Capítulo 6. Grises y estúpidos

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—No va a venir. Cómo no. Lo sabía.

Zenitsu se llevó la taza de té a los labios, frustrado, y se quemó la lengua al beber. Aulló de forma exagerada por el dolor y empezó a abanicarse la boca con las manos. Tanjiro no le prestaba atención; se encontraba sentado junto a él, en el sofá, viendo cómo el té hacia ondas cada vez que movía un poco la taza entre sus manos.

—Esperemos un poco más —murmuró.

Zenitsu dejó de gritar para centrarse en su amigo. Nunca lo había visto así de alicaído. Tampoco se conocían demasiado, pero hasta ese momento había creído que era imposible para Tanjiro albergar cualquier tipo de sentimiento negativo en su corazón.

Ese día, sin embargo, parecía que más de uno se revolvía en su interior. Desde la tristeza a la desesperación, pasando por momentos de ligera rabia contenida que hacían que le temblaran las cejas.

Zenitsu no entendía qué le ocurría, y no podía evitar preocuparse. Tanjiro era, al fin y al cabo, quien siempre se aseguraba de que los demás estuvieran bien. Especialmente Zenitsu, a quien consolaba y animaba sin importar lo estúpidos que fueran sus problemas. Mientras que a Zenitsu le costaba bastante ser el hombro sobre el que llorar.

A no ser que la que llorara fuera una chica. Entonces, que le llorara encima todo cuanto quisiera, que ahí estaría él para consolarla.

Pero con Tanjiro debía hacer el esfuerzo. Era la primera persona que le había prestado un poco de atención y había querido ser su amigo aun conociendo todos sus defectos y molestas cualidades. Con él, se sentía como si pudiera hablar de cualquier cosa, quejarse sobre lo que fuera, ser un cobarde o un llorica... sin ser juzgado.

—¿Estás bien? —decidió decir.

Tanjiro no reaccionó a la pregunta. La sombra de su típica sonrisa aún se dejaba ver, a veces, en la comisura de sus labios. Suspiró.

—No quiero molestarte, Zenitsu —dijo.

—¿Molestarme? —El rubio se acercó más a Tanjiro y le golpeó la espalda amistosamente—. Venga, cuéntame.

Tanjiro volvió a suspirar y dejó la taza de té en la mesita frente a él.

—Inosuke se enfadó conmigo ayer —soltó, en un hilo de voz.

La expresión de Zenitsu se tornó, de pronto, fría. Apartó la mano de la espalda de Tanjiro y lo miró con perplejidad.

—¿Cómo? ¿Por eso estás así? —Tanjiro asintió, y Zenitsu se dio una palmada en la frente—. Por dios, Tanjiro. Inosuke se enfada con todo el mundo. Probablemente incluso esté enfadado consigo mismo todo el día. Y lleva enfadado contigo desde que te conoce. Sabes que no puedes caerle bien a todo el mundo, ¿no?

Tanjiro meneó la cabeza y entrelazó las manos sobre sus rodillas. Se frotaba los nudillos de una mano con el pulgar de otra, nervioso.

—Esta vez fue distinto. Creo... creo que estaba dañado —murmuró.

—¿Dañado...?

Como si aquella bestia pudiera sentir algo que no fuera ira u orgullo. Como si en su cerebro hubiera espacio suficiente para poder analizar si algo debía ofenderlo o no. Aquel tío actuaba siguiendo un único instinto: el de su fuerza física. Lo demás, lo que debían juzgar el cerebro o el corazón, le era totalmente ajeno.

—¿Por qué piensas eso? —preguntó, sin embargo, intentando entender a su amigo y no ser un insensible—. ¿Qué pasó?

Tanjiro sabía que, si le contaba a Zenitsu toda la historia, se enfadaría aún más con Inosuke. Tanto por robarle como por los innumerables insultos que le había dedicado. Y tampoco entendería los motivos por los que este se había ofendido, realmente. A él también le costaba entender.

Y, por supuesto, jamás comprendería por qué todo afectaba tanto a Tanjiro. No se trataba de una obsesión por agradar a todos; iba más allá, era algo que sólo podía relacionar con Inosuke. Una emoción que ni siquiera él podía entender aún, y que lo había destrozado por dentro cuando Inosuke le había dejado claro que no quería ser su amigo.

