alabarme a mí por ayudarla un poco.

Inosuke estampó la frente contra la mesa y empezó a insultarlo en voz baja.

—¿Quién se cree? ¿Don Perfecto? Es sólo un mariquita sentimental —decía—. Y seguro que ni siquiera es tan perfecto. Nadie puede ser tan perfecto.

Pero, cuanto más oía a Tanjiro hablar, más se daba cuenta de que, efectivamente, era perfecto. Y eso lo cabreaba hasta límites inexplicables.

El profesor llegó y el grupo de gente se disolvió, permitiéndole por fin a Inosuke penetrar con una mirada de odio a Tanjiro desde detrás. El joven le hablaba a veces al rubio en voz baja, y él le sonreía. Parecían haberse hecho buenos amigos en poco tiempo. Inosuke resopló.

—Seguro que hacen manitas debajo de la mesa y se dan besitos en los cambios de clase —susurró con burla.

Tras un rato de intensas miradas, el rubio se percató de los ojos de Inosuke bien fijos en ellos, y su expresión cambió a una de pánico absoluto (eso le gustaba más a Inosuke). Le dio unos golpecitos en el brazo a Tanjiro, le susurró algo y este se giró hacia Inosuke.

Inosuke aprovechó para esbozar su sonrisa más siniestra. Zenitsu se cubrió el rostro con las manos y echó a temblar. Inosuke esperaba que eso fuera suficiente para darle a entender a Tanjiro que tenía pensado acabar con él en cuanto se presentara la ocasión.

Pero Tanjiro le sonrió y lo saludó con la mano.

A Inosuke se le borró la expresión amenazadora, perplejo. Tanjiro volvió a girarse al profesor y no volvió a mirarlo en toda la hora. Inosuke no comprendía el porqué de ese gesto que le había dedicado.

Tal vez se habría molestado mucho menos si le hubiera devuelto una mirada retadora. Tal vez incluso le hubiera perdonado la ofensa del día anterior. Pero aquel saludo, tan amistoso e informal, le revolvió el estómago.

No pudo quitarse la tranquila sonrisa de Tanjiro de la cabeza en las siguientes horas.

La sonrisa perfecta de anuncio de dentífrico.

Lo odiaba.

···

—Pelea conmigo.

Tanjiro lo miraba con asombro. Inosuke había salido corriendo detrás de él al finalizar las clases, siguiéndolo durante el camino de vuelta a casa, esperando a llegar a alguna zona poco transitada. Se encontraban en una calle estrecha, corta, que probablemente Tanjiro usaba de atajo hasta su hogar.

—No sabía que también vivías por aquí —dijo Tanjiro, casual.

—¡Que pelees conmigo!

Inosuke alzó un puño. Tanjiro no se movió. Y volvió a sonreír.

—¿Por qué querría pelear contigo, Inosuke?

—Ya lo hiciste ayer. Hoy será justo. Ayer me pillaste desprevenido.

—Ya te dije que siento lo de ayer... —Tanjiro suspiró y se rascó la frente, incómodo. Inosuke se dio cuenta entonces de la cicatriz que decoraba su rostro, encima de una ceja. ¿Cómo no la había visto antes? Destacaba bastante—. No quise pelear contigo. Sólo no sabía cómo hacer que me escucharas un momento y me pasé de fuerza. Perdóname, por favor, si te he ofendido.

Tanjiro se inclinó, en gesto de disculpa. Inosuke se llevó las manos a la cara y aulló:

—¡Eres insufrible!

Tanjiro lo miró de nuevo, ahora con cierta tristeza.

—Entiendo que estés enfadado, pero no voy a pelear contigo. Los compañeros de clase no deberían pelearse.

—Voy a matarte, Gansito Chalado.

—Gan... —Tanjiro parpadeó. Acto seguido, estalló en una carcajada—. ¿Gansito Chalado? ¿Quién es ese?

Inosuke lo apuntó con el dedo de forma extrañamente violenta, con las orejas rojas de vergüenza.

—¡¡Quién va a ser!! ¡¡¡Tú!!! —gritó. Se empezaba a hartar. Sólo quería meterse de hostias con él, no tener un coloquio en aquella calle vacía.

—Me llamo Tanjiro. Tan, ji, ro. ¿Eres incapaz de memorizarlo o sólo es un mote?

Inosuke se ruborizó de nuevo. Se le hincharon las venas del cuello y las sienes y empezó a patear el suelo.

"Dios santísimo, no puedo más".

—¡¡¡Arrrrrrgggg!!!

Tras soltar un grito al cielo, Inosuke echó a correr de nuevo. Pero, esta vez, lo hizo en dirección contraria.

Pasar tanto tiempo en presencia de Tanjiro podía con él. Su rostro se había teñido de rojo por la rabia y el corazón le palpitaba con fuerza. ¿Por qué actuaba de ese modo? ¿Por qué no se enfadaba con Inosuke? ¿Por qué?

Volvió a casa, cabizbajo, y se encerró en su desastroso cuarto. Se tumbó en la cama, mirando al tendido, y suspiró largamente. Ya no podía olvidar a Tanjiro ni intentándolo. Su insufrible personalidad, unida a su despreocupada risa incluso ante el peligro y sus ojos brillantes, lo habían marcado aún más que el combate del día anterior. Se sentía terriblemente humillado. Estaba dispuesto a lograr una pelea justa con él sin importar lo que costase. Sólo así podría restaurarse su honor: demostrando que no había nadie tan fuerte como él.

