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La joven peliazul descansaba sobre su cómoda cama, escuchando música con los ojos cerrados. La tarde comenzaba a caer en la gran ciudad y ella se abrazaba a algunos de sus peluches, entre bostezos. Aquella mañana su madre le había levantado temprano para ir a desayunar juntas a una cafetería junto a su casa, y luego la había llevado por la calle principal a ver tiendas y más tiendas de ropa.

—Ya eres mayorcita para tener ropas tan infantiles —le había dicho mientras entraban a una zapatería.

Cuando la canción que estaba sonando en su caset acabó, se incorporó y apagó el aparato para luego estirarse. Tenía intención de echarse una siesta, pero no se sentía capaz. Su madre estaba en el salón, tumbada en el sofá viendo algún reality show de esos que la niña detestaba que siempre ponían tras la hora de comer. Así que decidió que se divertiría por su cuenta.

—Veamos —se dijo a sí misma levantándose de un salto y dirigiéndose a la estantería y observando por encima a los muñecos—. ¿A qué jugamos hoy, chicos?

Eso se estaban preguntando los juguetes, emocionados. Llevaban mucho tiempo sin jugar, y lo echaban de menos. Todos estaban deseando que la joven los eligiera, esperando impacientes para ver quiénes serían los afortunados del día.

—Ya sé —dijo, sonriente, y alzó la mano—. Tú vas a ser el protagonista de mi historia.

Había tomado a Eak, una figura de acción con alas de águila que podían retirarse de su cuerpo. Eddo se deshizo de estas partes y las dejó en el lugar que su muñequito había estado ocupando.

—Y necesitaré personajes secundarios... Hm... —Eddo se rascó la barbilla, pensativa. Acto seguido, agarró a Mangle, Bon, y a Springtrap—. Creo que con esto bastará.

Y comenzó el juego. El nombre de Eak pasó a ser Izuku, Mangle se transformó en Ochako, Bon cambió a Bakugou y Springtrap fue llamado ALL MIGHTTTTTT.

Eddo se había viciado a un anime muy guay. Sí.

Pasaron las horas, y poco a poco la chica fue incorporando más personajes al juego. Hacía tiempo que nadie se divertía tanto en aquella habitación.

Justo cuando se encontraban en la parte más interesante, en la que Eak y Bon estaban a punto de golpearse con todo su poder, el timbrazo de la puerta resonó por toda la casa. Eddo, despertándose del juego, se volvió con una ceja alzada.

—¿Quién será a estas horas? —se dijo.

Los pasos de su madre se escucharon poco después golpeando el suelo del pasillo. Un chasquido le indicó a la peliazul que la puerta estaba siendo abierta, y entonces la voz de su madre se alzó en una exclamación de sorpresa.

—¡Edith, amor, tienes una visita! —dijo la mujer poco después.

Con curiosidad, la chica se levantó, dejando los juguetes con suavidad en el suelo.

—¡Voy!

Sonriendo por la emoción de saber quién podría ser aquel visitante, se encaminó hacia la puerta principal de la casa. Su madre, que también sonreía, invitó a entrar al recién llegado.

Entonces, al ver a la persona, Eddo paró en seco y su sonrisa se borró. Reconocía al visitante. ¡Claro que lo reconocía! Había cambiado desde la última vez que se habían visto, pero su cara era la misma, y su sonrisa, y sus ojos, y su pelo ahora algo más largo que antaño.

—¿Saster? —exclamó casi sin querer.

Él la saludó con la mano.

—Bienvenida otra vez, Edith. ¿Me echabas de menos?

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