Capítulo 8. En la azotea

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La casa de Tanjiro se convirtió enseguida en el lugar favorito de Inosuke. Iban de vez en cuando, con Zenitsu, para seguir con el proyecto encargado por Tomioka, pues era un punto intermedio entre las otras dos casas y estaba más cerca que la biblioteca. La casa siempre estaba limpia y olía a vainilla y frutos rojos, y por los ventanales del salón entraba mucha luz todo el día. Para una persona que se había criado en un piso de cuatro habitaciones, contando nada más que con lo justo para vivir, aquel hogar era un paraíso en la Tierra. A Inosuke lo invadía una paz absoluta cuando se sentaba en aquel sofá verde pino, apoyaba los pies en la mesita de té y se dejaba calentar por el sol que entraba por la ventana.

—No seas maleducado —le decía Zenitsu, empujándole los pies.

—Ah, qué gusto...

Ya llevaban un mes preparando aquel trabajo. Era increíble el modo en que las cosas habían cambiado en aquel período tan corto de tiempo: ahora, Zenitsu y Tanjiro pasaban los descansos y cambios de hora con Inosuke, a quien ya no le molestaba su presencia (por mucho que fingiera lo contrario), y quedaban en casa de Tanjiro cada fin de semana. A veces ni siquiera se veían para trabajar en el proyecto, sino que simplemente pasaban la tarde juntos, merendando galletas o bizcocho que anteriormente hubiera preparado la hermana de Tanjiro, hablando sobre cualquier cosa. Aquellas reuniones solían derivar en alguna ridícula discusión entre Zenitsu e Inosuke, en la que incluso podían llegar a pelearse un poco físicamente (aunque sin excederse), mientras Tanjiro observaba, divertido.

Le alegraba que sus dos amigos se llevaran tan bien, por fin.

—Vale, creo que ya tenemos toda la información que necesitamos —dijo Tanjiro, dejando un taco de folios sobre la mesita de té, junto a los pies de Inosuke—. Sólo nos falta dividirla y preparar la presentación.

—Qué aburrido —resopló Inosuke.

Zenitsu fue a gritarle alguna bordería, pero Tanjiro le indicó con un gesto de mano que se encargaba él. Esbozó su mejor sonrisa, esa que Inosuke no podía mirar demasiado tiempo seguido, y le dijo:

—Si es muy difícil para ti podemos encargarnos nosotros. No te avergüences por no querer hacerlo, lo siento si te has sentido presionado. Ya has hecho suficiente.

A Inosuke se le hinchó la vena del cuello. Se incorporó para mirar bien a Tanjiro y se señaló con el pulgar.

—¿Estás de coña? —exclamó—. Mi presentación será la mejor que jamás hayas visto, Monjiro. Dame eso, deja que yo lo divida. ¡Me quedaré con la parte más larga!

Tanjiro se lo agradeció con una nueva sonrisa. Zenitsu enarcó las cejas.

—Lo tiene domesticado —pensó—. Menudo par.

Una vez Inosuke hubo hecho un reparto más o menos aceptable del trabajo, decidieron que sería suficiente por ese día. Tanjiro fue a la cocina y volvió a los minutos con una fuente llena de galletas, y les ofreció un poco de té con leche.

—¿Nezuko tampoco está hoy en casa? —preguntó Zenitsu, como todos los días.

—Trabaja hasta tarde, ya lo sabes.

Nezuko era camarera en un restaurante del centro. Trabajaba varias horas a la semana, así que sólo volvía a casa para comer a mediodía y para dormir por la noche. Tanjiro les había contado que no ganaba demasiado dinero, pero que se las apañaban con eso y con el que les habían dejado sus padres antes de fallecer.

—Hacemos lo que podemos por tener una vida buena —dijo Tanjiro—. Tan sólo me gustaría poder ayudar un poco más a Nezuko.

—Oh, a mí también me encantaría ayudar a tu hermana —respondió Zenitsu, con una risilla aguda.

Inosuke le tiró de una oreja.

—Eres repugnante.

Tanjiro se rio y se terminó el té de su taza. Miró a sus amigos con ternura unos instantes, y entonces dijo:

—¿Qué tenéis pensado hacer cuando nos graduemos?

Aquel era su último año de instituto, para los tres. En pocos meses se habrían graduado y habrían empezado una nueva vida, tal vez lejos de allí. Al pensar en esto, Inosuke sintió un pinchazo en el pecho.