Y la única manera de hacerlo sería provocándolo, suponía. Así que se decidió a hacerle la vida imposible. Al menos hasta que Tanjiro se hartara y accediera a luchar contra él.

—Sí, eso haré —sonrió, con la mano en el pecho, notando que su corazón se serenaba—. Ni siquiera Don Perfecto podrá aguantar durante mucho tiempo. Nadie tiene tanta paciencia.

No sería difícil; estaba acostumbrado a acosar a sus compañeros. Probablemente no tardaría ni un par de días en acabar con su carácter tranquilo y dulce. Dulce como el olor de la primavera. Perfecto.

Qué asco.

Esa noche, Inosuke cenó unos fideos de bolsa con gran placer, y durmió a pierna suelta, roncando como un jabalí. Soñó con los ojos de cereza de Tanjiro. Y con sus dientes blancos y alineados. Pero despertó antes de poder rompérselos de una patada, y eso le frustó.

Aunque tal vez no tanto.

···

Tanjiro llegó temprano a clase al día siguiente. Le gustaba entrar al aula vacía y cambiar las flores de los jarrones que decoraban los estantes en la pared antes de que llegara nadie más. Subía las persianas, abría un poco las ventanas para que se ventilara la sala y se sentaba en su pupitre con un libro entre las manos.

Le gustaban esos pequeños momentos de tranquilidad antes de que el aula se llenara. No es que no disfrutara de la compañía de los demás estudiantes (de hecho, le encantaba charlar con ellos en los cambios de hora), pero a veces era un poco agotadora. Por ejemplo, Zenitsu ya no se separaba nunca de su lado. Era como su escudero. Y no es que Zenitsu le cayera mal (probablemente se había convertido en la persona a la que más apreciaba después de Nezuko, a pesar de no conocerlo desde hacía más que un par de días), pero le hacía echar de menos los ratos a solas.

—Tanjirooooooo —lo llamaba siempre—. ¿Adónde vas? No me irás a dejar solo, ¿verdad? Soy muy flojo, Tanjiroooo... Si me dejas solo, seguro que ese cerdo de Inosuke volverá a meterse conmigo...

—No hace falta que lo insultes, Zenitsu —le respondía él, dándole un apretón cariñoso en el brazo.

Había comprobado que Inosuke también parecía disfrutar de la soledad, aunque tal vez en mayor medida que él. No sólo se sentaba solo durante las clases; nunca lo veía en compañía de nadie más. Había oído incluso que intentar acercarse a él era un suicidio directo. No entendía esa insistencia por no tener amigos.

—A lo mejor sólo necesita que alguien sea un poco amable con él —pensó Tanjiro, cerrando el libro—. Estoy seguro de que es una buena persona, en el fondo.

Estaba dándole vueltas a cómo sacar a relucir la bondad oculta de Inosuke, con la mirada perdida en algún punto en la pizarra, cuando el aula empezó a llenarse. Zenitsu llegó pronto y se sentó a su lado, quejándose de cuánto odiaba madrugar con voz aguda y lastimera. Tanjiro lo consoló con una sonrisa, y enseguida se olvidó de Inosuke.

Pero fue fácil que el matón volviera a sus pensamientos cuando lo vio entrar, con más energía que nunca, casi sacando la puerta de sus bisagras al abrirla. Se dio cuenta de que lo estaba mirando también y lo saludó con la mano. Inosuke sonreía, con el ceño fruncido, y se acercó a grandes zancadas hacia ellos, provocando que Zenitsu se pusiera blanco como la cera.

—Buenos días, Inosuke —dijo Tanjiro. Parecía irradiar luz propia.

—Aparta.

Inosuke apoyó las manos en el pupitre que había al otro lado de Tanjiro, donde una chica bajita y con gafas se sentaba. Ahogó un grito al ver a Inosuke acercarse tanto, al reconocer esa sonrisa tan temible y ese fuego en los ojos. Sin pensárselo ni un segundo, la chica se aferró a su mochila y salió corriendo en busca de un nuevo lugar donde sentarse.

—Vaya, creo que la has asustado un poco... —se lamentó Tanjiro.

—Cállate.

Inosuke tomó asiento a su lado y Zenitsu empezó a llorar de puro terror. Tanjiro lo miraba con la boca entreabierta.

—¿Qué quieres, monstruo? —lloriqueó Zenitsu—. ¡Tanjiro, haz algo, no dejes que se me acerque!

—Ahora me siento aquí, ¿entendido, Garito Manchado? —Y golpeó su nuevo pupitre con los nudillos—. Me encargaré de que no quieras volver a pisar este instituto nunca más. Y tú, Monitsu. —Zenitsu casi se desmayó cuando Inosuke se volvió a él, poniéndose un dedo frente a los labios—. Tu voz me molesta. No hables.

A Tanjiro se le iluminó el rostro de repente, y la impresión fue tal que Inosuke perdió la sonrisa. El primero le rodeó la mano con los dedos y se la sacudió.

—¡Seguro que seremos buenos amigos, Inosuke!

—¿¡Cómo dices!? —chilló un agobiado Zenitsu.

Entonces, el profesor entró, e Inosuke tuvo que tragarse las ganas de partirle el cráneo de un cabezazo a Tanjiro.

Nadie podía ser tan perfecto. ¡Nadie! ¡Cuánto lo odiaba!

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