Capítulo 9. Dulce como el amor

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

El pelo de Tanjiro era suave como la seda. Seda roja que envolvía la mano de Inosuke con tan suma delicadeza que pareciera que él fuera el que recibía las caricias, y no al revés. Sin un solo enredo, fino y ligero, cosquilleándole los nudillos y colándose entre sus dedos; divertido, desprendiendo un maravilloso olor a primavera. Inosuke no entendía qué lo había llevado a enterrar sus dedos en el frondoso cabello de Tanjiro, a rozarle las orejas con las yemas de los dedos y darle suaves tirones a mechones sueltos; pero una vez hubo empezado, no quiso parar.

Vio a Tanjiro cerrar los ojos y se permitió observarlo un poco mejor. La luz de la luna incidía sobre él, dándole un aspecto irreal, demasiado bello. Un suspiro silencioso abandonó sus labios y las lágrimas cesaron. A Inosuke le tembló la mano al descubrir que él había detenido el llanto de su amigo con aquel gesto. Se sintió tan bien que no pudo evitar sonreír y acariciarlo con mayor confianza, acercándose un poco más, sin hablar. El mundo se detuvo a su alrededor.

El hechizo se rompió cuando Tanjiro volvió a abrir los ojos, y entonces Inosuke fue consciente de qué estaba pasando. Asustado, se apartó, con cuidado de no tirarle del pelo, y ambos se observaron un momento, bajo las estrellas, con las mejillas arreboladas.

Ya en casa, Inosuke se encontró a sí mismo tumbado bocarriba en la cama, sus pensamientos discurriendo veloces y desordenados por su mente. Las lágrimas de Tanjiro, su pelo, su suspiro, su rostro bañado en luz blanca. Sentía que el corazón se le saldría del pecho. Le costaba mantenerse quieto, necesitaba hacer algo con todas las emociones desconocidas que estaba sintiendo de golpe. Se levantó, dio unas cuantas vueltas a la habitación mientras intentaba acompasar su respiración. Se sentó en la cama con las manos en el pecho. Se volvió a levantar y se dejó caer al suelo. Se tiró del pelo y pataleó un rato, y entonces volvió a tumbarse en la cama.

Aún con el puño en el pecho, con la respiración agitada y el rostro caliente, apretó los párpados. No sabía qué le estaba sucediendo, pero había algo que tenía claro: su cuerpo le pedía más a gritos. Como si pasara por la peor resaca de su vida, todos sus sentidos se habían bloqueado después de las maravillosas sensaciones que lo habían envuelto en la azotea, con Tanjiro. Necesitaba más. Necesitaba volver a sentirse así, o moriría (o al menos eso le parecía en ese momento). Hundió la cama en la almohada, trémulo, desesperado.

No entendía sus sentimientos, pero ya le daba igual. Hubiera hecho cualquier cosa por sentirse como se había sentido horas atrás por el resto de sus días. O sólo un poco más, realmente. Unos instantes. Sólo un momento más. No podía vivir sin volver a aquellas cálidas emociones tan recientemente descubiertas pero tan repentinamente necesarias al menos una vez más. Cogió mucho aire, tratando de tranquilizarse.

Debía decírselo. Si no lo hacía, tal vez no podría volver a sentirse así. Se presionó con más fuerza el pecho, temeroso de que se le saliera el corazón de pronto. La ansiedad que le producía pensar en no recuperar esos sentimientos lo estaba matando. Debía decírselo, y Tanjiro lo entendería. Él lo entendía todo. Le permitiría tocarle el pelo todo cuanto quisiese, si eso lo hacía feliz.

Feliz... No, aquella no era la palabra. Tal vez "eufórico" era más acertado. O invencible. Inmortal. Capaz de cualquier cosa.

Inosuke se durmió con la mano en el pecho y con el recuerdo del rostro de Tanjiro, mirándolo con ojos tiernos, hablándole con voz dulce.

Una voz dulce como el amor.

···

Se levantó con más energía que nunca, dispuesto a llegar pronto a clase. Los ojos muy abiertos, la sonrisa bien amplia; se colocó el uniforme del mejor modo posible y salió a la calle, caminando tan deprisa que casi corría. Estaba dispuesto: hablaría con Tanjiro. Le ordenaría quedarse con él para siempre y hacerle sentir cosas bonitas. Se acercaría a él, le pasaría una mano por detrás del cuello, le acariciaría la mejilla con la otra, y...