—Es una historia larga —optó por decir—. Estaba seguro de que se sentía bien con nosotros. Pero parece que me equivocaba.

Zenitsu movió la cabeza afirmativamente y se frotó la barbilla, cruzando las piernas. Se obligó a sí mismo a no ignorar toda esa situación, a no mosquearse demasiado y a intentar ponerse en el lugar de Tanjiro. Le supuso un esfuerzo enorme.

—Bueno... tal vez no te equivocaras tanto —admitió, a regañadientes. Tanjiro lo miró, algo esperanzado de repente—. Quiero decir, se sentó a nuestro lado en clase, y aunque no deje de decir que es para poder insultarnos de cerca, es raro. Nunca antes se ha sentado en compañía de otra persona. —Zenitsu detectó una pequeña chispa de ilusión encendiéndose en sus pupilas. Maldita sea; qué fácil era animarlo. Aunque le alegró verlo menos triste, por lo que decidió seguir hablando, por mucho que odiara darle la razón en ese asunto concreto—. Y está clarísimo que ayer vino en nuestra búsqueda a la cafetería. Si luego ni siquiera se compró nada. Y después volvió a aparecer con la excusa del trabajo... Te juro que es la primera vez que lo veo participar en un proyecto grupal.

Tanjiro echó a reír. Su risa era tan relajante como el sonido de las olas del mar, y el oído fino de Zenitsu la adoraba. Casi al instante, a Zenitsu se le contagió esa repentina felicidad.

—Es un chico tan extraño... —dijo Tanjiro. Ya no quedaba rastro de pena en su expresión. Lo único que mostraba, y Zenitsu se dio cuenta de que se trataba de algo que lo inundaba sólo cuando mencionaba a Nezuko, era una inmensa ternura en su sonrisa. No entendía cómo aquel matón podía evocar en él sentimientos tan puros. No creía que lo mereciera—. Está bien, empecemos con el trabajo. El lunes le pondremos al día.

···

Inosuke llevaba más de una hora dando vueltas por el patio.

De vez en cuando se acercaba a la puerta con decisión, levantaba el puño y estaba a punto de llamar. Pero entonces entraba en pánico y corría de vuelta a la calle para empezar a patear una papelera de la esquina.

Aquella noche tampoco había dormido demasiado (por no decir absolutamente nada de nada). Sólo se levantó cuando la alarma le sonó, y entonces recordó que en un par de horas debía estar en casa de Tanjiro para ponerse manos a la obra con el trabajo.

Pero no podía.

Ya no podía ir. No podía volver a ver a Tanjiro.

Tal vez debía cambiarse de instituto. O de ciudad, mejor. Podía huir a las montañas y vivir luchando contra bestias salvajes, sin necesidad de llevar camisa nunca más. Así podría olvidarse de Tanjiro y de todo lo que había sucedido en los últimos días.

Sabía que había sido un idiota, y eso que él nunca se arrepentía de nada. Se había metido en la cama con las palabras de Tanjiro y las suyas propias retumbándole en la cabeza, como un cántico cruel que lo perseguiría eternamente:

"De verdad quiero que seamos amigos".

"Pues yo no".

Inosuke se revolvió en la cama, con la garganta apretada por un fuerte nudo.

Le pesaban esas palabras. Eran como enormes piedras que se habían instalado en su pecho y que no le dejaban volver a levantarse. Le dolían tanto que sólo quería apuñalarlas y luego llorar hasta deshidratarse.

No había nada en el mundo que quisiera más que ser su amigo. Y ahora lo sabía.

Por eso se había levantado y se había dado una buena ducha antes de vestirse y salir de casa sin siquiera avisar. No lo había pensado demasiado; se había puesto en modo automático y había echado a andar sin pararse a analizar la situación. Tan sólo se quería dejar llevar. Y se llevó hasta la casa de Tanjiro.

Pero, una vez se encontró en la puerta, su mente y sentimientos volvieron a tomar el control, y se quedó congelado. ¿Era estúpido? No podía simplemente llegar y esperar ser bien recibido. Que Tanjiro fuera a fingir que nada había sucedido. Que volviera a usar con él esa voz dulce como la canela para decir su nombre e invitarlo a comer.

Así que ahí estaba, andando y desandando, tirándose de los pelos y ensañándose con una papelera que nada malo había hecho.