—Mi abuelo quiere que estudie Derecho —comentó Zenitsu, cuya expresión de pronto se había tornado un poco seria—. Quiere que sea abogado, tal y como él. Aunque no creo que valga para eso.

—¿No te gustaría? —preguntó Tanjiro.

Zenitsu suspiró.

—No es eso... Sólo que yo soy demasiado tonto. —Se encogió de hombros y se metió una galleta en la boca—. Da igual cuanto me esforzara, no saldría bien.

Tanjiro frunció el ceño y le pasó el brazo por los hombros. Inosuke se inclinó un poco hacia ellos.

—No digas eso. Seguro que lo harías genial. ¿Verdad, Inosuke?

Inosuke se quedó en silencio. No se le daba bien animar a las personas, al contrario que Tanjiro.

—¿Y vosotros? —preguntó Zenitsu, desviando la atención de sí mismo.

—Yo trabajaré —dijo Inosuke, con la boca llena—. Paso de seguir estudiando. Iré al campo, seguro que me contratan en cuanto vean lo fuerte que soy.

Y flexionó los brazos, para mostrar que, efectivamente, era muy fuerte. Orgulloso, se recostó en el sofá. Tanjiro le dirigía una mirada extraña; como preocupada. Pero decidió ignorarla.

—¿Tú, Ganchito?

—Oh, yo... —El aludido bajó los ojos, avergonzado—. Quiero ser médico. Aunque sé que será difícil, tendré que estudiar muchísimo, y es difícil conseguir una beca para la universidad, pero...

—¡Bah, no hay nadie que pueda hacerlo mejor que tú! —lo animó Zenitsu, palmeándole en la espalda.

¿Médico, eh? A Inosuke no le sorprendía demasiado. Al fin y al cabo, Tanjiro vivía por los demás. Sólo un trabajo que consistiera en ayudar a los demás podía ser el perfecto para él.

—Bueno, desde luego voy a esforzarme por ello —prometió Tanjiro—. Pero, chicos, prometedme algo...

Zenitsu e Inosuke lo miraron con curiosidad. Tanjiro parecía aún más avergonzado que antes, pero no dejaba de sonreír.

—Sigamos siendo amigos cuando nos graduemos, ¿vale? —pidió—. No me gustaría que perdiéramos el contacto cuando cada uno vaya por su lado.

De nuevo, Inosuke sintió ese pinchazo en el pecho. Nunca se había parado a pensar detenidamente en ello, pero era cierto: en unos meses, se separaría de Zenitsu y Tanjiro. Ellos irían a estudiar a alguna buena universidad y él buscaría un trabajo donde se necesitara su fuerza y no su cerebro. Tal vez pasarían años sin verse.

De repente se dio cuenta de cuánto le importaba aquello. Miró a sus amigos, y sintió que el tiempo se paraba un instante.

¿Cuándo se había vuelto tan blando? ¿Y por qué no le molestaba más que el pensamiento de separarse de ellos?

—Claro que seremos amigos, Tanjirooo —prometió Zenitsu, aferrándose a su brazo—. Tendremos que serlo, sobre todo porque pienso casarme con tu hermana.

Inosuke rodó los ojos ante la escena. Entonces, se percató de que Tanjiro lo miraba fijamente, esperando una respuesta.

Desvió los ojos y se cruzó de brazos.

—Supongo —murmuró.

A Tanjiro se le iluminó el rostro.

Justo en ese momento, se escuchó el sonido de la puerta principal al abrirse. Zenitsu se levantó de golpe, con los ojos muy abiertos. Tanjiro miró el reloj de la pared, contrariado.

—Pero si es muy pronto aún.

—¡Estoy en casa! —Una voz femenina cruzó todo el pasillo, y Zenitsu se puso colorado hasta las cejas. Inosuke le dio una patada en la espalda, pero no reaccionó.

Nezuko entró al salón al poco rato, provocando que Zenitsu gimoteara como un cachorro. Era, objetivamente, la chica más guapa que Inosuke había visto en su vida: pelo largo, oscuro y ondulado. Ojos del color del cerezo en flor. Piel blanca como la luna y sonrisa de labios rosados y brillantes. Su presencia era como un soplo de brisa marina; delicada, ligera, amable. Inosuke sintió todo su cuerpo relajarse mientras la admiraba, y empezó a entender por qué Zenitsu se había enamorado de ella con tan sólo ver una foto suya.