Abrió la puerta del aula con tanta violencia que varias personas se volvieron hacia él, sobresaltadas. Jadeaba, con la cara roja, los ojos desorbitados. Le temblaba el cuerpo de la emoción.

—¡Monjiro! —exclamó—. ¡Monjiro, tengo órdenes para ti...!

Recuperó la compostura al percatarse de que la mesa de Tanjiro estaba rodeada de gente. Era algo bastante común, realmente, que sus compañeros se acercaran cada mañana al pupitre de Tanjiro a charlar con él (era, al fin y al cabo, bastante popular en el curso). Pero Inosuke esbozó una mueca al darse cuenta de que esta vez era diferente.

Chicas.

Eran todas chicas.

Tanjiro hablaba con ellas, sonriente, con suavidad. A su lado, Zenitsu estaba de morritos, feo como él solo, con los labios arrugados y la frente fruncida, rendido. Ninguna chica lo miraba a él; la atención de todas se dirigía exclusivamente a Tanjiro. Se acercaban a él cariñosamente, tocándose el pelo o riendo de manera tonta. Él les respondía con amabilidad y también reía con su natural dulzura. Inosuke apretó los dientes, de repente mosqueado, y se abrió paso entre las muchachas, ignorando sus quejas.

Se sentó junto a Tanjiro, dejando la mochila sobre la mesa con un ruidoso golpe, y empezó a sacudir los brazos en dirección a las chicas.

—¡Fuera de aquí, arpías! —exclamó. Sorprendidas por la insolencia, algunas chicas fueron a responderle, pero él las calló con una mirada aterradora—. Lo último que necesito por las mañanas es ver tanta mosquita junta. ¡Largo!

Tanjiro, sorprendido por que Inosuke hubiera llegado tan pronto, pero igualmente molesto con sus formas, se mostró enfadado. Le agarró un brazo a su amigo y dijo, con expresión seria:

—No deberías hablarles así a las chicas.

Una joven rubia se sonrojó ante el comentario.

—Qué caballeroso eres, Tanjiro... —siseó.

Inosuke se levantó y empezó a gruñirle y gritarle que se marchara. Tanjiro intentó hacer que volviera a sentarse y mantuviera el silencio, pero al fin la multitud de chicas se dispersó y volvieron a quedar los tres solos.

—¿Por qué has hecho eso? —suspiró Tanjiro, incapaz de mantenerse enojado con Inosuke demasiado tiempo.

Este entrelazó los dedos tras su cabeza.

—Rubitsu me estaba poniendo nervioso con tanto lloriqueo —respondió, sin más.

Zenitsu levantó un puño en dirección a él y empezó a insultarlo, pero Tanjiro logró calmarlo. Inosuke ni lo miraba. Un horrible sentimiento se había empezado a retorcer en su interior nada más ver a todas aquellas chicas adorando a Tanjiro, intentando encantarlo, recibiendo sus buenas palabras y su maravillosa sonrisa. Un sentimiento completamente opuesto al que había experimentado el día anterior.

—¿De qué iba todo eso? —preguntó, con fingida indiferencia.

—Oh, bueno... —Tanjiro se ruborizó y se rascó la nuca—. Nada, realmente...

—¡Bah! —Zenitsu clavó la barbilla en el pupitre y miró a Tanjiro con odio—. Todas querían invitarlo al baile.

Inosuke enarcó una ceja y se inclinó sobre la mesa para mirar mejor a Zenitsu.

—¿Cómo que el baile? ¿Qué baile? —interrogó.

Sabía que cada año, cuando el final del curso se acercaba, se celebraba una estúpida ceremonia para despedir a los estudiantes de último grado, con música y ropa elegante. A Inosuke le daban ganas de vomitar de sólo pensar que aquel año le tocaría vivirlo a su promoción. Pero para aquello quedaban muchos meses aún, y no era precisamente un baile.

—El nuevo director ha decidido hacer un baile como "autobienvenida" —explicó Zenitsu, entrecomillando con los dedos la palabra "autobienvenida"—. Una fiesta al estilo americano, o algo así. Es un hombre extraño... Siempre tiene los ojos muy abiertos e intenta agradar a todos. Parece buena persona, de todos modos.