Odiándose como nunca había odiado a nadie.

—Vamos, vamos —se animó a sí mismo—. Me disculparé. Le pediré perdón por todo y podremos hacer ese maldito proyecto.

Cogió aire para armarse de valor y avanzó, por enésima vez, hacia la puerta de entrada. Sacudió las manos, resopló y levantó el puño.

—Gracias por todo, Tanjiro —dijo la voz de Zenitsu desde dentro.

Inosuke dejó el puño suspendido en el aire. Aguzó el oído y escuchó pasos dirigiéndose hacia él. Súbitamente, se sintió tan cobarde que no fue capaz de reaccionar hasta varios segundos después, cuando oyó a Tanjiro decir:

—No te preocupes. ¡Ven cuando quieras, ya lo sabes!

—Sólo espero que cuando me vuelvas a invitar esté tu hermana...

Inosuke corrió hasta el jardín lateral y se ocultó tras un seto, temblando como un flan. Se asomó a través de las hojas, lo justo para poder ver sin ser visto. La puerta se abrió y Zenitsu salió.

Inosuke los escuchó despedirse. No podía ver a Tanjiro; seguía dentro de casa. Zenitsu, sin embargo, sonreía ampliamente. Seguro que se lo habían pasado bien.

Suspiró.

Finalmente, Zenitsu se marchó, despidiéndose con la mano, y sólo cuando hubo desaparecido del todo al final de la calle, la puerta de Tanjiro se cerró. Inosuke se quedó unos minutos tras el seto, totalmente paralizado, sin saber exactamente cómo actuar a continuación.

¿Debía marcharse?

Se incorporó sin hacer movimientos bruscos, pues Tanjiro podría oírlo desde el salón, y salió del patio de puntillas. Cuando por fin se encontró en la calle, protegido por el muro que rodeaba la casa de Tanjiro, se sentó en el suelo y se abrazó a sí mismo. Aún temblaba.

—Por poco —pensó.

Y se quedó un rato ahí, intentando calmarse. Pensando.

No, en serio, ¿debía marcharse?

···

Tanjiro escuchó a alguien llamar a la puerta y se preguntó si Zenitsu se habría olvidado algo. Se levantó de la cama y fue hasta la entrada.

La última persona a la que esperaba encontrar era Inosuke.

—¿Llego muy tarde? —le dijo, con las mejillas encendidas por la vergüenza.

Tanjiro pestañeó y lo miró de arriba abajo. Tenía tan mal aspecto como el día anterior. Peor, si era posible.

No sabía qué decirle. Hasta ese momento había estado seguro de que el chico no volvería a dirigirle la palabra. Jamás habría imaginado que se plantaría en su casa sin previo aviso, con aquellas pintas deplorables. Se hizo un poco a un lado y le hizo un gesto con la cabeza.

—¿Quieres pasar?

···

Inosuke, en aquel momento de lucidez en el que había corrido hasta la puerta y había llamado sin pensarlo dos veces, había tenido muy claro lo que iba a decir. Había preparado, en menos de diez segundos, todo un discurso para explicarse ante su compañero de clase. Para pedir perdón, excusarse y empezar de nuevo. Abrirse por primera vez en su vida.

Lo había tenido todo tan claro que se había sentido lleno de una hermosa confianza que lo había elevado a la más intensa de las tranquilidades. Había sido consciente, por primera vez, de lo que realmente necesitaba y quería.

Pero ahora, en ese preciso momento, todo le daba vueltas, y su discurso se había convertido en una maraña de palabras enredadas al fondo de su garganta.

No había podido imaginar, en ninguno de los escenarios que había planteado en su cabeza, que Tanjiro lo invitaría a entrar en su habitación. Y ahora, sentado a menos de un metro de él, en su cama de sábanas verdes, se sentía desfallecer.

Sólo quería salir corriendo con los brazos en el aire y gritar hasta desmayarse del cansancio.

No sabía cuánto tiempo llevaban ahí sentados, en completo silencio. ¿Media hora? ¿Una hora? Tal vez llevaran tantas horas que pronto anochecería. Sería la excusa perfecta para marcharse.

Miró el reloj de su teléfono móvil.

Llevaban ahí dos minutos.

—Ejem.