Tanjiro se levantó y fue hacia ella, con expresión preocupada.

—Nezuko, ¿ocurre algo? Es muy pronto...

Inosuke se dio cuenta entonces de que Nezuko se apoyaba en el marco de la puerta, y que jadeaba un poco. Zenitsu también pareció verlo, pues dejó de comportarse como un idiota y se sentó de nuevo, con las manos sobre el regazo.

—Oh, no, no, tranquilo... —Nezuko sonreía de un modo muy similar al de Tanjiro: sin esfuerzo, como si aquello formara parte de su naturaleza—. Sólo estoy un poco cansada, así que me han dejado salir antes.

Le pasó los dedos por el pelo a Tanjiro, peinándolo con cariño, y se volvió a sus amigos.

—Debéis de ser Inosuke y Zenitsu, ¿verdad? —dijo—. Tanjiro me ha hablado mucho de vosotros.

Los dos asintieron, pero no dijeron nada, aunque Zenitsu se emocionó un poco. Detectaban la inquietud de Tanjiro, y no sabían muy bien cómo reaccionar.

—Vamos, te llevo a la cama —dijo Tanjiro, extendiendo las manos.

Pero Nezuko negó con la cabeza.

—De verdad, no te preocupes —pidió—. Vosotros divertíos. Yo me iré a dormir.

Besó la frente de su hermano e, ignorando sus quejas, salió del salón y se perdió por el pasillo. Cuando Tanjiro escuchó una puerta cerrarse, suspiró y volvió al sofá. No sonreía.

—Qué cabezota es —susurró, para sí mismo.

Zenitsu e Inosuke compartieron una mirada incómoda. Por suerte, pronto Tanjiro recuperó su habitual buena cara y siguieron hablando un rato sobre planes de futuro. Aunque el ambiente era de pronto algo tenso. Parecía que era el momento de marcharse.

—Se ha hecho tarde, mi abuelo me matará —se excusó Zenitsu, ya en la entrada—. Gracias por todo, Tanjiro.

—Gracias a vosotros por venir.

Inosuke y Zenitsu salieron a la calle, escoltados por Tanjiro. Inosuke llevaba un rato sin decir nada, con el ceño fruncido y las manos en los bolsillos de la chaqueta.

—¿Tú también vuelves a casa, Inosuke? ¿O tienes algún plan?

Inosuke se giró a Tanjiro. Lo contempló con brevedad, dejándose empapar por aquella voz dulce como el sueño, y carraspeó.

—Me daré una vuelta —dijo—. Mi madre no está en casa ahora mismo.

—Oh, vaya. —De pronto, Tanjiro pareció sentirse culpable. Pero al instante abrió mucho los ojos, como si hubiera tenido una buena idea, y dijo en voz muy alta—: ¡Puedes quedarte a cenar aquí!

—¿Qué? —Inosuke, de pronto, empezó a sentirse nervioso. Apretó los puños en los bolsillos y tragó saliva—. No, ni de coña.

—Vamos, no quiero que estés solo por la calle a estas horas.

Zenitsu suspiró largamente, con una ceja alzada. Ya empezaban.

—Te digo que no.

—¡Por favor! Comeremos las sobras de lo que preparó Nezuko ayer. Te encantará.

—Ni lo sueñes, Manchito.

—¿Pero por qué? Nos lo pasaremos bien, ya lo verás.

—Que me olvides.

···

Había anochecido. El cielo estaba completamente despejado y desde la azotea de la casa de Tanjiro se podía apreciar la luna menguante, recortada sobre el cielo oscuro, rodeada de alguna estrella. La luz de la ciudad iluminaba el horizonte y no permitía que la noche se tiñera completamente de negro; pero aun así era agradable estar allí, en silencio, sintiendo la brisa nocturna y escuchando los sonidos de la ciudad.

Inosuke sabía que debía haberse ido varias horas atrás. Había aceptado, finalmente y después de mil súplicas, quedarse a cenar, y después de eso había jugado un rato a las cartas con Tanjiro (este siempre ganaba, así que Inosuke no hacía más que pedirle la revancha). Después Tanjiro lo había llevado a la azotea, subiendo unas escaleras que estaban al girar el pasillo y que Inosuke no había visto hasta entonces, y ahora los dos observaban la noche sin decir nada, apoyados en la barandilla, a pocos centímetros el uno del otro. Era tarde, muy tarde. Seguro que la madre de Inosuke se estaría preguntando dónde se había metido.