Inosuke ni siquiera sabía que había un director nuevo. Y desde luego debía de ser muy peculiar si pretendía ofrecer una celebración así sólo para contentar a sus alumnos y dar una buena impresión.

—¿Y todas querían ir contigo? —dijo Inosuke, mirando a Tanjiro, con voz asqueada.

Tanjiro se encogió de hombros. Sonreía bobamente.

—Puaj.

Inosuke se cruzó de brazos y desvió la mirada. No quería que sus amigos detectaran el temblor que le había dado en la mejilla izquierda.

Zenitsu se cubrió la cabeza con los brazos y rechinó los dientes.

—Y lo peor de todo —dijo, con una voz aguda y frustrada—, ¡es que las ha rechazado a todas! ¡Uuugh, maldito Tanjiro! ¡Quién pudiera tener a tantas chicas guapas detrás! ¡Y tú las rechazas...! ¡Me avergüenza ser tu amigo!

A Inosuke se le paró el corazón. Volvió a mirar a Tanjiro, con ojos esperanzados. Tanjiro se dio cuenta del leve rubor de sus mejillas, y ensanchó su sonrisa.

—¿Les has dicho que no? —preguntó Inosuke, acercándosele mucho.

Tanjiro asintió, lentamente.

—Tengo intención de ir con otra persona —susurró, sin romper el contacto visual. Deslizó la mano sobre la mesa de Inosuke, aproximando sus dedos a los de este, cuidadoso. Zenitsu escuchó su corazón acelerado y puso los ojos en blanco.

—Son increíbles —pensó, apoyando la barbilla en la palma de su mano—. Los detesto.

Sin embargo y a pesar de la incontenible ilusión que ahora demostraba Tanjiro, Inosuke arqueó las cejas y se desinfló como un globo. Se alejó de él, apartando la mano justo cuando sus dedos habían empezado a rozarse, y dejó de mirarlo. Sus ojos se habían apagado un poco, junto con sus mejillas, y esto desconcertó a Tanjiro.

—Ah, entiendo.

Tanjiro no comprendía aquella reacción decepcionada. Alargó la mano rechazada, con la intención de posarla en el hombro de su amigo, pero este se levantó súbitamente y echó a andar con los puños apretados. Tanjiro tragó saliva y se hundió en el asiento.

¿Había ofendido a Inosuke? ¿Había malinterpretado todas las señales, y lo había hecho sentir incómodo? Sintió que le faltaba el aire mientras lo miraba alejarse a paso enfadado.

—Oye, tú.

Inosuke se había acercado a la mesa de una chica. Era bajita, pálida, de ojos azules, y recogía su cabello oscuro en dos coletas. Se trataba de una joven un tanto solitaria, de muy buenas notas, que no hablaba con nadie y siempre parecía enojada.

—¿Qué quieres? —respondió, sin mirarlo.

—Vienes al baile conmigo —dijo Inosuke, más como una orden que como una petición.

La chica sí lo miró entonces, contrariada. Conocía a Inosuke. Había estado en la misma clase que él un par de años, y sabía que era irritable e infantil. No le daba miedo, al contrario que al resto de sus compañeros; pero tampoco le agradaba su presencia. Para nada.

—¿Estás loco? —dijo como respuesta.

Inosuke apoyó las manos en su mesa, mostrándole los dientes, como un animal.

—¿Prefieres ir sola? —dijo, amenazante—. Si no vienes conmigo me encargaré de que nadie te lo pida, puedes estar segura.

Ella tragó saliva. Lo observaba con odio, y entre los dos parecían saltar chispas.

Nunca habría ido al baile con Inosuke. Ni muerta. Pero sabía que Inosuke sería capaz de asustar a todos los chicos para que no fueran con ella. Y, si iba sola, todos la mirarían y hablarían a sus espaldas. Tal vez lo harían igualmente si iba en compañía de aquel cerdo; pero cualquier cosa sería mejor que la humillación de ser rechazada por todos y tener que sentarse junto a los apretivos en la fiesta mientras los demás bailaban.

Las lágrimas afloraron de sus ojos. Apretó con fuerza los labios y, rendida, apartó la mirada.

—Eres asqueroso —musitó.