Inosuke miró a Tanjiro, que tenía la espalda muy rígida y le daba el perfil. Apretaba los labios con fuerza. Parecía casi tan nervioso como él.

—Zenitsu ya se ha ido —dijo.

Inosuke asintió.

—Lo sé... —Entonces, se rectificó—: O sea, lo imaginaba.

Tanjiro relajó un poco la postura y se dio unas palmaditas en las piernas.

—Entonces, ¿a qué has venido?

"A hablar contigo. A pedirte perdón y que seas mi amigo. Por favor. Eres increíble. Joder".

Inosuke se encogió de hombros.

—Estaba aburrido.

—¿Aburrido? —Inosuke notó un deje decepcionado en su voz y quiso que se lo tragara la tierra. De repente, Tanjiro sonrió con tristeza, y aquel sentimiento aumentó considerablemente—. No sé si en eso puedo ayudarte yo, Inosuke. Soy bastante aburrido.

"No eres aburrido. Eres la persona más excepcional del planeta. A tu alrededor, el resto de las personas parecen grises y estúpidas. Y yo soy el más estúpido de todos".

—Debería irme.

Inosuke se levantó de un salto, y Tanjiro lo imitó, quedando frente a él. Cara a cara. Volvía a estar serio

—¿Tan pronto?

La tensión era palpable en la habitación. Tanto que Inosuke quería pelearse a puñetazos contra ella. Se rascó la nuca y sacudió la cabeza.

—No debería haber venido. Perdona.

Probablemente la primera vez que se disculpaba en su vida.

Estaba irreconocible. Tanjiro no se podía creer que aquel fuera el mismo chico que días atrás lo había seguido después de clase para pelearse con él.

—Sobre lo de ayer... —empezó a decir, pero Inosuke le puso una mano delante de la cara.

—Si vuelves a pedirme perdón, te parto las piernas, marica.

Tanjiro rio y le apartó la mano con suavidad. A Inosuke se le aflojó un poco el nudo de la garganta.

—Quería decirte que estuvo fatal lo que hiciste —continuó. Pero no parecía enfadado. Más bien, calmado. Cómodo. ¿Aliviado?—. Está claro que no se puede confiar en ti, Inosuke. Eres difícil de tratar, ¿lo sabes?

Inosuke puso los ojos en blanco y se cruzó de brazos. Quería parecer indiferente, o algo cabreado. Pero, en realidad, el modo de hablar de Tanjiro le transmitía una paz inexplicable. Incluso mientras le decía que le costaba tratar con él, sentía que nada en el mundo podría estar mal. El nudo de su garganta se deshacía poco a poco.

—Y sé que te pongo nervioso, y que no tienes muy buena opinión sobre Zenitsu. Y que, al principio, sólo pensabas en meterte con nosotros, y pelearte conmigo, pero... —Lo miró a los ojos. El mundo se paró en aquella habitación que olía a vainilla—. Pero creo que no te caemos mal.

—Pf.

Inosuke sacudió la cabeza, forzando una mueca burlona. Pero no dijo nada. No sabía cómo negar aquella realidad sin que se notara que mentía. Se le subieron tanto los colores que tuvo que bajar el rostro para que Tanjiro no se diera cuenta.

—Y te perdono. Por las cosas que dijiste ayer.

Aquello pilló por sorpresa a Inosuke. Pero tampoco dijo nada al respecto. Sólo movió la cabeza de arriba abajo, lentamente. Quería decir un millón de cosas, pero sus labios no se movían. Estaban tan apretados que pensó que jamás podría despegarlos otra vez.

—Ya está... —Tanjiro suspiró y se pasó las manos por el pelo. Aquel pelo del color del vino—. Ya puedes irte, si quieres.

Inosuke asintió de nuevo y salió de la habitación sin volver a mirarlo. No esperó a que lo acompañara a la salida. Abrió él mismo la puerta y abandonó la casa.

—Hasta el lunes —dijo, en voz alta, sin saber muy bien por qué.

Desde su habitación, Tanjiro sonreía de oreja a oreja.

—Hasta el lunes —susurró.

El sonido de la puerta al cerrarse sumió el hogar en silencio. Tanjiro se dejó caer de espaldas en la cama y empezó a reír suavemente.

—Bah, Zenitsu va a enfadarse un montón —se dijo, entre carcajadas.

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