Pero Inosuke no quería irse.

Aquella nueva situación lo llenaba de una calma que nunca antes había sentido. Hacía un poco de fresco allí arriba, pero no le molestaba lo más mínimo. Sentía que podía quedarse allí eternamente.

Con Tanjiro.

Lo miró de reojo, y sintió una agradable calidez envolverle el cuerpo. No comprendía los sentimientos que el chico despertaba en él, pero no podía negar que le gustaban. Cuando estaba con él, no podía sentirse enfadado o molesto, por mucho que lo fingiera. No entendía cómo un mes atrás podía haberlo odiado tanto, cuando ahora le dolía horrores pensar en sólo separarse de él durante unas horas. Sentía que quería estar para siempre con él, en aquella azotea o donde fuera, dejando que lo envolviera el calor y admirando su sonrisa eternamente.

—Oye, Inosuke —dijo de pronto—. ¿Realmente no quieres seguir estudiando cuando acabe este curso?

Inosuke alzó una ceja, contrariado. No entendía a qué venía esa pregunta.

—No —respondió, seco—. Es aburrido.

—Sí, pero... ¿Has pensado en tu futuro? ¿En qué será de ti en unos años?

No, lo cierto es que Inosuke no lo había hecho. Prefería no calentarse la cabeza con esas cosas. Tampoco comprendía a dónde quería llegar el chico con aquella conversación.

—No creo que deba importarte. Es decisión mía.

Tanjiro asintió suavemente.

—Sólo me preocupo. Pero, hagas lo que hagas, confío en que lo harás bien.

Inosuke, en una situación normal, se habría sentido ofendido por el modo en que Tanjiro se dirigía a él: paternalmente, como si supiera lo que era mejor para él. Pero aquella no era una situación normal. Le gustaba que Tanjiro se preocupara por él, aunque no lo entendiera.

—Claro que lo haré bien. Yo lo hago todo bien.

Tanjiro rio, y de pronto Inosuke detectó un ligero temblor en sus cejas. Sorprendido, giró un poco el cuerpo hacia él, para verlo mejor. La luna se reflejaba en sus ojos de cereza, cristalizados. Inosuke supo que estaba triste al instante, y una enorme piedra se instaló en su estómago. ¿Lo habría incomodado él? Tragó saliva, pensando en si debería decir algo. Odiaba esas situaciones; nunca sabía cómo reaccionar ante el malestar ajeno.

Estaba buscando las palabras adecuadas cuando Tanjiro suspiró largamente. Se llevó las manos a la cara y se las pasó después por el pelo, y al apoyarlas de nuevo en la baranda dejó una muy cerca de la mano de Inosuke, desviando la atención de este completamente a ella.

Recordó aquella ocasión en que Tanjiro le había envuelto la mano con los dedos, intentando rememorar el tacto de su piel. Pero lo había olvidado.

—Perdón, no quería... —dijo Tanjiro, en un hilo de voz.

Inosuke volvió a mirarle a la cara, y el pecho se le encogió al ver que había empezado a llorar. La visión lo golpeó con tanta fuerza que lo dejó mareado unos instantes. Rápido, Tanjiro se limpió las lágrimas con la manga del jersey, sin mirar a Inosuke, claramente avergonzado.

Inosuke había quedado paralizado, con la boca entreabierta. No sabía qué debía hacer. Casi sintió la tentación de despedirse y marcharse, dejándolo solo. Pero no podía mover ni un músculo. Su cuerpo entero se había congelado al ver aquellas lágrimas. Nunca pensó que nada podría afectarle tanto; pero aquello lo había destrozado por completo. ¿Cómo un ser tan bueno y puro podía sentir tristeza? ¿Cómo podía eso permitirse en el mundo? Inosuke se sintió desonrientado. Había dado por hecho que Tanjiro jamás lloraba o se enfadaba. En su mente, hasta ese momento, nada podía alterar al muchacho. Su bondad era tan grande que debía de acabar con todo lo malo que lo rodeaba. Como el sol de primavera al derretir la nieve en la montaña. Tanjiro era una primavera eterna.