Inosuke sonrió con crueldad. Le dio una palmada en la espalda y soltó una carcajada satisfecha.

—Allí nos vemos entonces —dijo—. Y ve guapa para el increíble Inosuke, eh...

—Aoi —dijo ella, cortante.

—Alioli. Genial.

Y regresó a su asiento con paso confiado.

—¿Ves? Yo lo he conseguido antes que tú —presumió.

Zenitsu se tiró de los pelos, rabioso, dándose cabezazos contra la mesa agresivamente. ¿Cómo un idiota como aquel había sido capaz de conseguir una cita antes que él? A Tanjiro, mientras tanto, se le había borrado la sonrisa, pero Inosuke decidió ignorarlo, imaginando que sólo le molestaba haber perdido contra él. Forzó la expresión victoriosa hasta que Tomioka llegó. Dentro de él, algo se había hecho pedazos. No sabía de qué se trataba, pero le dolía demasiado.

Ya no quería hablar con Tanjiro sobre aquello que lo había emocionado sobremanera minutos atrás. Y era porque, de pronto, temía que Tanjiro no fuera a entenderlo tanto como había esperado.

···

—Tanjiroo... —Zenitsu se agarró al bíceps de su amigo, arrastrando los pies tras él, mostrando su expresión más lastimera—. Por favor, deja que lleve a Nezuko...

—No, Zenitsu —suspiró Tanjiro, por enésima vez.

—Eres insufrible —gruñó Inosuke.

El grupo salió al patio y se dirigió a la que anteriormente había sido la zona de Inosuke y que ahora era el punto de reunión de los tres. Sentados en el muro, sacaron su almuerzo. Una vez más, Tanjiro había traído lo mejor: arroz con verduras y empanadas de pollo. Zenitsu dejó a un lado la triste ensalada que se había preparado e Inosuke se comió de un bocado su sándwich reseco, antes de pasar ambos a la acción y aprovecharse de la generosidad de Tanjiro con su comida.

—No es justo. Soy el único que irá solo —sollozaba Zenitsu, masticando una empanada.

—Estoy seguro de que alguien te lo pedirá —lo consolaba Tanjiro—. Y, si no, puedes pedirlo tú.

El rubio le dirigió una mirada asesina y le agarró el brazo con fuerza, hundiendo las uñas en la chaqueta del uniforme.

—¿Crees que no lo he intentado? —dijo, su voz grave y fría—. Desgraciado. No todos somos guapos y buenos y podemos tener a un séquito de chicas detrás de nosotros. Bastardo. Capullo. Te detesto.

Tanjiro le dedicó una sonrisa nerviosa y se deshizo de su agarre sin demasiada dificultad. Decidió que su amigo necesitaba un poco de espacio para calmarse, así que se volvió a Inosuke, que parecía muy interesado en observar una fila de hormigas que se desplazaba por el muro, junto a sus piernas.

—Esa chica parece encantadora —le dijo.

Inosuke no detectó la tristeza en su voz. Estaba demasiado ocupado intentando reprimir la suya.

—Obviamente. Mucho más encantadora y guapa que cualquier chica que lleves tú —fardó.

—Oh. —Curiosamente, aquellas palabras provocaron que un inmenso alivio calmara entonces el agitado corazón de Tanjiro. Ahora entendía que Inosuke no había captado sus primeras intenciones: realmente había creído que iba a invitar a otra chica. Sonrió levemente; al menos ahora sabía que no había incomodado al chico. Esto no era más que otra tonta competición para él—. Me alegro mucho. Haréis buena pareja, estoy seguro.

Inosuke asomó la lengua entre los dientes. Quería dejar ese absurdo tema ahí y no volver a sacarlo nunca más. Pero una pregunta lo estaba corroyendo por dentro.

—¿A quién se lo ibas a pedir? —murmuró.

—¿Cómo? —Tanjiro acercó más su cara a Inosuke, provocando que sus mejillas se sonrosaran. Sintió su respiración en los labios y se le secó la boca.

—Que a quién se lo vas a pedir —repitió, en voz más alta y clara.

—Ah. —Tanjiro se apartó, e Inosuke se sintió como si le hubieran arrebatado algo—. Bueno, yo...

