Pese a que nunca había disfrutado de verse frente a un espejo, nunca esperó todo aquel desenlace. Samuel había luchado en muchas guerras, pero ninguna tan desastrosa como la que logró deformar todo su rostro, hasta dejarlo casi irreconocible. Las quemaduras en este era de 3er grado, la medicina y tratamientos aún no eran lo adecuados para llevar una recuperación normal. La guerra no solo lo había azotado físicamente, ahora toda su mente estaba hecha un caos. Si antes le costaba verse, nunca se consideró agraciado, seguramente que ahora solo lograría llorar y sumergirse más en la depresión.

En su camilla, mientras el sol del atardecer daba contra la ventana y su cuerpo, unos doctores entraron a la habitación. Había dejado en claro que no querría visitas de nadie, aunque no tuviera a nadie cerca a quien contactar. Recibió a los médicos como siempre, suponiendo una rutina más de los hospitales. Debieron notarlo, su cambio de ánimo, cuando estos médicos le comunicaron algo impactante. Podría recuperar su rostro, podría ser participe de algo que le volvería a la normalidad, y así, un poco de estabilidad emocional.

Un transplante de rostro sonaba descabellado, de eso estaba seguro, pero dada su situación, posiblemente su mente lo filtró como un milagro. Aceptó sin titubear y firmó un par de documentos que le llevaron al día siguiente. Ya no tendría que usar vendas en la cara después de esto, podría saltar de emoción.

Samuel miró las luces encima suyo junto a los rostros de algunas personas, algunas que seguro asistieron su operación. Después de eso solo pudo abrir sus ojos dentro de un cuarto de hospital, distinto al que estaba. No pudo verse hasta que pasaron muchos días, que fue cuando las vendas pudieron desprenderse de su reciente operada cara. Y para ser el primer transplante del mundo, la autoestima de Samuel había vuelto a dónde estaba al principio, sonrió.

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De este si recuerdo más. Lo escribí para mí mejor amiga, necesitaba que la ayudara a crear una pequeñísima historia para su clase.👌