Tanjiro cogió aire para calmarse. Se había alterado más de la cuenta, y no le gustaba mostrarse así ante su amigo. Sabía que lo había incomodado, olía su inquietud, y hubiera querido fingir que nada sucedía y pedirle que se marchara.

Pero, en el fondo, necesitaba a Inosuke en ese momento.

—¿Sabes? —dijo, de repente—. Nezuko está muy enferma.

Inosuke no reaccionó tampoco. Siguió mirándolo, conteniendo la respiración. Tanjiro se puso más nervioso aún, pero no dejó de hablar. Necesitaba sacárselo del pecho.

—Siempre lo ha estado —continuó, dos nuevas lágrimas aflorando de sus ojos—. Pero en los últimos años ha empeorado. Se cansa con demasiada facilidad, y muchas veces se desmaya después de hacer mínimos esfuerzos. Aun así, se empeña en seguir trabajando y en cuidarme a mí...

Inosuke, por fin, sintió que su cuerpo se iba desentumeciendo. Carraspeó. Se despediría y se iría. No podía soportar aquello, emocionalmente hablando.

—¿Qué le sucede? —preguntó, sin embargo, en voz baja.

Tanjiro meneó la cabeza.

—No lo sé. Nadie lo sabe. Ningún médico lo tiene claro. Siempre se está haciendo pruebas y analíticas, pero nunca se saca nada en claro. Pareciera que simplemente forma parte de su naturaleza.

El muchacho cerró un momento los ojos. Inosuke no entendía por qué le contaba todo aquello a él; ni siquiera Zenitsu debía de saberlo. El corazón le martilleaba el pecho. Sentía tantas cosas que no sabía cómo actuar. Todo le daba vueltas.

—¿Por eso quieres ser médico?

Tanjiro sonrió un poquito, y su sonrisa iluminó a Inosuke con más fuerza que la luna o incluso el sol.

—Así es —respondió—. Quiero ayudar a la gente para que nadie tenga que sufrir como Nezuko. Quiero cuidar de ella como ella ha cuidado de mí durante toda nuestra vida. Quiero que esté feliz y sana por una vez...

Le tembló el labio, y apretó más los párpados. Una sollozo le sacudió el cuerpo. Se llevó una mano a la boca, abochornado. Odiaba mostrarse así ante Inosuke. Sabía que lo llamaría débil, nenaza, inútil. Aunque no lo pensara. Lo haría, porque era lo que Inosuke hacía, y aunque estaba acostumbrado y normalmente le haccía gracia, esta vez Tanjiro no se sentía preparado para un comentario así. Era lo último que necesitaba. Pero, al fin y al cabo, él solito se lo había buscado al decidir contarle todo aquello a él. Lo había hecho aun sabiendo que Inosuke no se molestaría en confortarlo. Y no es que se arrepintiera; sentía que era a la única persona a la que podía hablarle sin recibir falsa lástima.

Aun así, en el fondo de su corazón, deseaba que Inosuke lo consolara. Lo necesitaba.

Abrió los ojos con sobresalto cuando notó el tacto de unos dedos en su nuca. Unos dedos de piel tosca y encallecida, pero cuidadosos. Tanjiro observó por el rabillo del ojo a Inosuke: se mordía el labio con la vista clavada en el horizonte, las mejillas coloradas.

A Tanjiro lo recorrió un escalofrío cuando sintió la mano de Inosuke recorrerle la parte trasera del cuello y hundirse en su pelo. Sus dedos, amables, le acariciaron el cuero cabelludo y se enredaron suavemente en algunos mechones. La sensación era tan agradable que Tanjiro no pudo evitar cerrar los ojos de nuevo. Cada vez que Inosuke movía un poco los dedos para acariciarle el pelo, una maravillosa corriente de electricidad le atravesaba el cuerpo.

Le recordó al modo en que Nezuko le acariciaba el cabello cuando él se tumbaba a su lado para hacerle compañía. Pero esto era distinto, pues era Inosuke quien le estaba dando esa muestra de afecto. Relajó los hombros y dejó de llorar. No quería moverse de ahí jamás. No pensó en nada más y se dejó llevar por las cálidas sensaciones que le provocaban las torpes pero dulces caricias de su amigo.

Inosuke no dijo nada, ni siquiera cuando decidió que era hora de retirarse. Pero a Tanjiro no le importó.

Todo había quedado dicho.

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