Un crujido en la hierba hizo que Tanjiro se cortara en seco y que los tres se giraran a la izquierda, de donde procedía el sonido. Inosuke frunció el ceño al ver que había alguien ahí, en su espacio privado, observándolos. Tanjiro tuvo que agarrarle por la camisa para asegurarse de que no se lanzaba.

Asomada a la esquina del edificio se encontraba una chica de su clase. Era casi tan alta como Inosuke, de piel blanca y delicada, con ojos grandes pero vacíos de emoción. Llevaba el pelo, liso y negro, recogido al lado con un bonito adorno de mariposa. Ahogó una exclamación de sorpresa cuando el grupo se giró a ella, y pareció querer echarse a correr cuando Inosuke empezó a gruñirle. Pero se mantuvo firme y se asomó un poco más.

—Hola —dijo, vacilante.

—¡Una chica! —ronroneó Zenitsu, ya superado su berrinche. Dio un salto y corrió hacia ella, tomándola de las manos y acercándola al muro—. Ven, ven, no seas tímida.

—¡Ni lo sueñes! ¡No lo tiene permitido! —Inosuke empezó a agitar los brazos en el aire, como un animal enfurecido. Tanjiro lo sostuvo con más fuerza—. ¡Nadie puede venir aquí!

La chica ignoró los gritos y se mordió el labio inferior, soltando las manos de Zenitsu para llevárselas al pecho. Miraba a Tanjiro, y sus ojos hacía un momento apagados de pronto se habían iluminado.

—¿Necesitas algo? —dijo Tanjiro, y su sonrisa provocó que la joven se sonrojara.

Ella estaba nerviosa, y saltaba a la vista. Inosuke dejó de patalear para examinarla bien; parecía querer decir algo, pero siempre que abría la boca se arrepentía y volvía a morderse los labios. Zenitsu no dejaba de pedirle que se sentara a su lado en el muro, con una voz impostada y desagradable.

Tras un incómodo minuto de silencio, la chica cogió mucho aire y dijo, a toda velocidad:

—¿Vendrías al baile conmigo?

Tanjiro abrió mucho los ojos, sorprendido. La expresión de Zenitsu se tornó fría y se volvió lenta y amenazadoramente hacia su amigo. A Inosuke se le cortó la respiración.

Pasaron unos segundos de absoluta tensión, en los que la chica bajó la mirada, toda roja, y se empezó a retorcer el final de la falda. Tanjiro se giró a Inosuke, inconscientemente, y él hizo lo imposible por no mirarlo. Finalmente, suspiró, miró a la chica con la mayor de las ternuras y dijo:

—Claro que iré contigo. ¿Te llamas Kanao, verdad?

El rostro de Kanao se iluminó al escuchar aquellas palabras. Sus ojos brillaban con admiración mientras miraba a Tanjiro. Inosuke quiso lanzarle algo a la cara.

Kanao se inclinó, sonriendo de oreja a oreja, y dijo, aún nerviosa:

—Gracias.

Acto seguido, se marchó por donde había venido a toda velocidad, no sin antes dedicarle una última mirada a Tanjiro, y entonces Zenitsu se lanzó contra él para tirarle del pelo.

—¡Te odio! ¡Te odio tanto!

Tanjiro reía suavemente. Inosuke se había quedado petrificado.

—¿No decías que se lo ibas a pedir a alguien? —preguntó, con sequedad.

Tanjiro se encogió de hombros, y a Inosuke le pareció detectar pena en su sonrisa.

—Empiezo a pensar que esa persona preferiría no ir conmigo —respondió.

···

El resto de clases transcurrieron lentas e incómodas para los tres chicos. Tanto Tanjiro como Inosuke estaban inusualmente alicaídos, y apenas se dirigieron la palabra. Mientras tanto, Zenitsu intentaba con desesperación animar al primero, con bromas ridículas y muecas divertidas que apenas surgían efecto.

Finalmente se rindió, y optó por unirse a aquel humor desagradable.

Al finalizar el día, los tres recogieron a toda prisa y salieron del instituto sin hablarse. Se despidieron en la puerta y cada uno tomó un camino distinto.

Inosuke iba mirando al suelo. Se sentía desganado y de muy mal humor. Aquel día no había transcurrido para nada como había imaginado.

