Era un grupo de colores fríos, flotando en el cielo de tono oscuro e iluminando la vista de la humanidad. Deformándose ante las estrellas. Una comunión de luces, con rasgos extraordinarios e intocables.

   Los receptores, divisaban a las auroras boreales, las bailarinas del universo. Presentes en el brillo de sus ojos. Pero, faltaba algo, en ese ballet resplandeciente, que oscurecía la cortina de negrura que rodeaba al planeta, una luz se había opacado.

   Las miradas perplejas, prontamente se volvieron indistinguibles, un resplandor infinito, invadió el lugar, y rompió la tranquilidad.

   Un griterío, eso era lo único que se escuchaba. Los medios, dieron la noticia de que un meteorito había colisionado en la sensible superficie del planeta tierra. Y entre las cenizas, de lo que se podría llamar magia, se hallaba una especie de ángel caído, rodeado, por un aura de colores fríos y alrededor una desabrida montaña sin color.

   Había un cráter, aunque, tal fenómeno no cobraba un completo sentido, y en esa deformación en la tierra, dormía una criatura angelical sin sus alas, ignorante de lo que su caída había causado. Una brisa, la despertó, y confundida salió del cráter, miró hacia el cielo, que parecía haberse apagado. Se sentó en el suelo tratando de entender y luego de rodillas se acurrucó impotente. Unas lágrimas cayeron por sus mejillas incandescentes. No era un ángel caído, se trataba, de un pedazo de aurora que por arte de magia, había dejado de bailar.