No dejaba de pensar en el episodio vivido en el patio durante el descanso. En Kanao, en sus ojos violáceos y su flequillo perfectamente recortado. En aquellas manos pequeñas y delicadas. Se preguntó si sus dedos finos acariciarían el pelo de Tanjiro alguna vez. Imaginaba que sí, y eso lo enfurecía.

Se paró en mitad del camino, con los puños apretados en torno a las asas de su mochila, el ceño tan fruncido que le dolía. No era capaz de moverse más. Le dolía tanto imaginarse a Kanao acariciando a Tanjiro que le costaba respirar.

¿Qué le sucedía? Aquella mañana había creído que Tanjiro podría explicárselo, pero ahora temía preguntarle al respecto más que nada en el mundo. Y, aun así, sabía que lo necesitaba, o el dolor terminaría volviéndolo loco. Quería encontrar respuestas y hacer algo con aquellos estúpidos sentimientos para los que no encontraba ninguna explicación.

Tras unos minutos de reflexión, giró sobre sus talones y echó a correr por donde había venido.

···

Zenitsu estaba harto de sus amigos. En el último mes, había decidido callarse y no revelar a ninguno de ellos los sentimientos del otro, pero últimamente le estaba resultando difícil. Odiaba tener que escuchar los latidos descontrolados que escapaban de sus pechos cada vez que se reunían; era, a la larga, un sonido insufrible. Y odiaba las miradas y sonrisas que Tanjiro le dedicaba a Inosuke, quien sólo le respondía con malas palabras para luego pegarse con el pobre Zenitsu, en un intento por contener las emocines que despertaba Tanjiro en él. No quería meterse en aquella extraña relación (sobre todo porque ni él era capaz de comprender exactamente qué demonios les pasaba a ambos), pero se empezaba a cansar.

Suspiró y sacudió la cabeza. El cielo se había teñido de un rojo anaranjado, y las nubes, arreboladas, permanecían inmóviles sobre su cabeza. Cerró los ojos y se permitió imaginarse contemplando el atardecer, sentado en algún parque, con la bella Nezuko al lado.

Sí, sólo la había visto en una ocasión. Pero se había enamorado tan locamente de ella que ya no podía pensar en otra persona. Y, ahora, dibujar su hermoso rostro en su mente le ayudaba a no darle vueltas a toda la situación de Tanjiro e Inosuke.

Sin embargo, pronto algo lo distrajo de tan maravillosos pensamientos. Su oreja prácticamente se movió al detectar un sonido lejano, pero claro, que poco a poco se aproximaba a él. Se dio la vuelta, parando la caminata; eran pasos, rápidos e incansables: Alguien corría hacia él a toda velocidad.

—¡¡Moritsu!!

Cuando vio, en la distancia, a Inosuke, con los ojos chispeantes y prácticamente volando hacia él, sintió tanto pánico que las piernas se le paralizaron y no fue capaz ni de echarse a correr. Sólo se abrazó a sí mismo y gritó, convencido de que el matón había ido en su búsqueda para pegarle una paliza.

¿Con qué motivo? Inosuke nunca tenía motivos reales para meterse con él, así que aquello no lo sorprendía más de la cuenta.

—¡En la cara no! —chilló cuando tuvo a Inosuke a pocos metros, con la boca llena de lágrimas y mocos.

Inosuke frenó en seco frente a él, jadeante.

—¿Qué cojones dices? —dijo.

Zenitsu se descubrió un poco la cara, y escuchó. No detectaba violencia alguna en la respiración agitada de Inosuke, y la confusión en su expresión le dejó claro que no había ido hasta allí para pegarle. Un poco más relajado, pero aún alerta, el rubio recuperó la compostura y se sorbió los mocos.

—¿Qué pasa? —dijo, fingiendo que nada de aquello acababa de suceder.

El peliazul tuvo que pararse un momento para recuperar el aliento, y entonces la chispa volvió a centellear en sus ojos. Sin darle tiempo a reaccionar, se lanzó contra Zenitsu, propinándole un cabezazo en las costillas. Zenitsu se dobló de dolor.

—¿¡Eres imbécil o qué!? —le gritó—. ¿¡A qué ha venido eso, idiota!?

Inosuke se dio la vuelta y, con pasos fuertes, empezó a alejarse de Zenitsu. Este estaba tan confuso que ni se movió. De pronto, Inosuke se quedó quieto, volvió a darse la vuelta, y trató de embestir de nuevo contra él, pero Zenitsu logró esquivarlo.

—¡¡Para!! —gritó—. ¡¡Eres insufrible!! ¡Salvaje! ¡Qué cojones haces, quién te crees que...!

—¡Hablemos! —exclamó Inosuke, sin aliento, agarrándolo por la camisa—. ¡Te acompaño a casa!

Zenitsu le apartó las manos de un manotazo y retrocedió un paso. Ignoraba qué le pasaba en la cabeza a aquel tipo, pero se negaba a sufrir su locura.

—Déjame en paz —espetó—. No sé qué mosca te ha picado, pero no estoy de humor para tus estupideces.

Dicho esto, retomó su caminata, sin volver a mirarlo. Sin embargo, Inosuke no se rindió y corrió a su lado.

—¡Quiero hablar contigo, Monitsu!

—Es Zenitsu —lo corrigió, seco—. Y no tengo nada de lo que hablar contigo.

Inosuke alzó la cabeza hacia el cielo y se llevó las manos a la cabeza, desesperado.

—¡Por qué eres tan estúpido! —gritó.

—¡Tú eres un estúpido!

—¡Desde luego no tan estúpido como tú!

Los dos se dirigieron una mirada llena de odio y siguieron caminando en un violento silencio. Inosuke se había puesto de morritos y Zenitsu tenía ganas de pegarle y salir corriendo, pero no lo hizo. Sólo quería llegar rápido a casa y acabar con esa situación absurda, así que aceleró el paso.

Inosuke, percatándose de que no le quedaba demasiado tiempo, borró su mala expresión y, desesperado, agarró la manga de Zenitsu, que lo miró de reojo pero no dijo nada. No sabía por qué de pronto estaba tan nervioso. Desde luego no le agradaba la idea de hablar con el rubio sobre un tema como aquel, pero sentía que no le quedaba otra. Carraspeó ruidosamente y le tiró un poco de la camisa.

Finalmente, Zenitsu cedió con un suspiro.

—¿Qué te pasa? —preguntó, entre dientes.

—Creo que siento cosas —fue su respuesta más ingeniosa.

A Zenitsu se le escapó una risa, pero se arrepintió al instante, notando un gruñido formarse en la garganta de Inosuke. Se humedeció los labios, se calmó un poco y dijo, lentamente:

—Claro que sientes cosas. Todos lo hacemos.

Aunque, en el caso de Inosuke, seguro que lo único que podía sentir era hambre, furia y violencia. Dudaba que fuera capaz de asimilar cualquier otra emoción.

—Ya. —Inosuke meditó un momento, buscando las palabras adecuadas. Aquello era más difícil de lo esperado—. Me refiero a Gompajiro.

Ah. Así que se trataba de eso. Zenitsu hizo todo lo posible por no resoplar. De verdad que prefería no saber nada del tema. Aunque, pensándolo mejor, tal vez esa era la oportunidad perfecta para zanjarlo de una vez.

—¿Qué ocurre con Tanjiro? —preguntó, fingiendo no saber.

—Que siento cosas. Con él —murmuró Inosuke, con nerviosismo—. Cosas raras.

—Ya... —Zenitsu dejó de caminar para poder colocarse frente a Inosuke, de brazos cruzados—. ¿Cosas como qué?

—Como... —Inosuke se pasó la mano por el cuello, desviando la mirada—. Como felicidad. Y calma. Y quiero sentirlas siempre, con él... —Entonces, arrugó el ceño—. Y enfado, cuando esa chica de la mariposa le habló hoy. Nunca lo había sentido, y me confunde.

Zenitsu movió la cabeza afirmativamente y se frotó la barbilla. No se podía creer que Inosuke le estuviera contando aquello. Supuso que debía de estar muy desesperado si había decidido confiar en él, y de algún modo eso lo halagaba. Aunque no pretendía hacérselo saber a él.

—¿Será que te gusta? —dijo, y supo que había dado en el clavo.

Inosuke puso una mueca y se frotó con más fuerza el cuello. No era lo que había esperado oír, y aunque de primeras quiso volver a pegarle a Zenitsu, algo en su cabeza le pidió que reflexionara un poco sobre sus palabras.

—¿Gustar...? —Inosuke meneó la cabeza. Entonces se ruborizó y, avergonzado, admitió—: No sé cómo se siente eso.

Zenitsu se dio una palmada en la mejilla. ¿Cómo podía alguien ser tan estúpido? Sabía que Inosuke carecía de multitud de habilidades sociales, pero ¿nunca antes se había sentido así por nadie? Y, de ser así, ¿realmente era incapaz de reconocer esos sentimientos por sí mismo? Zenitsu se dio cuenta, entonces, de que toda aquella situación era mucho más compleja y agotadora de lo que había pensado.

—Ya sabes —dijo, cansado—. Cuando te encanta pasar el rato con una persona. Y te parece... atractiva, interesante. Y quisieras estar con ella más tiempo.

—Ah, no, no. —Inosuke sacudió los mechones azules que le caían alrededor de la cara. Sus ojos verdes brillaban con la luz del atardecer, y Zenitsu lo odió por ser tan condenadamente atractivo—. No es eso. O sea, supongo que sí me gusta pasar el rato con Ganchito, pero... No, no es eso.

—¿Y qué es entonces?

Inosuke volvió a guardar silencio para buscar las palabras.

—Es como —empezó— que quisiera verlo sonreír cada día de mi vida. Acariciarle el pelo y la cara y escucharlo hablar. Y que él... —Tragó saliva. Él tampoco podía creerse que estuviera contándole eso a Zenitsu—. Que él también lo hiciera. Pero mi cuerpo se pone a temblar cuando lo veo y me cuesta respirar, y eso no es una sensación agradable. Me da mucho calor, se me nublan los sentidos y me duele el pecho. —Y, para finalizar, añadió—. Y no es atractivo. Es casi irreal. Duele mirarlo.

Zenitsu sabía todo aquello. Lo había oído desde el primer momento. Cuando vio que Inosuke no iba a decir nada más, le dio una palmada en la espalda.

—Estás enamorado de él, ¿no? —soltó, con cierta compasión.

Inosuke repitió la mueca asqueada, pero se le borró casi al instante.

—¿Enamorado? —repitió, entre dientes.

Y Zenitsu dio por hecho que Inosuke nunca había estado enamorado. Tampoco le extrañaba, siendo como era. Y no se equivocaba: Inosuke sabía lo que era el amor, lo veía en películas o en la calle. Pero nunca había sentido curiosidad por él, ni lo había experimentado él mismo.

Y menos con un chico.

—Qué curioso que siempre me llamaras marica, y que ahora tú... —Inosuke le mostró los dientes, y Zenitsu decidió interrumpirse—. Es broma. A mí me da igual.

—No estoy enamorado —gruñó Inosuke.

—Ya. Yo creo que sí.

Zenitsu sabía que estaba cabreando a Inosuke, pero también que estaba logrando calar en él con sus palabras. Se rascó la frente y siguió hablando:

—No tienes nada de qué avergonzarte. Tanjiro es un chico genial, es normal que te sientas así... —Entonces, intentó sonreírle para transmitirle un poco de confianza, y le apretó el hombro amistosamente—. Y creo que él se siente del mismo modo, Inosuke. Deberías decírselo.

Inosuke tragó saliva. Su corazón se había disparado al escuchar aquellas palabras. Ni siquiera le molestó el contacto físico con Zenitsu.

—¿Decírselo? —dijo, en un hilo de voz.

El rubio asintió y lo soltó, colocándose bien la cartera al hombro.

—Ya sabes, cómo te sientes —explicó.

—Lo intenté —confesó Inosuke—. Esta mañana...

No terminó la frase, pero Zenitsu entendió. Seguramente se había sentido muy disgustado al ver a Tanjiro rodeado de chicas, ruborizado hasta las orejas, colmado de amorosas proposiciones. Se sorprendió a sí mismo sintiendo lástima por él.

—Creéme. Te entenderá —dijo—. Pero por lo que más quieras, díselo ya. Estoy harto de vuestros tonteos sin sentido.

Dicho esto, y sin esperar ninguna palabra más, se despidió de Inosuke con un gesto de cabeza y retomó el camino de vuelta a casa. El sol casi se había puesto e Inosuke quedó solo en la calle, con los hombros caídos y las orejas rojas.

—Decírselo... —repitió.

Y, una vez más, su corazón se aceleró tanto que tuvo que llevarse la mano al pecho.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro